La
Dimensión Poética de la Vida (23)
Alicia, Antonio y sus amigos en el País de lo
Poético
La Poesía, la Filosofía y el Asombro
MARÍA
ZAMBRANO
Estaban
en estas conversaciones , cuando el conejo blanco anunció, con una voz que evidenciaba
una gran sorpresa: La Poesía y la Filosofía…
Sí,
son muy amigas dijo la Integración…nuestra familia, verdad Asombro… El asombro
corrió al encuentro de sus dos
hijas.
Estamos por el camino de María Zamorano, dijo la Filosofía-
Sí, cuando entramos al de Platón yo pasó a pérdida ,dijo la Poesía. Luego,
agregó:
Me
gusta presentarme ante ustedes junto con mi hermana…
Oigamos lo que di, refiriéndose a María
Zambrano
La Filosofía y la Poesía
leen, alternándose, fragmentos del capítulo Pensamiento y Poesía del libro Filosofía y Poesía ,de María Zambrano.
Previamente, las dos se excusan. La Filosofía,
por ser, para muchos, ajena
a lo poética, una extranjera ; la Poesía , porque no representa, como algunos creen , sólo al Poema
, esta sería un lado
yin de Lo Poético. El Asombro, la Reflexión y la Integración sonríen poéticamente.
Se les acerca el gato de Cheshire.
Leen la Filosofía y la
Poesía
“Pensamiento y poesía
A pesar de que en algunos mortales
afortunados, poesía y pensamiento hayan podido darse al mismo tiempo y
paralelamente, a pesar de que en otros más afortunados todavía, poesía y
pensamiento hayan podido trabarse en una sola forma expresiva, la verdad es que
pensamiento y poesía se enfrentan con toda gravedad a lo lago de nuestra
cultura. Cada una de ellas quiere para sí eternamente el alma donde anida. Y su
doble tirón puede ser la causa de algunas vocaciones malogradas y de mucha
angustia sin término anegada en la esterilidad.
Pero hay otro motivo más
decisivo de que no podamos abandonar el tema y es que hoy poesía y pensamiento
se nos aparecen como dos formas insuficientes; y se nos antojan dos mitades
del hombre: el filósofo y el poeta. No se encuentra el hombre entero en la filosofía;
no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía
encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía al
hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es encuentro,
don, hallazgo por gracia. La filosofía busca, requerimiento guiado por un
método.
Es en Platón, donde
encontramos entablada la lucha con todo su vigor, entre las dos formas de la
palabra, resuelta triunfalmente para el logos del pensamiento filosófico,
decidiéndose lo que pudiéramos llamar "la condenación de la poesía";
inaugurándose en el mundo de occidente, la vida azarosa y como al margen de la
ley, de la poesía, su caminar por estrechos senderos, su andar errabundo y a
ratos extraviado, su locura creciente, su maldición. Desde que el pensamiento
consumó su "toma de poder", la poesía se quedó a vivir en los
arrabales, arisca y desgarrada diciendo a voz en grito todas las verdades
inconvenientes; terriblemente indiscreta y en rebeldía. Porque los filósofos
no han gobernado aún ninguna república, la razón por ellos establecida ha
ejercido un imperio decisivo en el conocimiento, y aquello que no era
radicalmente racional, con curiosas alternativas, o ha sufrido su fascinación,
o se ha alzado en rebeldía (...).
¿Qué raíz tienen en
nosotros pensamiento y poesía? No queremos de momento definirlas, sino hallar
la necesidad, la extrema necesidad que vienen a colmar las dos formas de la
palabra. ¿A qué amor menesteroso vienen a dar satisfacción? ¿Y cuál de las dos
necesidades es la más profunda, la nacida en zonas más hondas de la vida
humana? ¿Cuál la más imprescindible?
Si el pensamiento nació de
la admiración solamente, según nos dicen textos venerables no se explica con
facilidad que fuera tan prontamente a plasmarse en forma de filosofía
sistemática; ni tampoco haya sido una de sus mejores virtudes la de la
abstracción, esa idealidad conseguida en la mirada, sí, más un género de mirada
que ha dejado de ver las cosas. Porque la admiración que nos produce la
generosa existencia de la vida en torno nuestro no permite tan rápido
desprendimiento de las múltiples maravillas que la suscitan, y al
igual que la vida, esta admiración es infinita, insaciable y no quiere
decretar su propia muerte.
Pero, encontramos en otro
texto venerable -más venerable por su triple aureola
de la filosofía, la poesía y... la "revelación"-, otra
raíz de donde nace la filosofía: se trata del pasaje del libro VII de La
República, en que Platón presenta el "mito de la caverna". La
fuerza que origina la filosofía allí es la violencia. Y ahora ya, sí,
admiración y violencia juntas como fuerzas contrarias que no se destruyen, nos
explican ese primer momento filosófico en el que encontramos ya una dualidad y,
tal vez, el conflicto originario de la filosofía: el ser primeramente pasmo
extático ante las cosas y el violentarse en seguida para liberarse de ellas.
Diríase que el pensamiento no toma la cosa que ante sí tiene más que como
pretexto y que su primitivo pasmo se ve en seguida negado y quién sabe si traicionado,
por esta prisa de lanzarse a otras regiones, que le hacen romper su naciente
éxtasis. La filosofía es un éxtasis fracasado por un desgarramiento. ¿Qué
fuerza es ésa que la desgarra? ¿Por qué la violencia, la prisa, el ímpetu de
desprendimiento?
Y así vemos ya más
claramente la condición de la filosofía: admiración, sí, pasmo ante lo
inmediato, para arrancarse violentamente de ello y lanzarse a otra cosa, a una
cosa que hay que buscar y perseguir, que no se nos da, que no regala su
presencia. Y aquí empieza ya el afanoso camino, el esfuerzo metódico por esta
captura de algo que no tenemos, y necesitamos tener, con tanto rigor, que nos
hace arrancarnos de aquello que tenemos ya sin haberlo perseguido.
Con esto solamente sin
señalar por el momento cuál sea el origen y significación de la violencia, ya
es suficiente para que ciertos seres de aquellos que quedaron prendidos en la
admiración originaria, en el primitivo zaumasein no se resignen ante el
nuevo giro, no acepten el camino de la violencia. Algunos de los que sintieron
su vida suspendida, su vista enredada en la hoja o en el agua, no pudieron
pasar al segundo momento en que la violencia interior hace cerrar los ojos
buscando otra hoja y otra agua más verdadera. No, no todos fueron por el camino
de la verdad trabajosa y quedaron aferrados a lo presente e inmediato, a lo que
regala su presencia y dona su figura, a lo que tiembla de tan cercano; ellos no
sintieron violencia alguna o quizá no sintieron esta forma de violencia, no se
lanzaron a buscar el trasunto ideal, ni se dispusieron a subir con esfuerzo el
camino que lleva del simple encuentro con lo inmediato hasta aquello
permanente, idéntico, Idea. Fieles a las cosas, fieles a su primitiva
admiración extática, no se decidieron jamás a desgarrarla; no pudieron, porque
la cosa misma se había fijado ya en ellos, estaba impresa en su interior. Lo
que el filósofo perseguía lo tenía ya dentro de sí en cierto modo, el poeta; de
cierto modo, sí, de qué diferente manera.
¿Cuál era esta diferente
manera de tener ya la cosa, que hacía justamente que no pudiera nacer la
violencia filosófica?, ¿y que sí producía por el contrario, un género especial
de desasosiego y una plenitud inquietante, casi aterradora? ¿Cuál era este
poseer dulce e inquieto que calma y no basta? Sabemos que se llamó poesía y
¿quien sabe si algún otro nombre borrado? Y desde entonces el mundo se
dividiera, surcado por dos caminos. El camino de la filosofía, en el que el
filósofo impulsado por el violento amor a lo que buscaba abandonó la superficie
del mundo, la generosa inmediatez de la vida, basando su ulterior posesión
total, en una primera renuncia. El ascetismo había sido descubierto como
instrumento de este género de saber ambicioso. La vida, las cosas, serían
exprimidas de una manera implacable; casi cruel. El pasmo primero será
convertido en persistente interrogación; la inquisición del intelecto ha
comenzado su propio martirio y también el de la vida
Continuará