domingo, 25 de mayo de 2014

Voces del Coraje de Ser (56)


Voces del Coraje de Ser 56
El coraje de asumir  el auto desarrollo desde una perspectiva de salud integral
Transcribimos  unas páginas de nuestro libro  El Desarrollo de la Salud y la Salud del  Desarrollo , (Editorial Nordan Montevideo 1995)

 La salud integral como alternativa de desarrollo humano

Parece no haber dudas de que el desarrollo enfrenta problemas, aunque no exista una conciencia de crisis. Es difícil negar que exista hambre, soledad y violencia, aire enrarecido y contaminación con las drogas. Desde el propio paradigma dominante, gran parte de las expresiones de la crisis son legitimadas como problemas de salud. Expertos en salud trabajan con el tema de la desnutrición, con las drogas, con problemas del ambiente. Hay, de hecho, una creciente sobreposición entre el campo de la salud pública y los problemas del desarrollo.

Es desde la perspectiva de que la salud pública ya participa de la problemática del desarrollo y de la crisis, que se plantea la opción por un cambio socio‑cultural profundo, vertebrado en un trabajo en salud de alcances más amplios que los considerados en las delimitaciones sectoriales y disciplinarias actuales.

La propuesta involucra un «desarrollo» del concepto salud; un paso desde el eufemismo utilizado muchas veces para apuntar a la ausencia de enfermedad, el «nada especial» del examen clínico, hacia una realidad llena de contenidos y de muchísimas dimensiones.

Inseparable de la temática del contenido, del «que» de la salud, es el problema del «quién», los actores, los protagonistas.

En la sociedad actual, se supone que quienes actúan, los responsables, son los que participan de las profesiones en salud. El eje está en la medicina. En la orientación integradora, no confrontacional, no puede plantearse un antagonismo salud/medicina, ni, incluso, una separación absoluta. Son campos colindantes e interpenetrados, en que el supuesto es que toda la población participa en salud, en la vida cotidiana, en los proyectos de acción social y cultural, y los profesionales, lo mismo que la atención médica, tienen un espacio de trabajo circunscrito.

El concepto de salud integral


La definición de salud, elaborada en el contexto de fines de la Segunda Guerra Mundial por la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.), se haya muy asociada a la noción de Paz y ha tenido una impresionante acogida como discurso formal, retórico, sin que ello implique una relación concordante con los contenidos de las acciones que se inscriben en su nombre. 1‑2

La O.M.S. asocia salud y bienestar psicosocial, articula los aspectos físico, psíquico y social, apuntando hacia una meta universal. Bajo los tan socorridos términos, «la salud es un estado de completo bienestar físico, psíquico y social y no solamente la ausencia de la enfermedad», subyace no sólo un enunciado etéreo, sino, también, las bases de una convocatoria hacia la utopía concreta. Hay un ámbito legitimado como salud que no es solamente la ausencia de enfermedad, que se confunde con la cotidianeidad, la cultura, la vida.

La medicina integral, tal como fuera trabajada en la tradición chilena de salud pública, es otro pivote para un concepto que pudiera ser, a la vez, renovador y de convocatoria amplia; transformador, radical y posible; aceptador de la incerteza y de la pluralidad de realidades y, al mismo tiempo, «realista» y capaz de incidir en la práctica.

Se ha establecido, entre otros rasgos, que lo integral alude, en este caso, a sobrepasar las dicotomías entre lo individual y lo social, lo físico y lo psíquico, la promoción, prevención, curación y rehabilitación, la medicina científica y la popular o propia de otras tradiciones, lo programable y lo flexible y abierto a la creatividad y el devenir.

Si acercamos la concepción de la O.M.S. (la meta y el ámbito del bienestar), a la concepción de medicina integral, es posible


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1. Callaham, D.: The Who Definition of Health. The Hastings Center Studies. Vol. 1, Nº 3, 1973.
2. Weinstein, L.: «Bienestar psicosocial, desarrollo y salud». En: Hacia una teoría del bienestar psicosocial, Gyarmati, G., Ed. U.C., 1988.

comenzar a situar el terreno para comprensión de la salud integral.

Hemos sugerido, entrando al ámbito antropológico, que el ser humano, al hacerse cargo de la realidad, tiene necesidades y capacidades. Existen necesidades y capacidades biológicas, psicológicas, socioculturales y espirituales; todas relacionadas entre sí. A veces, los satisfactores de necesidades son capacidades; por ejemplo, a la necesidad, al requerimiento, a la carencia de comunicación, al ser vulnerable a ese respecto, corresponde la capacidad bio‑psicosocio‑espiritual de comunicarse.

Se ha sugerido una lista de dimensiones de la salud, en un sentido positivo, no dogmático o definitivo, en la expresión de una determinada sistematización funcional a la idea‑fuerza de asociar salud y desarrollo. Se establece como capacidades o «rasgos» de salud, la capacidad vital de goce,  la de comunicación, de creatividad vital, de crítica y autocrítica, de autonomía, de solidaridad, de prospección e integración."

Puede plantearse que una concepción de salud integral debiera recuperar algunos aportes implícitos en la definición de la O.M.S., la concepción de medicina integral y la noción específica de capacidad, en la perspectiva de que, sin dejar de ser un referente para el quehacer médico, pudiera ser, también, apropiada en una estrategia de enfrentamiento de la crisis epocal y de compromiso con un desarrollo alternativo al desarrollo actualmente existente, asociado a un asumir los problemas constitutivos del ser humano.

La salud integral comprende un «que», en relación a las capacidades y necesidades humanas, de índole bio‑psico‑social, existencial, espiritual y ecológica. Es decir, las clásicas, las legitimadas en la cultura actual y, también, las propias del desarrollo humano potencial que afronta la crisis constitutiva, la intimidad de la conciencia y de la identidad (espiritualidad) y las relaciones ecológicas, en el sentido más amplio del término.

Una segunda dimensión de la salud es su sentido, el «para que»; es el bien‑estar de la cultura, teniendo asumido el mal‑estar «inevitable», que no le atañe al ser humano modificar. Un bienestar que es bien‑ser, que es dinámica entro el ser, el estar, el tener y el hacer.'

La tercera dimensión es el «quién»; quién es el que se responsabiliza


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1 . Weinstein, L.: Salud y autogestión. Montevideo, Nordan‑Comunidad, 1989.


quién es el que desarrolla su salud. Es el ser humano en armonía con la naturaleza. Los derechos humanos articulados con la ecología (humanidad y planetidad).' No es sólo la sociedad, es también el individuo y el grupo; no son sólo las culturas asociadas al desarrollo dominante, o las más militantes, son todas las expresiones de las capacidades y necesidades humanas orientadas según sus satisfactores específicos. Es la mujer o el hombre, las variedades de expresión sexual, los niños y los ancianos.

La cuarta dimensión es el «dónde»; en qué lugar se actualiza la salud. Lo hace en todos los componentes de la vida. En las vivencias y en la conducta. En la vida cotidiana, en el trabajo y en la acción social. En el juego, la contemplación, la organización y la vida crítica. En la acción ambiental y en el deporte.

En todos los ámbitos se expresan capacidades, se enfrentan necesidades, con mayor o menor integración, con mayor o menor atingencia al bienestar psico‑social, existencial, espiritual y ecológico.

La quinta dimensión es el «como». En toda expresión humana está implícita la salud; la apropiación de la salud invita a la plena complementación de la autonomía y la participación, a desarrollar la salud propia junto con aportar a la salud del grupo, de la sociedad y del ambiente. Un libro de dos ecologistas tiene un título que asocia estos parámetros: De como Margarita Flores cuida su salud y, al hacerlo, ayuda a salvar el planeta.' El cómo es tan diverso como la vida; su condición es la integración, cuidarse uno, a los demás, al planeta...

La racionalidad integradora; puente entre la salud integral y el desarrollo integral

La integración es una capacidad humana, una dimensión de la salud. Bajo el paradigma dominante, esa capacidad recibe homenajes obsecuentes, pero el acento esta puesto, en los hechos, en su polo complementario, en la diferenciación. En las relaciones humanas se habla de amor y solidaridad, pero se vive cotidianamente la competencia, la indiferencia y la instrumentalización. En el trabajo científico, las introducciones son holísticas y los contenidos propiamente tales son localizados, aislados, fragmentados, sin ‑visión de conjunto.


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1. Roszak, T.: Personal Planeta. Barcelona, Kairós, 1985.
2. Hoffman, A. y Mendoza, M.: De cómo Margarita Flores puede cuidar su salud y ayudar a salvar el planeta. Santiago, Casa de la Paz, 1990.




En lo referente a la integración, como capacidad, es necesario plantear ‑al estilo de El arte de amar, de Fromm‑ que no es fácil, que necesita de formación, de arte. Hoy es toda la sociedad, toda la cultura, la que necesita una transformación, dirigida a compatibilizar el análisis y la síntesis, la individualización y la participación en lo universal, el humanismo y la ecología.

Una cultura de la integración, a diferencia de una cultura integrista, no es totalitaria, deja espacio para la individualización, se apoya en la diversidad, asume la limitación humana y, por ende, la experimentación, la necesidad de asegurar la reversibilidad y el aprender de la práctica. La salud integral necesita de esta cultura de la integración, como también lo exige el imperativo de un desarrollo ecológico, pacífico, fundado en la equidad, para el ser humano.

En esta cultura se requiere, primero, de complementos y no oposiciones. La ciencia conjugada con la espiritualidad, a su vez, en consonancia con las dimensiones existenciales y ecológicas de la vida humana y con el ajuste adecuado entre la ética y la epistemología.

En segundo lugar, derivado de lo anterior, existe una exigencia de categorizar las diversas necesidades humanas de aproximación a la realidad, los distintos problemas a que ya se apuntaba con la distinción entre problema y misterio.

En tercer término, existen ideas fuerza que, desde esta búsqueda de desarrollo de la salud, orientan las acciones educativas y transformadoras, las grandes dicotomías a trascender, como la de lo individual y lo universal, lo creativo y lo seguro, lo localizado y lo multidimensional, el desapego y el compromiso.

En cuarto lugar, la integración de vías de desarrollo humano en el sentido de la reflexión y lo intuitivo, lo estético, lo lúdico, lo corporal o lo social, que son las vertientes metodológicas de la formación‑ acción; el campo del desarrollo de la conciencia y la Participación en el cambio cultural.

Estas cuatro propuestas serán desarrolladas, en forma forzosamente esquemática, empezando con un cuadro que las resume:





        RACIONALIDAD






       INTREGRADORA



















ORIENTACIONES




DIVERSIDAD DE
TRANSDISCIPLINARIAS




REALIDADES
(Espiritualidad y otros)

















       IDEAS FUERZA DE






UNA CULTURA DE LA SALUD





            INTEGRAL




                                                              FORMACION


a) Las grandes orientaciones transdisciplinarias:

Al plantearse una cultura de la salud, en sentido integral, se distingue un núcleo de la conciencia como lo más humano de lo humano, la identidad. Siguiendo de algún modo a Buber 1, se entiende por espiritualidad lo que surge de la apertura básica de yo a tú; la matriz de la espiritualidad sería la disponibilidad de Gabriel Marcel, la apertura. Esa apertura, en términos cercanos a la psicología transpersonal, la junguiana y la psicosíntesis, tiene asiento en la tensión entre nuestra identidad habitual, el «yo» (individuo), y nuestro inconsciente espiritual, yo profundo o «Yo» (colectivo). Además, buscando fundamento principalmente en Tillich, se visualiza la idea de desarrollo espiritual como un enriquecimiento en la interacción complementaria entre el yo‑cohesionador interno y el yo‑parte integrado al todo. Es la ecología del yo, es la dinámica de la autonomía y la participación. A diferencia del liberalismo y del marxismo, el eje del desarrollo no estaría ni en la individualización ni en la colectivización, tampoco en la disyuntiva yo mediador del ello y el superyo, o yo, Atman‑Brahma, de freudianos e hinduístas, respectivamente. El ser humano es un individuo, un ente original, único, diferenciado y, al mismo tiempo, parte del todo, un sujeto participativo.




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1. Buber, M.: ¿Qué es el hombre? México, Fondo de Cultura Económica, 1986.





En el cultivo de la espiritualidad está una condición necesaria, aunque no suficiente del cambio y de la conciencia de crisis, es la posibilidad de asumir nuestra responsabilidad y nuestro crecimiento, junto con experimentar al otro como un igual, con el poder vivir desde este yo extendido, desde los intereses universales, desde el ser parte, el trascender.

La espiritualidad remonta a los orígenes, a una relación armónica con la disponibilidad, con el caos, en complementariedad con lo conformado, el cosmos. El principio fundamental es avanzar hacia una postura social y ecologista que, por una parte, no niegue la autopreservación y la autodiferenciación y que, por otro lado, se asiente más allá de las ideas, los valores, las emociones, en una aprehensión desde «dentro», un estar en lo propio, una identificaci0n que corresponda a una identidad. La espiritualidad se apoya en dos binomios de desarrollo transdisciplinario; todos formando una estructura en interrelación, una gestalt. Ellas son la existencia y la ecología, por un lado, y la ética y la epistemología, por el otro. Son las «cinco E» de la cultura, de la salud integral, de la racionalidad integradora: espiritualidad, existencia, epistemología, ética, ecológica.

La ética y la epistemología convergen, posiblemente, desde el hemisferio derecho y el izquierdo, respectivamente, para asumir esta apertura espiritual yo‑Yo, el individuo y los otros. La ética de la nueva cultura no puede ser otra que la del amor, la de la promoción de sí mismo y del otro, la de la cultura judeocristiana, la (lo Confucio, el «arna a tu prójimo como a ti mismo», la regla de oro clásica.

La epistemología es la vieja y la nueva apertura a la relatividad del conocimiento, el noúmeno‑fenómeno de Kant, y la realidad con Y sin paréntesis de Maturana. 1

La aceptación de la relatividad del conocimiento facilita la equidad y la disponibilidad espiritual. Sin certezas absolutas, la tendencia a la localización se conjuga con la posibilidad de contextualizar. El poder del conocimiento se diluye, es de un más posible compartir.

El estar en el mundo básico con su crisis constitutiva apoya la espiritualidad desde su enunciado primario, «yo soy yo y mis

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1. Maturana, II.: Emociones y lenguaje en educación política. Santiago, Hachette, 1990.


circunstancias» (Ortega). Soy existencia y soy ecología. La asimilación autónoma de la muerte, la culpa, la lucha, el proceso, las situaciones límites de Jaspers', no se contradicen con la propuesta del propio filósofo acerca de la importancia de la comunicación y la fe filosófica, en la medida que asumimos nuestras relaciones, los nexos silenciosos con lo trascendente y los más visibles con la tierra, el aire y los otros seres vivos. Las visiones sistémicas y existenciales se tensan y se fertilizan mutuamente en la colaboración por actualizar la espiritualidad, la autonomía en vínculo profundo con la participación.


 




              ETICA
















EXISTENCIA


      ESPIRITUALIDAD

ECOLOGIA

















      EPISTEMOLOGIA





b) Las realidades de la realidad, los diversos tipos de problemas humanos:

Al partir de la necesidad fundante de asumir la realidad, aparecía la tensión entre lo abarcable y lo que está más allá de la finitud humana, el misterio. Se dijo que la elaboración del complejo Caos Jano pasa por un hacerse cargo de los orígenes, del misterio, como facilitación, paradojalmente, para poder enfrentar la realidad «a escala humana», los problemas.

La crisis, la nueva política, el integrar la espiritualidad y sus nexos con la ética, la epistemología, lo existencial y lo ecológico, en una perspectiva de «desarrollo de la salud», hasta hacerla «íntegra», exige, junto al computador, al laboratorio y a la participación social, un abandono de la negación positivista de la problemática de la realidad. La realidad es política, su concepción tiene que ver con la salud; aunque resulte extraño, fuera del paradigma cultural básico dominante.

Entre la apertura al misterio, al reconocimiento de nuestra necesidad‑incapacidad frente a lo absoluto, está toda un área de



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1. Jaspers, K.: La fe filosófica. Buenos Aires, Losada, 1981.

necesaria recuperación cultural en que entra la dimensión junguiana de la dicotomía causalidad/sincronicidad 1, la temática de lo paranormal, psicológica, física, biológica, que sólo podemos enunciar. Lo mismo cabe con respecto al apasionante campo de los estados alterados de conciencia y la psicología transpersonal, las realidades de la conciencia cósmica y el misticismo.

Es indispensable, sí, aludir, por lo menos esquemáticamente, a la distinción que hace Schumacher entre problemas convergentes y divergentes2. Hay, obviamente, temas en que cabe una convergencia razonable, como son estimaciones de costos, de distancias, de tiempos y medios de transporte, de cuáles fueron los hechos del pasado. El paradigma se afianza en lo afirmativo e indudable. Un nuevo paradigma también debe asumir, como vertiente de la problemática humana, que en tenias tales como libertad‑igualdad, orden‑espontaneidad, razón‑intuición, la búsqueda de consensos pasa por legitimar las discrepancias en matices, en formas de ponderar. Es por eso que el desarrollo alternativo asume la diversidad, las divergencias que se complementan con las convergencias. Como plantea Schumacher, hay categorías de tensión como la libertad y la igualdad que sólo «convergen» frente a una instancia de otro nivel en este caso, la fraternidad. Un factor responsable de la crisis es el desarrollo unidimensional, centrado únicamente en lo naturalmente convergente, sin permitir espacios para la diversidad o lo divergente.

La distinción entre problemas convergentes y divergentes ‑y la que existe entre problema y misterio, tiene que aportar al reconocimiento de «las realidades de la realidad», desde la aceptaci0n de la relatividad de todo conocimiento. Para ello es necesario asumir lo errado de nuestra tendencia a creer que se necesita una sola realidad para todos, y que, por el contrario, cada sujeto ‑y cada cultura‑ tienen sesgos y capacidades distintas, todas legítimas, para percibir y ordenar el mundo, y que cada cual vive «su» realidad.

e) Desde el campo transdisciplinario y la distinción entre variedades (le problemas y ordenaciones de la realidad, se puede llegar a describir algunas de las grandes dicotomías que es necesario trascender; aparentes polos antagónicos que deben ser superados en una cultura de la integración.

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1 Jun C.Synchronicity. U.S.A., Princeton U. Press, 1973.
2. Schumacher, E.F.: Guía para perplejos. Madrid, Debate, 1981.


Hay dos ejes básicos, el de la relación entre lo individual y lo universal y el de la tensión entre compromiso y desapego. En ellos se juega la apertura espiritual a sí mismo y a lo otro, en su dinámica de objeto (individual/universal) y de relación caos‑cosmos, de vaciarse y de actualizarse (desapego‑compromiso). Vale decir, por una parte lo individual y lo ecológico por otra lo oriental y lo occidental.





       INDIVIDUALIZACION












FOCALIZACION



CREATIVIDAD









DESAPEGO




COMPROMISO









SEGURIDAD



POLIDIMENSIONALIDAD










La focalización y la polidimensionalidad expresan la necesidad de modular entre el rigor del análisis y la apertura de lo holístico; lo válido de la cultura científica y su necesaria integración en lo espiritual, lo filosófico, lo ecoexistencial; el paradigma básico actual y el nuevo paradigma emergente.

Elementos básicos de la crisis constitutiva del ser humano, de la dicotomía necesidades/capacidades, de la vulnerabilidad y la potencialidad humana, son los polos complementarios de la seguridad y la creatividad. El preservarse, defenderse, y el crecer y ser más.

La ecología del yo, corazón de la racionalidad integradora

Integrar tiene, por lo menos, tres sentidos. Existe la integridad en su acepción ética ‑«aquel que es incorruptible, es íntegro». Integro es, también, completo, total, poseído de si mismo. Además, el individuo se integra al * vincularse en forma afectiva.


Se visualiza la necesidad de una racionalidad integradora en un sincretismo de estas connotaciones: integrar lo fragmentado, manteniendo identidades para totalizar, sin ser totalitario, para relacionarse activamente, sin ser integrista.

Se requiere una integración sinérgica en las conciencias, en la vida cotidiana, en el accionar socioecológico que, enriquecido por la tolerancia y la diversidad, permita sobrepasar la crisis histórica con una visión de conjunto de las relaciones ser humano‑naturaleza, los nexos entre naciones, culturas, géneros, edades, modos de ser. Agnes Heller lo ha señalado en su invitación a asumir las necesidades radicales de comunicación racional, de desarrollo integral, de aceptación de las necesidades de todos.'

En la base de esta posibilidad de integración está el desarrollo de la conciencia, pero ésto es inseparable del accionar social, de la transformación de las relaciones de poder.

En el núcleo de la conciencia reside algo así como «el secreto» de la integración, el desarrollo de la identidad en el asumir con «coraje de ser» (Tillich), tanto la autonomía como la participación. Es la integración de ser uno mismo y ser parte del todo, con la mediación de la vida y de la especie. Más allá de la conceptualización o la orientación afectiva‑valórica, esta integración es una vivencia de identidad, forzosamente itinerante, del yo‑cohesionador interno al yo‑parte, actualización de lo que habitualmente está más allá del yo. Es el terreno de una forma de ecología profunda, «la ecología del yo».

La autonomía presupone un «yo» integrador interno, la preservación de límites ante las interacciones con el medio, la unidad en la diversidad frente a lo propio, las diferentes corrientes vivenciales y núcleos de identidad.

La participación descansa en un centro que trasciende la individualidad, el sí mismo, la identidad compartida, la dimensión del encuentro existencial, de la inmediatez ecológica, del acercamiento a lo insondable, a lo misterioso.

La salud de la cultura

La ecología del yo comprende la dinámica de los equilibrios entre deseos y proyectos, entre imágenes y búsquedas, entre lo racional y lo intuitivo‑afectivo‑espiritual, como el poder asumirse como parte de vínculos, de grupos, de comunidades, del proceso de humanización, de una realidad emergente y trascendente.'



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1.  Heller, A.: Para cambiar la vida. Barcelona, Ed. Crítica, 1981.
2. Osorio, J. y Weinstein, L.: El corazón del Arco Iris. Ceaal, 199

En una dinámica de apegos y desapegos, de actualizaciones originales y de trascender de sí asumiendo límites y potencialidades, con el rigor de la atención y la fluidez de la apertura, según las dicotomías de la racionalidad integrada.

La ecología del yo es un referente básico de la salud, pero la salud integral se da en múltiples dimensiones. No es sólo la salud profunda, la salud de la identidad. Es también, necesariamente, la salud de la cultura.

Importante como es el ahondamiento teórico y la profundización vivencial, interesa también, especialmente, su difusión cultural. Es allí donde la salud hace de puente entre lo personal y lo sociocultural. La integración es una capacidad, una expresión de la salud individual. En el sentido de la salud integral, lo es también de la salud de los grupos, de las instituciones, de las culturas.

Desde la perspectiva que interesa aquí, cabría un desarrollo de la salud en la integración de movimientos sociales, sensibilidades y experiencia en la búsqueda de un nuevo desarrollo. El nuevo desarrollo, «desarrollo para el ser humano», «a escala humana»' necesita ser saludable, integrando ciencia y espiritualidad, ética y estética, lo micro y lo macro, la diversidad con la igualdad esencial, la capacidad de expresividad diferenciada, creativa, con la programación. En la intimidad de la conciencia, el ámbito del hemisferio cerebral izquierdo con el derecho, el yang y el yin.

Frente a la crisis generalizada del planeta, se plantea una alternativa de enfrentamiento sociocultural, de cambios profundos y pacíficos, incidiendo en el paradigma básico del desarrollo y recuperando la realidad negada de la crisis constitutiva del ser humano.

Se plantea una transformación cultural que, respetando los aportes de la ciencia y de la técnica, humanice el desarrollo en términos de una relación armoniosa con la naturaleza, permita equidad en lo social y una visión balanceada de las distintas necesidades humanas.

La actualización de la propuesta incluye un punto de partida contingente en los nuevos movimientos sociales y la llamada nueva forma de hacer política. Ello se articula con la opción por hacer patente el contenido latente de la salud, en el sentido de la definición de la O.M.S.

La categoría de integración diferenciada del integrismo


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1. Jung, C.: Svnchtronicity. U.S.A., Princeton U. Press, 1973.



emerge como un eje vertebrador de la problemática constitutiva del ser humano, de la opción por un nuevo desarrollo y de una visión no radicalizada, amplia, de la salud.

Se visualiza la integración como la base de una cultura con un núcleo espiritual, en el sentido de una disponibilidad última relacionada con la tensión humana entre la individualidad, la autonomía y la relación, la participación y el trascender.

Se plantea una espiritualidad integrada, contextualizada, con vasos comunicantes con otros dominios transdisciplinarios, con el asumir una pluralidad de formas en que se da la realidad, la necesidad de trascender grandes dicotomías como la de lo individual y universal y una metodología formativa que aúna lo racional, lo espiritual y otras vertientes de desarrollo personal y social.

Fray Luis de León señala que «la salud es un bien que consiste en proporción y en armonía de cosas diferentes y es como una música concertada que hacen entre sí los humores del cuerpo». Si Maslow tenía razón al plantear que la salud es la capacidad de trascender las dicotomías1, la tarea histórica es plantearse, al mismo tiempo, la salud del cuerpo, del espíritu y del planeta, entendiendo con Virchow que «la política es la medicina en otra escala». 2










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1. Maslow, A.: El hombre autorrealizado. Barcelona, Kairós, 1983. 2. Sigerist, ti.: U Medicina y el bienestar humano. Buenos Aires, Imán, 1943.


II Parte
Formación en salud integral y
desarrollo humano