domingo, 30 de octubre de 2016

De Post Modernos a Post Egóticos 8


De Post Modernos a Post Egóticos 8
La Identidad Politizada
La identidad, politizada desde siempre, se ha radicalizado a partir del enfrentamiento de etnias y culturas. El misoneísmo ancestral, el rechazo al extraño, es inseparable de la exaltación de lo propio. La antigua Yu-goslavia, Ruanda y el país Vasco son testigos de la violencia, la intransi-gencia, el espíritu sectario a que pueden llegar las luchas de este cariz. La alternativa es, lejos de intentar quitar relevancia al tema contingente, el profundizar en el mismo. El politizarlo más. La identidad humana hunde su complejidad en el misterio del yo, en la zona obscura donde confluyen la espiritualidad, el cuerpo, el yo y sus involucramientos, las corrientes culturales, la socialización. De la falta de una maduración colectiva, del sentido común, valórica, epistemológica y emocional, deriva el autoritarismo y las adscripciones fanáticas a sectas, etnias, movimientos religiosos, personalistas e ideológicos.
Nuestra cosmovisión aristotélica, en su principio del tercero excluido, nos pone en la disyuntiva de vernos, los humanos, o como seres autónomos o en condición de participantes en una realidad, o en realidades, más inclusivas. Lo cierto es que vivimos nuestra consciencia, nuestro yo, como indudablemente nuestros, pero no podemos negar que somos parte de un proceso universal que nos desborda. Estamos en situación de asumirlo reflexionando, integrando la historia del universo, del planeta, de la vida, pensando antropológicamente. Lo tenemos como experiencia directa, remecedora, cuando, sumidos en una coincidencia significativa, quedamos envueltos en una racionalidad que nos hace partes de un evento más allá de cualquier acto voluntario, en que los bordes de nuestra identidad estén muy precisos. Por ejemplo, se da en forma inesperada, inexplicable racionalmente en el supuesto de absoluta separación entre nosotros y el resto de la realidad, el tener oportunidad de conocer una persona o un lugar que hemos visto en forma anticipada, en todos sus detalles, en un sueño.
Autonomía y participación... dimensiones coexistentes, cuánticas, de nuestra identidad, que no son asumidas habitualmente en la dialéctica de su interacción y su coexistencia en el análisis, en la confrontación, entre los globalizadores del dinero y los celosos conservadores de fortalezas culturales.
Hay otra aparente dicotomía, cercana a la anterior. Es la que distin- gue entre identidad existencial e identidad de pertenencia. Es la distinción entre la identidad experienciada y aquella que apunta a asociaciones exter- nas, del tipo del curriculum, la ocupación, la familia. Recuerdo mi primer contacto con una comunidad hippie, en San Francisco, en la epifanía del 68. Por vía de presentación, se me hace sentar en un círculo donde el grupo está armando un libro y se me pregunta: ¿Cómo te sientes? Nada de títu- los, de pasos anteriores. ¿Qué es lo más tuyo? Es la identidad directamente vivida, a diferencia de la decantada a través de nuestras obras y com- promisos, de la mirada externa. Esa especie de segunda piel prescindible que empieza en el llamado “documento de identidad”. El huracán de cam- bios contemporáneos tiende una polvareda de acuerdos sobre destrezas y movimientos que sólo rozan la identidad de pertenencia, y mantienen oculta, sólo reconocible en momentos especiales de intimidad, a la identidad de existencia.
La identidad, en cualquiera de sus caras e interacciones, tiene una dialéctica, una dinámica de centralidad y de difusión, de procesos centrípetos y centrífugos. En el alud de los cambios externos de la modernidad, la voracidad del mercado publicitario y el ritmo febril, caso cancerígeno de las innovaciones y obsolescencia, imposibilitan toda posible política de cuidados en torno a la necesidad de equilibrar la preservación de la identidad junto a la apertura de consciencia, a la evolución. El integrismo, lo consevador, rigidifica; el mercado, la modernidad, difunden, vacían. La identidad politizada en un sentido humanizador, tiene coherencia y conti- nuidad y, a la vez, apertura, porosidad, apetencia de contactos, diálogos, apertura del imaginario.