La
complementariedad de lo prosaico y lo poético 8
Hemos
visto los planeamientos de Leonard Boff
y de Edgar Morin.
Veremos el punto de vista de la filósofa española María Zambrano , la
promotora de la noción de la “razón
poética” , quien escribió un libro muy citado(hasta en el libro sobre el
viaje de Alicia el Principito
y sus amigo al país de lo Poé tico) llamado
Filosofía y Poesía.
La
Filosofía es como lo más desarrollado de
lo prosaico, Lo tiene en su muy diferenciado Yang, pero, en su yin hay un centro poético que se
encuentra con el yang al interior de lo
poético.
Veamos
el capítulo Pensamiento y Poesía del libro Pensamiento y Poesía de María
Zambrano.
“Pensamiento y poesía
A pesar de que en algunos mortales afortunados,
poesía y pensamiento hayan podido darse al mismo tiempo y paralelamente, a
pesar de que en otros más afortunados todavía, poesía y pensamiento hayan
podido trabarse en una sola forma expresiva, la verdad es que pensamiento y
poesía se enfrentan con toda gravedad a lo lago de nuestra cultura. Cada una de
ellas quiere para sí eternamente el alma donde anida. Y su doble tirón puede
ser la causa de algunas vocaciones malogradas y de mucha angustia sin término
anegada en la esterilidad.
Pero hay otro motivo más decisivo de que no podamos
abandonar el tema y es que hoy poesía y pensamiento se nos aparecen como dos
formas insuficientes; y se nos antojan dos mitades del hombre: el filósofo y
el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la
totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía encontramos directamente al
hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia
universal, en su querer ser. La poesía es encuentro, don, hallazgo por gracia.
La filosofía busca, requerimiento guiado por un método.
Es en Platón, donde encontramos entablada la lucha
con todo su vigor, entre las dos formas de la palabra, resuelta triunfalmente
para el logos del pensamiento filosófico, decidiéndose lo que pudiéramos
llamar "la condenación de la poesía"; inaugurándose en el mundo de
occidente, la vida azarosa y como al margen de la ley, de la poesía, su caminar
por estrechos senderos, su andar errabundo y a ratos extraviado, su locura
creciente, su maldición. Desde que el pensamiento consumó su "toma de
poder", la poesía se quedó a vivir en los arrabales, arisca y desgarrada
diciendo a voz en grito todas las verdades inconvenientes; terriblemente
indiscreta y en rebeldía. Porque los filósofos no han gobernado aún ninguna
república, la razón por ellos establecida ha ejercido un imperio decisivo en
el conocimiento, y aquello que no era radicalmente racional, con curiosas
alternativas, o ha sufrido su fascinación, o se ha alzado en rebeldía (...).
¿Qué raíz tienen en nosotros pensamiento y poesía?
No queremos de momento definirlas, sino hallar la necesidad, la extrema
necesidad que vienen a colmar las dos formas de la palabra. ¿A qué amor
menesteroso vienen a dar satisfacción? ¿Y cuál de las dos necesidades es la más
profunda, la nacida en zonas más hondas de la vida humana? ¿Cuál la más
imprescindible?
Si el pensamiento nació de la admiración solamente,
según nos dicen textos venerables no se explica con facilidad que fuera tan
prontamente a plasmarse en forma de filosofía sistemática; ni tampoco haya
sido una de sus mejores virtudes la de la abstracción, esa idealidad conseguida
en la mirada, sí, más un género de mirada que ha dejado de ver las cosas.
Porque la admiración que nos produce la generosa existencia de la vida en
torno nuestro no permite tan rápido desprendimiento de las múltiples
maravillas que la suscitan, y al igual que la vida, esta
admiración es infinita, insaciable y no quiere decretar su propia muerte.
Pero, encontramos en otro texto venerable -más venerable por su triple aureola de la
filosofía, la poesía y... la "revelación"-, otra raíz de donde nace la filosofía: se
trata del pasaje del libro VII de La República, en que Platón presenta
el "mito de la caverna". La fuerza que origina la filosofía allí es
la violencia. Y ahora ya, sí, admiración y violencia juntas como fuerzas
contrarias que no se destruyen, nos explican ese primer momento filosófico en
el que encontramos ya una dualidad y, tal vez, el conflicto originario de la
filosofía: el ser primeramente pasmo extático ante las cosas y el violentarse
en seguida para liberarse de ellas. Diríase que el pensamiento no toma la
cosa que ante sí tiene más que como pretexto y que su primitivo pasmo se ve en
seguida negado y quién sabe si traicionado, por esta prisa de lanzarse a otras
regiones, que le hacen romper su naciente éxtasis. La filosofía es un éxtasis
fracasado por un desgarramiento. ¿Qué fuerza es ésa que la desgarra? ¿Por qué
la violencia, la prisa, el ímpetu de desprendimiento?
Y así vemos ya más claramente la condición de la
filosofía: admiración, sí, pasmo ante lo inmediato, para arrancarse
violentamente de ello y lanzarse a otra cosa, a una cosa que hay que buscar y
perseguir, que no se nos da, que no regala su presencia. Y aquí empieza ya el
afanoso camino, el esfuerzo metódico por esta captura de algo que no tenemos, y
necesitamos tener, con tanto rigor, que nos hace arrancarnos de aquello que
tenemos ya sin haberlo perseguido.
Con esto solamente sin señalar por el momento cuál
sea el origen y significación de la violencia, ya es suficiente para que
ciertos seres de aquellos que quedaron prendidos en la admiración originaria, en
el primitivo zaumasein no se resignen ante el nuevo giro, no acepten el
camino de la violencia. Algunos de los que sintieron su vida suspendida, su
vista enredada en la hoja o en el agua, no pudieron pasar al segundo momento
en que la violencia interior hace cerrar los ojos buscando otra hoja y otra
agua más verdadera. No, no todos fueron por el camino de la verdad trabajosa y
quedaron aferrados a lo presente e inmediato, a lo que regala su presencia y
dona su figura, a lo que tiembla de tan cercano; ellos no sintieron violencia
alguna o quizá no sintieron esta forma de violencia, no se lanzaron a buscar el
trasunto ideal, ni se dispusieron a subir con esfuerzo el camino que lleva del
simple encuentro con lo inmediato hasta aquello permanente, idéntico, Idea.
Fieles a las cosas, fieles a su primitiva admiración extática, no se
decidieron jamás a desgarrarla; no pudieron, porque la cosa misma se había
fijado ya en ellos, estaba impresa en su interior. Lo que el filósofo
perseguía lo tenía ya dentro de sí en cierto modo, el poeta; de cierto modo,
sí, de qué diferente manera.
¿Cuál era esta diferente manera de tener ya la
cosa, que hacía justamente que no pudiera nacer la violencia filosófica?, ¿y
que sí producía por el contrario, un género especial de desasosiego y una
plenitud inquietante, casi aterradora? ¿Cuál era este poseer dulce e inquieto
que calma y no basta? Sabemos que se llamó poesía y ¿quien sabe si algún otro
nombre borrado? Y desde entonces el mundo se dividiera, surcado por dos caminos.
El camino de la filosofía, en el que el filósofo impulsado por el violento amor
a lo que buscaba abandonó la superficie del mundo, la generosa inmediatez de la
vida, basando su ulterior posesión total, en una primera renuncia. El
ascetismo había sido descubierto como instrumento de este género de saber
ambicioso. La vida, las cosas, serían exprimidas de una manera implacable;
casi cruel. El pasmo primero será convertido en persistente interrogación; la
inquisición del intelecto ha comenzado su propio martirio y también el de la vida
Continuará
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