domingo, 12 de octubre de 2014

La Dimensión Poética de la Vida (79)


La Dimensión Poética de la Vida(79)
        La Revista  Co Incidir 8
        Octubre  2014
Va la primera parte del  texto  del  poeta –educador Vicente Ortiz

HACIA UNA CONVIVENCIA EDUCATIVA
DE INTEGRACIÓN Y APRENDIZAJE

Vicente Ortiz Grandi.

Hijo de Ana y Vicente, compañero de Patricia y padre de Sebastián y Nicolás. Un poco poeta, un poco educador, un poco creador de metodologías y didácticas educativas que lleven a la naturaleza a las salas de clases e inviten a los niños a abrazarse en ella cuando vuelvan a casa.

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Venus y cupidillos


Parte 1

La historia de la humanidad se explica, en gran parte, en torno al ejercicio del protagonismo de una fracción limitada de las personas, contenidos, anhelos y estilos relacionales que han formado y forman parte de la trayectoria del conjunto de la sociedad.
El desplazamiento e invisibilización de múltiples sentidos y horizontes han sido y son una constante en los procesos de “desarrollo” de la vida en el planeta. Deseos, analogías, experiencias, indicaciones, interrogantes, miradas y tonalidades perdidas, relegadas y sepultadas en las propias fronteras de miles de millones de personas que sostuvieron el mismo cielo en sus cabellos, que abrazaron, contemporáneamente o en épocas distintas, el mismo aire, la misma bruma o el mismo silencio.

Más amplia es aun la brecha entre humanidad y desarrollo, si nos conmovemos en una relación de correspondencia y equilibrio con árboles, pájaros, ríos, peces y montañas.


Y ahora respóndenos delgado ciprés.
Abierta en ti la carne. ¿Quién se llevó a los pájaros
si eran ellos una ruta hacia el misterio?

¿Por qué, mientras floreces, no haces temblar la tierra
para que nuestras palabras y la dirección de nuestros ojos
tengan sentido?

No podemos ser un árbol junto a ti
y tú no puedes ser un hombre a nuestro lado. ¡Qué importa!
somos relación de pájaros. En el recorrido y en la muerte
de un zorzal nos confundimos. El amanecer somos nosotros,
junto a innumerables otras cosas, es cierto,
pero en el amanecer de hoy, esta mañana,
tú detenido en las gotas de agua que numeran tus hojas
como nosotros numeramos las nuestras,
somos la misma estación, el mismo andén,
el mismo tren que parte con los besos que eran nuestros,
esos besos que perdimos porque nunca respondimos abrazados.

La posición de la naturaleza en los procesos de desarrollo es comparable con la posición de los niños. Ambos, naturaleza y niño, se desplazan, sobre esta realidad minimizada de la luminosidad del ser, como elementos utilitarios, moldeables, disponibles para la consolidación de un camino hacia metas soñadas por un grupo de seres humanos que cabe en un charco y que se pierde en la imaginación de un solo niño.

Reconociendo que es la disposición a la armonía y el sentido de equilibrio del cuerpo desplegado en el mundo lo que da plenitud y provoca el asombro en los movimientos de un atleta, de una bailarina o de una mariposa, o, como insinuara Baudelaire, que la imaginación es la más científica de las facultades, porque resuelve las grandes analogías, bien podemos preguntarnos si, efectivamente, la humanidad ha transitado, de peldaño en peldaño, hacia estaciones más altas del desarrollo; si hemos avanzado; si correspondemos a las voluntades de nuestra imaginación, si estamos cada día más cerca de aquel horizonte común donde la tibieza de la existencia nos dirige sus miradas con admiración y ternura.

La movilización del mundo en torno a los anhelos de una reducción de las voluntades y pasiones ha estructurado un conjunto de dominios, discursos, respuestas, indicaciones e indicadores que consolidan una red, un tejido cultural que da sentido al desarrollo de nuestra sociedad, y sobre él el tránsito de lo oportuno, de lo adecuado, de lo eficaz y lo rentable.

En torno a la extensión y reparación, cuando es necesario, de ese tejido cultural transita generalmente la educación. A su servicio se despliega el tipo de conocimiento, el estilo de relaciones y la forma de calmar la sed de quienes buscan el agua internado en las aulas. No es la búsqueda del ser y sus anhelos, una manera de beber, lo que se expresa en las escuelas, sino el anhelo, la visión y la ascendencia de los protagonistas, sustentados en el tejido constante de una red incuestionable y selectiva, lo que se manifiesta en ellas. Desde afuera del ser provienen los contenidos de la luz, y el alumno se ve enfrentado a esa luz con el requerimiento de disponerse ante su composición como un continente vacío y oscuro.

Otra vez cae una hoja, llueve,
se levanta el aroma de la hierba
y un zorzal vuela con un grito en la sangre
y estoy aquí, estamos, otro días más
como un continente fragmentado
en la sala de clases. El sol cae y no nos toca,
la brisa pasa y no nos toca,
el silencio de la bruma se detiene
y ya no podemos escuchar
la determinación del agua y sus latidos.

Soy más pequeño que mis palabras, es cierto,
pero soy el que estornuda y crece bajo la luna
o junto a mis amigos
cuando nadie nos habla desde una sola voz irreductible
y somos en la sombra un mismo canto.

Soy bueno sobre los árboles
y no tanto en las calles. Mi hogar es tan ligero
como ellas, por eso muchas veces
me dan ganas de huir
y dividir un puñado de piedras en mi boca.

Soy bueno con el lápiz
cuando lo hago rodar sobre mi pelo
y no tanto cuando me descubren y me veo obligado
a explicar mi desconcierto.
Si saliéramos ahora mismo a enumerar los charcos
y a comparar sus volúmenes con las manos abiertas,
tal vez sería bueno en todas partes.

La educación y la escuela, espíritu y cuerpo, tienden a conformarse, en la agudización de este contexto, en el órgano reproductor fundamental de una cultura definida de manera externa a la correlación de los seres que constituyen la experiencia educativa, supervisada por una porción atenta y comprometida con una selección de metas e intereses.


No vaya a suceder que, de pronto, surjan soñadores que, con otros, construyan sueños propios y les dé por convocar al mundo a sembrar en las calles avellanos, naranjos, girasoles y después, peor aún, quieran regarlos. Imaginen si los niños reconocen su ritmo de personas y pretendan tocar la vida con sus manos. Es mejor que avancen sintiendo que son ellos el futuro, porque la movilización de su presente es tan vago, tan inmanejable, tan incierto. ¿Qué haríamos, si la red se va cerrando y queda convertida en una mesa tan amplia como el mundo, donde todos puedan subir y nadie tenga miedo de caer?

Los niños son el futuro... ¿no el presente? Los estudiantes son alumnos... ¿no tienen luz? Los adolescentes... ¿adolecen? El profesor ya no es maestro… es mediador. El saber ya no es saber es competencia. Demasiada coherencia en el discurso para negar que en el proceso educativo se desdibujan los caminos orientados a descubrir y movilizar la luminosidad del ser, a relacionar a las personas en torno al descubrimiento de sus inquietudes, sentimientos, motivaciones y capacidades para imaginar horizontes y en torno a ellos construir senderos comunes.

La expresión fluye en el ejercicio educativo formal como un pretexto. No es el amar y ser amado, la vocación de los abrazos, el revelar con colores, con palabras o con la disposición de hojas secas la movilización interior frente a los hechos, lo que da sentido al acto de plasmarse, día tras día, en una asignatura u otra, respecto al mar y a la familia, a las calles y plazas, al cerebro y los astros. Lo común es que en el aula en el tránsito al conocimiento vayan desapareciendo en nosotros el influjo de nuestra experiencia directa con el mundo y la lectura que del mundo hicieron aquellos que vivieron y murieron por nosotros y que, por un modelamiento estandarizante, no forman parte del currículo escolar.

Ellos beben en nosotros,
como nosotros beberemos
la nostalgia, el beso, las esperas.
Sin darnos cuenta trepan nuestros ojos
y miran el mundo que miraban.
A veces temblorosos se detienen
y extrañan las hojas, los caminos.
A veces quisieran defendernos
y lloran, años enteros, en silencio.
Nuestros padres, nuestros abuelos, el dirigente vecinal que soñó con erigir sobre el lodazal una cancha, una plaza y una escuela para los niños del barrio, el dirigente que se unió a otros y materializó esos sueños, el vendedor de motemei, el detenido desaparecido, que en muchos lugares fue el mismo que soñó la plaza, la cancha y el colegio, la mujer que, silenciosamente y sin salario, plantaba cardenales para embellecer el barrio… ¿Dónde están, en qué poema, en qué cuento, en qué horizonte de actitudes y de actos proclamado por la escuela del barrio edificada en el antiguo lodazal?

11.jpgEste sentido del desplazamiento de lo local se perpetúa y en las aulas del mundo se pierden y son relegadas al olvido, minuto a minuto, millones de obras en las que seres humanos han puesto en tensión sus emociones, sus formas de ver el mundo y sus latidos. Millones de dibujos, soluciones, poemas, diseños, opiniones, perecen tras ser convocados a materializarse como un pretexto para evaluar la limpieza de las líneas, la posición de las comas o el temblor de las manos al hablar. Desplazada la realidad más cercana, la que fluye del espíritu del ser analogándose en el mundo, se sentencia lo importante y se relega el valor de la expresión hacia el futuro. El sentido de complementariedad de estar y ser es dibujado con pinceladas de vapor, como detalle transitorio, fugaz, irrelevante. Desagregación tras desagregación se acumula una vocación de nutrientes que alimenta la apatía, el temor por el otro, la despreocupación por lo otro, la evolución de los jardines separados por cuchillos, de ríos convertidos en cloacas, de ilusiones imposibles colgando en las vidrieras, de medicamentos y leyes que se multiplican como muestras de la dedicación e inteligencia que nos abraza y nos guía.

Durante mucho tiempo
la humanidad perdió o guardó en sus cajones
nuestras inquietudes, nuestras penas y alegrías.

La luz y la sombra
se instalaron sobre el mundo sin nosotros.

Vivimos el curso de esta práctica atendiendo, sin mayores sobresaltos aparentes, cómo, silenciosamente, los contenidos que conforman la cultura selectiva van desplazando los propios y se va instalando en nosotros una forma complaciente de transitar por el mundo.

Y sobre esta tensión educativa se pretende, en gran parte de los países del mundo, resolver la inequidad, y el estado de vulneración y exclusión que se presenta en su población. Basta con observar cómo los niños que por razones conductuales son percibidos y tratados por los sistemas educativos como amenazas, para identificar el curso práctico de la educación, su posición frente al ser y a sus motivaciones y problemáticas.

Por qué si respiro
y pienso en el mar, en el aleteo
del viento en las colinas,
en correr al encuentro del sol
como si anidarán en ellos
los brazos de mi madre.
Por qué me siento solo
si vuelo en tantas cosas.

Si en tantas cosas tiemblo,
si en tantas cosas sueño,
por qué son tan distintas
y en nidos tan lejanos
se cobijan
las cosas que vuelan a mi lado.