sábado, 10 de octubre de 2015

La Complementariedad entre lo Prosaico y lo Poético(8)

La complementariedad de lo prosaico y lo poético 8
Hemos visto los planeamientos  de Leonard Boff y de Edgar Morin.
Veremos  el punto de vista de  la filósofa española María Zambrano , la promotora de la noción  de la “razón poética” , quien escribió un libro muy citado(hasta en el libro sobre el viaje  de Alicia  el Principito  y sus amigo  al país de lo Poé. Zambranoto y Poesiento y Plunterior del paff y de Edgar Morintico) llamado  Filosofía y Poesía.
La Filosofía es  como lo más desarrollado de lo prosaico, Lo tiene en su muy diferenciado Yang, pero, en su yin hay   un centro poético  que  se encuentra con el  yang al interior de lo poético.
Veamos el capítulo Pensamiento y Poesía del libro Pensamiento y Poesía de María Zambrano.

“Pensamiento y poesía
A pesar de que en algunos mortales afortunados, poesía y pensamiento hayan podido darse al mismo tiempo y paralela­mente, a pesar de que en otros más afortunados todavía, poesía y pensamiento hayan podido trabarse en una sola forma expresiva, la verdad es que pensamiento y poesía se enfrentan con toda gravedad a lo lago de nuestra cultura. Cada una de ellas quiere para sí eternamente el alma donde anida. Y su doble tirón puede ser la causa de algunas vocaciones malogradas y de mucha angustia sin término anegada en la esterilidad.
Pero hay otro motivo más decisivo de que no podamos abandonar el tema y es que hoy poesía y pensamiento se nos aparecen como dos formas insuficientes; y se nos antojan dos mi­tades del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es encuen­tro, don, hallazgo por gracia. La filosofía busca, requerimien­to guiado por un método.
Es en Platón, donde encontramos entablada la lucha con todo su vigor, entre las dos formas de la palabra, resuelta triun­falmente para el logos del pensamiento filosófico, decidiéndo­se lo que pudiéramos llamar "la condenación de la poesía"; inaugurándose en el mundo de occidente, la vida azarosa y como al margen de la ley, de la poesía, su caminar por estre­chos senderos, su andar errabundo y a ratos extraviado, su lo­cura creciente, su maldición. Desde que el pensamiento con­sumó su "toma de poder", la poesía se quedó a vivir en los arrabales, arisca y desgarrada diciendo a voz en grito todas las verdades inconvenientes; terriblemente indiscreta y en rebel­día. Porque los filósofos no han gobernado aún ninguna repú­blica, la razón por ellos establecida ha ejercido un imperio de­cisivo en el conocimiento, y aquello que no era radicalmente racional, con curiosas alternativas, o ha sufrido su fascinación, o se ha alzado en rebeldía (...).
¿Qué raíz tienen en nosotros pensamiento y poesía? No que­remos de momento definirlas, sino hallar la necesidad, la ex­trema necesidad que vienen a colmar las dos formas de la pa­labra. ¿A qué amor menesteroso vienen a dar satisfacción? ¿Y cuál de las dos necesidades es la más profunda, la nacida en zonas más hondas de la vida humana? ¿Cuál la más impres­cindible?
Si el pensamiento nació de la admiración solamente, según nos dicen textos venerables no se explica con facilidad que fuera tan prontamente a plasmarse en forma de filosofía siste­mática; ni tampoco haya sido una de sus mejores virtudes la de la abstracción, esa idealidad conseguida en la mirada, sí, más un género de mirada que ha dejado de ver las cosas. Por­que la admiración que nos produce la generosa existencia de la vida en torno nuestro no permite tan rápido desprendimiento de las múltiples maravillas que la suscitan, y al igual que la vida, esta admiración es infinita, insaciable y no quiere decretar su propia muerte.
Pero, encontramos en otro texto venerable -más venera­ble por su triple aureola de la filosofía, la poesía y... la "revela­ción"-, otra raíz de donde nace la filosofía: se trata del pasaje del libro VII de La República, en que Platón presenta el "mito de la caverna". La fuerza que origina la filosofía allí es la vio­lencia. Y ahora ya, sí, admiración y violencia juntas como fuer­zas contrarias que no se destruyen, nos explican ese primer momento filosófico en el que encontramos ya una dualidad y, tal vez, el conflicto originario de la filosofía: el ser primera­mente pasmo extático ante las cosas y el violentarse en segui­da para liberarse de ellas. Diríase que el pensamiento no to­ma la cosa que ante sí tiene más que como pretexto y que su primitivo pasmo se ve en seguida negado y quién sabe si traicionado, por esta prisa de lanzarse a otras regiones, que le hacen romper su naciente éxtasis. La filosofía es un éxtasis fracasado por un desgarramiento. ¿Qué fuerza es ésa que la desgarra? ¿Por qué la violencia, la prisa, el ímpetu de desprendimiento?
Y así vemos ya más claramente la condición de la filosofía: admiración, sí, pasmo ante lo inmediato, para arrancarse viole­ntamente de ello y lanzarse a otra cosa, a una cosa que hay que buscar y perseguir, que no se nos da, que no regala su presencia. Y aquí empieza ya el afanoso camino, el esfuerzo metódico por esta captura de algo que no tenemos, y necesitamos tener, con tanto rigor, que nos hace arrancarnos de aquello ­que tenemos ya sin haberlo perseguido.
Con esto solamente sin señalar por el momento cuál sea el origen y significación de la violencia, ya es suficiente para que ciertos seres de aquellos que quedaron prendidos en la admiración originaria, en el primitivo zaumasein no se resig­nen ante el nuevo giro, no acepten el camino de la violencia. Algunos de los que sintieron su vida suspendida, su vista en­redada en la hoja o en el agua, no pudieron pasar al segundo momento en que la violencia interior hace cerrar los ojos buscando otra hoja y otra agua más verdadera. No, no todos fue­ron por el camino de la verdad trabajosa y quedaron aferrados a lo presente e inmediato, a lo que regala su presencia y dona su figura, a lo que tiembla de tan cercano; ellos no sintieron violencia alguna o quizá no sintieron esta forma de violencia, no se lanzaron a buscar el trasunto ideal, ni se dispusieron a subir con esfuerzo el camino que lleva del simple encuentro con lo inmediato hasta aquello permanente, idéntico, Idea. Fie­les a las cosas, fieles a su primitiva admiración extática, no se decidieron jamás a desgarrarla; no pudieron, porque la co­sa misma se había fijado ya en ellos, estaba impresa en su in­terior. Lo que el filósofo perseguía lo tenía ya dentro de sí en cierto modo, el poeta; de cierto modo, sí, de qué diferente manera.
¿Cuál era esta diferente manera de tener ya la cosa, que ha­cía justamente que no pudiera nacer la violencia filosófica?, ¿y que sí producía por el contrario, un género especial de de­sasosiego y una plenitud inquietante, casi aterradora? ¿Cuál era este poseer dulce e inquieto que calma y no basta? Sabe­mos que se llamó poesía y ¿quien sabe si algún otro nombre borrado? Y desde entonces el mundo se dividiera, surcado por dos caminos. El camino de la filosofía, en el que el filósofo impulsado por el violento amor a lo que buscaba abandonó la superficie del mundo, la generosa inmediatez de la vida, ba­sando su ulterior posesión total, en una primera renuncia. El ascetismo había sido descubierto como instrumento de este género de saber ambicioso. La vida, las cosas, serían exprimi­das de una manera implacable; casi cruel. El pasmo primero será convertido en persistente interrogación; la inquisición del intelecto ha comenzado su propio martirio y también el de la vida
Continuará


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