martes, 8 de enero de 2013

Conversando desde la Amistad(55)


Conversando  desde la Amistad(55)


 Mirando el envejecimiento desde la Amistad
  Un texto de Texia   Roe, Guía Poético,  Las Coincidencias

                                            SABER ENVEJECER.


Con sus cuatro patas de perro callejero, un buen hocico con dos hileras de dientes blanquísimos envidiados por cualquier humano.  Lengua carnosa gustadora de toda comida, especialmente la saboreada por los humanos; no la fabricada con todo equilibrio vitamínico de las recetas veterinarias.  Un olfato privilegiado: el olor señala lo bueno en el sexo y la comida.  Mirada transparente, fijando los ojos desde lo hondo del alma expresando amor al unísono con el batir de la cola frondosa de pelo al compás de maullidos repetitivos diciendo la felicidad al verte.
De origen innoble mezclado con abolengo antiguo, un mestizaje fuerte e igualitario destructor de las diferencias de clases.
Por linaje paterno gustó de la calle, lo llevaba en sus genes y de su madre aprendió el valor de ser amado por una familia.  Al igual que ella conoció la pasión y la habilidad de saltar rejas y del padre la de procrear olvidando promesas de amor.
Pues fue una tarde y de pura casualidad que pasó el picante por la calle frente al jardín donde ella paseada su belleza de buen estirpe entre el perfume tenue del rosedal y en ese punto de las coincidencias tal vez se cruzaron las pupilas y ella exhaló ese olor penetrante despertando el instinto viril del macho que sin mirar vallas instó a saltar o agujerear los alambres de púas que se torcieron débiles ante la pasión terca de la bella llamada con urgencia a encenderse en la hoguera del amor.
Fue un amor fugaz,  pero amor sí, pues el recuerdo en vivo lo tuvimos 11 años más o menos, en un Picante, en cuanto a pelaje y mala facha pero dotado con la humanidad grandiosa de su madre bella y apasionada.
Y la vida lo hizo madurar feliz consecuente con su identidad mestizada.
Estando tan bien en casa buscaba la calle. Un amanecer llegó herido le dije claramente: ¡Mira cómo estás, toma conciencia que ya no eres tan joven, tu habilidad en las peleas no es la de antes!.
Me miró y comprendió la lección. Sólo por algunos meses.
En otro amanecer regresó en tan mala condiciones que lo llevamos al veterinario quien lo curó, cosió rajaduras, puso antibióticos, recomendándonos cerrar toda posible salida a la calle.
Zurcimos pedazo por pedazo.
El Picante nos miraba, diciéndonos: No hay caso, la calle, las peleas, las perras, las aventuras, la noche es más fuerte.
Hasta que llegó el ocaso.
Tristeza.
Heridas incurables lo acompañaron en un amanecer sin aceptar ni siquiera agua.
Llorando lo repetí que se estaba cavando su tumba.
Desde la transparencia de su mirada triste me contó que estaba viejo, que esa era la vejez: Saber morir pero de la carne sin heridas en el alma.
Así lo dejamos en su ley, cavando la tierra debajo del almendro.