sábado, 5 de mayo de 2012

Conversando sonre la Amistad (214)



Conversando sobre  la Amistad(214)
Una posible, poco esperada, dimensión de la amistad: la autodefensa.
Un encuentro en el curso  de formación de Guías Poéticos de Las  Coincidencias centrado  en Amistad , poesía y salud

Comunicación de Texia Roe

Al iniciar los caminos de la vida no podríamos visualizar lo complejo que sería este crecer constante ni lo mágico de este proceso vital, cómo de encontrarse  instalados en un bosque de Isla Negra,  oxigenado por el aire marino, conversamos este lunes por la amistad, la poesía y la salud.  Narrándose sorprendentes vivencias que nos llevan a preguntarnos qué incógnitas gatillan la conducta humana en un momento inesperado, que nos llevan a lo incierto de un “tal vez” “quizás” “podría ser”, dignos de reflexionar.
 La crónica del 23 dice: 
                                           El dolor impidió a Paola advertir lo inapropiado de transitar a esas horas por el Parque Forestal ¿o fue un autocastigo para incentivar la pena profunda de haberse distanciado de su amor con la certeza del adiós definitivo.
                                            Tal vez por eso, enfrentó el asedio violento de los muchachos con naturalidad, mirándolos a los ojos sin ver la malignidad reflejada en la de ellos, asociada a una sonrisa sarcástica deleitándose de ante mano del festín pronto a devorar.
                                            Pero, desde un peldaño del inconsciente surge el puente entre estas almas atormentadas que la muchacha construye al relatarles el por qué de sus congojas de amor.
                                             Ellos la escuchan. Este acto tan simple, pero inusual en ese agitado correr de sus vidas desviadas trocan un punto invisible en el líder de la pandilla: ¡A ella nadie la toca!  Les sentenció firme. Yo la acompañaré a su casa, y en silencio selló el pacto de acuerdo.
                                                    Desconociendo el riesgo de la solitaria calle, la joven polaca, enfrenta el desvarío lujurioso de un patán nocturno que insolente energiza sus garras intentando profanar sus dignidad de mujer. 
El forcejo de minutos se hace eterno tratando ella de zafarse de aquel imbécil que manosea febril su bello cuerpo; tal vez para una descarga neurótica de su mente perturbada o quizás un simple espectáculo a una mujer atemorizada, pero en este caso la defensa indómita de una hembra ofendida en su honor la hace lanzar un grito desgarrador, inhibiendo al lascivo quien, desorientado, retrocede en su agravio, y fue en ese instante en que ella  le increpa: ¡Señor, usted cuerpos neuróticos, una sola masa llevada en vilo por la fuerza de todos,  abordan el metro, teniendo un solo anhelo, llegar a la hora y firmar la hoja de entrada. Factor determinante en tu estabilidad laboral, piensa Millaray, exhausta en el apretujado lugar en que respirando al unísono muchas narices, tocanse piernas, brazos y partes íntimas.
De pronto siente un toqueteo inequívoco, desagradable a la altura de la cadera izquierda denunciando dedos profesionales en astuto registro de su cartera. Por el movimiento de la mano y la dirección del brazo ubica al ladrón y mirándolo a los ojos, le dice: No tengo nada. Ella escucha su propia voz, suave como pidiéndole disculpa por el hecho de no tener nada. Quizás, a sus palabras levantó un poco los hombros o dibujó una tenue sonrisa, no lo sabe bien, lo que sí sabe es que a la detención del tren bajó mucha gente, el ladrón entre ellos quien desde abajo le señala que la billetera está en el suelo. Ella la rescata y al levantar la mirada a distancia lo busca para agradecerle su gesto amable.