Conversando desde la Amistad(316)
La Dimensión poética de la
Vida (3)
* Discurso de Aceptación del Premio Nobel(1960)
Saint-John Perse
LA POESIA
He aceptado para la poesía el homenaje que aquí
se le rinde, y tengo prisa por restituírselo.
La poesía no recibe honores a menudo. Pareciera
que la disociación entre la obra poética y la actividad de una sociedad
sometida a las servidumbres materiales fuera en aumento. Apartamiento aceptado,
pero no perseguido por el poeta, y que existiría también para el sabio si no
mediasen las aplicaciones práctica de la ciencia.
Pero ya se trate del sabio o del poeta, lo que
aquí pretende honrarse es el pensamiento desinteresado. Que aquí, por lo menos,
no sean ya considerados como hermanos enemigos. Pues ambos plantean idéntica
interrogante al borde de un común abismo; y sólo los modos de investigación
difieren.
Cuando consideramos el drama de la ciencia
moderna que descubre sus límites racionales hasta en lo absoluto matemático;
cuando vemos, en la física, que dos grandes doctrinas fundamentales plantean,
una, un principio general de relatividad, otra, un principio ‘cuántico’ de
incertidumbre y de indeterminismo que limitaría para siempre la exactitud misma
de las medidas físicas; cuando hemos oído que el más grande innovador
científico de este siglo, iniciador de la cosmología moderna y garante de la
más vasta síntesis intelectual en términos de ecuaciones, invocaba la intuición
para que socorriese a lo racional y proclamaba que ‘la imaginación es el
verdadero terreno de la germinación científica’, y hasta reclamaba para el
científico de los beneficios de una verdadera ‘visión artística’, ¿no tenemos
derecho a considerar que el instrumento poético es tan legítimo como el
instrumento lógico?
En verdad, toda creación del espíritu es, ante
todo, ‘poética’, en el sentido propio de la palabra. Y en la equivalencia de
las formas sensibles y espirituales, inicialmente se ejerce una misma función
para la empresa del sabio y para la del poeta. Entre el pensamiento discursivo
y la elipse poética ¿cuál de las dos va o viene de más lejos? Y de esa noche
original en que andan a tientas dos ciegos de nacimiento, el uno guiado con el
instrumental científico, el otro asistido solamente por las fulguraciones de la
intuición. ¿Cuál es el que sale a flote más pronto y más cargado de breve
fosforescencia? Poco importa la respuesta. El misterio es común. La gran
aventura del espíritu poético no es inferior en nada a las grandes entradas
dramáticas de la ciencia moderna. Algunos astrónomos ha podido perder el juicio
ante la teoría de un universo en expansión: no hay menos expansión en el
infinito moral del hombre: ese universo. Por lejos que la ciencia haga
retroceder sus fronteras, en toda la extensión del arco de esas fronteras se
oirá correr todavía la jauría cazadora del poeta. Pues si la poesía no es, como
se ha dicho, ‘lo real absoluto’, es por cierto la codicia más cercana y la más
cercana aprehensión en ese limite extremo de complicidad en que lo real en el
poema parece informarse a sí mismo.
Por el pensamiento analógico y simbólico, por la
iluminación lejana de la imagen mediadora y por el juego de sus
correspondencias, en miles de cadenas de reacciones y de asociaciones extrañas,
merced, finalmente, a un lenguaje al que se trasmite el movimiento mismo del
ser, el poeta se inviste de una superrealidad que no puede ser la de la
ciencia. ¿Puede existir en el hombre una dialéctica más sobrecogedora y que
comprometa más al hombre? Cuando los filósofos mismos abandonan el umbral
metafísico, acude al poeta para relevar al metafísico; y es entonces la poesía,
no la filosofía, la que se revela como la verdadera ‘hija del asombro’, según
la expresión del filósofo antiguo para quien la poesía fue asaz sospechosa.
Pero más que modo de conocimiento, la poesía es,
ante todo, un modo de vida, y de vida integral. El poeta existía en el hombre
de las cavernas; existirá en el hombre de las edades atómicas; porque es parte
irreductible del hombre. De la exigencia poética, que es exigencia espiritual,
han nacido las religiones mismas, y por la gracia poética la chispa de lo
divino vive para siempre en el sílex humano. Cuando las mitologías se
desmoronan, lo divino encuentra en la poesía su refugio; aun tal vez su relevo.
Y hasta en el orden social y en lo inmediatamente humano, cuando las Portadoras
de pan del antiguo cortejo dan paso a las Portadoras de antorchas, en la
imaginación poética se enciende todavía la alta pasión de los pueblos en busca
de claridad.
¡Altivez del hombre en marcha bajo su carga de
eternidad! Altivez del hombre en marcha bajo su carga de humanidad –cuando para
él se abre un nuevo humanismo-, de universalidad real y de integridad
psíquica... Fiel a su oficio, que es el profundizar el misterio mismo del
hombre, la poesía moderna se interna en una empresa cuya finalidad es perseguir
la plena integración del hombre. No hay nada pítico en esta poesía. Tampoco
nada puramente estético. No es arte de embalsamador ni de decorador. No cría
perlas de cultivo ni comercia con simulacros ni emblemas, y no podría
contentarse con ninguna fiesta musical. Traba alianza en su camino con la
belleza –suprema alianza-, pero no hace de ella su fin ni su único alimento.
Negándose a disociar el arte de la vida, y el amor del conocimiento, es acción,
es pasión, es poder y es renovación que siempre desplaza los lindes. El amor es
su hogar, la insumisión su ley, y su lugar está siempre en la anticipación.
Nunca quiere ser ausencia n rechazo.
Nada espera sin embargo de las ventajas del
siglo. Atada a su propio destino y libre de toda ideología, se reconoce igual a
la vida misma, que nada tiene que justificar de sí misma. Y con un mismo abrazo
como con un sola y grande estrofa viviente, enlaza al presente todo el pasado y
lo por venir, lo humano con lo sobrehumano y todo el espacio planetario con el
espacio universal. La oscuridad que se le reprocha no viene de su naturaleza
propia, que es la de esclarecer, sino de la noche misma que explora, a la que
está consagrada a explorar: la del alma misma y la de misterio que baña al ser
humano. Su expresión se ha prohibido siempre la oscuridad y esa expresión no es
menos exigente que la de la ciencia.
Así, por su adhesión total a lo que existe, el poeta
nos enlaza con la permanencia y la unidad del ser. Y su lección es de optimismo
Para él una misma ley de armonía rige el mundo entero de las cosas. Nada puede
ocurrir en ella que, por naturaleza, sobrepuje los límites del hombre. Los
peores trastornos de la historia no son sino ritmos de la estaciones en un más
vasto ciclo de encadenamiento y de renovaciones. Y las Furias que atraviesan el
escenario, con la antorcha en alto, no iluminan sino un instante del muy largo
tema que sigue su curso. Las civilizaciones que maduran no mueren de los
tormentos de un otoño; no hacen sino transformarse. Sólo la inercia es amenaza.
Poeta es aquel que rompe, para nosotros, la costumbre.
Y es así también como el poeta se encuentra
ligado, a pesar de él, al acontecer histórico. Y nada le es extraño en el drama
de su tiempo. ¡Que diga a todos, claramente, el gusto de vivir este tiempo
fuerte! Pues la hora es grande y nueva parar recobrarse de nuevo. ¿Y a quién le
cederíamos, pues, el honor de nuestro tiempo?....
‘No tema’, dice la Historia, quitándose un día la
máscara de violencia y haciendo con la mano levantada ese ademán conciliador de
la Divinidad asiática en el momento más fuerte de su danza destructora. ‘No
temas, ni dudes, pues la duda es estéril y el temor servil. Escucha más bien
ese latido rítmico que mi mano en lato imprime, renovadora, a la gran frase
humana siempre en vías de creación. No es verdad que la vida pueda renegar de
sí misma. Nada viviente procede de la nada, ni de la nada se enamora. Pero
tampoco nada guarda forma ni medida bajo el incesante aflujo del Ser. La
tragedia no finca en la metamorfosis misma. El verdadero drama del siglo está
en la distancia que dejamos crecer entre el hombre temporal y el hombre
intemporal. El hombre iluminado sobre una vertiente ¿irá acaso a oscurecerse en
la otra? Y su maduración forzada, en una comunidad sin comunión, ¿no sería
quizá una falsa madurez?
Al poeta indiviso tócale atestiguar entre
nosotros la doble vocación del hombre. Y esto es alzar ante el espíritu un espejo
más sensible a sus posibilidades espirituales. Es evocar en el siglo mismo una
condición humana más digna del hombre original. Es asociar, en fin, más
ampliamente el alma colectiva con la circulación de la energía espiritual en el
mundo... Frente a la energía nuclear, la lámpara de arcilla del poeta ¿bastará
para este fin? –Sí, si de la arcilla se acuerda el hombre.
Y ya es bastante, para el poeta, ser la mala
conciencia de su tiempo.*