viernes, 18 de mayo de 2012

Conversando sobre la Amistad (227)


Conversando sobre la Amistad (227)
Un impulso amistoso
DULCE LECCIÓN DE COMPRENSIÓN Y PACIENCIA
Escribe un taxista de Nueva York:
Llegué a la dirección indicada y toqué la bocina.  Esperé unos minutos y volví a tocarla.  Como éste sería mi último trabajo en ese turno, consideré irme a casa pero, pensándolo mejor, estacioné el auto, caminé hasta la puerta y golpeé. 'Un momentito,' contestó una débil voz anciana.  Se podía oír que arrastraban algo por el piso.
Después de una larga pausa, me abrió la puerta una mujer pequeña, de unos noventa años.  Llevaba un vestido estampado y un sombrerito con un velo.  Parecía salir de una película de los años '40.
A su lado había una maleta chica, de nylon.  El departamento daba la impresión de llevar varios años deshabitado.  Sábanas blancas cubrían todos los muebles.
No había un reloj en la pared, no había adornos ni utensilios a la vista.  Una caja de cartón llena de fotos y cristalería estaba en un rincón.
'¿Podría llevar mi valija al auto?' me pidió la señora.  Dejé la maleta en el taxi y volví para ayudarla a ella.
Se tomó de mi brazo y caminamos lentamente hacia la cuneta.
Agradecía profusamente mi amabilidad.  'No es nada,' contesté, 'Me gusta tratar a mis pasajeros como querría que trataran a mi madre.'
'Eres un buen muchacho,' dijo.  Cuando estuvo en el auto me dio una dirección y preguntó, 'Podríamos ir por el centro?'
'No es el camino más corto,' le advertí de inmediato.
'No me importa,' dijo, 'No tengo apuro.  Voy camino de un hospicio.'
La miré por el retrovisor.  Sus ojos brillaban.  'No me queda familia,' continuó con voz suave, 'El médico piensa que no tengo mucho tiempo.'  Silenciosamente estiré la mano y corté el taxímetro.
'¿Qué ruta prefiere?' pregunté.
Durante las dos horas siguientes atravesamos la ciudad.  Me mostró el edificio donde alguna vez trabajara como ascensorista.
Pasamos por el barrio donde ella y su marido vivieron, recién casados.  Me hizo detenerme frente a un depósito de muebles;  antes fue un gran salón de baile donde ella solía bailar cuando era joven.
Varias veces me pidió pasar más lentamente delante de algún edificio o alguna esquina, y se quedó sentada, mirando la oscuridad, sin decir nada.
Cuando el primer atisbo del sol arrugó el horizonte, bruscamente dijo, 'Estoy cansada, vámonos.'
Proseguimos en silencio hasta la dirección que me había dado.  Era un edificio bajo, como un pequeño hogar para convalecientes, con una entrada que pasaba bajo un pórtico.
Dos paramédicos se acercaron al taxi en cuanto frenamos.  Eran solícitos y cuidadosos, atentos a cada movimiento de la anciana.  Deben haber estado esperándola.
Abrí la caja del auto y llevé la maletita a la puerta.  La anciana estaba ya en una silla de ruedas.
'¿Cuánto le debo?' preguntó, abriendo su cartera.
'Nada,' dije.
'Tiene que ganarse la vida.'
'Hay otros pasajeros,' contesté.
Casi sin pensarlo, me agaché y la abracé.  Se aferró a mí un momento.
'Le ha dado a una vieja un momento de alegría,' dijo, 'Muchas gracias.'
Le apreté la mano y salí a la tenue luz de la mañana.  Detrás mío se cerró una puerta;  con ese ruido se cerraba una vida.
No recogí más pasajeros en ese turno.  Manejé sin rumbo, inmerso en pensamientos.  Durante el resto del día casi no pude hablar.  ¿Y si a la mujer le hubiera llegado un taxista enojado, o uno impaciente por terminar su turno?  ¿Y si yo hubiera rehusado la carrera?  ¿Si hubiera tocado la bocina una vez y me hubiera ido?
Revisando rápidamente, no creo haber hecho nada más importante en mi vida.
Nos parece que la vida gira alrededor de grandes momentos.  Pero los grandes momentos suelen sorprendernos:  vienen prolijamente envueltos en lo que otros considerarían momentos sin importancia.
Enviado por RCh;  traducción de VWJ