domingo, 21 de diciembre de 2014

El Arte de Vivir 49


El Arte de Vivir 49
La creación cotidiana
La Revista Co Incidir,
 Octava parte
ABDUCCIÓN
                                                Draco   Maturana
Alguna vez escuché algo así como que " las aventuras  persiguen a los aventureros".
La verdad es que las aventuras nos persiguen a todos y no sabemos con qué gesto, a veces mínimo, las hemos iniciado, por ejemplo al cambiar de vereda en una calle que se camina cada día, al detenerse a mirar un objeto en una vitrina, entonces se ve un reflejo que te llama la atención y... comienzas, sin saberlo, sin haberlo previsto a embarcarte, lentamente en  una aventura.

Así nos pasó en el inicio de unas vacaciones.
Desde hacía mucho tiempo las pasábamos en carpa en una muy extensa playa junto a un pequeño pueblo del Norte.
Nos gustaba entusiasmar a nuestros amigos, viejos y nuevos, para que nos acompañaran. No era fácil, pues, en general, todos tenían recuerdos infantiles bastante duros de aventuras de ese tipo con sus padres pero...  era otro tiempo. Los grandes deseos que teníamos de compartir nuestro disfrute con ellos  nos empujaban a usar toda nuestra elocuencia para mostrarles con fotos y anécdotas que ya habían pasado muchos años y que, hoy día  todo era muy distinto. Ahora,  el estar en carpa ya no era algo heroico si no que, por el contrario, era algo cómodo y puro goce de la naturaleza.
Ese año prácticamente arrastramos a otra pareja. Manolo, un médico colega de mi esposa, quien, seducido por la descripción de nuestras vacaciones, decidió acompañarnos con su aún pequeña pero, numerosa prole.
Eran tiempos sin teléfonos móviles y para protegernos en caso de cualquier dificultad, nuestro plan de viaje incluía varios  puntos de encuentro en los más de 500 kilómetros que nos separaban  de nuestro destino. Estos  puntos de encuentro los habíamos encontrado y elegido en viajes anteriores y allí debíamos juntarnos, durante unos pocos minutos, para estirar las piernas, entregar información sobre el nuevo tramo y sobre todo,  resolver cualquier pequeño problema que se hubiera presentado. Éste era un lapso que los pequeños aprovechaban con alegría  para corretear un poco.
Nosotros viajábamos en una Kombi, donde la carga de vacaciones quedaba cubierta por nuestro lujo: un colchón de dos plazas, encima del cual se instalaban acostadas nuestra hija y una o dos de sus pequeñas amigas.
Aquel día todo sucedía en forma normal sin sobresaltos. Las niñas leían o/y conversaban sin parar, nosotros recitábamos poemas, inventábamos pequeños juegos "de salón", nos reíamos y arreglábamos el mundo como en nuestros viejos tiempos de estudiantes pobres. 
Así los kilómetros y las horas pasaban rápido y sin eventos inesperados de ningún tipo. Hasta que,  con sorpresa,  divisamos a nuestros amigos en un sitio no acordado, a la sombra casi teórica de un árbol raquítico. Inmediatamente nos salimos a la berma del camino y nos acercamos a ver qué pasaba. Manolo había abierto el capó del auto y miraba con total desconsuelo con un aire de no entender qué pasaba. Era médico y nunca se había interesado en nada de la mecánica de su automóvil.  Para mí fue claro, desde lejos, vi que salía vapor de agua por la válvula del radiador. Como yo había revisado los niveles de ese auto no dudé y me dije: se cortó la correa del ventilador.  Después de una rápida mirada confirmé el diagnóstico. El automóvil estaba de momento inutilizado, mientras no tuviéramos una nueva correa puesta.  Mi amigo, ninguna sorpresa, no llevaba una correa de repuesto. Me di cuenta que él estaba demasiado abrumado para tomar decisiones por lo tanto decidí, sin consultar con nadie, qué hacer: su esposa y sus hijos se quedarían en el auto disfrutando de la escasa  sombra y nuestro amigo vendría con nosotros hasta la bomba de servicio más cercana, que según mis  cálculos  estaba a unos 20 o 25 kilómetros más al norte, allí podríamos comprar una nueva correa. Colocarla en su auto no sería muy difícil para mí, pues conocía bien ese modelo. Con ese plan subimos a nuestra Kombi  y partimos lo más alegremente que pudimos para levantar el ánimo de nuestro acompañante. Él no conocía nuestros juegos tradicionales y no logramos hacerlo participar. Finalmente pusimos la radio. Sólo detectamos emisoras de nuestros vecinos argentinos, tangos. Nuestro amigo era muy entusiasta de ellos e incluso descubrimos que sabía muchas de sus letras pero, estaba demasiado  preocupado para cantarlas. Llegamos a la estación de servicio, compramos la correa para el ventilador e iniciamos la vuelta.  Tener el repuesto comprado y confiar en mí como mecánico  de emergencia  mejoró el humor a Manolo, quien comenzó a cantar con entusiasmo y a reír con nosotros. No habíamos caminando mucho cuando súbitamente se interrumpió la transmisión con una noticia:
 “En el camino a la localidad de Santa Fe había desaparecido un auto con una familia completa. La investigación preliminar y declaraciones de varias personas que hablaban de detención  de motores y alteraciones magnéticas, llevaban a la conclusión que la única explicación posible era que se tratara de una abducción por extraterrestres.
La zona norte de nuestro país está llena de historias de ese tipo que, debido a nuestro natural escepticismo, descreíamos. Yo recordé que, hacía dos años habíamos  acompañamos a un ingeniero de minas a un paseo por la cordillera del Norte chico. Él debía evaluar, en el futuro, probable varias minas para un comprador que no identificó. Durante ese paseo llevamos, por algunos trechos, a lugareños de esa zona de la cordillera y escuchamos varias historias como las siguientes: Uno de ellos contó que se quedó dormido en un camión y cuando despertó estaba a  100 kilómetros del lugar sin saber cómo podía haber sucedido eso.  Otro contó algo parecido y además se le habían perdido dos días. La explicación en común era que habían sido raptados por extraterrestres, habían sido abducidos. Inmediatamente yo agregué que esas historias  eran corrientes en la zona y  pensaba que los lugareños se hacían los interesantes contándolas  a los turistas. Mi esposa  recordó que, el año anterior,  nuestro pequeño campamento playero había sido testigo de un fenómeno sorprendente que duró cerca de una hora y que fue profusamente documentado en los dibujos de nuestros niños y catalogado como un ovni. Salió en los diarios, no hubo ninguna explicación astronómica y luego desapareció de la noticia. 

A todo esto, nuestro  camino de vuelta, que lo normal es que se perciba más corto, comenzó a alargarse y alargarse y el auto con la familia de nuestro amigo no aparecía.  Poco a poco tuvimos que considerar la posibilidad que nos hubiéramos pasado, pero ¿cómo era posible? Los ojos de Manolo estuvieron siempre atentos al camino y por ello, desde hacía algún rato, estaba cada vez más inquieto. Finalmente, antes de llegar a la última estación de servicio que habíamos pasado, todos estábamos muy inquietos... Una cosa era bromear con ovnis, abducciones y otra muy distinta que la esposa de nuestro amigo y sus hijos hubieran desaparecido misteriosamente. Nos detuvimos, cambiamos de pista  y comenzamos a recorrer de nuevo el camino en dirección norte, lentamente, mirando cuidadosamente el camino, aunque un auto  con una familia a su alrededor debía ser muy visible. Divisamos de lejos el escuálido árbol junto al cual habíamos dejado el auto... o ¿era  un árbol muy parecido? Nos detuvimos.  No hubo duda posible, el auto había estado ahí, estaba en el suelo la mancha  que había dejado el agua del radiador al hervir, había claros y reconocibles restos del cocaví que nuestro amigo reconoció con terror.  El automóvil que debía estar allí,  no estaba. Para mí al menos, era  imposible que, sin correa del ventilador, el automóvil hubiera podido caminar mucho sin fundir el motor... Además la esposa de Manolo ¡no sabía manejar! El misterio parecía  insoluble. 
La idea de la abducción,  ya instalada, creo que se hizo presente en cada uno de nosotros, pero nadie dijo nada.  Estábamos anonadados.
Se produjo un pesado silencio. Cada uno trataba  de digerir la situación,  invadido por sus propias fantasías. Manolo caminaba lentamente recogiendo cada pequeño resto de la evidencia que sus hijos habían estado allí. Pensé que lo dominaba la idea de que no los vería nunca más. Mi mujer se acercó a él y con cierta timidez, le puso una mano en el hombro. Yo recordé una escena con claridad relampagueante, una noche de años atrás en que, estando en la mitad de la playa, mi mujer sufrió, por comer un trozo de queso de cabra, un “shock anafiláctico” (fue lo que dijo ella, antes de desmayarse), tomé un libro de medicina de urgencia que siempre nos acompañaba y busqué "shock anafiláctico", la primera frase que leí fue: "frecuentemente mortal, lleve a la persona al centro médico más cercano", cosa  que, en ese momento, era imposible pues la marea estaba alta... al instante se me presentó una lluvia de imágenes: mi mujer muerta, yo llevándola en el auto, interrogatorios estúpidos de la policía… Ahora, con cierto esfuerzo reaccioné pensando que Manolo estaba invadido con toda clase de imágenes  de sus hijos, de su esposa, de cosas dichas y no dichas, besos no dados... y decidí que debía romper aquello y actuar. 
Tímidamente, la idea de abducción se hizo cada vez más presente hasta que finalmente explotó... -¡Fueron abducidos!-  dijo mi esposa, poniendo en voz alta el pensamiento que ya teníamos todos.
Era el momento y actué. Dije en voz alta - ¡Debemos ir a la policía  y hacer la denuncia de la abducción, por loco que nos parezca!  ¡Vamos.! … y agregué (estúpidamente, pensando en tranquilizar al amigo)- espero que los devuelvan luego, aunque no recuerden nada…
Nos subimos a la Kombi y partimos en dirección a la estación de servicio donde habíamos comprado la correa. Yo sabía, por nuestros viajes anteriores que, poco más allá, había una Estación de Policía y mi idea era ir allí a hacer la denuncia.  El ambiente dentro de la Kombi estaba  tenso, pesado, por suerte las niñas que, se habían dormido hacía mucho rato, estaban fuera del drama. Con mi esposa, hicimos algunos tímidos esfuerzos para ver alguna forma de aliviar la situación. No pudimos. La realidad era demasiado brutal.  El silencio se hizo cada vez más ominoso y yo me concentré en el manejo. Divisamos, a lo lejos, un  gran letrero de propaganda de la estación de servicio anunciando las maravillas que encontraríamos allí, maravillas que en esa situación no significaban nada para nosotros.  Casi de inmediato  vimos un anuncio de un espacio de descanso para  vehículo de carga. Alcanzamos a un enorme camión que nos obligó  a disminuir nuestra marcha y que luego,  anunció que saldría al espacio de descanso ya anunciado, que estaba muy poco  antes de llegar a la estación de servicio.
Cuando el camión salió del camino nos encontramos frente a un espectáculo imposible: el auto de nuestro amigo iba delante de nosotros  ¡caminando hacia atrás! Los rostros y manos de sus hijos no saludaban con alegría…  tuvimos la sensación de una alucinación colectiva pero, éramos tres y nos rendimos a la realidad.  El auto era el de Manolo y las manos y gritos de saludos eran de sus pequeños. Se produjo un momento de silencio, no entendíamos lo qué  veíamos, ¿cómo era posible que el auto caminara hacia atrás? pero, mientras se aclaraba la imagen hasta ver al  auto levantado por su parte trasera y arrastrado por un pequeño camión… el alivio de las emociones contenidas explotó en gritos ¡son ellos!, en lágrimas,  en preguntas caóticas. Esta pequeña baraúnda despertó a las niñas y comenzó una lluvia de preguntas  difíciles de responder en ese momento y  sus  ¿qué pasa? ¿De qué se ríen?, quedaron para más tarde.
Seguimos al auto y al camión hasta la estación de servicio y sólo allí se aclaró el misterio: Un ingeniero, amigo  de Manolo llevaba una carga, para su trabajo, en su camión, dirección al Norte. Él, desde lejos,  reconoció el auto y la familia del doctor, su amigo. Se detuvo. Hizo un fácil diagnóstico  y decidió arrastrar el auto, levantándolo por la cola,  hasta la estación de servicio,  jamás  pensó que no lo veríamos y  cuando nos cruzamos viniendo en la dirección opuesta y supuso que nos volveríamos inmediatamente ya que, de todas maneras, el sitio lógico para hacer la reparación era la estación de servicio. 
En ningún momento ni él, ni la esposa de Manolo, que lo acompañaba en la cabina, pudo imaginar la terrible e increíble aventura de abducción que  nosotros habíamos  vivido y que les costó mucho  comprender,  al recibir  nuestro confuso relato a tres voces, mientras tomábamos un café en el restaurante de la estación de servicio.