Revista Co.Incidir 19
Septiembre 2015
Segunda parte
Palabras
e imágenes donde se encarnan sentires amistosos,
deseos de diálogo entre quienes, transitando por caminos sociales, por puentes
interpersonales, por búsquedas interiores, por los rigores de la ciencia, por
desfiladeros filosóficos, por los horizontes espirituales, por senderos
metafísicos, por jardines poéticos, por
el compromiso con el juego de los niños… van anhelando y construyendo una cultura
de paz, de justicia, de armonía
con la naturaleza, de relevancias
del sentido.
¡Bienvenido
Septiembre del 2015, bienvenido a co.incidir en un mundo azul! El que se va
formando, a pesar de todo…
Sebastián Fuentes
FÁBULA DE
CONEJO, CONCIENCIA Y ALGUNOS AMIGOS
I
|
ba Conejo
avanzando alegre por la espesura del monte en primavera cuando de pronto se
encuentra con una interesante conversación que sostenían Añañuca y
Chagual. La joven flor le preguntaba
curiosa al viejo bromélido:
-¿Es
cierto eso que se comenta, que existe tal cosa llamada Miedo?
Chagual,
asentado en su sabiduría responde en tono sereno:
-Así
dicen, nunca lo he visto, pero muchos afirman que existe realmente.
Añañuca
abre sus pétalos e inquiere ávidamente:
-¿Cómo
es? ¿Qué colores tiene? ¿Cómo huele? ¿Es frío? ¿Cómo es su tallo? ¿Es ácido?
Chagual,
que hasta el momento parecía controlar la situación, se vio inundado de
preguntas que dudaba poder contestar, y notoriamente rendido contestó humilde:
-No
lo sé Añañuca, quizá pueda responderte una vez que florezca y alcance mayor
altura.
En
ese momento interrumpió Conejo muy animado:
-¡Yo
les puedo responder!
Ambos
abrieron sus poros y escucharon atentamente.
-Miedo
aparece cuando sientes un gran peligro, se te aprieta la barriga, te llenas de
energía y huyes velozmente, luego de algunos minutos Miedo se va.
Añañuca
y Chagual pidieron más explicaciones, detalles y ejemplos, pero a pesar de las
dedicadas respuestas de Conejo, no logró despejar las dudas y enfatizó:
-Es
cuando la cosa no va bien, cuando sientes que todo puede ir muy mal y debes
evitarlo, ¿entienden?
Añañuca
preguntó:
-¿Y
qué es Bien?
Mientras
Chagual agregó:
-¿Y
qué es Mal?
Conejo
se animaba a responder inmediatamente, pero guardó silencio y tras cavilar unos
segundos comentó:
-No
lo sé. He escuchado que existe Bien y Mal, pero sinceramente desconozco qué
son. Tal vez Mal es que Miedo se quede para siempre, no lo soportaría pues no
podría comer una hierba siquiera. Tal vez Bien sea que Miedo no vuelva jamás, y
que Tiuque, Zorro ni Humano existieran. Pero hay humanos muy buenos...- Culminó
dubitativo.
El
bromelia y la flor quedaron completamente confundidos. Conejo decidió preguntar
a un humano y prometió volver con una respuesta convincente para Chagual y
Añañuca.
Conejo
se acercó a Renata, una mujer muy bondadosa que habitaba una cabaña a los pies
del monte. Renata acostumbraba hablar amorosamente a Conejo al verlo,
frecuentemente le dejaba frescas frutas y hortalizas a la entrada de su
madriguera. Miedo nunca aparecía cuando estaba cerca de ella. Conejo pensó:
-Ella
debe saber qué es Bien, y quizá tenga alguna idea sobre Mal.
Cuando
Renata escuchó la pregunta de Conejo sonrió tiernamente y respondió con gran
dedicación:
-Bien
y Mal son hermanos, no existe uno sin el otro.
Conejo
comenzaba a confundirse, pensó que Mal podía estar cerca, y por primera vez
sintió miedo en compañía de Renata, pero se calmó cuando ésta prosiguió:
-Bien
te ayuda a tomar mejores decisiones, mientras que Mal te ayuda a encontrar a
Bien, pero finalmente ambos dependen de Conciencia, que habita dentro de cada
persona y en especial dentro de Cultura y Sociedad. Conejo pensó:
-¿Decisiones?
¿Bien y Mal juntos? ¿Cultura? ¿Conciencia?
Y
replicó:
-¿Qué
es Conciencia, Renata?
Renata
sabía que debía dar una respuesta comprensible para Conejo, y con su mejor
esfuerzo dijo empáticamente:
-Conciencia
es todo aquello que cabe dentro de ti, es el espacio que albergas para percibir
el mundo que te rodea y a ti mismo.
Conejo
respondió muy animado otra vez:
-¡Hierba,
Calor, Hambre, Miedo! ¿Todo eso es mi Conciencia?
-Así
es- Respondió amorosamente Renata. Conejo recordó la pregunta de Añañuca, quien
sólo pensaba en tamaño, temperatura, aromas y colores.
-¡Ya
tengo la respuesta!- exclamó Conejo. Pero algo faltaba y volvió a preguntar:
-No
comprendí lo de Bien y Mal, ni lo de Cultura, pero hay algo aún que quiero
saber, ¿cómo es que tú y los humanos lo comprenden y yo no?
Renata
se conmovió ante esa pregunta, percibió la tibieza de su espalda al calor del
sol de primavera, pensó en el mundo, sintió pena, luego rabia e impotencia,
apareció Miedo… Su corazón latió más lento mientras comenzaba a experimentar un
sentimiento de esperanza, y finalmente respondió a Conejo:
-Querido
Conejo, no todos los humanos comprenden a Conciencia, a algunos sólo les
interesa sus emociones, deseos y conseguir bienes materiales a cualquier costo,
otros buscan convencer al resto sobre Bien y Mal, a otros sólo les queda
sobrevivir buscando alimento y abrigo, y otros quieren cambiar radicalmente a
Sociedad a través de múltiples leyes, o emprenden todo tipo de protestas y
movilizaciones, algunas con violencia. Pocos se detienen a pensar el espacio
que permiten a Conciencia, el cual siempre puede crecer. El resultado de todo
esto es mucho conflicto, dolor y sufrimiento, imagina a Miedo engrandecido por
mil Rabias y diez mil Tristezas.
Conejo
se estremeció. Renata sonrió y le dijo con Ternura:
-Conejo,
Conciencia toma Tiempo en abrirse espacio en el interior de los seres, y su
principal herramienta es Amor.
Por
primera vez Conejo se dejó acariciar por Renata.
Florencia Vázquez
RECUERDOS DE MI PADRE; NICOMEDES GUZMÁN
L
|
ejos
está el tiempo de mi niñez, sin embargo los recuerdos perduran nítidos en mi
mente. Como el recuerdo de esas gélidas noches
invernales, cuando acompañada de
mis hermanos mayores, Oscar y Ximena, llevábamos a cabo el ritual de encender
un gran fuego con carbón de espino en el brasero de latón. Este calor inundaba la casita de no más de 50
metros cuadrados.
El brasero se encendía en el patio, bajo el cielo estrellado.
Al soplar sobre el carbón encendido para avivar las llamas, ascendían chispas
que, en mi imaginación, iban a juntar su brillante luz con la de las estrellas
lejanas.
Mi padre en ocasiones nos acompañaba, contándonos de las
constelaciones, de las Tres Marías, la Cruz del Sur, aventurando que algún día
el hombre iba a llegar a la luna, lo que efectivamente ocurrió años más tarde.
Todo esto era un preparativo para propiciar un ambiente más acogedor, pues mi
padre se aprontaba a pasar la noche escribiendo capítulos de sus novelas, o la
crítica a algún novel escritor o alguna crónica para Las Ultimas Noticias o El
Siglo.
Después de una frugal cena nos íbamos a dormir. Sin embargo,
transcurridas algunas horas yo solía despertar con el tecleo de la Underwood de
mi padre. Una noche de aquellas me sorprendió hallar junto al brasero de llamas
extinguidas, pero aún con un tibio rescoldo, a un niño de unos diez años, de
pelo claro y ensortijado, apenas vestido con unos raídos pantalones cortos y
calzado con viejos zapatos, casi una pura suela, que sujetaba con cordones atados a sus pies.
Se notaba la humedad de sus ropas, pues esa noche había llovido. A su lado un
hermoso perro de abundante pelaje también húmedo se ovillaba apegado al brasero
y al cuerpo del chico, prodigándose mutuo calor. Con toda seguridad, este niño
había golpeado la puerta y don Oscar, conocido en el barrio por su gran
generosidad, le había servido un plato de sopa caliente, pan y leche. Y lo
había invitado a pasar la noche acurrucado sobre la gastada alfombra que cubría
el piso. Después de esa noche, se hizo frecuente que el muchacho llegara a
dormir a nuestra casa, siempre acompañado por su inseparable perro.
Ya lo mencioné: mi padre era un ser tremendamente generoso y
tierno. En esos inviernos interminables y tan duros de ese tiempo, solía pasar
por la calle el vendedor de mote, castañas y camotes cocidos. Una capa negra
cubría de pies a cabeza a este hombre que pregonaba en medio de la noche sus
productos siempre calientes. Empuñaba un farol que proyectaba sobre su figura
una luz titubeante iluminándola en ráfagas que se confundían con las gotas de
la tupida lluvia. Cuando mi padre contaba con un poco de dinero y escuchaba el
pregón característico que nos despertaba al alba, llamaba al vendedor a su lado e inquiría, después de saludarlo,
cuánta mercadería le quedaba en el gran canasto de mimbre. Al escuchar la
respuesta, le decía con voz impregnada de ternura y convicción: “Se la compro
toda para que se vaya a su casa ¡Está usted calado hasta los huesos!”