miércoles, 9 de mayo de 2012

Conversando sobre ka Amistad (218)


Conversando sobre la Amistad  (218)
Amistad Grupal
La Amistad bullía  en el encuentro de médicos escritores en Punta Arenas. Generosos, nos integraban ,  Lucho Godoy,   su heterónimo Martin Pescador y Claudio Urrea, el Albatros  Errante, siempre  muy cerca  del recuerdo vivo de  la sabiduría  y los mitos de  los pueblos fueguinos,.Tal vez , impresionados, los dioses de los pueblos originarios les ayudaron a sobrepasar toda clase de obstáculos y  asegurar la realización del Congreso ,  a pesar de la inundación  de la ciudad
 Muy al inicio escuchamos una entrañable exposición del educador y escritor  Marino Muñoz Lagos , sobre   el escritor y médico Juan Marín. En el  último almuerzo,  seguimos conociendo la humanidad de Marino, quien  obsequió  a  los asisten ejemplares de su libro “Los Asombros de Otrora”,  una selección de   sus poemas.
  Es poesía  donde palpitan los recuerdos, el asombro  contagia  y uno siente  el deseo  de comunicarla a los amigos.

  Retrato  vivo de mi padre muerto
Marino Muñoz Lagos


Murió en abril: tiempo de lluvia. Otoñecida

estrella le cubría la frente como un agua.

Era un hombre pequeño, realzado de pronto
 
por una lenta mano, florecida manzana.

Una sombra rebelde le dormía los ojos,

como un álamo triste, como una llamarada.

Era en el tiempo niño: el tiempo inconmovible

de los bosques mojados en sus nobles estancias.

Allí nacía él, allí crecían lentamente

sus cábalas maestras, su suerte enmarañada;

allí, en las pobres vasijas, en el solar

terrestre donde la espiga levantaba

su fantasma perfecto, su pan crepusculario.

Le conocí de cerca una lenta mañana

de invierno. Como sabias monedas invariables

las lluvias pasajeras sobre el techo cantaban.

Su mano sarmentosa se halló como la fina

prolongación del tallo de las dalias.

¿Era él?, ciertamente lo digo. Ciertamente,

como que ahora escribo tendido sobre el alba.

Su rostro era tan triste. Sus ojos pensativos

recorrían celestes los cuadros de la casa.

A mí me parecía, por sus limpios modales,

que sólo de un campesino pobre se trataba.

Era hijo del trigo. Venido de un barbecho

donde la luna muestra sus haciendas intactas.

Y en efecto lo era: nacido como tantos

entre un bosque brumoso y una verde montaña,

el campo se extendía por su cuerpo estrellado

y por sus venas rojas la tierra dura andaba.

Murió en abril, tiempo de lluvia, de lluvia

colonial, antigua lluvia, dolorosa campana.

Le llevaron dormido, entre muchos ,entre

todos los hombres que vivieron el agua

gozando las estrellas, las nubes y los recios

contornos labradores de las grises comarcas.

Le conocí de cerca, lo traté tantas veces.

Conversamos del tiempo, del trigo y la esperanza.

Murió en abril. Yo estaba lejos. Su esqueleto

vegetal bajo un huerto florido descansa.