viernes, 27 de febrero de 2015

El Arte de Vivir 108


E l Arte de Vivir  108
Ángeles Estévez, desde Punta Arenas nos envía una narración en que se  encuentra el sentido con la poesía, con la gran cultura de  los pueblo originarios de nuestro extremo sur,  con la unidad de todo. Un jardín de la unidad. Va en tres notas diarias.

                           Idánita en el jardín de la unidad
Primera parte
Una niña de tantas se encuentra en el jardín de la casa. Es un sitio con dos árboles, cercanos uno del otro, separados por un espacio suficiente para que la sombra de ambos albergara el lugar preferido  para los juegos de verano. Un Nogal  de corteza blanca con ramas que asemejan brazos, grandes hojas color verde claro;  y un Olmo de tronco robusto con pequeñas hojas oscuras y ramas finas que articulaban una copa redonda extendida hasta muy alto en el cielo.
Un día cuando el sol se puso, llegó la hora de dormir y con ella, los sueños. Se acercó a su espacio perfecto y una rama acogió su llegada. Era una rama con la contextura del Nogal y la textura del Olmo, no era uno ni era el otro. Era la unidad.
Decidió subir en ella y tras levantar un pedacito rectangular de  esa corteza, vio que en su interior  se albergaba un enanito. No era Duende, no era Ada, ni ningún otro ser  de la naturaleza invisible, era un enano clásico,  de los cuentos y las películas del siglo XX.  Dormía con su rostro de caricatura popular y  sus manos cruzadas sobre el corazón.
El enano abrió los ojos, sonrío y luego del encuentro con su inocente mirada, esbozó una sonrisa muy amplia, cerró los ojos y siguió durmiendo. La pequeña lo quedó mirando unos segundos y de una manera sobrenaturalmente maternal para su edad, puso la  tapa de corteza en su lugar bajó al suelo y volvió a su habitación a pasar las horas hasta el encuentro con el nuevo sol.
A la mañana siguiente recordó el sueño, como un momento vívido que ya había quedado atrás no se lo contó a nadie  y ni siquiera pensó haberse movido jamás de su cama. El tiempo trascurrió de la manera acostumbrada, pasó el verano, el otoño, el invierno y la primavera y el repertorio de su memoria se fue nutriendo de experiencia, de alegrías,  tristezas, miedos, desafíos,  triunfos, pérdidas y logros. Se fue construyendo su memoria muy guiada por la autenticidad de los momentos sin saber que alguien en el todo ya la había distinguido entre mucha gente para darle un regalo tan simple:  la sonrisa de un enano. Pasaron los años y nunca olvidó ese día y esa noche, ese momento a esa edad, mas tampoco lo recordaba en lo cotidiano. Quedó albergado como un archivo secreto en su memoria y en la información de sus células de niña viviendo las primeras experiencias humanas.
Muchos años transcurrieron, el bosque siempre fue su predilección. Y un día decidió vivir en él. Estando en la naturaleza encontró episodios desconocidos para un ser humano que habiendo  crecido en otro ambiente decide habitarlo.