miércoles, 3 de diciembre de 2014

El Arte de Vivir 31


El Arte de  Vivir 31

La relevancia de un pensador de la vida

Humberto Giannini

Prólogo  a Ética de la  Proximidad (2)

Modificando un tanto una conocida expresión de Heidegger, digamos que, después de
venir  sobreviviendo subterráneamente de posibilidad en posibilidad, llegamos aquí,
al mundo de los otros, arrojados por los otros. Y este es el punto clave:  que al mundo
hemos sido arrojado por los otros. Y cada vez que el mundo se vuelve inhóspito, los
más joven empiezan oscuramente a cobrar esa deuda.
La  expresión ‘mundo’ será empleada frecuentemente en este trabajo.  Pero esto ya lo
sabemos, no significa aquí la amplitud indiferenciada del Universo, ni siquiera del
planeta; ‘mundo’ es el lugar diferenciado donde una minúscula partícula de la
humanidad (un individuo) es recogido o acogido por  otros en alguna parte del
planeta, después de su  larguísima odisea  por el mundo de la posibilidad. Desde ese
instante su modo de ser en el mundo al cual ha sido arrojado, se llama ‘habitar’ junto
a otros en un espacio común.
Ahora bien, tampoco en el habitar  se está simplemente con otros: la esencia del
habitar humano es ser ante otros, estar expuesto ante ellos. En esto consiste
justamente la espacialidad pública, referencia insoslayable del habitar. Porque se
habita, en un sentido propio,  un espacio más extenso que el de la habitación, el de la
casa o el rancho. La espacialidad privada, punto originario y reiterativo de partida y
de recogimiento, punto de apoyo de  la identidad de todos los días,  supone la
espacialidad  pública. Dicho de otra manera: el ciclo permanente de  recogimiento en
lo privado y de exposición en lo público  constituye la espacio-temporalidad propia
del ser humano en cuanto ser en el mundo o habitante de su mundo. A este
movimiento original que constituye la forma  básica de humanidad de todo grupo
humano,  lo hemos llamado “re-flexión cotidiana( 2)”.  
Y es aquí en este espacio donde tiene sentido una ética de la proximidad.
Llamamos así: ética de la proximidad,  a una reflexión fundada( 3 ) en la experiencia
que se tiene del otro, y no simplemente como otro ser humano, sino como prójimo,
esto es: experiencia de seres humanos espacial y temporalmente próximos; expuestos,
por lo tanto,  a los efectos de mis iniciativas, de mis preferencias eintereses, en fin, de
mi libertad.  
Es en esta experiencia ante el prójimo, en conflicto con el prójimo, en continuas
divergencias y convergencias con él   a propósito de intereses en pugna,  que se va
decantando la calidad de la convivencia con el reconocimiento y el afianzamiento de
valores comunes (con-sabidos).
Ahora bien, es un hecho que los  portentosos avances técnicos (superación de las 
barreras espacio-temporales) están produciendo una suerte de  disolución de la
mundanidad del mundo; esto es, una profunda alteración del vínculo entre lo privado
y lo público, y un consecuente debilitamiento de los lazos con el prójimo, y entonces,
con la estructura ontológica del habitar.
La pregunta es, pues,  la siguiente: si la sociedad histórica es la realidad a la cual se
remite el individuo en su constitución ontológica, ¿cómo defender, cómo preservar
esa realidad?
Uno de los modos más fuertes y determinantes de la convengencia social es la
escuela, y todos los espacios  de re-flexión generacional (el liceo, la universidad).
La escuela es la gran institución re-flexiva por la que la sociedad se vuelve a sí
misma, para reconocerse e ir, en el tiempo descubriendo, formulando y confirmando
sus propios valores.
Así, la gran tarea de preservación cultural en este siglo consistirá en  ofrecer en la
escuela y en la educación, en general,  un bagaje de contenidos y actividades que
permitan al estudiante reconocer, respetar  y cultivar un mundo comunitario; sus
modos tradicionales de sintonizar con la naturaleza y de pactar con ella, de invocar a
sus dioses; que le permitan asimilar espiritualmente (comprender) las experiencias
pasadas y tejer, a partir de sus propias posibilidades, sus proyectos y esperanzas. 
Pero, se dirá, ¿Y después de la escuela?  En la edad de la  que debiera ser de la
ciudadanía, ¿cómo preservar el espacio público y la plenitud del habitar?
Está  ocurriendo en occidente y con tendencia sostenida, el debilitamiento del estado.
La economía mundializada está  socavando los pilares del estado nacional; incluso el
ideal mismo de nación-estado.
Ante la ideología triunfante de un estado mínimo y de un mercado anónimo
planetario, los grandes conglomerados culturales han empezado acultivar la antigua
utopía de la ciudad capaz de expresar y dignificar la humanidad del hombre.


Paralelamente, el término ‘ciudadano’ ha empezado hará cuestión de unos 20 años, a
recuperar en todas partes su antigua ligazón a la ciudad (y el término ‘político’ a la
idea de polis), pues en ella el ciudadano se mueve efectivamente, actúa y recibe los
efectos inmediatos – buenos o malos-  de la iniciativa ajena; pues,  en ella aparece el
prójimo como el rostro concreto, ético, de la humanidad. En una palabra, es en la
ciudad del siglo XXI donde el ciudadano podrá ejercer plenamente sus derechos
democráticos.
Por lo que es preciso, en la medida de nuestras fuerzas, encauzar la política hacia la
fortaleza de la polis, verdadero centro de la civilidad;  replanificar la ciudad a fin de
posibilitar el encuentro diario de los ciudadanos en el espacio público y, al mismo
tiempo,  garantizar a cada cual un espacio digno e inviolable de recogimiento.
En las páginas que siguen, formularemos en  forma más precisa, cuáles son los
fundamentos, los límites ‘espaciales’ y metodológicos de este saber restringido,
‘debole’, que llamamos ‘ética de la proximidad’.