sábado, 28 de febrero de 2015

E l Arte de Vivir 109


El Arte de Vivir  109
El arte de juntar lo mítico, lo poético, la vida…
Idánita en el Jardín de la Unidad
Ángeles  Estévez, dese Punta Arenas

Segunda parte
Un atardecer durante la estación más seca, una llamarada de origen humano,  azotó un pastizal,  muy lejano que orillaba otro bosque. Desconocida la mano que dio la  partida se encendieron los metros avanzaron por  hectáreas y  el fuego fue tomando la distancia.
La pequeña ya era una mujer, vivía lejos de ese bosque donde estaba ese incendio pero la conexión con la tierra desde su nuevo albergue poblado de árboles y animales, la condujo a percibir más allá y una vez más  en sueños recibió señales de la unidad. Esta vez le estaba mostrando el dolor de la tierra el calor de esos pastizales, el color rojo del cielo, la huida de los animales. 
Al día siguiente se levantó, no solía sufrir dolores pero ese día junto con mirar por la ventana y sentir ahogo y que el cráneo se partía por los costados, supo, sin reparar cómo ni por qué,  de un incendió en otra latitud. El olor de la leña vecina permitió contener la imagen, de los  humos, el color de las cenizas que cubrían praderas y bosques. Revisó los medios  completando la idea.
Pero algo quedo fuera del alcance de su percepción, algo que no supo fue que en ese momento  alguien en el bosque lejano afectado por las llamas,  sintió su dolor  y en su sabiduría sobrenatural  concedió el regalo de un viaje. Ella la niña que se había transformado en mujer habitando en la naturaleza,  comenzaría a vivir de manera sutil. Fue así permitido que el sentir humano a la distancia y su conexión con la energía de la unidad permitieran la visión  de aquel triste movimiento.
 El recuerdo del incendio quedó marcado en las  interminables cenizas y ella dejó atrás el sistema de vida acostumbrado y se dio por entero a la vida como el movimiento de las mareas. Viajó por regiones y mares más allá del sur, donde los fiordos nacen del hielo. Vivía como un pájaro, sin cálculos ni despilfarros. Nunca faltó el trabajo, el bienestar, la abundancia.
Sé fuerte le repetía una voz en su interior, encontrarás a quien buscas. Su humanidad necesitaba la compañía de alguien que significara el episodio. Le importaba eso, aún más que la contingencia  incendio...  la voz no la abandonaba: “viene también a tu encuentro” le recordaba. Ese  encuentro que buscaba y que escapaba de toda lógica, con alguien o con algo que no sabía qué era o quién pudiere ser y esa incertidumbre causaba por momentos el dolor de la inestabilidad. Pero el sentido, movilizaba sus fuerzas,  el descubrir una vocación de esta manera tan accidentada. Nadie más lo sabía, la omisión y el temor a los juicios ligeros, le indicaron: “mejor secreto es el que no se cuenta”
Buscó, buscó y buscó,  hasta agotar el espacio, hasta en el último lugar, sitios donde nadie iría, sitios asombrosos, mas en  ninguno de aquellos, sintió que había llegado. Escrutó cada día hasta el agotamiento. El tiempo no estaba perdido y a su paso fueron apareciendo nuevos vínculos y rumbos con quienes compartir lo vivido. Todo lo comentable claro está. Hasta que un día con la claridad con que aparece el sol de primavera tras la montaña, su búsqueda terminó.
Fue de un minuto a otro, quedó atónita. Fascinación y aturdimiento se fundían al escuchar que otro,  ¡alguien más! Relataba la búsqueda que ella callaba. ¡Escuchó bien! y ¡sí!; ahora todo tenía más sentido, no sólo desde el momento del viaje sino también toda la experiencia  anterior de su vida, todo parecía pender de un mismo hilo desde la infinitud.