martes, 19 de julio de 2016

De la Ciencia a la Conciencia

Extracto del libro DE LA CIENCIA A LA CONCIENCIA, de Cecilia Montero
Sudamericana, Santiago,2016, que se lanza mañana a las 19 horas en el Café Literario del  Parque Bustamante.



Epílogo
Mi nueva ciencia



Así como la flor de loto nace del barro, del silencio nace uno a la conciencia. El estallido de la flor de mil pétalos inunda de sentido la materia, las formas, la vida. La celebración es respirar y vivir despiertos en cada instante. Porque la vida nos es dada en cada segundo.
Participar de la vida plenamente en forma consciente es el regalo. Agradezco todo lo que recibí a lo largo de este viaje. Agradezco también al lector que me acompañó. Comencé en la ciencia y terminé en la conciencia. Grandes palabras que sólo me atrevo a sostener si por ellas se entiende que la comprensión viene de la experiencia. No hay más que la experiencia. El pensamiento es el mapa, la experiencia es el territorio. Y lo que lo inunda todo es la conciencia.
Vengo de una generación que estuvo atrapada en el choque entre la realidad de la ciencia y el anhelo de trascendencia. Fuimos personas afortunadas las que pudimos detenernos a observar la incomodidad que siente el alma cuando se pierde el sentido, y que avanzamos gracias a intuiciones que más tarde vinieron a alegrarnos, cuando pudimos comprobar que hay otras, quizás infinitas, formas de percibir. En el camino, he ido desarmando bloque tras bloque las certezas del mundo que había tomado como reales. Ahora sé reconocer las nuevas cristalizaciones que yo misma me fabrico. Y convivo con todas ellas. Con las antiguas, con las nuevas y con las que vendrán. Y sonrío.
No invito a nadie a abrazar nuevas creencias. Todas las narrativas pertenecen al imaginario, a la mente, al pensamiento condicionado. Las palabras dichas encuentran su valor en la duda, en sostener la búsqueda, en las preguntas que las suscitaron más que en sí mismas. Este libro fue la concreción de un viaje íntimo, el barco que me llevó a otra orilla, donde presiento ese sustrato de conciencia, esa inteligencia implícita que seguirá emergiendo y que invita a estar disponible.
¿Quiere decir esto que pasé de la ciencia a la espiritualidad? Visto de afuera, puede ser pues cambié de actividad. Desde mi interior, solo sé que mi experiencia anterior a este viaje era la de creer que yo era algo, que estaba logrando ciertos objetivos (por lo general externos). Apegada a ciertos roles, jugaba varios juegos a la vez. Hoy sólo me queda honrar a esas personas sucesivas que creí ser, las que fui construyendo —como todos— con mucho esfuerzo y los personajes que fui dejando atrás para encontrarme en una tierra de nadie, habitada por la luz que mi sola presencia puede conocer.
El budismo zen me enseñó a inclinarme en reverente reconocimiento ante todo aquello que hace posible la experiencia de ser: el canto del río mientras escribo, la luz de las flores sobre mi mesa, el cariño de, las personas que me rodean, el cojín que me sostiene, los eventos que me despiertan. … Es hora de hacerlo.
Me inclino ante mis padres, que aunque sin comprender lo que yo hacía, me inculcaron el coraje de ser.
Me inclino ante los militares, que me despojaron de las ilusiones juveniles, dejándome libre para enfrentar mi propia creatividad.
Me inclino ante los franceses, que me acogieron en la extranjería de ser siempre ajena, obligándome a pulir mi virtud profesional.
Me inclino ante el mundo de las ciencias sociales, de donde extraje el prurito de estar siempre investigando.
Mis reverencias también van a los cientos de personas que han venido a sentarse conmigo en la aventura de meditar.
A mi esposo, cómplice en muchas de estas aventuras, que no me ha dejado creer en nada a la vez que me sonríe con dulzura.
Y a esos brotes de vida que son mis hijos y mis nietos.

Estas reverencias me dejan ante un silencio más elocuente que al inicio de mi búsqueda. Libre de tener razón, me instalo en la presencia justa y natural donde puedo sostener el asombro. La paz, la belleza, la felicidad están aquí, en la vibración de compartir un viaje interior como cualquier otro.

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