Conversando sobre la
Amistad(214)
Una posible, poco esperada, dimensión de la amistad: la autodefensa.
Un
encuentro en el curso de formación
de Guías Poéticos de Las
Coincidencias centrado en Amistad , poesía y salud
Comunicación
de Texia Roe
“ Al iniciar los caminos de la
vida no podríamos visualizar lo complejo que sería este crecer constante ni lo
mágico de este proceso vital, cómo de encontrarse instalados en un bosque de Isla Negra, oxigenado por el aire marino,
conversamos este lunes por la amistad, la poesía y la salud. Narrándose sorprendentes vivencias que
nos llevan a preguntarnos qué incógnitas gatillan la conducta humana en un
momento inesperado, que nos llevan a lo incierto de un “tal vez” “quizás”
“podría ser”, dignos de reflexionar.
La crónica del 23 dice:
El dolor impidió a Paola advertir lo inapropiado de transitar a esas
horas por el Parque Forestal ¿o fue un autocastigo para incentivar la pena
profunda de haberse distanciado de su amor con la certeza del adiós definitivo.
Tal vez por eso, enfrentó el asedio violento de los muchachos con
naturalidad, mirándolos a los ojos sin ver la malignidad reflejada en la de
ellos, asociada a una sonrisa sarcástica deleitándose de ante mano del festín
pronto a devorar.
Pero, desde un peldaño del inconsciente surge el puente entre estas
almas atormentadas que la muchacha construye al relatarles el por qué de sus
congojas de amor.
Ellos la escuchan. Este acto tan simple, pero inusual en ese agitado
correr de sus vidas desviadas trocan un punto invisible en el líder de la
pandilla: ¡A ella nadie la toca!
Les sentenció firme. Yo la acompañaré a su casa, y en silencio selló el
pacto de acuerdo.
Desconociendo
el riesgo de la solitaria calle, la joven polaca, enfrenta el desvarío
lujurioso de un patán nocturno que insolente energiza sus garras intentando
profanar sus dignidad de mujer.
El
forcejo de minutos se hace eterno tratando ella de zafarse de aquel imbécil que
manosea febril su bello cuerpo; tal vez para una descarga neurótica de su mente
perturbada o quizás un simple espectáculo a una mujer atemorizada, pero en este
caso la defensa indómita de una hembra ofendida en su honor la hace lanzar un
grito desgarrador, inhibiendo al lascivo quien, desorientado, retrocede en su
agravio, y fue en ese instante en que ella le increpa: ¡Señor, usted cuerpos neuróticos, una sola masa
llevada en vilo por la fuerza de todos,
abordan el metro, teniendo un solo anhelo, llegar a la hora y firmar la
hoja de entrada. Factor determinante en tu estabilidad laboral, piensa
Millaray, exhausta en el apretujado lugar en que respirando al unísono muchas
narices, tocanse piernas, brazos y partes íntimas.
De
pronto siente un toqueteo inequívoco, desagradable a la altura de la cadera
izquierda denunciando dedos profesionales en astuto registro de su cartera. Por
el movimiento de la mano y la dirección del brazo ubica al ladrón y mirándolo a
los ojos, le dice: No tengo nada. Ella escucha su propia voz, suave como
pidiéndole disculpa por el hecho de no tener nada. Quizás, a sus palabras
levantó un poco los hombros o dibujó una tenue sonrisa, no lo sabe bien, lo que
sí sabe es que a la detención del tren bajó mucha gente, el ladrón entre ellos
quien desde abajo le señala que la billetera está en el suelo. Ella la rescata
y al levantar la mirada a distancia lo busca para agradecerle su gesto
amable.