sábado, 11 de enero de 2020

El Arte de Vivir 75




El Arte de Vivir  75
lw 1978
Otra versión de la Gallina de los huevos  de oro
La exaltación por el  tener
        Con qué placer iba a recibir los huevos de oro. El paso felino, raudo, alado, lo conducía, al primer atisbo de sol matinal, hacia el lecho próximo, en cuyos pies relumbraban los huevos dorados, mientras la gallina cubría una cara extenuada y pretendía dormir.
Reconocimiento reprimido a la gallina, madre escultora. Rápido, la certeza del sigilo, la reserva absoluta, la complicidad del silencio en la carrera hacia el escondite secreto. Allí, centelleando, la algazara espectral, hierática, la danza coagulada de los huevos de oro en colección fabulosa. Cascadas de risa anaranjadas, imponentes. Sabor gratísimo de tener, ansiedad de palpar ahora con las manos, los brazos, los pies, los codos, las orejas palpitantes, Oro. Codicia de paladear solo, infinitamente solo. Lejanos, deseos de urgir más a la gallina. Si pudiera saber cómo había aprendido este arte. Cómo persuadirla a contar, a dar cuerpo a su pasado fantasmal.

Algún día ella moriría y se llevaría su secreto, el origen de su talento para poner huevos de oro. Tal vez, si la llevara al médico amigo. Un examen. Aunque no colaborara. La sabiduría de su amigo, el ir arrancando tierra de recuerdos de ese vacío asfixiante, abisal hasta lo mortecino.
Sintió una extraña opresión, como el recibir una mirada con resolana, de un fulgor pálido y a la vez terebrante. Por un momento creyó verla a ella, como en ese primer encuentro, turgente, magnánima, próxima. Ella allí, sin estarlo realmente, pero luego fue un leve murmullo en la macicez del oro y una sombra esquiva en el matiz del amarillo.
Cuando la solidez de la mañana, en un instante, le ayudó a tomar su propio centro, y miró, ávido, codicioso, desesperado, en paroxismo, tenía ante si una enorme, una estupenda colección de huevos de gallina.