sábado, 27 de abril de 2019

El Árbol 50


 El  Árbol 50
 Colaboración de  Gerardo Segovia .
Texto  atribuído a l comandante Marcos
LOS  DE DESPUES SI ENTENDIMOS
Cuenta la historia  que, en un pueblo muy lejano, se afanaban hombres y mujeres para vivirse. Todos los días salían hombres y mujeres  a sus respectivos trabajos. Ellos  a la  Milpa 8 y al  frijolar 9;  ellas a la leña y al acarreo del agua.  En veces había trabajos  que los congregaban por igual. Por ejemplo,  hombres y mujeres  se juntaban para el corte del café, cuando era llegado su tiempo. Así pasaba. Pero había un hombre que  eso no hacía. Si trabajaba pues, pero no haciendo milpa ni frijolar, no se acercaba a los cafetales  cuando el grano enrojecía en las ramas. No, este hombre  trabajaba sembrando arboles en la montaña.
Los árboles que este hombre  plantaba  no eran de rápido crecimiento, todos tardarían décadas enteras en crecer y hacerse de todas sus ramas y hojas. Lo demás hombres  mucho lo reían y criticaban  a este hombre.
-“Para qué  trabajas en cosas  que no vas a ver nunca terminadas. Mejor  trabaja la milpa, que  a los meses ya te da los frutos, y  no en sembrar árboles que serán grandes cuando tú  ya   hayas muerto”. 
-“Sos tonto  o loco, porque trabajas  inútilmente”.
El hombre se defendía y decía:
-“Si es cierto, yo no voy a ver  estos árboles ya grandes, llenos de ramas, hojas y pájaros, ni verán mis ojos a los niños jugando bajo su sombra. Pero si todos  trabajamos solo para el presente  y para apenas la mañana siguiente ¿Quién  sembrará   los arboles que nuestros descendientes habrán de necesitar  para tener cobijo, consuelo y alegría?.
Nadie lo entendía.  Siguió  el hombre loco o tonto sembrando arboles que no vería, y siguieron hombres y mujeres cuerdos sembrando y trabajando para su presente. Paso el tiempo y todos ellos murieron, les siguieron sus hijos en el trabajo, y a estos les siguieron los hijos de sus hijos. Una mañana, un grupo de niños y niñas salieron a pasear y encontraron  un lugar lleno de grandes árboles, mil pájaros  los poblaban y sus grandes copas daban alivio en el calor y protección en la lluvia. Si, toda la ladera  encontraron llena de arboles. Regresaron los niños  y niñas a su pueblo  y contaron de este lugar maravilloso . Se juntaron  los hombres y mujeres  y muy asombrados se quedaron en el lugar.
-“ Quien sembró esto? “ , se preguntaban. Nadie sabía. Fueron  a hablar con sus mayores  y tampoco sabían. Solo un viejo, el más viejo de la comunidad, les supo dar razón y les contó la historia del hombre loco y tonto.
Los hombres  y mujeres se reunieron en asamblea y discutieron. Vieron  y entendieron  al hombre  que sus antepasados   trataron y mucho admiraron a ese hombre y lo quisieron.
Sabedores  de que la memoria  puede viajar lejos  muy lejos y llegar donde nadie piensa e imagina, fueron los hombres y mujeres  de ese hoy al lugar  de los arboles grandes.
Rodearon a uno que estaba en el centro y, con letras  de colores, le hicieron un letrero. Hicieron fiesta después, y ya estaba  avanzada la madrugada cuando los últimos bailadores se fueron a dormir.
Quedó  el bosque grande solo y en silencio. Llovió  y dejó de llover. Salió la luna  y la Via láctea acomodó de nuevo su retorcido cuerpo.  De pronto, un rayo de luna acabó por colarse  por entre las grandes ramas  y hojas del árbol del centro y, con su luz bajita, pudo leer el letrero de colores ahí dejado. Así decía :
A los primeros:   Los de después si entendimos     
Salud. “