El Arte de
Vivir 31
La
relevancia de un pensador de la vida
Humberto
Giannini
Prólogo a Ética de la Proximidad (2)
Modificando
un tanto una conocida expresión de Heidegger, digamos que, después de
venir sobreviviendo subterráneamente de
posibilidad en posibilidad, llegamos aquí,
al
mundo de los otros, arrojados por los otros. Y este es el punto clave: que al mundo
hemos
sido arrojado por los otros. Y cada vez que el mundo se vuelve inhóspito, los
más
joven empiezan oscuramente a cobrar esa deuda.
La expresión ‘mundo’ será empleada
frecuentemente en este trabajo.
Pero esto ya lo
sabemos,
no significa aquí la amplitud indiferenciada del Universo, ni siquiera del
planeta;
‘mundo’ es el lugar diferenciado donde una minúscula partícula de la
humanidad
(un individuo) es recogido o acogido por
otros en alguna parte del
planeta,
después de su larguísima
odisea por el mundo de la
posibilidad. Desde ese
instante
su modo de ser en el mundo al cual ha sido arrojado, se llama ‘habitar’ junto
a otros
en un espacio común.
Ahora
bien, tampoco en el habitar se
está simplemente con otros: la esencia del
habitar
humano es ser ante otros, estar expuesto ante ellos. En esto consiste
justamente
la espacialidad pública, referencia insoslayable del habitar. Porque se
habita,
en un sentido propio, un espacio
más extenso que el de la habitación, el de la
casa o
el rancho. La espacialidad privada, punto originario y reiterativo de partida y
de
recogimiento, punto de apoyo de la
identidad de todos los días,
supone la
espacialidad pública. Dicho de otra manera: el ciclo
permanente de recogimiento en
lo
privado y de exposición en lo público
constituye la espacio-temporalidad propia
del ser
humano en cuanto ser en el mundo o habitante de su mundo. A este
movimiento
original que constituye la forma
básica de humanidad de todo grupo
humano, lo hemos llamado “re-flexión cotidiana(
2)”.
Y es
aquí en este espacio donde tiene sentido una ética de la proximidad.
Llamamos
así: ética de la proximidad, a una
reflexión fundada( 3 ) en la experiencia
que se
tiene del otro, y no simplemente como otro ser humano, sino como prójimo,
esto
es: experiencia de seres humanos espacial y temporalmente próximos; expuestos,
por lo
tanto, a los efectos de mis
iniciativas, de mis preferencias eintereses, en fin, de
mi
libertad.
Es en
esta experiencia ante el prójimo, en conflicto con el prójimo, en continuas
divergencias
y convergencias con él a
propósito de intereses en pugna,
que se va
decantando
la calidad de la convivencia con el reconocimiento y el afianzamiento de
valores
comunes (con-sabidos).
Ahora
bien, es un hecho que los portentosos
avances técnicos (superación de las
barreras
espacio-temporales) están produciendo una suerte de disolución de la
mundanidad
del mundo; esto es, una profunda alteración del vínculo entre lo privado
y lo
público, y un consecuente debilitamiento de los lazos con el prójimo, y
entonces,
con la
estructura ontológica del habitar.
La
pregunta es, pues, la siguiente:
si la sociedad histórica es la realidad a la cual se
remite
el individuo en su constitución ontológica, ¿cómo defender, cómo preservar
esa
realidad?
Uno de
los modos más fuertes y determinantes de la convengencia social es la
escuela,
y todos los espacios de re-flexión
generacional (el liceo, la universidad).
La
escuela es la gran institución re-flexiva por la que la sociedad se vuelve a sí
misma,
para reconocerse e ir, en el tiempo descubriendo, formulando y confirmando
sus
propios valores.
Así, la
gran tarea de preservación cultural en este siglo consistirá en ofrecer en la
escuela
y en la educación, en general, un
bagaje de contenidos y actividades que
permitan
al estudiante reconocer, respetar
y cultivar un mundo comunitario; sus
modos
tradicionales de sintonizar con la naturaleza y de pactar con ella, de invocar
a
sus
dioses; que le permitan asimilar espiritualmente (comprender) las experiencias
pasadas
y tejer, a partir de sus propias posibilidades, sus proyectos y
esperanzas.
Pero,
se dirá, ¿Y después de la escuela?
En la edad de la que
debiera ser de la
ciudadanía,
¿cómo preservar el espacio público y la plenitud del habitar?
Está ocurriendo en occidente y con tendencia
sostenida, el debilitamiento del estado.
La
economía mundializada está
socavando los pilares del estado nacional; incluso el
ideal mismo
de nación-estado.
Ante la
ideología triunfante de un estado mínimo y de un mercado anónimo
planetario,
los grandes conglomerados culturales han empezado acultivar la antigua
utopía
de la ciudad capaz de expresar y dignificar la humanidad del hombre.
Paralelamente,
el término ‘ciudadano’ ha empezado hará cuestión de unos 20 años, a
recuperar
en todas partes su antigua ligazón a la ciudad (y el término ‘político’ a la
idea de
polis), pues en ella el ciudadano se mueve efectivamente, actúa y recibe los
efectos
inmediatos – buenos o malos- de la
iniciativa ajena; pues, en ella
aparece el
prójimo
como el rostro concreto, ético, de la humanidad. En una palabra, es en la
ciudad
del siglo XXI donde el ciudadano podrá ejercer plenamente sus derechos
democráticos.
Por lo
que es preciso, en la medida de nuestras fuerzas, encauzar la política hacia la
fortaleza
de la polis, verdadero centro de la civilidad; replanificar la ciudad a fin de
posibilitar
el encuentro diario de los ciudadanos en el espacio público y, al mismo
tiempo, garantizar a cada cual un espacio digno
e inviolable de recogimiento.
En las
páginas que siguen, formularemos en
forma más precisa, cuáles son los
fundamentos,
los límites ‘espaciales’ y metodológicos de este saber restringido,
‘debole’,
que llamamos ‘ética de la proximidad’.