Árboles 19
Liliana Jara
Joao y su higuera mágica.
Recuerdo a mi amigo Joao, cuando trataba de explicarme
cosas que me resultaban tan difíciles de entender. Recién ahora he sabido que
aquello fue una suprema muestra de confianza – o de soberbia, quien lo sabe-.
En esas religiones hay secretos que no pueden ser develados, mucho menos a los
extranjeros. Pero Joao era Pai de
Santo, heredero de la más rancia tradición africana y por eso creía que podía
darse ciertas licencias. Él manejaba los misterios, viajaba a través del
tiempo, dominaba almas y cosas. Por eso era temido y reverenciado.
Joao conocía el secreto de las plantas, mundo
misterioso que el dios Osaín no comparte con nadie. Sus hijos están en las
plantaciones, sembrando y cosechando. Jamás cortan un árbol. Saben que si lo
matan, morirán con él.
Ciertas noches de ritual, Joao hablaba con una
higuera. No era un árbol cualquiera. Por su tronco bajaba el mensaje de los Orixas, el alimento de la vida, la
fuente del poder. A sus pies, Joao dejaba ofrendas y sacrificios. La higuera
–según me explicó- no era una planta, era tan humana como los hombres, los
ancestros, los orixas. Unía el cielo
con la tierra y ataba a Joao a ese terreiro,
ese pequeño reino donde él era amo y señor.
Pero esas eran cuestiones que no podían revelarse.
Joao lo sabía y de todas formas me las contó. Poco tiempo después la higuera se
secó. Los orixas habían abandonado a
mi amigo. Joao murió un par de días después. Todavía lo recuerdo, cantando y
dominando la energía vital de hombres y cosas. Ojalá no se haya perdido en el
mundo de la nada junto a su amada higuera. Porque quisiera creer que si ambos permanecen
en el recuerdo de los vivos, nunca morirán del todo.