jueves, 22 de octubre de 2015

Draco 2


 Draco Maturana

  Seguimos  con la narración autobiográfica de  Draco Maturana y su  perdurable 
Dragón.

Draco seguirá presente

El Dragón (2)

De esa fiesta no recuerdo casi nada, sólo que la candidata ganadora fue la de nuestra escuela con un nombre misterioso: Gloria Leguiso. Terminada la  fiesta acompañé a Danica hasta su  casa, que era la casa sus tías. Era muy tímida,  como un pequeño animal salvaje, me permitía que la fuera buscar a la salida de su escuela y la acompañara a donde debía ir, en general a su casa pero, al menor gesto inusual, partía corriendo y me dejaba plantado donde fuera. De ella supe muy poco, no mucho más que tenía una hermana menor y  que sus padres tenían pequeño comercio  en la calle principal de Antofagasta. Prefería hablar de sus estudios o de sus compañeras. Antes de que me diera cuenta estábamos en los exámenes de fin de año y la vi poco o nada. Un día desapareció y supe que había vuelto a su casa. 
Debería decir que fue mi primer amor acuciante e irrenunciable. Su partida me dejó un enorme vacío. Terminaron mis exámenes y decidí buscarla, al fin del mundo si era necesario. En éste caso el fin del mundo era su ciudad Antofagasta que se encontraba a más de 1000 kilómetros al norte. No me era fácil pues, mi capacidad económica, era muy parecida a cero. Tenía claro que necesitaba no sólo un medio de transporte si no que, también, ¿cómo poder vivir allí unos días?. Supe que, mi Escuela ofrecía diversas alternativas de trabajo de vacaciones en empresas a lo largo del país. Fui a preguntar y  encontré que podría trabajar  como obrero durante un mes en la empresa eléctrica de la zona con base  en  ¡ Antofagasta ! No dudé y me inscribí para esa "práctica  de trabajo".  No  recuerdo cómo conseguí pagar el pasaje del tren. Éste era un tren de trocha angosta que hacía ese larguísimo viaje deteniéndose  en todas las estaciones que existían y algunos sitios donde no había nada pero,  misteriosamente,  surgía alguien. El viaje duraba cerca de 22 horas. Como mi pasaje era de tercera clase, no ofrecía  sólo asientos  de madera y buena parte del viaje lo hice sentado en la pisadera de acceso al vagón que me correspondía. Todas mis experiencias de viajes tenían que ver con sur-verde de nuestro país y nada me preparó para  la sequedad del Norte, su inmenso desierto salino, con sus coloridos sorprendentes, rojos azules, naranjas, paisaje duro que imaginé lunar, lleno de misterios y unas pocas veces roto por  pequeñas manchas de verdes y amarillos que contaban, gritaban ¡aquí hay agua!. Miré fascinado horas y horas , casi sin dejar mi lugar en la pisadera, ese paisaje nuevo para mi, cuyos colores cambiaban con las horas y los kilómetros... Soñé con, alguna vez, caminarlo, sentirme descubriéndolo como si fuera el primer hombre en recorrerlo. Al mismo tiempo,  lo sentía como un laberinto infinito, voraz capaz de devorar a cualquier incauto y lleno de huesos blancos de hombres que, antes que yo, se había enamorado de  esa belleza, buscando sueños , tesoros escondidos en ella y que habían desaparecido en empresas locas  (muchas leyendas hablan de ellos y de unos pocos afortunados que  allí encontraron la fortuna). También escuché otro tipo de historias: en alguno de sus pequeños valles existía un sitio mágico donde confluían poderes cósmicos y era visitado por extraterrestres, también relatos que contaban que  gentes e incluso vehículos completos que era abducidos y aparecían en otro sitio y tiempo sin entender qué había pasado, ni recordar nada de su experiencia . En algún momento subiendo una muy larga  cuesta, el caminar del tren fue tan lento que pude bajarme ( no fui el único) y caminar a su lado dentro de ese desierto, luché con la loca tentación de adentrarme  en él ...  las montañas se veían tan cerca, sus colores tan nítidos en contraste con las partes bajas donde la superficie con el calor parecía un dibujo tembloroso, impreciso.
Sin saber mucho cómo, sumergido en ese tiempo detenido y cambiante donde nada era igual, lleno de imágenes poderosas que se fundían en algo que, ya sabía, no podría recobrar, me encontré con el encanto roto, en una ciudad desconocida, casi sin verdes y con un intenso olor a mar. 

¿Cómo fue para mi esa ciudad? ¿  en qué consistió mi trabajo, si aprendí algo ahí.?  No lo sé. Por alguna razón cada vez que deseo recordar algo de ese tiempo, no encuentro una sola escena de trabajo, sólo me parece recordar actos de espionaje, encantar  con figuras de origami a su hermana menor y pagar con ellas algún dato sobre su planes, lugares donde iría para lograr encontrarme con ella "por casualidad". La verdad  es que  no tuve mucho éxito. Siempre estaba con sus antiguas amigas de colegio,  que sospecho se divertían a costa mía, y me entregaban datos sobre sus actividades futuras. Así y todo obtuve algunos momentos inolvidables . Estuve con ella en un baile, ( yo no sabía bailar) y ella para mi placer, se divirtió enseñándome... Creo que era un bolero que estaba de moda y se repetía una y otra vez,   " la última noche que pasé contigo/ he querido olvidarla/ Pero no he podido.."..... estar con ella en un baile, una cercanía imposible con una mujer,   fue una escena de sueño. En otra ocasión puse  llegar "por azar" a una playa donde ella había ido con sus amigas y  usar mi habilidades  natatorias submarinas par aparecerme a su lado entre las olas como un pequeño y juguetón dios del mar....
El tiempo corrió rápido y me encontré con el fin de esta pequeña aventura, soñando con encontrarla de nuevo en Santiago, pues ya sabía como encontrarla.
El viaje de regreso fue muy diferente. El gerente de la empresa eléctrica donde trabajé era ex-alumno  de mi escuela y por esa simpatía frecuente con los más jóvenes que comparten sus viejos  anhelos, me cedió un pasaje en avión que no usaría. Me quedé sin volver a atravesar lentamente ese desierto que quedó instalado en mi fantasía.