lunes, 28 de marzo de 2011

Diario Chispas Fábulas

UNA MALA PESCA
( De “El Niño, la Mirada y el Otro”
A la memoria de Fernando Crenovich

Cayó un aerolito en la laguna. Toda la familia fue a verlo, pero llegaron tarde. La laguna se había hecho dueña del aerolito y no quiso mostrarlo.
En vista de eso el papá siguió, dele que suene, golpeando con el martillo; la mamá, fregando la olla; la abuelita, haciendo las camas.
Juan siguió pensando en el aerolito.
En la laguna había un señor pescando, sin darle importancia al aerolito.
Juan se acercó a él. ¿Viste el aerolito, tío? No lo había visto antes pero era lógicamente un tío. Estuvo ahí cuando caía el aerolito.
Estoy pescando, contestó el señor.
¿Podrías pescar el aerolito?
El pescador movió la caña y permaneció largo rato sin contestar. Luego dijo: no.
¿Por qué?
Por que estoy pescando, respondió el señor, dando un poco más de hilo.
¿Has pescado algo?
Largo intervalo durante el cual Juan pudo hacer un sapito con una piedra en la superficie del agua. No, dijo al fin el pescador.
¿Crees que vas a pescar?
Pasó un zancudo. Después una abeja. Saludó un tordo. Cacareó una gallina.
Terminó por decir: no. Las respuestas, no obstante su forma resumida, eran amables. Podían ser las de un tío.
Juan fue a ver a la gallina en su pequeña laguna de paja y regresó con un huevo calentito.¿Quieres? Está fresco.
El señor contestó cortésmente, sin hacerse esperar: no, gracias, estoy pescando.
Juan le abrió un hoyito al huevo en su punta puntiaguda y comenzó a beberlo.
Tío ¿dónde estará el aerolito?
La abeja y el zancudo se cruzaron sin saludarse. Ahora había una bandada de tordos. Juan alcanzó a terminar el huevo. No sé, contestó el pescador; estaba pescando.
El papá seguía, dele que suene. Vio al niño conversando con el señor y entendió, de lejos, que todo estaba en su lugar. La abuelita, llegando después de Juan a despojar a la gallina de su huevo, admitió complacida que el niño se le había adelantado. La mamá terminaba de limpiar la olla y se preparaba para hacerla, nuevamente, parte y testigo de la sopa.
A estas alturas, la laguna era dueña, sin contar el aerolito, de dos sapitos tirados por Juan. La cáscara del huevo flotaba medio hundida, ya sin fuerzas; no era claro si le pertenecía o no.
Tío ¿usted está seguro de que se puede pescar en esta laguna?
La laguna se apoderó absolutamente del huevo. Un tordo se hizo añicos en el horizonte. La mamá inició la brega por la nueva sopa. Juan esperó, indiferente al escurrir insistente del tiempo. Al cabo, el tío dijo, simplemente. No. Juan buscó otra pregunta, con una sensación de saciedad, como un golpe de remache a un clavo fijo: un golpe gratuito.
Tío ¿a usted le gustaría pescar algo?
No, contestó el señor, tras una pausa un poco dolorosa. (Qué cerca estamos siempre de lo extraño y que raro es encontrarlo).
Por lo menos no con caña, explicó, hablando por primera vez sin pregunta previa. Desde que estoy aquí he pescado, sin embargo, con una caña que no se ve.
¿El aerolito? Preguntó el niño, esperando.
Sí, respondió el señor de inmediato, pero sin darle la importancia esperada.
¿Por qué no me lo muestras? Preguntó el niño, más curiosos que pedigüeño.
Lo tengo dentro de la lengua, explicó el señor, apartando un zancudo.
¿Y tú no lo vas a ver? preguntó el niño, personalmente desinteresado.
La sopa se puso a humear. La abuela encendió el fogón. El papá lavó sus manos, terminada la faena. Todo eso ocupa un buen rato. Fue cuando estuvo concluido que el señor dijo: No.
¿Por qué no, tío? Preguntó el niño, suelto, como si recién empezara a preguntar.
El señor, caña en mano, lo miró con aire de conocerlo desde hacía mucho tiempo. Sería como suponer a tu mamá vaciando la sopa o a tu padre arrancando los clavos, respondió.
Pero tú ¿qué haces con la laguna? Preguntó el niño, alagado con la mención de su casa.
El diálogo se encogía sin huecos. El tío respondió como si estuviera esperando la pregunta: le hago compañía con mi caña. A demás, siempre hay novedades- un aerolito, tus preguntas bajando por mi caña. No es difícil tener pescada una laguna.
Juan contó la conversación a sus padres, omitiendo decir que el señor demoraba tanto en contestar. La abuelita escuchaba soñolienta. Mirando a los tordos, contestó: a lo mejor el señor tenia guardado el aerolito desde antes y lo levantó para que lo viéramos caer.
Conviene pensar en lo que hablaste mientras esté calentito, dijo el papá.
Traes clavitos nuevos; no se van a salir, dijo la mamá.
Antes de retirarse, el pescador hizo un sapito en la laguna.