viernes, 17 de agosto de 2012

Conversando sobre la Amistad (318)


Conversando sobre la Amistad(318)

Amistad con los niños

Los niños, nos dijo Rilke , son  “ la patria  eterna del hombre “.
Agregó Amiel : “El niño  ve lo que somos  a través de lo que queremos  ser, de ahí viene su reputación de fisonomista”.
Mirando a la vida  de todos, expresa Karl Mannheim: “Lo que  se hace a los niños ,  los niños harán a la sociedad”.
Son  frases para meditar, como es  el  bello texto, de  nuestro escritor Edmundo Moure , sobre ese País de Nunca Jamás, que él y todos  sabemos que existe

EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS

Para mis nietos que aún son niños:
Clemente, Emilia, Manuel, Max, Borja, Amalia y Vigo.
Para quienes viven en la memoria las dulces horas de la niñez y esperan regresar a la Casa de los Sueños.
Se trata del lugar metafórico de la infancia, adaptada del término inglés Neverland, empleado por J.M. Barrie para su novela fantástica “Peter Pan”. Nunca Jamás es un país imaginario donde los niños no crecen y sólo existen la diversión y la felicidad. Se dice que para llegar a ese maravilloso espacio fuera del tiempo se deberá girar en la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer. Ruta segura para toda mágica travesía.
Este lugar es habitado por niños perdidos, no sabemos si de extravíos geográficos o descuidos morales, liderados por el héroe infantil, Peter Pan. De aquí se deduce la creación del “síndrome de Peter Pan”, anomalía que padecen los individuos que jamás superaron, emocional y racionalmente hablando, la infancia, con las terribles consecuencias que ello acarrea en la vida práctica, esta existencia que nos impusieron para no salirnos de los moldes y premisas del orden establecido, es decir, para que seamos viejos de manera irremediable y definitiva. Sí, porque el Poder es un ogro viejo y amargado, que no juega ni sueña, salvo a los naipes marcados o a la ruleta tramposa de sus réditos.
Hölderlin dejó escrito que “El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa”. Los adultos serios desechan los sueños infantiles y las ensoñaciones de los poetas. Si por la noche tienen visiones oníricas, éstas serán pesadillas o sueños premonitorios para apostar a los caballos o especular en la banca. Así, cuando intenten descalificar a alguien, le dirán: “No seas infantil” o “no seas niño” o “no digas niñerías”.
Olvidan al propio Cristo, cuando advierte: “Si no sois como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”. El candor, la inocencia que mira el mundo con los ojos de la infancia, tiene mucho de sabiduría y es capaz de aprehender a los seres y las cosas mejor que a través del cúmulo de conocimientos fríos y objetivos que suelen concluir en el encadenamiento de nuevas preguntas sin respuesta.
Rainer María Rilke recomienda a su discípulo de las célebres cartas: “Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá como su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás”.
Porque el niño, aunque comparta tiempo y espacio con otros infantes, sean sus propios hermanos o amigos, sabe que los mejores sueños se incuban en la soledad de la imaginación y que existen ámbitos secretos, lugares, rincones en los que él esconderá tesoros maravillosos vedados a los demás: unas bolitas de cristal, un trompo, un soldadito de plomo, un caballo de madera, un reloj que ya no angustia el tiempo… Y cuando se sienta triste, porque los adultos no le entienden o los compañeros de juegos y travesuras le agreden, buscará ese vericueto ignoto, para extraer aquellas piezas incomparables, haciéndolas moverse y bailar bajo la luz de la luna, consciente de que esa es la única felicidad posible, y que si la guarda a buen recaudo, podrá extraerla en las horas difíciles de la adultez, de la edad madura o de la ancianidad. En esos momentos todos los juguetes brillarán en los ojos de la madre ausente, resucitada una y otra vez por el niño que se resiste a dejar de serlo para siempre.

Edmundo Moure
Día del Niño 2012