Conversando desde la Amistad (36)
Cuando la realidad florece en un Cuento
Un texto de Olga Morras, partícipe del curso de Formación de Líderes Culturales
del Centro de Estudios para la Calidad
de Vida, Antiguo Hospital San José
Centro
Cultural “Antiguo Hospital San José”
Participante: Olga Porras
C.
Grupo: Dr. Luis Weinstein
Independencia
– Stgo.
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Tema : Saber Envejecer
Cuento: “Don Oscar”
A don Oscar lo conocimos desde niños, era un hombre bien parecido,
siempre impecable, amistoso, vecino del barrio, apreciado por los adultos y
querido por los jóvenes. Siempre
fue caritativo, si alguien tenía un problema económico, sin pensarlo dos veces
le tendía la mano, a los pequeños les daba monedas para golosinas. Sin embargo, muy pocas personas sabían
que se desempeñaba en un oficio modesto, de garzón en un restaurant del centro,
pasando muchas horas de pié, muchas veces mal tratado por los clientes mal
educados o ebrios. También sufrió
el famoso “perro muerto”, esto es, cuando el cliente se va sin pagar, o se
lleva servicios, servilletas, ceniceros, que a fin de mes le son descontados a
los garzones de la liquidación de su salario. Una vez, sin querer, lo observé
llorando de impotencia por ese motivo.
Con todo ese sacrificio educó a sus hijos, siempre contento, en fiestas
como Navidad y Año Nuevo, junto a su familia encendía frente a su casa fuegos
artificiales y para las fiestas
patrias, compraba volantines para sus hijos, ponía una gran bandera y música chilena.
Muy tempranamente quedó viudo. Encontró una pareja (mi madre) con
similares características, bien
parecida, alegre, amante de la buena mesa, de la música y el baile. Les hacían
rueda cuando había un festejo,
bailaban un tango o un par de pies de cueca; ambos muy bien vestidos,
él para esas ocasiones vestía un
traje negro o azul marino, camisa blanca y corbata humita. Fueron muchas veces padrinos de
bautizos y matrimonios.
Pasaron los años, siempre juntos, ayudándose mutuamente, a don Oscar, ya
no le daban trabajo por su edad, no tenía tanta rapidez para servir a las
mesas, así que debió jubilar, con esto entristeció un poco, pero se dedicó a
hermosear el jardín, además le gustaba hacer panqueques o “pasar” sopaipillas
en el invierno.
.
Comenzó a sentirse enfermo, le
descubrieron un tumor, no demostró estar asustado, no quiso operarse y dijo
“esto será por poco”, me iré cuando Dios quiera.
Un
día dijo a mi madre, a sus hijos y a mí: cuando muera no le avisen a la Eloísa, (su hermana mayor), cuando
viene me acosa preguntándome ¿Con cual traje quieres que te entierren?, ¿en que
sepultura quieres quedar?, ¿Qué flores te gustan?, en el último entierro,
además de gritar se desmayó, me tiene chato, no le avisen por favor.
Se fue tranquilo muy temprano un día de invierno, lo sentí mucho por la
cercanía que logramos tener, yo era muy apegada a mi madre por consiguiente
también me apegué a él. Fueron momentos de tristeza, pero sabíamos que ya no
sentiría dolores, ni lo seguirían clavando más. Vino el problema que no deseábamos, porque no faltó el desinformado que comunicara la noticia a la tía
Eloísa.
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Ya lo tenían en la sala velatoria cuando ésta llegó, pero Oh! sorpresa,
venía tranquila, nada dijo y se sentó, quizás le habrían dado un
tranquilizante. Al atardecer llegó
mucha gente y el encargado pidió autorización para cambiar a don Oscar de sala,
porque esa se hacía chica y se ocuparía con otra abuelita. Todos se cambiaron
de sala,
pero
la tía Eloísa llegó más tarde y no se dio cuenta del cambio y tal como se había
esperado en la mañana, cayó llorando sobre el ataúd, diciendo “hermanito,
hermanito, porque te fuiste hermanito”. La familia de la abuelita del lado con
cara de signo de pregunta no se imaginaba quien sería esa señora que lloraba
tanto. Los que sabíamos, sólo
sonreímos, pensando que igual se cumplió el deseo de don Oscar, no quería que
su hermana hiciera show en su velatorio, porque lo hizo, pero en la sala del
lado.
F I N