miércoles, 21 de noviembre de 2018

Peqpodia 5 El Fuego


Peqpodia 5
Pequeña poesía de muchos convertida en Magpop(Mágica  poesía permanente)
Escribe Bibi Albert, desde Buenos Aires
ABUELO FUEGO
El Abuelo Fuego, además de en un montón de otros lugares y otros pechos, vive en un lugar mágico, fuera del mundo, que se llama Las Dalias, en Camet, antes de la entrada a Mar del Plata.
Lo llama así –Abuelo Fuego- el dueño de casa, un chamán nacido en El Líbano, poeta, dulce,
 amistosófico, excelente anfitrión con aspecto de duende, que decidió aislarse para no estar solo
nunca más: esto es: vivir en la mejor compañía posible, que es la propia y riquísima soledad, y
rodearse de amigos cuando su corazón así lo sintiera.
La construcción de la casa me recordó la de Neruda. Felipe (que así se llama) cuenta que calculó
 con una brújula el recorrido del sol como para que éste rodeara su cama. En uno de los
grandes árboles hay una especie de balcón, desde el que muchas veces se dice poesía y se
 canta. Y al fondo del terreno una gran choza aloja a quienes quieran quedarse a dormir.
Allí, en ese punto encantado del planeta, sembrado de habas, menta y muchas otras
hierbas deliciosas, celebré la segunda parte de mi cumpleaños, asociándome a varios
 cumpleaños más del mes de octubre, entre mis amigos poetas.
Estuvimos trece horas juntos, unas treinta personas, incluyendo niños que, lejos de disturbar,
 se sumaron con toda naturalidad a la armonía.
El tiempo transcurrió, en ese jardín-huerto, entre mate, facturas, budines, juegos literarios,
afecto y risas. Luego llegó el momento del salame y el queso, y el vinito –obvio-, mientras
Felipe cultivaba el fogón, lo avivaba, le daba forma, lo mantenía en su mejor punto.
 Entonces se empezó a asar la comida, despacito, despacito. Una vez hechos todos los
 brindis y con las panzas contentas, todos nos callamos la boca. De repente. Sin que nos
 hubiéramos puesto de acuerdo. Y la hechicería nos capturó. Únicamente se oían el crujido
 de las ramitas y las chispas que volaban como mínimas hadas. Nuestro anfitrión invitó a
arrojar cada uno una hoja seca y a hacer al Abuelo Fuego un pedido universal. Arrancó
mi nieto Joaquín, de 15 años, diciendo: -Que todos los seres del mundo sean como nos
sentimos nosotros en este momento. Y la ronda siguió, y se completó, con deseos maravillosos
y esperanzadores. Y el Abuelo Fuego y el Mago Silencio iniciaron un diálogo de crepitaciones,
al ritmo misterioso del parche que tocaba Felipe, que