jueves, 20 de diciembre de 2012

Conversando desde la Amistad(36)


Conversando desde la Amistad (36)
Cuando la realidad florece en un Cuento
Un texto de Olga Morras, partícipe del curso de Formación de Líderes Culturales del  Centro de Estudios para la Calidad de Vida, Antiguo Hospital San José
Centro Cultural “Antiguo Hospital San José”                                   Participante:  Olga Porras C.
Grupo:  Dr. Luis Weinstein                                                                                           
Independencia – Stgo.
                                                               -1-


                                        Tema :  Saber Envejecer
                                 Cuento: “Don Oscar”

             
               A don Oscar lo conocimos desde niños, era un hombre bien parecido, siempre impecable, amistoso, vecino del barrio, apreciado por los adultos y querido por los jóvenes.  Siempre fue caritativo, si alguien tenía un problema económico, sin pensarlo dos veces le tendía la mano, a los pequeños les daba monedas para golosinas.  Sin embargo, muy pocas personas sabían que se desempeñaba en un oficio modesto, de garzón en un restaurant del centro, pasando muchas horas de pié, muchas veces mal tratado por los clientes mal educados o ebrios.  También sufrió el famoso “perro muerto”, esto es, cuando el cliente se va sin pagar, o se lleva servicios, servilletas, ceniceros, que a fin de mes le son descontados a los garzones de la liquidación de su salario. Una vez, sin querer, lo observé llorando de impotencia por ese motivo.

             Con todo ese sacrificio educó a sus hijos, siempre contento, en fiestas como Navidad y Año Nuevo, junto a su familia encendía frente a su casa fuegos artificiales y  para las fiestas patrias, compraba volantines para sus hijos,  ponía una gran bandera y música chilena.

             Muy tempranamente quedó viudo. Encontró una pareja (mi madre) con similares características,  bien parecida, alegre, amante de la buena mesa, de la música y el baile. Les hacían rueda cuando había un festejo,  bailaban un tango o un par de pies de cueca; ambos muy bien vestidos, él  para esas ocasiones vestía un traje negro o azul marino, camisa blanca y corbata humita.  Fueron muchas veces padrinos de bautizos y matrimonios.

              Pasaron los años, siempre juntos, ayudándose mutuamente, a don Oscar, ya no le daban trabajo por su edad, no tenía tanta rapidez para servir a las mesas, así que debió jubilar, con esto entristeció un poco, pero se dedicó a hermosear el jardín, además le gustaba hacer panqueques o “pasar” sopaipillas en el invierno. 
.
          Comenzó a sentirse enfermo, le descubrieron un tumor, no demostró estar asustado, no quiso operarse y dijo “esto será por poco”, me iré cuando Dios quiera.
Un día dijo a mi madre, a sus hijos y a mí: cuando muera no le avisen a la  Eloísa, (su hermana mayor), cuando viene me acosa preguntándome ¿Con cual traje quieres que te entierren?, ¿en que sepultura quieres quedar?, ¿Qué flores te gustan?, en el último entierro, además de gritar se desmayó, me tiene chato, no le avisen por favor.                
               
                 Se fue tranquilo muy temprano un día de invierno, lo sentí mucho por la cercanía que logramos tener, yo era muy apegada a mi madre por consiguiente también me apegué a él. Fueron momentos de tristeza, pero sabíamos que ya no sentiría dolores, ni lo seguirían clavando más.  Vino el problema que no deseábamos,  porque  no faltó el desinformado que comunicara la noticia a la tía Eloísa.
                                              
                                                              -2-


                  Ya lo tenían en la sala velatoria cuando ésta llegó, pero Oh! sorpresa, venía tranquila, nada dijo y se sentó, quizás le habrían dado un tranquilizante.  Al atardecer llegó mucha gente y el encargado pidió autorización para cambiar a don Oscar de sala, porque esa se hacía chica y se ocuparía con otra abuelita. Todos se cambiaron de sala,
pero la tía Eloísa llegó más tarde y no se dio cuenta del cambio y tal como se había esperado en la mañana, cayó llorando sobre el ataúd, diciendo “hermanito, hermanito, porque te fuiste hermanito”. La familia de la abuelita del lado con cara de signo de pregunta no se imaginaba quien sería esa señora que lloraba tanto.  Los que sabíamos, sólo sonreímos, pensando que igual se cumplió el deseo de don Oscar, no quería que su hermana hiciera show en su velatorio, porque lo hizo, pero en la sala del lado.



                                                             F I N