viernes, 12 de abril de 2013

Conversando desde la Amistad(148)


Conversando desde la Amistad (148)
La juventud
Escribe Tomás Weinstein, sociólogo y  ajedrecista, sobre el encuentro en Las Coincidencias, Isla Negra, el  6 de Abril pasado, sobre  Juventud y Cambio Cultural.
Dividiremos el texto en dos partes

Primera parte
Encuentro: Conversando desde y sobre las juventudes


Las Coincidencias es el lugar de encuentro y sincronía entre al menos dos grupos, uno de “jóvenes” y otro de “adultos mayores”. Cada uno de estos grupos con una importante diversidad etárea interna, así como de intereses y vínculos históricos (amigos, parejas, desconocidos, miembros de un grupo de “trabajo”, etc.).
Las coincidencias permite el encuentro entre la unicidad de cada ser humano y la multiplicidad de puntos comunes y confluencias que se dan en la interacción humana.
En esta ocasión, el grupo se reúne en torno a pensar y reflexionar sobre la juventud y las juventudes, desde las vivencias más diversas así como sobre experiencias históricas comunes y particulares. Hay un horizonte temático que guía al trabajo grupal/colectivo, enmarcado en algo más amplio, en el encuentro, en la comunicación, en la paz y en el cambio cultural.

Confluyen expectativas muy diversas sobre lo que será este encuentro, que poco a poco va fluyendo con gran naturalidad, respeto e interés por el otro.

¿Qué es la juventud?

Pregunta de mucha profundidad, que nos lleva a pensar sobre algo que se da como dado, como fáctico, como un hecho en sí, o simplemente como un periodo etáreo marcado por cambios biológicos. Esta pregunta atraviesa toda la jornada, vuelve una y otra vez a aparecer, una pregunta que abre nuevas interrogantes y que nos invita a pensar tanto en lo terrenal como en lo trascendente, en lo singular que portamos cada uno como en lo común que compartimos.

El grupo etáreo más joven, abre la conversación planteando que es necesario abrir el concepto de la juventud entendido únicamente como un periodo etáreo asociado a cambios biológicos y determinadas convenciones internacionales o nacionales: “En nuestra experiencia hemos conocido muchachos que actúan y viven como viejos, totalmente rígidos, sin capacidad de soñar, y al mismo tiempo hemos conocido viejos que no cesan de reinventarse, que mantiene un “espíritu joven”, energético y creativo”.
Esta idea desde un principio abre varias preguntas: Si los cambios biológicos no son lo único que distingue a la juventud, entonces: ¿cómo se pueden articular estas distintas dimensiones –a saber-, los cambios biológico-corporales y los modos de “ser joven”?
Pregunta de mucha complejidad, pero que al menos nos invita a mantener esta dualidad, o esta articulación compleja entre estos y otros elementos (que de alguna forma se vinculan), la permanente dialéctica entre lo subjetivo y lo objetivo, donde ninguno de los polos (o múltiples polos) se agotan en sí mismos.

La juventud asociado a un periodo etáreo es un discurso que está presente en todos los participantes. Ahora bien, los mayores de edad son quienes más expresan sus vivencias en relación con los cambios corporales que han tenido al pasar de los años: “ahora uno tiene límites, se da cuenta que ya no puede hacer todo lo que quisiera hacer, uno se cansa”. Los mayores en un momento dado plantean que los menores no tienen la vivencia de la vejez, pues aún no han llegado a ese periodo de sus vidas. Vuelve la pregunta: ¿Es posible separar los cambios biológico-corporales de las percepciones asociadas a estos y a otros cambios que se van dando de forma paralela en el mundo? Pareciera que la respuesta es no, que son dos elementos indisociables aunque en muchos momentos aparezcan como separados.
No cambiaría sólo nuestro cuerpo sino que también nuestras representaciones de mundo, nuestro Ser como un constante devenir en el mundo, entre los seres humanos y con la Naturaleza. Desde esta perspectiva, la juventud se asociaría también con la capacidad de reinventarse múltiples veces, con el cuestionamiento permanente de lo dado, de lo fáctico, de lo que fija y anula el pensamiento como un devenir, como la capacidad de soñar, como la esperanza y la capacidad de asombro entro muchas otras cosas. Varios participantes asocian esta dimensión con la espiritualidad, con la necesidad de trascendencia, lo que se ha ido en cierta forma erosionando con el despliegue de una racionalidad instrumental que impregna el mundo de un carácter predominantemente utilitario y calculador. Sin embargo, aquí surge una interrogante: ¿Es la espiritualidad el monopolio de quienes son religiosos, sea cual sea su credo? A mi entender no, y sería importante abrir esta categoría puesto que es probable que las mismas religiones, -al monopolizar el ejercicio de la fe o de la espiritualidad-,  hayan contribuido en alguna medida a debilitar las posibilidades de vivir la espiritualidad en los no religiosos.

Muchos relatos de personas mayores en el grupo, expresan que durante su juventud etárea se postergaron a sí mismos, para dedicarse de forma plena al trabajo, a los hijos, o al colectivo político (para lograr un fin mayor: una sociedad emancipada): “Muy tarde nos dimos cuenta que nos habíamos postergado a nosotros mismos, uno de los consejos que podemos darles es que no repitan esta misma historia, trabajen desde ya sobre su persona”.  
Si bien, muchos de estas personas mayores se postergaron, me hago la siguiente pregunta: el trabajo interior y colectivo que están haciendo en las coincidencias durante estos últimos años, ¿sería una muestra de que la juventud es también un estado, un devenir que se mueve en los límites del cuerpo físico pero que en muchos aspectos lo trasciende? A mí modo de ver si; muchas de las personas mayores que participaron en el encuentro son jóvenes, llenos de esperanzas, de energías vitales, y que han sido capaces de reinventarse más allá de todas las dificultades y rigideces que les tocó vivir.

Uno de los participantes de menor edad, plantea algo muy interesante: “en las culturas orientales, la relación entre el niño y el viejo es muy distinta, el viejo sigue siendo una autoridad, un sabio, al cual se le respeta, pero a su vez, el viejo respeta la sabiduría del niño, que tiene una herencia ancestral, que viene con una unicidad a aportar al mundo”. Más allá de las creencias en la reencarnación, el ejemplo es ilustrativo pues nos invita a pensar en como nos relacionamos con lo “otro”, en este caso, el niño y el anciano, también como el maestro y el aprendiz, pero desde la horizontalidad del respeto mutuo y del diálogo. La niñez como la primera juventud, donde el niño pregunta sobre el ser de forma espontánea, ese niño que sigue siempre habitando en cada uno de forma diferente, a veces más reprimido otras veces menos, pero que siempre deviene y relampaguea al interior de cada uno de nosotros. La juventud entendida como esta capacidad de cambio permanente, de soñar y de reinventarse.

Esto nos invita a pensar que la pregunta ontológica por la juventud nos interpela a todos, que no es parte únicamente de un determinado grupo etáreo en un momento histórico dado, sino que está en todos y cada uno de nosotros. Lo mismo podríamos decir de la vejez, entendida como un devenir que también está siempre como semilla incluso en el niño.

Quizás una de las reflexiones que no fue explorada con mayor profundidad durante el encuentro fue respecto a la adultez-vejez, y respecto a su diversidad, pues sólo podemos pensar o entender la juventud, o las juventudes en función de las representaciones y vivencias que tenemos sobre la adultez-vejez.
No obstante, como veremos más adelante, al final del encuentro esta temática emergió de alguna u otra forma.