lunes, 21 de noviembre de 2022

El Coraje de Ser 31

 


Libro El Niño la Mirada y el Otro

 

EL NIÑO, LA MIRADA Y EL OTRO

Luis Weinstein

Luis Weinstein 1965 Inscripción No 30.066

Portada y viñeta de portadilla Según dibujo de Eugenia Crenovich

EL NIÑO, LA MIRADA Y EL OTRO

Fábulas familiares

EDITORIAL ORBE Santiago de Chile

A Maria Luisa y Marisa Luis Enrique y Jose

Despedida o bienvenida
Prologo de José Santos González Vera El Equipaje
El pescado no se va afeitar
Entre la leña y le carbón
El niño nuevo
El examen final
El inocente del pino
A buscar al viejo del saco
Una mala pesca
Tres colecciones
El palo mayor
Después
Chaucha que llora
Traguillas
Tener y mantener el fuego
La cáscara y el zorro
No fue culpa mia
Se encontró el chanchito
Convidando chupete
El Huracán en la familia
Una forma de energía
Se acabo la ronda
No quería hablar
La pelea del jueves
El Tarari


DESPEDIDA O BIENVENIDA

Son fábulas familiares y no cuentos infantiles. Entonces ¿no son para niños? A ver, mirémoslos. ¿Eres un niño¿ Busca al grande de las fábulas y pídele que loas lea y luego te cuente....otras. ¿Y después? Encuentra a un niño más niño y crea tus propias fábulas para él. Al hacerlo serás tú mismo más grande y más niño.

¿Eres Grande? ¡Mentiroso!

LUIS WEINSTEIN

La primera vez que repare en onírico y tras fatigosa búsqueda supe que significaba, la tuve por palabra maravillosa, pues comprende la mitad de la vida de un ser humano, pero no pensé en llegar a usarla. Es vocablo de circulo. Mas, comenzaron a emplearla con profusión los jóvenes poetas. A veces lo único bueno en una composición era la palabreja onírico.

El niño la Mirada y el Otro del joven Luis Weinstein que lo define como fábulas familiares, merece el calificativo de libro onírico porque esta habitado por “las criaturas leves de los sueños”. Su autor, medico consagrado a la higiene mental, lector de todo, muy lucido, también parece sumergido en si con harta frecuencia, si lo dejan, ya que siendo tan bondadoso como es vuelve a lo real no bien se lo piden.

Su obra quizás no sea tanto de fábulas como de relatos muy breves en que discurren el viento, los niños, el agua, los pájaros, los animales y ondas de fantasía. Seria en conjunto el mundo de los niños, su visión de las cosas a la manera de Merlín, en que cada objeto no es lo que es para los grandes, sino algo imprevisible, inesperado para el adulto, aunque eternamente real para la mujercita o el hombrecito. Si el escritos Luis Weinstein tiene razón, la humanidad actual se dividirá en adultos dirigidos por la lógica y la experiencia y en niños que, despiertos e incitados por cualquier estimulo, parten constantemente hacia lo imaginario.

El niño la Mirada y el Otro, no es libro común. Lo sostiene la más fina sensibilidad, denota que su autor es un poeta que, a través de lo manido, sabe y puede ver lo profundo y delicado. Es de modo notorio hombre de una generación nueva.

González Vera

EL EQUIPAJE

Es posible que Xam ya no sea un niño. Dicen que eso se va perdiendo con los años. Ahora él ya ha juntado 20 de ellos y casi no hacen bulto en su equipaje. Le caben cien fáciles y , si quiere , muchos más.

Xam tiene una amiga. También estudia. Tiene proyectos, amigos, buen humos y mal humor. Por eso se distrae, el equipaje se le mueve un poco. Se sueltan los años adentro. Xam es ordenado , y luego los años pasados vuelven a su puesto.

Xam tenia a su amiga bien separadita. Nadie sabia de ella. Cuando los amigos preguntaban, Xam los miraba, con un humos ni bueno ni malo, pero como si los ojos fueran de alguien que tuviera un equipaje muy grande, sin ser viejo. Como tenia que pasar, por que los otros no son ordenados, una vez Xam y su amiga se encontraron con los amigos. Aunque eran los mejores amigos, se movió mucho el equipaje. Xam alcanzo a dejar bien sujetos todos los años y hasta todos los meses, pero un día .... un día travieso se soltó y nadie, ni siquiera la amiga tan buena para doblar amorosamente el tiempo pasado, sin apretarlo pero dejando todo en su sitio ni ella lo pudo impedir.

El día se fue. Sabia que volvería quería mucho a Xam, estaba muerto de ganas de saber como se iría llenando el equipaje. Le gustaba la amiga, los proyectos, el mal y el buen humor, los amigos, el estudio. No tenia de que quejarse, quería simplemente estirar las piernas.

Ese día, como todos los días, no pesaba casi nada. Lo llevaba el viento, lo empujaban las miradas, tomaba vuelo con los pensamientos.
No había nada preparado, pero todos parece que ayudaron. Llevado por los pensamientos, el viento, las miradas, algunas palabras y, por un rato moderno, por un bullicioso trolley, llego a su lugar.

En la casa de Xam faltaban 15 años en el equipaje, Xam se iba acostar. No estaba contento. En el jardín se había perdido una bolita. Nada mas que una bolita. Los hermanos, todos grandes decían que no importaba. Uno dijo que ya tenias muchas. Otro, que ni era muy bonita. El otro, que le conseguiría una igual. El primo, que era de su edad, le pregunto, como entendiendo, y era su ” tirito “. No le pudo explicar. Era una bolita de cristal, como todas. Valía mas que las de piedra y menos que las de porcelana. De porte, ni bolón ni de las chicas. Roja transparente, con una especie de globos no muy chicos dentro, como el gas de la Bilz. Había tenido otras iguales, pero no le habían gustado tanto. A lo mejor fue por que la encontró medio enterrada en el potrero en que los grandes jugaron la pichanga. Llena de polvo, con el agua del helado quedo como nueva. No había querido probarla, temía mucho que fallara, pero tenia que ser su tirito. Sabría caer catete y hacer cuartas. No fallaría en los tres hoyitos.

Había comido mal. Llegaron los tíos y no quiso contar el cuento del lobo. Decían que estaba mañoso. No sabían Xam se puso a desvestir. El zapato no le salía y trato de sacarlo a la fuerza. Así no, dijo la mama, que esa noche había entendido que a Xam le pasaba algo y era mejor acompañarlo hasta que se durmiera. Tal vez se estaría resfriando. La mama desabrocho el zapato y Xam, al deshacerse la rosa se sintió como aliviado. Entonces el también empezó a acortar el día. Las cortinas estaban todavía abiertas. Fuera, en el jardín, donde estaría la bolita. Mama, dijo, al entrar a la cama. Cierra las cortinas para que no entre la noche. La mama dio vuelta la cabeza y Xam no noto como los ojos se le humedecieron de repente. Consulta con la almohada donde dejaste la bolita, dijo, al notar, sin necesitar tocarlo, como los párpados del niño se hacían muy pesados. Ya sabia que le niño no estaba resfriado.

Por que no quieres que entre, pregunto la noche, poco después que la mama salió de la pieza. Xam estuvo, primero, de mal humor. ¿Cómo? Me pierden la bolita. No me dejas ver nada, tan obscuro. Encima me vienes a hablar. No quiero nada contigo. Xam, dijo la noche con una voz tan rara, como si tuviera algo de la mama, los hermanos, el primo. Yo no estaba cuando se perdió tu bolita. Yo no quería que se perdiera, dijo Xam, mucho más tranquilo. Por eso la guarde en el bolsillo de atrás del pantalón. Adiós, dijo la noche, todavía tengo mucho por hacer.

La hermana y el papa entraron a la pieza. No te puedes dormir, Xam, preguntaron. Tengo mucho sueño, contesto el niño, abran las cortinas para poder levantarme temprano, cuando sea blanco.

Cuando Xam termino de contarles lo que había pasado en ese día, hacia tantos años, la amiga y los amigos estaban muy atentos. Pronto hicieron proyectos juntos. Al quedar solos, la amiga pregunto. Y la noche ...... como era, como se veía, fuera de la voz. Xam no pudo explicar; el día estaba amorosamente ordenado, vuelto al equipaje que tanto quería.

EL PESCADO NO SE VA A ENFRIAR.

La niñita se llamaba Atihtur. Qué nombre más raro ¿no? Mejor, nosotros digámosle Ati.
A Ati le gustaban todos los animalitos. Todos: los gatos, los cabritos, los ciervos. Hasta encontraba bonitos los ciervos volantes del sur, porque eran verdecitos y tenían cuernos tan grandes; como ciervos de juguete.

Ati quería a los animalitos que volaban y también a los de tierra. Como Ati era chiquita (bueno, no tanto: tenía tres años)...en fin, por lo que fuera, a Ati le faltaba conocer otros animalitos: los animalitos de agua. Unos les decían peces; otros, pescados. Parecían ser los mismos. Ati nunca los había visto.

En la ciudad de Ati llovía mucho; A veces unas pocas gotas, como cuando las guagüitas están que lloran y hacen pucheros; otras veces, con ganas, sonando tan fuerte como la ducha de la casa con los papás bañándose para espantar el sueño. Llovía siempre, pero nunca igual. A Ati le gustaba mirar para enterarse justo al parar de llover. Una vez siguió en la ventana hasta que salió el sol. Ahí sí que se veía todo bonito. Tan brillante. Era como si el pasto, las flores amarillas, todas las cosas, hasta los señores indios, siempre tan serios, se estuvieran riendo.

Un día llovió mucho. Como demasiado. Ati sabía contar hasta 10 no más, así que no supo cuanto llovió, pero la mamá, el papá, la abuelita, todos decían que nunca había llovido de esa manera.

Apenas tomó el desayuno, Ati corrió al jardín. Quería ver como estaba después de tanta lluvia. De lejos ya notó una frambuesa muy grande, bien roja. Podría haber jugado con los granitos de la frambuesa, pero se habría ensuciado. Además era mejor comérsela. La cogió pero, que pasaba...había tanta agua al lado de la mata. Ahora notó que tenía los zapatos llenos de barro y que parecía flotar otra

frambuesa, más grande todavía. No, no podía ser; se movía mucho. Era grande, tenía una rayita, como una boca. También se le veía, al lado, otra cosa, como el ala de los pajaritos. ¿Qué sería?

Atita no sabía que podía ser una frambuesa tan grande moviéndose como un animalito. Tenía alas, y estaba dentro del agua . ¿Sería un pescado, o un pez como decían los grandes? Mejor, por mientras se comería la frambuesa recién tomada. Estaba rica, aunque fuera después del desayuno. Hola, Ati, soy Nielolcito, dijo de repente el pescadito, asomándose un poco por encima del agua.

¿Cómo estás?, contestó Ati, como siempre saludando a la gente porque era muy cariñosa. ¿Quieres que te dé la mitad de la frambuesa?
Nielolcito le dio las gracias. Encontró la frambuesa un poco dulce pero no dijo nada, para dejar contenta a Ati.

Sabes, dijo Nielolcito, me contó un amigo que tú no conocías a los animalitos de agua.
Te apuesto que fue el gatito negro.
No; ese es muy rasguñón; fue el ciervo volante, ese verdecito que viste ayer en el bosque. Lo conocí en la playa. El me lo contó. Como llovió tanto, pude venir a este mar de juguete. ¿Y cómo llegaste?

Volando en gaviota. Me trajo una gaviota amiga de la casa. Ati estaba muy contenta. Ahora tenía un amigo pescado. Me esperas un momento, le dijo a Nielol. Quiero ir a contarle a los papás que tú estás aquí.
Nielol le iba a decir que bueno, pero en ese momento vieron un punto a lo lejos que se fue haciendo más grande hasta que se vió, clarito, con las alas más grandes que las de Nielol, a la gaviota.
Tengo que irme, dijo Nielol. No vayas ahora donde tus papás. Vas a tener que correr y te puede ver el gato negro. Te dije que no es muy amigo mío. Oye, ¿ese es tu papá, el que se asomó a la ventana con la barba blanca con jabón?

Se está afeitando, dijo Atita. Mejor que no nos vea.
Yo también me voy a afeitar cuando grande, contestó Nielol. A Ati le dio pena, porque pensó que Nielol no sabía que los animales no se afeitan. No dijo nada. Fue igual que cuando Nielol no contó que la frambuesa era demasiado dulce.
Cómo estás, Atihtur, saludó la avioncita. Llámame Gavi. Mi mamá, cuando se enoja, me dice Ota. Nielol tenía muchas ganas de verte pero tengo que volar al tiro.
Entonces Nielol le preguntó a Gavi si él se podría afeitar cuando grande.
Gavi miró a Nielol y se puso a mover las alas muy ligero, como haciendo gimnasia.
Nielol se rió.
Atita se dio cuenta que Nielol tenía la boca muy grande, tan grande como casi toda la cara.
¿Dónde te vas a afeitar contestó por fin Gavi, si tu boca es tan grande que te llega la risa al agua por los dos lados? Ati se acordó de cuando los papás la hacían reír tirándose al suelo.
Gavi puso a Nielolcito en una bolsa de agua, especial para pescaditos pasajeros.
Al despedirse, Ati le dijo: Cuando seamos grandes, juntémonos para hacer reír a los chicos.
Ya, le dijo Nielol y, como tenía más confianza, pidió que le mandara una doca, que es una fruta bien salada, cuando se encontrara con Gavi.
Cuando Gavi comenzó su vuelo, se fue pensando en lo que podría contarle al ciervo volante cuando conversaran de nuevo. Luego se perdió, como un puntito, como un grano de frambuesa, en el cielo por suerte todavía muy azul. Mirando a Gavi y a su pasajero, Ati sintió que la llamaban. El papá y la mamá estaban tomando el desayuno.
La mamá le limpió los zapatos, con cuidado, sin decirle nada. Te cuento, dijo el papá, traje el gato negro al baño mientras me afeitaba.

No quería que fuese a esa lagunita, como un mar, al lado de las frambuesas.

ENTRE LA LEÑA Y EL CARBÓN.

Vino desde muy cerca, de todas partes, de donde siempre la dejaban o la hacían pasar. No tenía dueño, y eso podía ser igual a no ser nada, a pasar.
Era una perra ordinaria.

No era de raza ni de clase.(En los perros, eso es lo mismo; además, la mayoría no es de raza o clase inferior; simplemente no tiene raza ni clase. Habría que admitir que los perros nunca han respetado mucho esas ideas de raza o clase, pero más vale no insinuar esos hechos contrarios al orden establecido).

Llovía. Había barriales y las casas se iban llenando de humo de chimeneas y fogones, sopaipillas y goteras.
La perra se instaló entre el saco de carbón y el de leña, bajo un alero del patio; inmediatamente se sintió dueña, en lo suyo. El primer contacto entre algunos suele ser tan seguro y profundo que es de sospechar un conocimiento anterior, secreto para ellos mismos. Son las cosas raras y ordinarias. Eso aconteció en aquel momento con los sacos y también con los niños. La perra estaba bien allí. Era de ellos. De la familia. Del orden que no necesita establecerse.

Pueden haber influido las goteras o el frío. Mejoran el paladar para apreciar lo ajeno. Ordenarlo. Hacerlo propio. Darlo.
No es caso de investigar. Todo se perdió en la fábula y quedó el fruto. La perrita permaneció en la casa. Naturalmente. No siguió pasando. Entró en la casa y en la familia y, por consecuencia, pronto le creció un nombre. Prefirieron un nombre de ella, de siempre, de los que no pasan. Podrían haberla llamado la Afuerina, por su vida de antes. La Lluvia, recordando su nacimiento en la casa.

Prefirieron un nombre de ella. Para la perra ordinaria. Le pusieron la pantalones.

No es nombre de mujer. Sin embargo, algún abuelo o bisabuelo le dejó unas piernas lanudas. El día de su llegada fueron primero esponjas de barro y agua, después de leche y sopaipillas. Piernas iguales a los pantalones. La pantalones fue parte de la casa. De los niños. Del patio. Del orden.

Corría detrás de la pelota en la pichanga de la cuadra, observadora y participante, aceptada por rara excepción. Saltaba detrás del pan lanzado en son de prueba. Lo hacía por mantener la ilusión de los otros, por conservar el ritmo. De sobra sabía que la esperaba su plato de comida. Con pan de acompañamiento a las horas ordinarias.

Viene al caso repetir aquello de que los perros son descreídos en asuntos de raza o clase.
La Pantalones conoció el amor.
Una tarde de verano, tibia y maternal, en que los pájaros flotaban de espalda, l Pantalones tuvo nueve perritos y perritas. La Pantalones era pequeña, alargando el cuerpo que llevaba las piernas lanudas, gachas las orejas, un vaho triste en el brillo de los ojos.

Los perritos eran todos altos, espigados hasta la oreja. Al abrir los ojos era fácil reconocer la desembocadura de una alegría abisal.
El padre debió ser muy distinguido. Tal vez también vividor. Los perritos traían todos pantalones, convenientes en especial para los primeros días, aunque fuera verano.

No se conoció al padre. Fue una familia irregular, mal constituida.
La Pantalones dio leche ordinaria, entre el saco de carbón y el de leña. Los perritos crecieron jugando a hacer arco iris con sus alientos tibios, silbando en el vaho triste nde los ojos de la madre.

Pantalones supo desde siempre que no podría mantener su familia numerosa.
Por eso, antes que abrieran los ojos ya les estaba enseñando a no creer en diferencias aparentes entre clases de perros,

color de miradas, familias de personas y de perros, cosas ordinarias y extraordinarias. Lo que Pantalones decía se quedaba naturalmente, como la lana de las piernas.
Pasó el tiempo. En el viento del otoño niños y grandes lanzaron un pan. Como la Pantalones había previsto, los nueve la siguieron en la carrera, felices de hacer gozar a las personas de la casa..

Llegó un momento en que el pan no se pudo repartir más. Los nueve trajeron hojas y migas.
Los niños quisieron seguir el contacto, jugando con la pelota. Los grandes pensaron que era tiempo de separar la familia. Eran nueve. Familia numerosa, podía empezar a tener frío en algún rincón, abrirse agujeros como en las sopaipillas. Los perritos debían partir.

Aprendieron tanto que, al irse, el viento pudo llevarse los restos de un vaho triste.
Los grandes prometieron a los niños que los perritos irían a casas de personas amigas y los seguirían viendo. Al despedirse, la Pantalones quiso hacer un último consejo: Quédense donde se sientan en familia, y recuerden, para ello, no dejen nunca de ser niños.

Palabra de perro, dijeron los nueve. Siempre seremos niños. Al escuchar esas frases los grandes tuvieron un momento de vacilación. Los niños aprovecharon fácilmente para obtener la permanencia de un perrito en la casa.
Era difícil elegir un perrito sin ser injusto. Al fin se decidió mandar una carta abierta al padre de los perritos. El papá de los perritos contestó la carta. Así, por lo menos lo aseguraron los grandes. En la casa siguió viviendo un perrito ordinario, tan alto como los otros, color de miel.
El perrito siguió a los niños mientras jugaban a la bocina en los cerros, ¡Tip, Tip! De allí que se llamara Tip Pantalones, nombre y sobrenombre.
Fue el Tip Pantalones.

La familia de Tip Pantalones era siempre irregular. Cuando volvió el verano, la Pantalones ya no lo trataba como a un hijo. Eso había pasado. Ahora eran dos amigos, más bien dos hermanos, de diferente edad, hijos de la casa.

Pantalones se sintió vieja, y supo que volvería a moverse, pero esta vez sintiéndose en familia en todas partes. Es la manera como algunas personas se preparan a morir. Asunto muy ordinario.

Serás siempre niña, le dijo Tip Pantalones.
Poco después nacía un niño en la casa. Era mucho menor que los otros. Verdadero hijo único.
Hasta entonces Tip Pantalones había sido el menor, suponiendo que no se hiciera diferencia entre perros y niños. Los grandes y los otros niños- ya también grandes- rodearon al niño nuevo.
Tip Pantalones quedó solo jugando a la pelota y saltando detrás del pan.
Entonces llegaron los celos. Enójate Tip Pantalones, le decían. Muerde. Ladra. Deja la cola horizontal. Tapa tu mirada. Empáñala.
No sabían que Tip Pantalones había tenido una madre ordinaria quien hasta supo hacerse hermana a tiempo, y le enseñó muchas cosas. Los celos no tenían sitio.
Tip Pantalones esperó al niño nuevo, entre los sacos de leña y carbón. Cuando llegó el momento, le sirvió de caballo color de miel. Tip Pantalones gozaba tanto como el niño.
Luego esperó el momento en que el niño nuevo le lanzara el pan al viento para correr detrás.
Una mañana de verano en que la alegría parecía desbordar y apenas podían los pájaros evitar las inundaciones llenando todos los damascos, el niño pidió a una apacible mariposa azul que despertara al perro color de miel.
Quiero que me enseñes a hacer pruebas para los grandes, dijo. Tenía un brillo malicioso en los ojos. Muy ordinario. Bien diferente al orden establecido.

EL NIÑO NUEVO.

Bebía un café frío. Varias veces pensó en llamar al mozo y protestar (o por lo menos informarlo) para luego arrepentirse. Era desgano, deseo de no incomodar, timidez y, fundamentalmente, consecuencia de no importarle mucho ni el café ni el frío. Más que el encuentro con la taza de café, su presencia allí significaba poder llenar un poco de tiempo.

En la calle, momentos antes, todos delataban prisa, sostenían paquetes, tenían una dirección absoluta. Desentonaba, ajeno: tenía un tiempo libre. Le bajó la vergüenza; era distinto, quedaba fuera.

En el centro, con tiempo. No sabía dónde depositar alguna pregunta sobre la familia, una queja, un dato. Daba vergüenza. ¿Cómo vaciarse?

El café.

Dio vuelta la cuchara por el fondo de la taza, despegando algunos granos de azúcar rezagados; al raspar advirtió el pequeño sonido, seco ya antes de llegar al mozo, en el mostrador, o la señorita, en la caja. El local estaba vacío. Por la ventana, una rápida sucesión de voces, caras y sombreros, esfumándose, confundiéndose, confundiéndole. Bajo los ojos de la señorita un libro de cuentas a medio cerrar, con cierta molicie. El mozo miraba hacia él. ¿Estaría apurado? Seguramente no, ya que el sándwich a medio comer en la mesa de al lado habría hecho entrar en acción a cualquier impaciente por recoger su taza de té. Con más razón.

Era un tiempo libre.

Siguió a sus ojos hacia el libro de cuenta, la cuchara seca en la mano, y notó por primera vez un pequeño aviso totalmente

dominado, estirado y ordenado por un alfiler de resuelta cabezota negra. No podía leerlo.

El mozo, siempre ante el mostrador, lo miraba. ¿Esperando algo?

Se levantó. Fue hacia el aviso sin discusión. Como si el alfiler fuera un imán y de pronto él fuera requerido en algún insectario. Tenía que ir. La taza de cabeza sorprendida quedó bailando inmóvil en la punta del plato, inerme, igual al sándwich vecino. Se cayó la cuchara.

Leyó: se vende un mono. Letra clara, grande. Después, discreto: tratar con la cajera. Una firma, hermosa e inútil por callar su procedencia.

Un mono. Un alfilerazo. Los niños de su casa. Lo que en él había de niño (¿por qué disimular?) ¿Cómo sería tener un mono? Que sorpresa. ¿Cuánto costaría? Los niños ¿se reirían, se asustarían, se extrañarían? ¿Dónde guardarlo? ¿Un zoológico en la casa? ¿Pagaría impuesto? ¿Sería peligroso?

Volvió a su asiento, trayendo esos pensamientos. Recogió la cuchara, pero abandonó el café a su suerte.

¿Desea otro café el señor? Le preguntó el mozo. La cajera levantó inesperadamente manos y cabeza.

No, respondió, presto, hombre sin tiempo libre. ¿Me podría decir una cosa, por favor? ¿Cómo es el mono que ofrecen? ¿Lo ha visto usted? El miedo a lo nuevo. Quería llegar a preguntar con proyectos, direcciones. También una herramienta para solicitar rebaja, si fuera necesario.

Si, señor; yo lo vendo. La cajera daba muestras de escuchar la conversación con toda naturalidad.

Turbio; desconcertado. El mozo lo ayudó: Soy el dueño de aquí y ella (señalando a la cajera), es mi esposa. Nos regalaron un monito y ahora lo queremos vender, porque nos acaba de nacer un niño. Sonrió. Sonrió la señora. Usted sabe...quedó la impresión de que explicaría la asociación entre el nacimiento del niño y la venta del mono, pero se interrumpió sin completar la frase. ¿Temió entorpecer el negocio?

Un rostro se detuvo junto a la ventana y luego se entregó a la muchedumbre.

¿Será peligroso para los niños? Expresó uno de sus pensamientos más fáciles de asir.

El dueño respondió dando sensación de sinceridad: Según la edad. Para una niña de días todo es peligroso. Mayores es diferente. Nosotros lo teníamos suelto hasta que nació la guagua. Ahora está en una jaula. Es mejor que permanezca ahí. Va a crecer mucho. Es gorila.

¿En cuanto lo vende?

La señora le dijo que era un recuerdo. Sentimental. Regalo de un amigo muy viajero. Regalo de casamiento. No quisieron desairarlo aunque para empezar todo era temor y duda. No habían tenido problemas; al contrario, una diría que traía felicidad.

Si señora, comprendo pero ¿cuál sería el precio?

Háganos un favor: por qué no se lo lleva así no más. Lléveselo. No queremos venderlo.

Turbio, de nuevo. ¿Y el aviso?

Era para escoger al cliente. A quién se lo íbamos a regalar dijo el señor del café. Pronunció la palabra Regalar con vacilación. Podía ser temor a ofender. ¿Me hizo alguna

prueba dándome un café frío? Preguntó. El café no puede haber estado frío, dijo el señor, volviendo a mirarlo como al principio, digno.

La señora intervino desde la caja, suave y conciliadora. El señor parecia estar molesto con el café. No me atrevia a decir nada. El señor parecia sin tiempo para esperar.

¿Un regalo? El niño, definitivamente presente dentro suyo, aprobaba. El grande se sentia mal. Habia querido sacar tanta cosa turbia con alguna cuchara dócil. Creyó mozo al dueño. Cajera a su buena esposa. No le había agradado el café. Le regalaban un mono. Gorila. Era macho. Pero ¿y si fuera un contrabando, un negocio insólito pero sucio? El mal pensamiento.

Venga a verlo y se lo llega cuanto pueda, dijo el señor. Si le gusta le doy ahora el permiso de la municipalidad. Con sus estampillas.

Tenia permiso. Contento el grande y el niño de adentro. Hizo girar la cucharita y propuso: ¿ por que no me lo prestan no mas hasta que le niño de Udes. Sea grande?

Una pareja entro a sentarse junto al mostrador.

Que sea de todos, dijo la señora. De sus hijos y de la mía; o de los que tengamos, agrego, mirando complacida a su marido.

El señor fue atender a la pareja, cortes, digno. Preguntaron precios y se inclinaron por unos sándwich voluminosos, desbordantes. La señora sonrió, picara, cuando llegaron en calidad de acompañamientos, dos cafés humeantes, adecuadísimos.

Se despidió. Olvido pagar el café. No se lo recordaron. Circularon pocas palabras. Sensación de complicidad ante

una supresa amable. Hizo el trabajo en el centro. A la hora de cerrar el café llego, puntual a la casa de los señores del mono. El mono miro hacia el suelo. Quería que se lo tragara la jaula. Usted es nuevo. Es tan vergonzoso. La señora lo disculpaba y era evidente que se detenía para no dedicar salmos de elogios a su gorila. Era del porte aproximado de un niño menor. Feo, había que anticiparlo. Lo mismo que fuerte ¿ Eso de vergonsoso? ¡ ojala sus chicos lo fueran ¡ Come de todo, ¿ no es cierto? Pregunto

Si. Lo difícil es que pruebe su arroz con papas si tiene el estomago malo. Lo demás, anda bien . come la comida de casa. No es mañoso.

La señora fue a dar el pecho a la guagua. ¿era hombre o mujer? Llego un paquetito rosado con solo la cara al descubierto. Vio los rasgos de recién nacida con la supresa de la primera vez. Deseo hacer un elogio, o por lo menos decir una gracia; se insinuó lo turbio. Cometo: feito, pero sanito. Risas, vivas del señor. La señora, diluyendo algún menosprecio por su torpeza con un comentario simpático, expreso. Espero que usted pueda a verla a los quince años.

Llego al ala casa. Dijo algo al oído de su señora, mientras los dos niños saltaban y lanzaban preguntas, excitados, presintiendo novedades.

Partió con el vecino, dueño de un camión de fletes, Los niños se movían , hablaban en exceso; presentían .

Siempre haciendo locuras, decía para si la señora, echando mas agua a la sopa y cociendo unos huevos duros

Los niños al principio se asustaron. El gorila se sentó. Miro hacia abajo. No tomo la sopa ni comió los huevos duros.

Decidieron experimentar. Darle arroz con papa tal como si estuviera enfermo. comió todo. Luego también, dio cuenta de la sopa y los huevos.

Agradecieron al vecino. Es distinto de los monos del zoológico, dijo éste al despedirse.

Quedaron conversando. Me da pena que sea vergonzoso, dijo la señora. Es mejor no contarle a nadie por ahora, para que no lo estén ojeando todo el día. Se mantuvieron firmes en ello y , cuando vino la pareja de los sándwiches y del café humeante siguiendo la pista del aviso, se negó al mono sin mayor remordimiento.

Lo llevo un vecino al campo en su camión, dijo la mama, contando ya con la discreción del amigo .

Los niños empezaron a jugar con el mono. Le tiraban maní. Hacían girar unos alambres que atravesaban la jaula, en los que el mono se columpiaba.

Un día ocurrió un hecho inesperado. La mama les grito a los niños que fueran a ponerse chaleco. Aunque oían, los menores no contestaron. De repente oyeron al mono decirles Mama, mama. Salieron corriendo. Apretaron cada uno la mano de la mama, sin decir nada.

Déjense poner el chaleco, dijo la mama disgustada. Viene pálidos del frío.

Casi sin poder hablar los chicos la llevaron donde el gorila.

¿ los quiso morder? Pregunto la mama. No, es que parece que habla, dijo el mayor, muy excitado.

La mama estuvo tratando de tranquilizarlos, de sacarle palabras al mono, sin resultado. Tienen mala la conciencia por no haber contestado, pensó; por eso creen que habla. Sin embargo, cuando le llevo la comida al gorilita, este volvió a

decir Ma-ma . le dio mas y el mono dio un saltito en el alambre.

Hablaron con el vecino. No es igual a los otros, comento este. Fueron a consultar con el señor del café. Regresaron con toda la familia. La niñita ya tenia sus quince meses.

El señor del café saludo al mono con alegría y este se acerco de inmediato al lado de la jaula. La niñita le paso la cuchara con que comía su sopa. Todos oyeron al mono decir claramente, Ma-ma . entonces el señor del café se metió en la jaula y le puso la cuchara en la mano. El mono metió la cuchara en la sopa y en un violento movimiento casi la bota toda, pero se llevo a los labios lo que alcanzo a coger.

Este mono no es igual a los otros, dijo el vecino.

Empezaron a enseñarle a repetir palabras, a comer, a no ensuciar.

El gorila aprendió.

Casi no se dieron cuenta y ya decía sus primeras frases, ayudándose con gestos. Seguía siendo feo.

La niñita era ahora sonrosada, bonita, llena de gracia.

Cafecito no puede estar mas en la jaula, fueron a decirle los niños al papa.

¿cafecito? Ah, el mono, buen nombre le encontraron.

En realidad no podía estar mas en la jaula. Estaba prendiendo igual que los niños.

Me lo llevo al campo, propuso el vecino. En forma de pregunta ¿y no lo vamos a ver? Objeto la mama.

¡no, no! Gritaron los niños.

Ensayaron sacarlo. No lo hagan correr mucho, no esta acostumbrado, decía la mama.

El problema era ocultarlo del lechero, el panadero y los otros vecinos. Sobre todo, era difícil mantener el secreto con los niños. Eso era malo para un vergonzoso.

Un día el señor del café trajo la solución: ¿se acuerdan de la pareja que se interesaba en cafecito? Me han preguntado mucho por el. Son médicos. Se dedican a operaciones graves y también estéticas. Tal vez podrían arreglarle algo lo feito.

A mi niña se le paso sola; a este habrá que ayudarlo, dijo la señora con un poco de rencor.

La pareja pareció entender muy rápidamente.
Cafecito fue y volvió de la clínica en el camión del vecino.

Pronto los niños del barrio vieron un niño nuevo, oscuro, fuerte, siempre con pantalón y mangas largas.

Muy simpático. Jugaba mucho a tirar un camioncito de juguete.

Pidieron a los doctores mantener el secreto. No fue mucha novedad, dijeron. Hace tiempo nos toco atender a un viajero muy imaginativo. Dijo que tenia un monito vergonzoso y lo iba a regalar a unos amigos recién casados.

Los niños crecieron como hermanos con el gorilita. Cuando fue mas grande, frecuentaba mucho la casa del señor del café. la niñita sonrosada siempre decía que cafecito era suyo también.

La mama llamo un día a cafecito y lo miro largamente a los ojos. ¿ te importa mucho ser feito?

Cafecito coloco una mano larga en la cintura de la mama. Siempre preocupada por todo, cometo. Casi nunca me miro

mientras juego; ni con el camioncito, ni con los hermanos. Uno no tiene tiempo para pensar en mirarse. Después, cuando sea grande, le voy a regalar a un nuño el camión; pero tampoco voy a tener tiempo. Quiero hacer un viaje, bien lejos. Tu me vas ayudar a poner un aviso para saber donde se pueden ver muchas cosas, en poco tiempo.

EL EXAMEN FINAL

El abuelito dormido soñaba con los exámenes.
Isis no podía dormir. Algún día tendría que morirse.

También morirían los papas y el abuelito. Todos lo pensaban mucho antes de dormirse. No era en verdad la muerte, si no el no seguir viviendo.

No podía terminar la multiplicación.

La hoja estaba completa y seguía existiendo algún error. Se retorcía en le banco. Multiplicaba el numero grande - mayor que el del teléfono- 13. comprobaba sumando el producto de multiplicar el grande por 10 y por 3. no daba lo mismo. Los compañeros iban entregando sus papeles.

Faltaba poco para que los recogerán todos. Tendría que pasar el examen oral.

Dio vueltas la almohada. Levanto el cubrecama. Se pellizco la muñeca. Lo hacia siempre para no pensar cosas malas, aunque nunca le había dado resultado.

Ya iban a pedir los exámenes. Ganas de ir al baño. ¿ que dirían en la casa?

¿las preguntas fueron muy difíciles?
¿se moriría el abuelito?
Miro a los lados. Nadie le iba a soplar. Un peso. frío. Las cosas daban vueltas.
¿ estaría soñando?
Lloraba. Había llanto de ahora, nuevo, y llanto viejo.

Llanto grande, total, cambiándolo todo, llenándolo. No se lamentaba; contenido; lo ultimo seria llamar. Entonces el llanto, asustado con su propia corriente, se hizo frío para recuperar su cuerpo (tan desnudo estaba).

La niña al llorar, granizaba.

Despertó el abuelo.
Iris y el abuelo eran los únicos acostados temprano.

El abuelo entro en zapatillas. La bata en la mano. Llorabas con granizo, dijo: como si estuvieras examen.

Iris callo. Hija, única. Dejo de llorar.

Todos los llantos se pueden inventar, menos ese, dijo el abuelo.

Yo no me hago la que lloro, dijo Iris.

A veces, contesto el abuelo. Tenia sueños y no sentía deseos de discutir.

¿Tu también crees que soy hija única? Pregunto la niña.

El abuelo se coloco la bata y se sentó al lado de la nieta.

Mi tío dice que soy llorona porque soy hija única, explicó la niña. El abuelo se sentía molesto por no poder discutir el juicio del tío.

No sabemos si eres llorona, dijo, tomando la pregunta de lado. Estás llorona desde que naciste. Veremos si eres llorona siempre.

Eso depende de mí, dijo el llanto.

El abuelo no conversaba con el llanto desde hacía tiempo, pero lo reconoció y lo presentó a la niña.

No soy hija única, dijo la niña en tono caprichoso.

Tienes razón, dijeron el abuelo y el llanto al mismo tiempo. Eres Isis. Ser hija única es un acompañamiento. Como la mano que movías sobre el pecho de la Mami al mamar, agregó el abuelo. Como los brazos que mueves al andar, explicó, a modo de ejemplo, el llanto.

Las conversaciones entre tres suelen ser difíciles; uno puede quedar fuera. El abuelo y el llanto se miraron.

A mí no me gusta que me inviten, dijo el llanto, cambiando el teme en forma que parecía natural. Hablando de sí mismo.

Los niños tienden siempre a invitar, comentó el abuelo, sentencioso, disculpando a la niña.

Ahora lloraba en serio, dijo la niña, mirando hacia la almohada.

Si no, no me habrìa despertado, anotó el abuelo, un poco jactancioso.

Como lo de ser hija única, dijo el llanto. Es una cosa tuya, pero no lo más importante. Como dice el abuelo, esto es asunto de ahora. El llanto sabía utilizar la opinión de otro para aumentar el poder de la suya. Ahora, conociéndote, pienso que es mejor que me invites. No me gusta tener que granizar. Hablaré contigo a lo lejos, cuando seas grande.

Con la compañía, el aire se había hecho tibio y algo espeso. Se derritió el granizo.

Isis se durmió.

El abuelo y el llanto salieron. El abuelo quiso consultar al llanto sobre los exámenes. El llanto lo tuteó con confianza igual que a la niña. Siempre estás dando examen, le dijo. Te fue mal cuando dijiste que ye habías despertado porque reconociste un llanto especial. A mí se me conoce poco. El llanto era vanidoso. ¿Cómo se podá salir bien? Con los años el abuelo había aprendido a adaptarse y a jugar.

Escuchó. El llanto se despidió aconsejándole. ¿Por qué no hablas con alguien para que te ayude a preparar los exámenes?

Sí, dijo el abuelo, aunque tal vez espere hasta que Isis sea más grande.

EL INOCENTE DEL PINO

El pino se presento recinoso, fantasmal, desnudo. Venia a buscar a la carmen en vista de que no la encontraron para el juego del Creo en su tronco. Lo hacia de puro responsable pero, a pesar de su excelente intencion, estaba inquieto, sin saber donde ponde sus muchas manos solemnes mientras hablaba con el papa.

La castige. Dijo el papa. Por eso no estaba en le Creo. Se le ociurrio jugar al Doctor con el Livio. El pino envidio a los niños sus trajes de muchos bolsillos para poner las manos. ¿qué decir? Los papas son mas que dueños de los niños. ¿se molestarian los doctores? ¿jugaban a buelarse de ellos? Pregunto, deshojando con esfuerzo las palabras.

No, dijo el papa. Es que le presto al Livio su delantal y ella se quedo ...

Iva a explicar que Carmen hacia de paciente, sin ropas, pero prefirio no decir lo que equivalia a un reproche a su visitane.

A lo mejor pensaba que quitandose la ropa quedaria desnuda, dijo el pino, sombriamente, en un tono fantasmal.

No; se habia inaginado una enferma vista por un medico, respondio el padre, con su aparente seguridad, en verdad sintiendose arrastar hacia una admosfera resinosa por las ultimas palabras del pino.

Lo bueno es que en verdad no necesitaba medico, dijo el pino, tieso, sin polvo, seco, directo.

En mi casa nunca se ha enseñado esas cosas, comento el papa. Dejarla sin postre fue un biuen castigo. Asi aprendera.

¿aprendera a juagar con lo que le enseña Ud.? Pregunto el pino honestamente, en son de refran.

A conocer a los niños contesto el papa.

¿por donde? ¿por fuera o por dentro? Pregunto el pino, siguiendo la logica distribución de sus propias ramas.

A no hacer cosas malas para su edad dijo el papa

¿Los doctores son malos para su edad? Pregunto el pino, feliz, por su cuenta, con su verde afirmativo.

En juego si, contesto el papa.

¿la carmen nunca se habia visto antes?

Si, pero no delante del Livio.

¿Es mejor que el Livio no sepa como es la Carmen? Pregunto el pino, acentuando por atender, las arrugas de su tronco.

Igual no lo va a saber dijo el papa.

¿Usted le ha enseñado que no cuente? Pregunto el pino, todavía consciente de sus manos.

Ella ha aprendido a cuidarse, dijo el papa

Con ropa solamente se cuidan los niños. Quisas seria bueno que usaran guantes y mascaras, dijo el pino, en el tono sentencioso, seco e infalmable de antes.

Yo cuido a mi hija, dijo el papa.
Entonces eso de enseñarle es como nadar sobre seguro. Pura yapa, insinuo el pino, simpre algo intranquila.

Uno, dos, tres. Creo por el papa de la Carmen, dijo el Livio, en trando en ese moneto.

A BUSCAR EL VIEJO DEL SACO

Los niños se propusieron encontrar al viejo del saco.

Podia venir si uno no se entraba a la hora.si ponia la mano en determinadas palabras. Tambien si se demoraba en la comida, aunque fuera de cochayuyo o acelga. Habia mucho que saber sobre él. ¿ Usaba algun loro para averiguar lo que pasaba? Eso, preguntaba Juanita, la hija del señor se la cantina. Su padre tenia un loro que avisaba la vecindad de carqabineros. Vivia de allegado y ella lo queria mucho.

La curiosidad de carlos, cuyos padres tenian la paquetería de la paza se referia al saco mismo. Como estaba hecho como lo podria cerrar para que no se arrancaran los niños, dejandolos respirar. El hermano mayor, alejado de estas cosas desde que trato de conocer al Viejo Pascuero y descubrio doce diferentes en la cuadra, le habia recordado las bolsas enrejadas, pero habia mas problema: ¿No le importaria la Viejo que las demas personas lo vieran? El inspector podia pedirle patente, por ejemplo.

Mecedes, cuya madre vivia apurada poniendo inyecciones, queria resolver dudas de horario. Si el Viejo supiera, al mismo tiempo, de un niño que no esta comiendo, de otro que dice garabatos y de un tercero que pasa mucho tiempo en la calle, ¿ A cual se levria primero?.

Pensaron en el mejor plan posible, mientras se columpiaban. Juanita abrio el camino. Yo le preguntaria al señor que hace

de loro en mi casa, dijo. El tiene que saber del viejo, si el del saco husa loros.los loros deben conocerse entre ellos.

Los niños la acompañaron. El señor loro tomaba tranquilo un mate amargo.no trabajaba. Era tna bueno para hablar con los compadres y los guata de leche. Para que perder tiempo. Ademas, los allegados simpre vienen de lejos y saben muchas cosas.

El allegado nunca habia hablado del viejo. Podia ser de esos que no creen en nada. Contaban que habia sido canuto.

El allegado se dio el gusto de hacer la broma de costumbre, pidiendo a carlos que tomara el primer mate, el del tonto, antes de contestar. Mercedes penso que podia estar medio enmonado, pero no era asi: el loro solo tomaba tarde en la noche, para poder vigilar la llegada de los verdes.

Espero que sus papas no se quemen con lo que les voy a decir, dijo el allegado. ¿es pura patilla la cuestion del viejo? Pregunto Carlos, asociando vagamente lo prente y lo aconytecido a su hermano con el Pascuero.

Vengo de lejos, dijo el allegado; nada de lo que se dice es pura patilla.

¡ya salio el canuto! Comento Juanita, en tono cariñoso. No soy canuto, dijo el allegado. Con lo que tomo ... aunque lo de ellos tampoco es patilla. Cada uno tiene su ley. La mia es la del loro. ¿mas mate? Hizo una pausa. Una cosa es preguntar si es cierto que hay un viejo. Yo les podria decir que si, y que lo conozco muy bien. La otra es si se lleva a los niños. La verdad es que casi nunca se lleva a los niños. ¡menos mal! En cambio, muchas veses se lleva a los gandes ¿ y como es el saco ¿ pregunto Carlos.

Tambien tendriamos que entrar a tallar ahí, Carlitos No tiene saco el viejo.

¿ y como se lo lleva ¿ pregunto la Mecedes. Mi mama no carga al hombro un enfermo grande ni a cañon, y tiene harta fuerza.

No necesita saco, explico el señor loro. Todos tenemos un saco, y el viejo lo puede usar.

¿Y a quien se lleva primero? Insistio la mercedes. ¿Se podria llevar a mi mama por ejemplo si pone mal la iyeccion?

Cada uno sabe cuando lo puede llevar el viejo, dijo el loro. Es uno el que sale con el. El que lo busca. Yo me voy todas las noches la terminar mi trabajo de loro. Me voy con el viejo, en mi saco.

El allegado se fue a dar una vuelta a la esquina.

UNA MALA PESCA

A la memoria de Fernando Crenovich

Cayó un aerolito en la laguna. Toda la familia fue a verlo, pero llegaron tarde. La laguna se había hecho dueña del aerolito y no quiso mostrarlo.

En vista de eso el papá siguió, dele que suene, golpeando con el martillo; la mamá, fregando la olla; la abuelita, haciendo las camas.

Juan siguió pensando en el aerolito.

En la laguna había un señor pescando, sin darle importancia al aerolito.

Juan se acercó a él. ¿Viste el aerolito, tío? No lo había visto antes pero era lógicamente un tío. Estuvo ahí cuando caía el aerolito.

Estoy pescando, contestó el señor. ¿Podrías pescar el aerolito?

El pescador movió la caña y permaneció largo rato sin contestar. Luego dijo: no.

¿Por qué?

Por que estoy pescando, respondió el señor, dando un poco más de hilo.

¿Has pescado algo?

Largo intervalo durante el cual Juan pudo hacer un sapito con una piedra en la superficie del agua. No, dijo al fin el pescador.

¿Crees que vas a pescar?

Pasó un zancudo. Después una abeja. Saludó un tordo. Cacareó una gallina.

Terminó por decir: no. Las respuestas, no obstante su forma resumida, eran amables. Podían ser las de un tío.

Juan fue a ver a la gallina en su pequeña laguna de paja y regresó con un huevo calentito.¿Quieres? Está fresco.

El señor contestó cortésmente, sin hacerse esperar: no, gracias, estoy pescando.

Juan le abrió un hoyito al huevo en su punta puntiaguda y comenzó a beberlo.

Tío ¿dónde estará el aerolito?

La abeja y el zancudo se cruzaron sin saludarse. Ahora había una bandada de tordos. Juan alcanzó a terminar el huevo. No sé, contestó el pescador; estaba pescando.

El papá seguía, dele que suene. Vio al niño conversando con el señor y entendió, de lejos, que todo estaba en su lugar. La abuelita, llegando después de Juan a despojar a la gallina de su huevo, admitió complacida que el niño se le había adelantado. La mamá terminaba de limpiar la olla y se preparaba para hacerla, nuevamente, parte y testigo de la sopa.

A estas alturas, la laguna era dueña, sin contar el aerolito, de dos sapitos tirados por Juan. La cáscara del huevo flotaba medio hundida, ya sin fuerzas; no era claro si le pertenecía o no.

Tío ¿usted está seguro de que se puede pescar en esta laguna?

La laguna se apoderó absolutamente del huevo. Un tordo se hizo añicos en el horizonte. La mamá inició la brega por la

nueva sopa. Juan esperó, indiferente al escurrir insistente del tiempo. Al cabo, el tío dijo, simplemente. No. Juan buscó otra pregunta, con una sensación de saciedad, como un golpe de remache a un clavo fijo: un golpe gratuito.

Tío ¿a usted le gustaría pescar algo?

No, contestó el señor, tras una pausa un poco dolorosa. (Qué cerca estamos siempre de lo extraño y que raro es encontrarlo).

Por lo menos no con caña, explicó, hablando por primera vez sin pregunta previa. Desde que estoy aquí he pescado, sin embargo, con una caña que no se ve.

¿El aerolito? Preguntó el niño, esperando.

Sí, respondió el señor de inmediato, pero sin darle la importancia esperada.

¿Por qué no me lo muestras? Preguntó el niño, más curiosos que pedigüeño.

Lo tengo dentro de la lengua, explicó el señor, apartando un zancudo.

¿Y tú no lo vas a ver? preguntó el niño, personalmente desinteresado.

La sopa se puso a humear. La abuela encendió el fogón. El papá lavó sus manos, terminada la faena. Todo eso ocupa un buen rato. Fue cuando estuvo concluido que el señor dijo: No.

¿Por qué no, tío? Preguntó el niño, suelto, como si recién empezara a preguntar.

El señor, caña en mano, lo miró con aire de conocerlo desde hacía mucho tiempo. Sería como suponer a tu mamá vaciando la sopa o a tu padre arrancando los clavos, respondió.

Pero tú ¿qué haces con la laguna? Preguntó el niño, alagado con la mención de su casa.

El diálogo se encogía sin huecos. El tío respondió como si estuviera esperando la pregunta: le hago compañía con mi caña. A demás, siempre hay novedades- un aerolito, tus preguntas bajando por mi caña. No es difícil tener pescada una laguna.

Juan contó la conversación a sus padres, omitiendo decir que el señor demoraba tanto en contestar. La abuelita escuchaba soñolienta. Mirando a los tordos, contestó: a lo mejor el señor tenia guardado el aerolito desde antes y lo levantó para que lo viéramos caer.

Conviene pensar en lo que hablaste mientras esté calentito, dijo el papá.

Traes clavitos nuevos; no se van a salir, dijo la mamá. Antes de retirarse, el pescador hizo un sapito en la laguna.

COLECCIONES

A la memoria de Luis Alberto Heiremans

Llegaron las vacaciones del Dieciocho. La profesora pedía, todos los años, una composición para ser entregada a la vuelta. El curso ya lo sabia. Ya la conocían. Era buena, pero bastante barrera. Repetía para los chistes y las tareas.

Cuando iba a dar las tareas, casi nadie la estaba escuchando. El Mateo Domingo, como siempre, estaba atento, en la primera fila. Lo mismo Maya, la Gringa, y el chato de Julio. Los demás cuchicheaban, hábiles, rápidos, sin que la vieja los viera. Como gatos. A la señorita le gustaba dejarlos con alguna pega para todos los días feriados. Decía que había mucho que aprender. Que el horario era corto. También era corto el tiempo para jugar, en los recreos y en la casa. ¿Por qué no los dejaba tranquilos en vacaciones?

Ahora, a anotar la tarea, dijo la vieja, despacio, como si dijera una novedad.

¿Composición, señorita? Pregunto el mateo Domingo, siempre un poco patero.

La señorita sabia enseñar repartiendo su silencio. No contesto. Ni siquiera miro. Dijo, como si no hubiera oído: van a traerme una colección de algo que les guste juntar. ¿tapitas de bebida? Pregunto el Chato.

Papeles con lecciones de los que vienen dentro de los cuadernos, agrego, como quien también puede explicar, el Mateo.

Lo que quieran, dijo la señorita. Cada uno va a juntar algo durante el dieciocho y después nos va a explicar por que eligió eso.

¿Podemos traer cosas que hemos juntado antes? Pregunto la Luz.

Tiene que traer lo que puedan juntar en estos días; es igual si han empezado antes o no.

¿Nos va a dar una composición? Pregunto la Maya, como siempre sin entender bien

Todos se reían rápido, tratando de que la risa se secara antes de llegar la mirada o la voz de la vieja.

Hay que juntar cosas Mayita; yo te explico después si quieres. Ahora, hasta luego, felices vacaciones y, sobretodo, feliz dieciocho.

Hasta luego señorita, corearon todos, encabezados por Maya, Julio y Domingo.

Luz estaba distraída y no participo.

El Dieciocho se fue ligerito, entre los volantines y la parada. Los padres de algunos bebieron mas de la cuenta. Otros llevaron anotaciones para trabajar en casa. También otros fueron a hacer pololos, llevando hasta a los niños. La profesora no pidió que juntaran eso. Pedro pensó hacerlo. Era el amigo de la mayoría, Presidente de curso. No lo hizo, por que sabia que algunos se molestaban cuando les tocaban las familias. Se volvían cayados, alejados, hasta rabioso. Por algo tenían vergüenza. No daban la cara. Margarita no hablaba nunca de su padre, curado como tenca, ni Juanito admitía ser Guacho aunque hablara del tema con sus mejores amigos.

¿Qué podría juntar? Pedro se entendía bien con Luz. Los cabros decían que le ligaba. Sin entender bien él termino. Pedro decía que no. El hecho es que siempre hablaban de las cosas del curso y Pedro quería hacerla Presidenta el otro

año. ¿Por qué no hablar con Luz? A lo mejor se le ocurría como hacer la colección con los Dieciochos de todos, sin que nadie se sintiera mal.

Luz se saco el delantal se fue a sentar a la plaza, justo para encontrarse con Pedro comprando en ese momento un paquete de pastillas. Va a pedirle algo, pensó luz. Lo escucho atentamente. Menos mal que no trajiste pastillas pololeo, le dijo con picardía. Le gustaba ver el fuego de lejos.

Pedro encontró necesario dar un salto de tigre en medio de la espesura.

Conociendo a Luz, puso unas piedras de base, de mucha resistencia, hermosas.

Pienso en Julio dijo, no seria bueno que lo ayudáramos. Te reíste de él como los demás, lo reconvino luz. La señorita es barrera.

Apuesto que va ayudar a la maya y no le va a importar que Julio planche.

Alrededor vendían pastillas, barquillos y helados. Las familias estaban tendidas en le pasto y los volantines en el cielo.

Hablemos con Julio, propuso Pedro. Tenia que seguir su construcción.

Es orden del presidente, asintió Luz. Haremos la reunión como usted manda, al otro lado de la plaza, frente a la casa de Julio. La mama es medio fijada y no le gustara si lo vamos a visitar al tiro, sin aviso. Convidale también pastillas.

Los tres se tendieron en le pasto. Decidieron escoger tema de colección. No se acordaban, pero igual lo habían hecho otra vez con un tema de composición, para un veintiuno de mayo.

Pedro coloco su idea en el terreno común. Se trataba de juntar todos los Dieciocho. Cada uno pondría una parte. Luz y Julio movían la piola. Con Luz se elevaba. Con Julio el proyecto caía a plomo. Cuando se produjo un nudo, Pedro, el Presidente, recordó. Luz ¿por qué preguntaste si valía lo que uno juntaba antes?.

Las cosas que uno junta en serio duran mucho tiempo, Dijo Luz. A menos que uno sea picaflor.

A lo mejor era cierto que Luz le ligaba, pensó Pedro. No entiendo, dijo Julio.

Tú, por ejemplo, dijo Luz, haces preguntas el Dieciocho y las hacías antes. Las harás después.

¿Junto preguntas? Pregunto Julio. Luz y Pedro se miraron.

Dos temas de un viaje, dijo Luz.

Pedro se puso rojo. Julio no volvió a preguntar.

Luz propuso: Julio llevara una colección de preguntas y Pedro juntara miradas.

La mirada es como la piedra de que esta hecha la amistad. No me costara juntar preguntas, dijo Julio. Son buenos ustedes.

Y la futura presidenta ¿qué va a llevar? Dijo Pedro, respondiéndose. Los tres se callaron con un nudo.

La luz de la plaza se tornaba indecisa. Unas nubecillas ingenuas se fueron haciendo naranja y los volantines se destiñeron hasta dejar el cielo casi hirviendo de amarillo.

Julio pregunto. ¿Y si Luz coleccionara crepúsculos?

Hace tiempo que los junto, dijo Luz con modestia. Lo difícil es mostrarlos.

Por lo menos uno.

Poco después el cielo quedo tan rojo como la cara de Pedro hacia unos momentos.

Luz volvió a su delantal.

Julio contó a su madre que habían estado estudiando, con sus amigos.

Pedro pensó que recién había empezado su colección de miradas.

Termino el Dieciocho.

Apenas dijeron “Buenos días Señorita” el curso entero fue a dejar sus colecciones a la mesa. Se atropellaban. Veloces. fieros.

Julio, Luz y Pedro quedaron en su asiento.

Trajeron de todo. Volantines de diversas formas. Cadenas de cigarrillos. Pregones callejeros. Estrellas de mar. Monedas de distintos países. Diferentes clases de pastillas. Colección de agüitas. El Mateo trajo una serie de relatos del señor Toro y Zambrano, conde de la conquista; era el chiste que hacia la profesora todos los años, en la tarea de composición, con alumnos de su tipo. Maya parece que no entendió la explicación particular de la profesora. Busco la fiesta del Dieciocho en los distintos países del mundo y encontró que en otras partes no habían vacaciones ese día.

Luz explico que ella juntaba crepúsculos. No había podido traerlos pero contó de uno en que las nubecillas ingenuas se hacían naranjas; luego, disertando, de cómo siempre en los crepúsculos había una luz indecisa, que después quedaba.

Domingo pidió aclaraciones, pero todo el curso lo hizo callar.

Pedro fue mostrando como en el curso había miradas de gato, de piedra y de amigos. No contó nada de una mirada con que había empezado la colección.

Julio hablo muy seguro. He juntado preguntas, dijo, y quiero decir la primera, la de base, la que sostiene a todas. ¿Por qué soy yo, Julio, el que llaman el Chato?

Puede haber sido el Mateo, o el Presidente.

Todos sintieron como un fuego dentro con esa pregunta. Parecido a lo que juntaba Luz en el cielo.

Aprovechando la confusión, Pedro convido una pastilla a Luz. No lo vieron.

A la hora del crepúsculo, la profesora fue a conversar a la casa de Julio.

Luz acepto ser Presidenta para el próximo año.

EL PALO MAYOR

Sánchez Reyes.

A la memoria de Eduardo

El nogal, buena persona, convidaba sombra. Vico estaba agradecido. Era un buen amigo. Podían haber andado juntos, los brazos de uno en el hombro del otro.

A última hora no pasaban lista. Hoy le tocaba salirse de clase. Otro día seria el turno de otro compañero.

El suelo estaba duro. Debía seguir agachado para que no lo vieran. Faltaba solo veinte minutos para el recreo. Ojalá alcanzara a fumar.

El nogal hizo lo posible porque no sintiera el suelo. La sombra trato de amoldarlo. Retirar una piedra Apartar las espinas. No fue posible. La sombra, como las personas suaves, no servia para algunas cosas. No hay caso, dijo el nogal.

En ese momento cayo una nuez, muy vestida de verde. Vico la arrastro hacia si con un palo. Luego la apretó contra otra, sin apartarle el vestido. La otra estaba mala, negra por dentro solo sombra. Al abrirse su nuez, Vico noto con agrado que no tenia ninguna parte de sombra. En ese momento había clase sobre el cuerpo humano. Estaba mejor aquí. La nuez ...

Ya, la nuez era un cerebro amarillo por los dos lados ¿tantas cabeza tenia el nogal? ¿por eso tenia algunas malas? ¿por eso hablaba?

La sombra es buena fuera, mala en mis cabezas, dijo el nogal.

Hay algo que tengo en sombras, contesto Vico. ¿Para que tienes tantas cabezas?

Ya vez, las doy, respondió el bueno del nogal. No me gusta medirme. Por lo demás, ninguna da para pensar mucho, aunque sean dobles.

Vico no había querido ir a clases. Prefirió comer cabeza amarilla sin sombra. Y hacer botecitos para la acequia, de los cascos circundantes. Hace muchos años que vienen a cenar aquí los de tu colegio, dijo el nogal. Yo les doy estas cabecitas junto con la sombra. No se cual le servirá más.

En lo alto el sol no disimulaba su cara de fuego. El nogal ponía sus muchos hombros y brazos y abundantes cabezas verdes entre el sol y el niño no asistente a clases.

Era difícil ofrecerle cigarros al nogal. Vico prefirió dar un rodeo, como había aprendido de un profesor. Ud. Debe fumar pipa insinuó.

Mas que nada, chimeneas, dijo el nogal, y siguió con una clase: cuando fumo, soy la pipa, el cigarro o la chimenea; me doy yo mismo. Ya vez, siempre tengo para convidar, aunque sea sombra.

Vico no quiso fumar solo. Mastico lentamente una cabecita amarilla del nogal. Aparto unas espinas. Siguió esperando. Pronto, varios botes recorrían la acequia, con una vela verde de hoja de nogal, la base redonda el casco café claro; algunos asientos amarillos; sobre ellos unas figuras de sombra. Un cigarrillo apagado hacía de palo mayor.

Al llegar el recreo, los compañeros que estaban en el secreto corrieron hacia una sombra al fondo del patio. La acequia llegaba hasta el colegio desde la casa de un vecino. Allá no había nunca nadie a esa hora, tenían un gran nogal y al lado vendían cigarrillos.

Vico no alcanzo a pasar pero los compañeros pudieron recibir sus cigarrillos cada uno palo mayor de un botecito.

Al terminar el recreo, un casco, un bote, igual a los huesos de la cabeza, trajo recostad, un paquete de pastillas de menta, fresca como sombra, especial para fumadores a escondidas.

A la salida del colegio, todo grupo se dio cita en la casa de Vico. ¿Por qué no guardaste ningún cigarrillo para ti? Fue lo único que comentaron.

Vico hizo algunas preguntas sobre lo que había dicho el viejo en relación al cuerpo humano.

Los compañeros no le pudieron explicar bien. No habían atendido mucho. Además la pregunta tenia cierto sabor a menta.

Al recreo del día siguiente, Vico hablaba con el viejo. Pregunto: ¿tenemos algo de sombra en la cabeza? Por mas que faltara a clases estaba la tanto de que el viejo sabia.

El viejo casi lo quemo con una pregunta levantada como un gran palo mayor.

¿Sabe que uno también puede sentarse arriba de los nogales?. No es ninguna ofensa el subirse y sentarse.

Vico comió una menta y pregunto de nuevo: ¿se puede pensare bien si se tiene pura cabeza y ninguna cara?

El viejo entro a clases, el brazo en el hombro de Vico. DESPUÉS

Me esta mirando demasiado dijo Sirio.

No; me mira a mí y me esta cansando. Hace lo mismo todas las noches, contesto Venus, molesta, cortante.

Sirio arrugo su luz y se quedo callado, sin querer discutir con una mujer.

A todo esto, Piedravín, quien no escucha cuando lo llaman a la mesa y mucho menos se interesa en conversaciones ajenas, miraba por la ventana abierta, en dirección a las dos estrellas, pero sin anclar el mismo en ninguna parte. Casi diría que no veía a las dos estrellas, por que movía los labios como cuando pensaba en algún problema.

¡Que tiene que mirar! Insistió. Pero al fijarse en le pijama desabrochado del niño, parado sobre las sillas de la ropa, asomándose por la ventana abierta a la noche de aquel primero de otoño, sintió una debilidad especial, como si la apretaran por dentro (aunque para ella era igual por dentro y por fuera). Movió los labios. Se confundió. Se retiro, mas temprano que de costumbre.

En ese momento Piedraviín dejo caer el ancla, fue en algo que faltaba. Trato de ver a donde iba Venus.

Tenia razón Venus, pensó Sirio; es a ella. Mejor haría este chico en mirar la vía Láctea.

El otoño llegaba con un viento tímido. En puntas de pies. El problema se mecía sin hacer ruido, sin salir: Qué viene después. Podría preguntársele a las estrellas grandes. De esto no se habla en la casa. Tampoco en el barrio.

Después de las casa de Piedravín venían otras casas. Después, otros barrios. Decían que mas allá siguiendo, se podía llegar hasta el final de Chile.

Después se veían otros países, Buenos Aires, España, el país de Cristóbal Colon, la India.

¿Después de todos los países? Se acaba el mundo. Según los cabros, si uno se salía de la tierra llegaba a la luna. Parece que las estrellas quedan mas lejos todavía ¿Y después?. Todo se mecía con el viento. Una hoja de álamo demoro mucho en caer.

No quedaba ninguna luz en la casa ¿Quién podría estar despierto?.

Quiero un vaso de agua, fue a decirle a la mama, apenas la sintió levantarse e ir al baño. Te puedes hacer Pichi, le dijo la mama, acariciándolo como las hojas hacen con el viento.

Cuando volvió encontró la pieza distinta, como si hubiera amanecido en la pura pieza, mas posiblemente, la luz hubiera llegado sola, un apagón al revez. ¿Cómo? Venus estaba sentada sobre le montoncito de ropa que cayera al suelo cuando acerco la silla a la ventana.

Tráeme un poco de agua, fue lo primero que dijo. ¿Tú no te haces pichi? Pregunto Pieravín.

Me conoce tan poco como Sirio, pensó Venus, y le indico la niño que se fuera despacio, para no volcar el vaso.

Perdravín, que te dije, oyó decir a la mama al abrir la llave es para Venus, contesto Piedravín y, mal educado no se detuvo a escuchar la respuesta.

¿Eres venus o Sirio? Pregunto Piedravín, por hablar como los grande que recién se conocen aunque sabia perfectamente quien era el visitante.

No me quitas la cara de encima y ahora no me reconoces.

Eso si que esta bueno

Venus subía y bajaba la voz, posiblemente por que no se atrevía a ser mas expresiva con su luz, de noche, en una casa particular.

Perdona el desorden... por que te sientas en le suelo... Tanto tiempo que quería hacerte una pregunta... Piedravín sentía que algo le apretaba. Por fuera y por dentro.

Parece que Venus no le entendió. Piedravín, vine a decirte que es mala educación mirar así todo el tiempo, aunque sea de lejos.

¿Estaría enojada? ¿Le paso lo mismo que a Piedravín, cuando lo llamaban a la mesa y no contestaba?

Al salir, Venus cerro la ventana. Se acercaba el primero de otoño.

Piedravín pensaba que vendría después de todos los primeros de otoño.

Mucho antes de eso, Sirio estaba mirando de nuevo a Venus. No tenia una sola arruga.

Un poco antes todavía, Piedravín había amanecido seco, sin mover los labios.

Un poco después, Piedravín miraba hacia la vía Láctea. CHAUCHA QUE LLORA

Una rosa silvestre crecía junto al sauce.

Esa primavera fue muy bien recibida después de un invierno crudo con escarcha en el estero, en que los pejerreyes no supieron durante tres meses de la suerte del rocío.

El sol quiso mucho a la rosa y un botón se anuncio, junto a una yema del sauce.

La noticia fue celebrada por helechos y pejerreyes, liebres y piedras de estero. El mi8smo sauce se sintió contento.

Era primavera.

La rosa fue haciendo el botón con primavera, con el cariño dado por el sol y el agua del estero en que las miradas de los peses no dejaban huellas.

El sauce fue querendón. Conservaba sus amigos. En invierno y en primavera. Quería a las piedras lisas y alas cortantes; a las de forma de alas y a las que recordaban piernas; a la arena, la tierra, los helechos, el musgo, los pejerreyes, la escarcha, el rocío. Amaba todo lo referente al estero, es decir, a su barrio.

El botón fue primero algo así como un guiño paso a ser una escama. Después como una colina. Tenia la vida del sol, pero también la suavidad de toda rosa, mamá o niña.

El sauce la veía, cerquita de su yema era querendón y le fue tomando cariño.

El botón tenia vida y dulzura. Mucho mas que las golondrinas. El sauce , exagerado como gran sentimental, decía a la rosa . Yo nunca he visto un botoncito igual. En todo el barrio del estero. Una vez, en plena primavera, igual como se iban las pidercitas y se olvidaban de las huellas en la arena, el botón se abrió y se hizo rosa. No se murió ni siquiera se fue simplemente cambio, se hizo mas grande de golpe el sauce lo miro, junto a su yema y puso una cara tan quebrada que, aunque no asomaron gotas de rocío los vecinos se dieron cuenta: estaba a punto de llorar.

El álamo larguirucho y el aromo robusto y bien presentado se pusieron hacer burlas diciendo chaucha que llora, chaucha que llora. Sin mala intención solo entretenidos, jugando.

Entonces el estero toco suavemente el codo de la niña. Ella, cansada de hacer castillos en la arena trataba de coger una piedra con su balde.

Era primavera.

Desde muy chica , la niñita sabia alegrar a las personas tristes.

Cuándo miro el sauce se callaron el álamo y el aromo la niñita sabia quitar la tristeza cambiando de tema ¿quién vino en el invierno, señor sauce? Pregunto.

Ya con lo de señor el sauce se sintió bien. Cosa de personas mayores. La niña lo sabia.

La escarcha, contesto el sauce, y se acordó de lo mas que lo habían pasado los pejerreyes.

La niñita miro la yema del sauce y se le ocurrió un consuelo: Señor Sauce, cuando nazca la rama de esa yemita se va a parecer mucho a un botón de rosa.

La niñita se acordaba de cómo ella siempre la encontraban parecida a alguien.

Era primavera, la rosa silvestre creció cubriendo la yema. El sol quiso ayudarla a crecer junto a la rama nueva. El sauce, querendón, perdono al álamo y al aromo.

No conocen bien las costumbres del barrio, comento una vez el helecho.

Tampoco el sauce debe hacer tantos castillos en la arena le contesto la liebre, cuyas huellas siempre se perdían.

Cuando llego el invierno, una balde en la orilla del estero era el único sitio donde no había escarcha por allí hablaban los pejerreyes con sus amigos; de no haber sido así, habría sufrido mucho el señor sauce.

TRAGUILLAS

Mis papas dicen, casi siempre, que soy un niño bueno. Llore bien poco de chico. Temprano empecé a dormir toda la noche como tronco( así dicen los grandes, los troncos no son dormilones). No hablemos de comida; fui bueno para el diente desde antes de tenerlos. Una vez< mi hermana mayor me vio sirviéndome en mi mamá y salió gritando. ¡mi hermano se esta comiendo a la mami! Pronto pedí Poppa, Poppa al conocer las sopas; fue una de las primeras palabras que aprendí. Me ha gustado siempre repetirme y hasta comerme los platos mal aprovechados de mis hermanos. Es decir, soy un niño bueno.

Además de ser bueno se escucha que soy “dado” . (no se, uno nunca se conoce bien. Yo cuento lo que oigo). Podrá ser por que la gente siempre me parece buena como la comida. es bueno Pascualito, dijo el cuidador, muy chico de puro pobre. Es bueno el maquinista del tren a Valparaíso que tiene un tren tan grande. El doctor le preguntaba a la mamá un día si yo le hacia sonrisas a todos cuando chico, por que lo niños siempre pasan un tiempo en que son huasos, se asustan. Pero para mi todos son alguien; mi mamá se lo dijo. Tengo

muchos amigos. En la plaza y en el mercado le hablo a los señores y me preguntan cosas. También le hablo a quien venga a casa. Lo que mas me gusta es preguntar el nombre de las cosas y de donde son. Algunos me hacen muecas, yo también las hago. (hay veces que hago muecas y los grandes creen que me rió, los niños si que la pillan). Por eso dicen que soy dado, bueno. Yo presto mis cosas no mas y me gusta que me las devuelvan sobretodo los saludos.

No conviene meterse en cuestiones. No prendo fósforos. No digo cochinadas cuando me pueden oír. Aviso si quiero ir a la calle. pido permiso permiso antes de tomarme el concho de l café de los grandes. Soy bien educado. Ni siquiera miro cuando en la tarde el cielo se pone hacer incendios o a jugar con las lilas. Son cosas de grandes. No soy mal educado.

Que mas quieren, digo yo. No es nada de fácil ser bien educado, bueno y dado.

¿conocen a lo traguiillas¿ son enredaderas pidiendo una muralla entera pare ellas solas, jugadores de fútbol que no hacen pases? Los papas traguillas quieren que uno lo tenga todo.

Miren lo que me paso. Andaba con mi familia y de repente nos encontramos con un sapito que llevaba dos ojos en la espalda; salí corriendo.

Despue4s me llevaron donde un señor por que me podían doler los dientes. ( Claro que seria importante). El señor jugaba con una grúa. Jugo hacerme doler.

También salí corriendo.

Ahora, has dicho, soy miedoso. Ahora no soy bueno. No soy dado con las grúas de boca ni con los sapos de cuatro ojos. Soy miedoso.

¿creen que a uno no le pasan cosas?. Figúrense que el otro día le hice cariño al perro de una migo. Uno que siempre estaba con cadena. No me di cuenta de que estaba comiendo y me dio un gran mordisco. No ladro ni dijo nada. Cuando volví de la asistencia, fui a jugar con el perro. ¿saben por que no le tengo miedo? Por que sabe ser gente. Como se puede ser dado con uno que mira por la espalda o se acerca con grúa. No puede ser dado con ellos les dejo el concho.

Pero no sean traguillas o me pondré a mirar cuando salen las lilas .

¿soy miedoso? Una cuncuna muy larga se acerco una vez entre los cardos y las moras. ¡una culebra! Grite y salí corriendo. Todo dijeron que era miedo.

Sabia que ola culebra no me iba hacer nada. A lo mejor grite por que era rara, como la grúa y los ojos en la espalda (o los incendios del cielo para los grandes ). Eso seria ser huaso por lo raro. Tanto me dijeron que no tuviera miedo que , cuando sentí la culebra, quise seguirla entre los cardos y las moras. Las culebras Chilenas no hacen nada. La culebra me espero, entre un cardo violeta y uno color de trigo.

E un pequeño puerto en una charca había un sapito jugando con una grúa.

lo era todo.

Había también una cáscara sandia redonda como un barquito.

Era una carretela.
La empezó arrastrar la culebra.

El sapito de cuatro ojos la cargaba don moras y tallos de cardo.

Yo también ayude, comiéndome así algunas moras. |vez que no era miedo!

No hay que pedir todo altiro como algunos jugadores de fútbol.

También había que ocuparse de ver si hay carretelas en las lilas. Se lo digo yo, dado, bien educado, bueno.

TENER Y MANTENER EL JUEGO

Los dos hermanos criaban caturras. A él le agradaba tenerlas. A ella mantenerlas. Ella les pedía. El las manaba. Ambos esperaban hacia tiempo que tuvieran hijos, no llegaban.

siendo niños, no sabían disimular las ganas de mantener o tener niñitos de caturras. Hablaban contaban.

Un niño vecino quiso hacer una broma. Fue haciendo un nido con ¡crines de caballo, paja y plumas de las mismas caturras.

Los hermanos creyeron: ¡venían los hijos! Ella quería darles comida y agua.

El, que fueran. Los dos deseaban mirarlos.

Cuando el nido estuvo listo el vecino reunió cinco huevos de arcilla y los dejo en el nido. Los hermanos esperaron. Las caturras cantaban.

Pasaron demasiados días. No nacieron pajaritos. Los hermanos fueron a tocar los huevos. Eran fríos no eran de verdad.

Los hermanos se sintieron caer. De repente, no seguían esperando. No iban a tener ni a mantener.

Hasta entonces las caturras solo habían cantado. Ese era el momento oportuno para hablar.

¿qué van hacer Uds. Cuando grandes? Preguntaron

¿no te preocupa quedarte sin hijos? Pregunto la hermana.

No es el tiempo contestaron las caturras.

Pero no estas triste, insistió el hermano.

Hablemos en confianza. Precisaron las caturras: ¿quién quería que nacieran, Ustedes o yo?

Hay preguntas en que uno caería que contestaran. Vienen con respuesta. Deja la conversación suspendida, como un campo sin regar o un solo arrepentido antes de perderse en el mar.

¿qué quieren ser cuando grandes? Insistieron las caturras; era una manera de darles importancia.

Voy hacer bombero contesto el hermano. Y yo, doctora, dijo la niña.

Nubes grises. Cierto viento. Amenazaba lluvia. Los hermanos se llevaron las caturras a la pieza, abrigadas, las caturras tenían la jaula por fuera, los hermanos una caída por dentro. No pena, exactamente. Se había creado un vacío al hacerse arcilla el nido, los huevos y los pajaritos.

Era bueno hablar de cuando fueran grandes. Como muchas cosas que decían, no las habían pensado, pero salían así

ciertas, dichas de repente. Vivas. Las caturras las oyeron sin sonreír ni criticar ¿ saben Ustedes que les paso recién? Deberían saberlo si serán bombero y doctora.

Como así. Hablen claro. Están con los grandes, interrumpieron los niños.

Al contrario, estamos como son ustedes en los momentos en que no hablan ni piensan. Solo se tienen. O se mantienen y preparan cosas como elegir lo que serán cuando grandes.

Ustedes deben saber lo que es ir al grano, dijo el hermano afable. ¿qué nos paso en relación hacer bombero y ser doctora?. A lo mejor es hasta un carril. Ustedes se quemaron dijeron las caturras. Parecía ser el momento de decirlo.

La arcilla estaba fría dijo la hermana, practica.
El calor estaba dentro, respondieron las caturras.

Los hermanos callaron. Quizás en ese momento recién empezaran a olvidarse del nido y los huevos.

Es el fuego que llevamos dentro.

Prosiguieron las caturras. Queríamos decirles. Este fuego quema de otra manera que el de fuera.

Y no se le echa agua, agrego el niño. Aumentaría las quemaduras, observo la doctora.

De acuerdo, dijo el vecino, entrando en ese momento. No espere afuera por que podía llover. Lo importante es tener el fuego prendido. Créanme, la broma era con mi fuego. No pensé hacerles caer.

¿por ese fuego pueden quedarse ustedes en la jaula? Pregunto la niña.

Las caturras se pusieron a cantar.

En el juego, el vecino fue sinceramente un enfermo y una victima de un incendio.

Cuando se puso a llover, los cinco se tenían y mantenían sin caerse ni quemarse.

LA CASCARA Y EL ZORRO

Clara Yente no quiere jugar con nosotros, dijo el grande. Y que te han dicho tus padres, pregunto la muñeca. Dijeron que ella era así. Se dan cuenta que explicación ...

Esas razones simples son a veces las mas ciertas, intevino almohada.

A almohada e preciso presentarla, para evitar confusiones. Se llama almohada, por que así la llama Clara Yente, aunque es en realidad una pequeña frazada. Muy amiga, no solo acompaña a Clara Yente durante el sueño, sino también cuando se pasa a la cama de los papas. O cuando le viene un sueño durante el día. Seria mas fácil decirle Frazada pero, como a ella misma le gustan las cosas ciertas y simples no podemos mentir. Se llama almohada.

El grande no tenia ningún deseo de discutir. Quería jugar con Clara Yente.

Pregunto, muy paciente. Y ustedes ¿por qué creen que Clara Yente es así?

Los papas saben mas sobre eso, dijo la muñeca.

Contémosle de todos modos, lo que nos dijo la ardilla, contesto almohada, con miedo de haber sido antes un poco áspera.

Las dos amigas empezaron a hablar. Se borraban la una a la otra, se salían del margen, pero le grande pudo sacar el relato en limpio.

Clara Yente nació y, después, vino de Londres. Fue como si naciera de nuevo.

No todos los niños viene de Paris. Ni todos nacen una sola vez.

En esa ciudad hay mucho ladrillo, jardines y personas. Arriba y debajo de la calle. Hasta, sin contar los paraguas, hay de todo. Perros e ingleses y colecciones de mariposas del color que uno piense.

Clara Yente encontró una ardilla. Arriba de una encina. En esa ciudad hay de todo.

La ardilla comía bellotas; Clara Yente, unas manzanas enanas que el hermano llamaba pelotitas.

La ardilla se columpiaba sujeta de la cola, mientras Clara Yente volvía canto sus primeras palabras.

Pronto la ardilla le enseño a Clara Yente hacer sombreros de bellotas, y la niña le exigió que digiera manzana antes de darle una. ¿alguien conoce un juego en que no se aprendan cosas?.

En la ciudad gigante empezó hacer un gran frió. El zorro se vino con hablare desde el bosque vecino. Hay muchas cosas en Londres, entre la tierra y el cielo.

El ultimo conejo silvestre pidió entrar al zoológico de niños. La reina condecoro a las gallinas sobrevivientes. El zorro se quedo sin comer. Y hacia frió.

Un día , lloviendo, el zorro vio a la ardilla en su encina sin paraguas. El zorro tenia hambre y vio a la ardilla. Era una cosa simple.

Clara Yente miro todo, mientras trataba de que la muñeca se pusiera una bellota de sombrero. Con susto, se llevo le dedo gordo a la boca, y con los dedos flacos toco a la almohada. Por que no tendrán cáscaras las radillas, dijo la muñeca. O pincho en la cola, comento Almohada. Clara Yente callo pero en ese momento la lluvia se fue haciendo nada y empezó a llegar la niebla.

La niebla se hizo persona grande rápido, mientras una lluvia de bellotas detenía al zorro, también sin paraguas. La neblina se llevo a la ardilla de la animo Y el zorro tuvo que escribir una carta al que mandaba en el zoológico de niños.

Clara yente, la muñeca y la Almohada no veían a la ardilla.

Cómo llegaron donde la ardilla, a pesar de la neblina, pregunto el grande.

La neblina le explico y tuvo que acercarse haciendo un poco de neblina propia con la respiración, dijeron las dos amigas, pisándose las palabras. Y como se acerca uno donde esta Clara Yente, pregunto el grande. Conversando con sus atentas y seguras servidoras, dijo almohada. Nosotras tenemos que explicar como la neblina. La muñeca advirtió que su amiga había sido vaga. Por no ser áspera, completo:

Hay que esperar; Clara yente tiene una cáscara, muy fina. Usted se queda con nosotras (en realidad sirve recordar el ejemplo de la neblina, como ha dicho mi amiga) y la cáscara se ira siendo fuego o jugo, mirada o juego. Clara Yente es así.

El dedo gordo en la boca, los ojos como tapados por un sombrerito, Clara Yente vino a buscar a sus amigas sin hacer

ruido, como cuando la neblina se vuelve nada. Se fue cantando para dentro, pero el brillo de dos manzanas daba a entender cambios en la cáscara, futura transparencia. Toco la pasar al grande con un dedo flaco.

NO FUE CULAP MÍA.

Los encuentros de familia son muy serios. Hay que saber callar, sentarse , dar las gracias. Uno puede querer reírse aunque el dueño se casa tenga una espiga en le ojo, o se haya pegado en le codo su tía, y entonces empiezan los problemas, por que dicen que todo tiene su tiempo, como una cajita especial; y nunca es tiempo de reírse en esos caso. Puede ser gracioso que el primo le suene la guata, patalee la mosca en la cuchara de salvamento y un niño, muy chico diga palabras prohibidas, pero es mejor disimular, apretarse los labios o mirar a otro lado, por que si no puede llegar un pellizco o enterrarse la punta de una uña. O, después, no le hablan a uno. O le quitan los trompos.

Esta vez fue muy natural fuimos todos los hermanos a una tía. Prima de carne y hueso de la mama. Parece que no se conocían. Por eso tenían tanto de que hablar llego la primita a saludar. Desde que entro me fije en la nariz. Era una torre, como esos edificios del centro visibles desde todas partes. Esos en que se puede subir mucho en ascensor. Ahora no me acuerdo casi de otra cosa: algunas pecas, un pelo medio zanahoria, metió las manos en el dulce cuando servia las once.

Hablaron las señoras. Nosotros cambiábamos el orden de las piernas, movíamos la orejas. Casi no oíamos nada, hasta que la prima de mama dijo, refiriéndose a su hijita. Pesa treinta

kilos. Reconozco, se me salio a mi. Pero no fue palabra mía. Se oyó: solo en la nariz. Como si yo lo digiera.

Hay quienes se pelan las rodillas jugando en la calle,. Se puede uno caer al subirse a una silla para alcanzar una galleta de champaña. Puede romperse la taza del desayuno, o tragarse la chaucha con que se juega en la boca.

Ahí se lo pasa mal, pero las embarradas son otra cosa. En mi cumpleaños abrí un paquete creyéndolo regalo. Era una algodón de una señora no entendí por que todos se enojaron.

Creía que después del te me iban a pegar. A acusarme. Escondí mi autito azul de plástico por si me lo querían quitar.

No fue nada de eso. Paso como cuando uno no lleva las tareas y no se las tomas. Disimularon los hermanos haciendo muecas. Los labios y la lengua parecían hacerles corcovo. La mama dijo que era bueno que la prima de carne y hueso fuera sanita. La tía explico como la tía tenia muy buenas notas. Yo no dije nada mas.

No me pegaron ni me pellizcaron. Fue peor: dijeron que había pasado algo malo pero divertido. No entiendo. Lo han contado mucho. Dicen que es “parte de mi repertorio”. Ni se por que lo dije, pero si una nariz se sale tanto, hay que nombrarla. Es como cuando un niño levanta la mano en la clase- la profesora se fija y le pregunta lo que quiere.

Hasta se me ha olvidado como era la nariz. Me acuerdo que todos sujetaban la risa durante la visita. Y después se reían, como relinchando. También me acuerdo que al salir, di las gracias y bese a mi tía y a mi prima. De carne y hueso.

Cuando iba llegando a mi casa, me agache para levantarme el calcetín.

Mis hermanos usan pantalón de golf o pantalón largo, y no le se les nota cuando tiene mal puesto el calcetín. Ni cuando esta roto.

El conejo rosado movió nariz y dientes y me dijo, soltando el calcetín. Fue culpa mía, ven conmigo. Hay cosas que uno no alcanza a pensar mucho y tiene que decir en le momento. Le dije a mi mama que iba a jugar al trompo un rato y entraría después . no hubo inconveniente por que les era mas fácil, seguro, contar la historia de la prima sin mi.

Supe solo el camino. Como cuando los caballos vuelven de paseos largo, con los jinetes durmiendo. Llegamos a la puerta del colegio. Había un espacio debajo como un puño de camisa muy ancho. Los secretos siempre tiene que ser poco disimulados. Has bailar le trompo debajo, dijo el conejo rosado.

Cuando la puntita toco el punto del suelo justo debajo de la llave, se oyó un silbido muy suave y se separo la tierra con mucha discreción, dejándome pasar al conejo y a mi. Una entrada muy bien elegida.

Fui yo, dijo el conejo. Quise ver a tu prima color de zanahoria, tu puedes adivinar por que, aunque ni te fijaste en le pelo.

La tierra seguía abriéndose mientras bajábamos. No hacia mucho calor, a pesar de lo que enseñaban en el colegio.

Entrando por la puerta, la tierra nos deja pasar, dijo el conejo. No se por que prefiere la entrada ahí, dentro y fuera del colegio al mismo tiempo.

Hay que sentirse bien a caballo en le colegio y fuera, comente yo muy seguro.

Por que se lo dijiste pregunte al fin. Mira mi ñata, me contesto el rosado, aludiendo a su nariz pequeña y movediza. Fue a la

casa de tu tía de carne, pensando en ese pelo color de zanahoria pero una nariz como torre, inmóvil, es algo que me gusta mucho.

El conejo rosado me miro un buen rato, en el sitio secreto, mientras la tierra esperaba. Entonces me sentí serio de verdad.

Aunque recién te conozco, voy a pedirte un favor; te importaría que fuera a pedirle disculpas yo a tus primas dijo el conejo, moviendo dientes y ñata.

Llegue a la casa con los calcetines bien derechos. Hasta se me ha olvidado lo que paso en esa reunión de familia, aunque lo han contado mucho.

Tal vez recuerde algunas cosas si puedo conseguir que mi trompo baile de nuevo debajo de la puerta del colegio. Sin embargo, es tan difícil como subir una torre de a caballo.

SE ENCONTRÓ EL CHANCHITO

Le gustaba medirse. Tenia las murallas salpicadas de rallas mostrando su estatura en distintos momentos, derecho, aplastado el pelo, la gente se extrañaba de su manera de saludar, poniéndose primero la mano en la cabeza, para inclinarla luego hacia el conocido, comparando el alto de cada uno.

Gioxis podía crecer mucho, como todo niño, pero a lo mejor lo que deseaba era dejar de ser gordo. En ese campo no tenia necesidad de medirse era un gordo. Una serie de globos llenos; la pera doble, los pies como melón y tuna.

Un chanchito rondaba por la casa de campo. Era ronco y su voz podía ser incomoda pero, por lo menos , despertaba mas tarde que le gallo. Dejar dormir a los gordos en muy importante.

Ocurrió una vez que Gioxis, después de haberse medido con el gallo ( desde lejos , por que los madrugadores son siempre sospechosos) se entro, agotado, respirando fuerte, esperando que por un tiempo no pasara nada.

Gioxis tenia el pelo muy claro. Su amistad con el sol se lo había dejado como paja. El chanchito, rodando, creyó ver un segundo chanchito dormido, harto de tanto pasto seco. Sin costumbre de pedir permiso, se acerco a comer. Tenia derecho,. Así comen pan los niños. Diosas quiso medirse con el y , medio dormido lo sintió acercarse. El chanchito se puso bien trompudo como cuando Diosas se enojaba, y olisco su paja antes de comerla, por que hasta los chanchos también tiene su gusto.

No pudo seguir. Allí donde la espalda se olvida de su en realidad un puntazapato, por que si hubiera sido con nombre, recibió un galope muy fuerte. era un punta pie, el pie lo había entendido mejor. Un señor , vestido como caballero , estaba detrás suyo con al misma cara que pondría el gallo si le taparan la boca en la mañana. El chanchito no lo pensó dos veces, dejo atrás su paja, grito por primera vez con una voz nueva. Fluida, como la espada de los verdaderos caballeros y se fue lejos.

Gioxis se levanto. En ese momento sigue siendo gordo pero nunca mas lento. Ni cómodo.

¡mataste al chanchito! Dijo con la fuerza del canto del gallo y del grito de el chanchito juntos. Midiéndola había sido mas grande que la patada.

El chanchito había desaparecido. Nadie pensó que podía andar tan ligero.

Lo buscaron. El caballero que lo ataco, Gioxis, los hermanos, mas señores.

Lo buscaron y, al no encontrarlo, fueron todos a conversar con el gallo.

El gallo tampoco estaba.

Al principio, todos hablaban la mismo tiempo. Luego, por turno, trataban de distraer a Gioxis. Gioxis estaba trompudo. Cierto que lloro un poco pero ahora, pobrecito los media. Ninguno será como el gallo que simplemente se había ido con el chanchito. Sin cantar. Al otro día todos se fueron al mar. ¿se habrían olvidado del chanchito gloso, del gallo buen amigo, del golpe? Dioxis los media.

Entre los bañistas no se veía al gallo ni al cachito, tampoco en las canoas ni en los botes a vela. Con esfuerzo con el Sol, la arena, la mucha gente, lo gordo que era, sin zapatos, Dioxis se acerco a una roca.

Gordo como chancho comento alguien, mientras trataba de pisar con cuidado entre choritos, cochayuyos y algas, pozos de agua tibia y machones de pura sal. Dioxis peri el control casi se cae. Había dado una gran patada al molestoso si las patadas no estuvieran tan poco de moda.

El caracol sonrió. Con un cachito entendió lo que le pasaba al Dioxis y con el otro pensó la marea de arreglarlo.

No lo hizo de adrede. A veces hay coincidencias que uno no se explica casi nunca hablaba con niños desconocidos ni menos para hacerles burla.

Tienes mas pena que rabia, dijo con un cachito. Gioxis se tendió para mirarlo y oyó también. Estas buscando algo. El segundo cachito le dijo, necesitas un amigo. Dioxis se echo agua tibia de roca para salvarse del sol que seguía destiñéndole el pelo como mala lavandera. El caracol se entro un poco mas en su casa, dejando los dos cachitos fuera, y el

segundo de estos dijo : a veces se empieza peleando y se termina amigos.

Gioxis sin medirlo (habría sido absurdo), acepto sentirse amigo.

Dosis quiere dejar su medida en la roca, dijeron los hermanos. La mama le trajo una chupalla. El caracol quitado de bulla se escondió en la roca, cuando se fueron Dioxis le contó al caracol todo lo que había pasado.

Encontraremos a tus amigos, le dijo el caracol.

¿cómo? Pregunto Dioxis, con miedo de que lo estuvieran consolando.

Me hayas chico observo el caracol, un poco sentido, peor por suerte tengo estos cachitos. Juntos trabajan bien; uno entiende, el otro da. Claro, soy de mar, no puedo llegar muy lejos; pero no me miras todavía. Hablare con las casas amigas y encontraremos al gallo y al chanchito.

El cachito que comprendía supo que Dioxis, aunque movía la cabeza asintiendo no entendió lo de las casa amigas.

¿Sabes lo que es morirse? Pregunto. Si, contesto Geoxis. Creí que habían matado al chanchito.

¿Yque le habría pasado? Insistió el caracol, como cuando los grandes podemos ser profesores. Nunca mas podría hablar como ronco, contesto Geoxis.

El cachito que ayudaba interrumpió al otro que seguía muy curioso: el chanchito no se murió. Pero si se hubiera muerto se acordarían de el e gallo y tu; estaría siempre un poco vivo. Ustedes los gallos y los chanchitos van pasándose la vida unos a otros, pero no se las dejan a sus casas. Debe ser por que salen mucho. Nosotros le entregamos la vida a las casas al morir.

Estamos siempre con ellas. Les contamos muchas cosas. Usamos los dos cachitos.

Por eso, cuando se muere un caracol, la casa vive un poco.

Sus casas son tan bonitas dijo Dioxis, sin querer ser educado ni profesor.

Hay unas como zeppelines a otros le decimos elefantes, a otros gordito, dijo y se puso colorado por que su amigo tenia una casa con tres vueltas anchas, como melones tunas, a la que llamaban “gordito”.

El caracol estaba acostumbrado a hacerse el leso cuando otro se volvía colorado y dijo, de nuevo sonriendo, por eso seria que le tome simpatía a tu chanchito. Bueno, cada casa de caracol puede contestar una pregunta, una no mas por que han sido marinos callados en vida, a cualquiera que les hable.

Geoxis aunque no tenia cachitos, comprendió y propuso : le digo a todos los amigo que junten casas de caracoles.

Gioxis se decidió. Volvería a ver al caracol durante toda su vida, en todos los gorditos y todos los caracoles. Y todos los amigos.

El señor de la patada se acerco a jugar con Georgia. El niño no dio muchas explicaciones pero pronto había gran numero de chupallas llenándose de conchas de caracoles. Geoxis se hizo amigo del señor de la patada. Así, algún día, podría tener una casa como la del caracol.

Esa noche, muchos caracoles conversaron entre ellos, con una sola pregunta. Aunque era solo casa. La otra madrugada se volvía a oír el gallo. ( Geoxis se dio cuenta de que lo había medido mal).

El chanchito solo tenia una mancha, mas debajo de la espalda como un poco de mar.

Dioxis estaba todavía gordo, peor había lago en el hasta en el pelo de paso seco que reconocían todos los caracoles y los chanchitos y mostraba su altura sin necesidad de rallar las murallas. El chanchito siguió siendo ronco.

CONVIDANDO CHUPETE

La luna estaba acostumbrada a viajar. No se mareaba desde hacia mucho tiempo.

Imagínense ustedes con la vuelta que ha dado en su vida tiene bastante resistencia. No se podía pensar en un mareo. Sin embargo de repente todo estaba distinto. Nada daba vuelta, ni la tierra. No parecía un desmayo; no era cansancio; no había peligro de caerse; ni mareo ni debilidad. Era todo vuelto raro. Todo. Ella y lo demás.

Era un momento raro por que era iguala otros. ¿a cual? . No sabia. En lo mismo, pensaba o sentía la luna. Había echo muchos viajes. Nunca le había pasado: igual, no parecido. ¡que mal se siente uno cuando todo es raro! Cuando un momento se parece a otro se hace corriente familiar; cuando llega hacerse idéntico, abruma.

Juan Kostia la vio, mientras vendía sus dibujos a los vecinos. Uno le regalo un chupete amarillo. Otro unas palabras para alentarlo. Una niña grande, una sonrisa muy blanda casi dulce. Lo malo fue una vieja que se enojo mas de la cuenta: le ofrecían un dibujo, nada mas, y se enojo.

Un niño vendiendo dibujos no se ve todos los días. Sobre todo si los dibujos son hechos por el . es raro. Se ofrecen

barquillos y zapatos, viajen en micro y maní, no hay costumbre de vender dibujos. Los vecinos se reían o se enojaban. Lo echaban, lo invitaban, le regalaban. Era raro, pero no tanto como aquello de la luna.

Juan kostia hizo su primer recorrido con la lengua por todo el chupete amarillo.

Ya era hora de acostarse. No era hora para callejear. Tampoco era corriente ver tantas palomas como las que se iban concentrando en una parte del cielo. Volaban desde un avión que zumbaba con una pepa roja, luminosa y gritaba coreando: ¡encontramos al abuelito! El avión zumbaba y no les contestaba.

Juan Kostia vio a la luna afligida, nueva, como un arco de indio forrado con papel plateado. Estirada tirante, como las hondas.

Juan Kostia pensaba. Se podría manchar si le convidaba chupete. A la luna llena le sienta estar un poco amarilla, la luna hasta donde esconde la hombrecito. Es blanca.

Juan Kostia mostró sus dibujos a la luna: un barco con la bandera chilena; una bandera chilena; un barco sin bandera.

La luna seguía fuera de todo, tan conocido le era el momento. No podía ponerse mas pálida que de costumbre. Seria una vergüenza marearse; podría caerse encima de una vieja. En ese momento todo era lo mismo de laguna vez – no sabia de cuando.

Con sorpresa para Juan Kostia, la luna acepto el chupete amarillo.

Una mordida no mas, dijo Juan Kostia.

La luna quedo como un arco de amarillo aguado como te puro (te puro de niño; siempre son mejores que la leche). Una

nube vecina se mancho entera por descuido de la luna. ¿cochina o falta de practica¿.

Juan Kostia recupero el chupete y lo limpio un poco con la mano antes de seguir gozándolo.

Gracias, dijo la luna. Fue cuando la vieja no te quiso recibir el barco con bandera. Eso fue igual otra vez. Sentí raro.

Desde chico he querido vender mis dibujos. Gracias, Juan Kostia, por le chupete, contesto la luna, apartándose un poco de la nube manchada. Con el chupete volví en mi. Se me paso el mareo, lo raro.

Después de tantas vueltas, a la luna todavía le podían faltar las palabras.

Al entrar en una nube color de limón, los pájaros no pudieron seguir a la paloma grande que zumbaba.

Juan Kostia se fue a costar con los dedos mojados y poseedor, ahora, de tres barcos amarillos.

La luna había a estar pálida o brillante como papel plateado sin estar mareada.

A su alrededor volaba un numero increíble de palomas, les contaba la historia familiar de cada una. Llego hasta los tiempos de los indios.

EL HURACÁN EN LA FAMILIA

El huracán quiso pasar. No le importo la presencia del cactos. Apurado, como siempre.

El cactos no se movió. El huracán se puso rabioso, grito, pataleo. Se echo de espalda callo de frente. Fue todo un espectáculo. El cactus no se movió.

Encima de la colina, el niño los estaba mirando. Recién se habían repartido los colores entre los hermanos. No acepto ninguno. Guardar un color podría ser tan cruel como mantener cautiva una mariposa, o hacer de un hilillo de aceite visitante de cascadas. No quiso ningún color, apear de haber sentido muchas veces que el azul le pertenecía.

El cactos había tenido la precaución de dejar los sus pelos libres de crecer por tierra, por arena y por roca. De irse, le acompañaría toda la colina.

Cuando el huracán vio venir hacia el a la flor roja del cactos se levanto de un salto. Dejo de rabiar. Quedo serio. Arrepentido. Quería pasar no mas, no pensé hacerte daño, explico el cactos.

Hay cosas mas importantes que las flores, dijo el cactos. Quería perdonar, pero era orgullosos. Tan orgulloso como para mostrar sus flores muy a lo lejos.

Le gustaba parecer seco.

El niño sabia apreciar lo echo con buena fe. Ya paso todo, dijo, conciliador.

El cactos lo saludo moviendo un pelo debajo de su zapato. Le hizo cosquillas, a través de la suela. No se Libia para saludar.

El huracán lo saludo dando vueltas por sobre su cabeza.

Fue muy medido, solo lo despeino.

Que curioso, comento el huracán. Iba camino a felicitarte por no haber escogido ningún color. Así los tienes todos. Eres muy vivo.

¿me ibas a golpear la ventana? Pregunto el niño, inquieto fuera de tiempo.

No, solo hacerte volar un poco en clases de aritmética.

El niño siguió inquieto.

¿por eso tenias que pasar por aquí? Pregunto el cactos, tratando de pronunciar claro, como persona importante. Si, le dijo el huracán. Tu tenias sujeto al azul; debía apurarme.

En mi familia nunca ha habido huracanes, sin querer ser pedigüeño, aunque podía pensarse en una indirecta.

Quedate con el niño, dijo el cactos, con cara de chiste de persona grande, de esos que pinchan. Así podrás pasar por todas partes sin molestar. Siguió sumando palabras que el niño no entendía: en esa forma presentaran las rabietas.

A ti ¿por qué no te gustan los colores? Pregunto el niño cuando bajaban la colonia. Son siempre lo mismo contesto el huracán. No cambian, no tiene nada de niño.

En este momento pasaron los ojos de la niña. Eran de un azul muy claro, como la voz de los cactos. Tenían que decirse algo. El niño le pregunto al vuelo ¿qué te gusta mas la carne o los vegetales?. Guardar unos ojos es tan difícil como conseguir de una mariposa camino paraguas cascada.

Soy el huracán de la familia antes de que empezara el paco ladrón.

Voló la niña, contestaron los hermanos sin darle importancia como cuando el cactos pierde una flor. Mientras jugaban, el niño le dijo al huracán, bien despacio que no se vuelen los números, ten cuidado. La niña Eligio, jugo de paco y los pillo, aunque se escondió en la colina.

Hubo trampa dijo y se tiro al suelo, como cuando se golpean las ventanas.

El huracán buen amigo, aparto el aceite. El niño dejo de estar inquieto y propuso muy vivo. Escojan ustedes dos colores.

Y tu ¿qué vas a pedir? Desconfiaron los otros. Me quedo con el huracán y el cactos, dijo el niño.

Yo me quedo con el azul, dijo la niña.
El huracán puso al cactos en un maletero.
Fue muy fácil jugar al Paco Ladrón arriba de la colina. Muy volados, nadie se fijo que la niña eligió un solo color.

UNA FORMA DE ENERGIA

El Pulgar y el Índice vivían peleando entre sí . Preocupaban, con razón , a la Media , el Anular y Meñiquita, hermanables , pacíficos pegaban con las uñas , las muñecas, las pistolas de juguete, las palabras mas cortantes. Media procuraba detener

el vendaval con frases sólidas, equilibradas: No dejen enfriarse la vida, se les llenara de nata. Sosiéguense . Hay que saber darse entre hermanos con fervor de naranja o de tomate. Cuidado con el ejemplo del Rabanito, rojo por fuera , blanco por dentro. A los hermanos peleadores les sale nata en todo lo rojo de dentro.

Amular creía en la ventajas de los acuerdos. Tenia su plan de mediación.

Pulgar dejaría de ser un opositor obstinado. Índice cedería en disminuir de afán de ser siempre el centro el ombligo del mundo. Los dos perderían y ganarían. Ese era su plan de advenimiento.

Meñiquita quiso subir mas allá de las frases y los planes. Los tres de la armonía tenían risa propia, como otro tienen una casa o un titulo.

Anular poseía una gran carcajada, caudalosa, granate. Casi siempre arrastraba consigo y teñía al que estuviera cerca. Sin embargo, los hermanos peleadores la hacían rebotar, junto con los planes.

Media era dueña de una risita amarilla, transeúnte, de pollo nuevo. Solía invitar a que todo el mundo se sirviera de ella un buen pedazo. Índice y pulgar la hacían rebotar junto con las clases de cordura.

Meñiquita tenia una sonrisa precaria, inestable, deslumbrada. Intacta desde que dijo yo por primera vez. No tenia consistencia como para rebotar, pero a los peleadores no les producía pudor.

Pulgar E Índice peleaban, con palabras concentradas y las armas mas agudas.

Meñiquita se puso en movimiento. Para hacer algo. Era una brisa definida.

Levanto una piedra por deseo de pedir consejo a las hormigas. Estas se excusaron. No podían ayudar. Demasiado afanadas, llevando blancos huevos relucientes, en fila india.

Meñiquita alzo, entonces, el ladrillo y los chanchitos se encerraron en si mismos, sin pronunciar palabra. Tampoco ayudaron.

La pelea era seria.

Obligada por la vida Meñiquita debió seguir su camino interrogando al ropero de sus padres. Fue a escondidas, como los ladrones. Obligada.

Preguntando, llego hasta un sobre secreto. Hay energía presa en muchas cosas del mundo. La han ido soltando para bien y para mal. Así se decía en una introducción muy breve. Luego, venia la formula de una fuerza tremenda, muy granate; la energía dentro de la familia. Meñiquita por primera vez sintió un sabor en su propia sonrisa. Estaba armada.

Realizo un plan, con un jubilo de naranjas o tomates. Invito a los peleadores a cavar un hoyo en busca de agua. Tarea interesante. Hasta las hormigas hicieron un alto. Silencio. Ni palos ni pistolas. Ni equilibrio ni alegría. Cavar. No llegaban al agua.

Medica entonces produjo un estallido, con la formula robada del ropero.

Broto agua, fresca, sin nata.

Indicio y Pulgar hermanados, corrieron a guardar el secreto. No fuera a quedar en evidencia el robo de Medica. Buenos hermanos mayores.

Media, ponderaba, contemplaba feliz, amarillita, la idea de una energía tan equilibrada como para poder ser guardada en un ropero.

Anular estaba aprisionado por el poder de arrastre del estallido. Cuando Índice y Pulgar regresaron, el uno tenia la risa totalmente cristalina, visible desde todas partes; el otro, una sonrrisa profunda, resistente como el fondo del mar.

Los chanchitos consideraban seriamente los meritos de una explosión capaz de desenrollarlos sin romper el ladrillo.

Los hermanos devolvieron la formula, pero se la habían aprendido de memoria, y Meñiquita no ha necesitado recurrir al robo: en el grupo el agua ya salia sola, con ferbor contagioso.

Las hormigas, en fila india, alcanzaron a ver la formula. Desean darle un largo estudio.

SE ACABO LA RONDA

La ronda apagándose. Mandandirundirundan . los pies estaban tercos, las voces mas agudas. Mandandirumdirum. Aparecían pañuelos, cintas, peinetas. Mandandirum. Las respiraciones se iban deshilachando. Algunas caras , de puro rojas, parecían demasiado maduras. Mandan.

Eran voces sin sal descoloridas. Pasos con banderas de rebelión.

Man. Se acabo la ronda. Se consumió casi entera.

Quedo un montoncito de cenizas, blando como harina. Y un hilo de humo de falsa ronda. La ronda verdadera se hace ceniza harinosa, rica para hundir las manos, como la mejor arena

Tibia la harina de ronda. Muy delgado el hilo falso.

Las respiraciones se fueron tejando de nuevo.

Se abrochaban botones, las peinetas hacían lo suyo a conciencia como rastrillos o tenedores, entre madejas de distintos colores, arena, piedrecillas y hojas.

Las caras recuperaban su decir de siempre.
Los pies bajaban la bandera rebeldes de un momento. Hablaban de la hora o del peinado, del pie o del pañuelo. En el fondo no hablaban.
¿qué hacemos? Dijo uno.

No tengo ganas de hacer nada, dijo otro. Nada, dijo ella, y la envolvió una gran tela de araña. En que la tela hacia a la araña.

Nada, dijeron todos, y la tela fue apretando la transpiración todavía fresca. Se insinuó luego rindiendo las banderas, apenas desplegadas en los pies doloridos.

La araña de tela dejo inmóvil las caras cuando todavía estaban demasiado maduras.

Estaban en gris. En tela de araña. Alto el montoncito de harina de ronda.

Finísimo el humo de ronda falsa.

El propuso entonces, con voz muy usada, yo no quería nada. Mandan.

Todas las miradas llegaron a e. Frescas. Deseosas. Llenas. Niñas. Niños.

La araña alejo su tela y se la llevo, deshilachándola el hilo delgado.

Mandandirum. Mandandirundirundan, se fueron silbando todos mirando unos montecitos tibios como la amo de la ronda.

Cuando ya no podían verla, la araña, ahora sin tela fue a hundirse en la arena harina de ronda.

Pero el cerro era ceniza. Mandan dirum difundan. La barrio la mama al día siguiente. Estaba fría. Madan dirum difundan.

NO QUERÍA HABAR

Crenovich

A la memoria de Don Adolfo

Mira, dijo el Negrito, mostrando a su madre los primeros pasos sola de la pequeña hermana.

Mira, grito la Nena, llevándole a su padre la difícil tarea de restas.

Miren, llamaba a sus padres el Colorin, al completar sus vueltas en triciclo.

Miren, se oyó entre risas a las Chicas, bajando por el cerro de arena.

Miren, reclamaba a sus padres el Rucio, aprendiendo a saltar la cerca de la casa.

El me dijo meren, pero quedo sin hablar.

Hablaban la Nena y la Chica, el Colorin, el Negrito y el Rucio. Hasta la hermana chica lloraba, movía las manos. El no hablaba.

Pasaron tareas y comidas, lunas nuevas y generaciones de flores. No hablaba.

Unos se enferman y no hablan. Otros guardan las palabras y solo las muestran como avaros, cuando están con quienes parecen ser ellos mismos.

No hablemos de los que hablan sin hablar.

El no hablaba pero su silencio decía a todos. Miren. Cuando volvió de su silencio, la cordillera le pidió permiso para contar. he aquí su historia.

Quiso llamar, decir Mira, en el sueño, pero no pudo. En el sueño la arena se cogía del pie y no lo saltaba, y se acercaba al mar. No podía andar, alejarse. Crecía el mar, y se detenía el sueño.

Era todo sin color. ¿Cómo iban a escuchar?. Dijo Mira, y solo acudió la cordillera, grande como el mar. La cordillera le contaba sin hacer alarde.

Al terminar el sueño, estaba entre las nieves, como en las barbas blancas empezadas al principio del mundo. Era cierto. ¿cómo decirlo si el mundo daba sus primeros pasos?. Y era maravillosa que no cayera. ¿quién podía mirar aunque la tierra diera vueltas?.

Sin embargo, desde la cordillera los cercos y las casas eran puro sueño.

¿cómo podía mostrar la tarea el mar? ¿ Quién podía corregir lo que hace la arena?.

Quedo en silencio. Diciendo. Miren, por todas esas cosas. No estaba enfermo.

Ni era avaro. ¿cómo decir miren por todo?.

Quedo en las nieves. Los pies se oxidaron del abrigo de la arena. Era como estar con una cabellera larga que nunca se hubiera cortado. Blanca casi desde siempre. En el sueño no

llego el mar. Vino la cordillera. Quedo en el blanco de siempre.

Fue silencio, entre el negrito y la nena, el Chico el Rucio, el Colorin.

Pasaron lunas nuevas y no hablaba.

La cordillera lo contó, cuando todo era pasado.

Un día llego le puma a la nieve. Se había salido del pie de la cordillera, donde esperaba con miedo una posible llegada de la ciudad .

El Puma viéndolo en la nieva, creyó ver la ciudad y huyo. Mira, le grito antes que llegara de vuelta al pie de la cordillera. Y se despidió de la cabellera blanca y de la barba antigua apenas el puma le enseño a restar los sueños.

Empezó a hablar mientras la Niña chica aprendía cuentos y el mundo daba sus primeros pasos.

La cordillera lo contó con tanta modestia, que parece nada exagerado.

LA PELEA DEL JUEVES

Al principio fue una ola chica. Les dio por salir sin las niñas. Daban vueltas.

No decían nada. No se sabe por que empezaron. Eran paseos de todo el grupo. Sin las niñas.

Había sitios obscuros. Ampolletas en algunos faroles de las calles. Carabineros a cierta distancia.

Una ves se les ocurrió llevar un frasco lleno de tinta. La ola se hizo grande. Era tinta china, negra. Provenía de la pieza muy abandonada de un vecino. Se podía decir que no tenia dueño. La muralla tampoco lo tenia. Era todavía una ola indecisa, violenta, con mucho viento. Pasaron frente a la muralla de nadie, blanca, sin carabineros. Cayo el tintero sobre ella las voces en sordina. La tinta fue conociendo la muralla, sin hacerse anunciar, como la visita del viento. El grupo huyo.

No habían niñas. El grupo se hizo mas ola.

Así empezó. Uno contó. No supo el carabinero pero se enojo otro grupo. Otra patota. La otra patota fue creyendo que la patota ya ocupaba mucho lugar. ¿No preguntaron si los lugares son de alguien? Las patotas, como los niños y los grandes, quieren ser dueños de cosas. La patota era dueña de un frasco de tinta en una muralla blanca. También se puede ser dueño se esas cosas: de algo que una pelota ha podido hacer. O romper. La pelota lo hizo primero; la otra patota se enojo.

Subió la ola. Se hizo azul.

Quedo con menos viento.

Pronto la otra patota rompió un farol. También sin niñas. Tenia al pie un circulo de pensamientos negros y amarillos que no pudieron defenderlo. En vidrio dio le aviso. Alcanzo a llegar el carabinero. La otra patota se salvo con dificultad.

Los vecinos se enojaron por la muralla y el farol. No fue por el banco ni por los pensamientos, pero el echo es que se enojaron.

La patota se enojo con la otra patota. Había ocupado su lugar. No fue casualidad. Cada uno ha de tener lugar para guardar, hacer o romper. La otra patota le quito a la patota un lugar para romper.

Subió mucho la ola.
Negra como tinta china. Sin viento.

Se decidió pelear. Fue algo claro como romper un vidrio de tintero o de farol.

El jueves seria la pelea. ¿Cómo? La idea fue avanzando lentamente, como la tinta en la muralla, hasta que se seco. Cada patota nombraría un soldado o un general. Cada patota seria una persona. Así seria cada grupo lo que era en verdad: un niño.

Llego el jueves .

La ola era negra, casi dura.,

Era el potrero donde se sacaba pasto para los conejos.

La patota llevo al flaco. En su casa estaba la pieza abandonada con el tintero.

La otra patota Eligio al pelado. Decías que le carabinero lo había visto arrancando del farol de los pensamientos.

No fueron las niñas.
La ola era negra, como piedra, enorme.

Empezó la pelea. Nadie decía nada. El flaco pegaba con fuerza. Corría, saltaba.

El pelao casi no se movía. Contestaba. Calculaba. Se agachaba. Peleaba, pero los golpes no era como los que recibiera la muralla o el farol.

Paso casi un minuto y pareció mucho tiempo. Suficiente para deshacer la ola.

Viene le carabinero, dijo uno de la patota o de la otra.

No se si lo invento. La verdad es que la ola se acabo de un golpe....

Se dieron la mano el flaco y el pelado.

Los dos, blancos; tinteros chicos alrededor del ojo del flaco; un pensamiento rojo en la nariz del pelao.

Se hicieron amigos, de golpe, el día jueves.

La pelea no había sido de nadie. Se fueron juntos a la pieza abandonada.

Llevaron pasto para los conejos. Hablaron de las niñas. EL TARARI

Los demás le hacían caso. Nunca se sabe por que algunos pueden mandar.

Como es natural el aire. Como a otras niñas la mirada le terminaba en espuma. Como se respeta la Capilla en el

pillarse. Eva derramaba señales para los otros niños .De ella dependía la suerte de los duraznos en el armario y si la tarde terminaba con el juego a escondidas o al pillarse.

Los otros niños tenían , como todos, los pasos de leche, la voz como yema , los juegos blancos y balbuceantes. Una vez, Eva echo atrás su pelo, como si fuera espuma y esparció su mandato hasta que los siete niños lo creyeron suyo. Vamos a formar el Tararí.

Fue nada mas que un instante, pero todos entendieron, el tararí había nacido y era todos ellos y muchos mas. La principio, los grandes no supieron. El tararí los espera, capaz de pillar y de esconderse. De abrir todos los armarios,. Nadie conocía la palabra ni siquiera Eva, pero le lema fue “Paz a los grandes, si Paz ellos dan; guerra daremos, si guerra nos dan.”. tal como suena. Lo digo, por que es la pura verdad.

En su oportunidad, el sol no quiso esconderse, a pesar de las ordenes del tararí. Era toda una mirada calurosa, intrusa. Enturbiaba los juegos hacías balbucear los vasos de leche, trizaba, bancas, las yemas de la voz.

Entonces, no fue un durazno el que pillaron en el armario. Amarillos y rojos, siete duraznos escondidos con suerte, se fueron con los niños. Eva lo dijo, alegre y total. El sol se porto mal. Fue a acusar a los grandes. En el taratí nadie acusa, por eso no hay que decir quien los vino a retar.

¿no saben que no se saca la fruta?

¿cómo iban a saber antes de comerla?. Respondió un silencio suave, como si el pelo de Eva llenara toda la pieza, húmedo con el amarillo y rojo del durazno. Sin embargo, los silencios que se alargan no pueden ser suaves. El grande se dio cuenta he hizo volar palabras de guerra desde su armario: ¡niños insolentes! ¡Cuándo aprenderán! .

el grande se fue, y el tararí se despidió de su silencio y entendió que las paces estaba perdida, olvidada. El tararí era ahora banco, suave y duro, como una casa de nieve contra el acusete del sol.

Así que no sabemos. Insolencia de los grandes, trizados por el sol. Hablaron los siete y a todos el tararí los junto como un eco, zurcidos con los cabellos de Eva. Nadie se iba a deshacer como un durazno. Ahora era la orden del tararí.

Harían un colegio. Lo dijeron todos. Lo dijo Eva.

Ya era la tarde. El sol se había puesto rojo. Y hasta violeta, de pura vergüenza por haber acusado. El tararí se afanaba. Se volvió cajones con le nombre de bancos. Le brotaron sillas. Viejos calendarios prestaron su espalda para que se apoyara el lápiz de la oreja del amistoso almacenero.

Empezaron con el dibujo Eva busco una parte de la pared que estuviera bien lisa y dibujo la letra O que se fue volviendo cara casi sola. Luego, saltándose por ahora el cuello, dibujo una O mas grande. El cuerpo. Siempre con el lápiz de la oreja del almacenero. En la mitad del cuerpo un poco a la izquierda, bastaron unas pocas líneas para que se diera un durazno.

Antes de irse, el sol pidió al pillarse y a la escondida que no interrumpieran.

Ahora quería hacerse amigo. A Eva siempre le hacían caso. Quizás, hasta los grandes entendieron que no estaban jugando al colegio. Por lo menos, al otro día, siete lápices nuevos contemplaban siete duraznos. Eva los miraba, entera, como un sol que nunca podía hacer doler, mientras las voces nuevas se preguntaban si después aprenderían a pintar el dibujo dentro de la O mas grande de rojo, amarillo, violeta, o blanco.

Los grandes, trisados buscaban un calendario grande para Eva.

Este libro se termino de imprimir en los talleres de prensa latinoamericana el día 03 de Mayo de 1965