martes, 2 de diciembre de 2014

El Arte de Vivir 30


             El Arte de Vivir 30

 Se vives soñando, anticipando, recordando, creando, sintiendo,,,cotidianamente.
Falleció un gran pensador de la vida cotidiana, un amigo de la  sabiduría,  un auténtico  educador, un  gran ciudadano, Humberto Gianini.
  Su obra   es un gran aporte  ala reflexión  al diálogo sobre el Arte de Vivir.
 Va una modesta  muestra en este prólogo a la Ética de la Proximidad, que veremos  en dos notas..

       E T I C A    DE   L A     P R O X I  M I D A D .


Humberto Giannini


PROLOGO  A MODO DE  PROPUESTA. (1)


Es mi deseo contribuir  a  este Encuentro sobre Educación ( 1 ) con una propuesta
en el ámbito de la ética, de la moralia minima, a la que nos han acostumbrado los
tiempos.
De todos modos,  una propuesta ética no tiene que ver sólo con decisiones que
habría que tomar a fin de asumir  determinados ‘valores’ para convertirnos en tales
o cuales sujetos éticos. Eso sería una mera preceptiva. Una propuesta ética tiene
que ver, ante todo, con lo que somos y con lo que, a partir  de esa constatación
fundamental, podemos esperar de nosotros. En tal sentido está  bosquejado este 
trabajo preliminar.
Lo que intento bosquejar ahora es una ética de la proximidad, tema que ofrecerá
serias y odiosas dificultades desde la partida; se podría agregar, justamente a causa
de esa proximidad .
¿Por qué, ética de la proximidad? La primera pregunta que habría que hacerse.
Se ha insistido –y pienso que con razón-  que todo saber teórico versa sobre, y
aspira a, establecer estructuras y leyes  generales (no locales ni próximas). En el
lenguaje aristotélico; que todo saber riguroso es saber de lo universal.
Ahora, para la ética, sería más grave que para ningún otra ciencia,  fallar en esta
exigencia  de la universalización de sus preceptos (“No hagas a otro lo que no
deseas que te hagan a ti”). Y así pareciera que que mientras más universalmente
puede exigir o aplicar un valor ético o una norma, tanta más garantía dará de su
rigor y cientificidad. Sin embargo,  tal universalización sólo será posible  cuando
la ética llegue  a saber qué rasgos, qué características ideales cabe reconocer y
exigir en cada ser humano. Es condición ineludible saber quienes somos para 
llegar a saber lo que somos (Píndaro).
Alcanzar la plena humanidad parece ser el ideal, el punto asintótico al que
debieran tender los individuos reales, existentes, así como la circunferencia
geométrica representa el objeto ideal (en el fondo, no existente) al que tiende
cualquier figura hecha en el papel.
Sin embargo,  parece igualmente cierto que los hombres pertenecemos a una
humanidad viviente, a una humanidad que no es en absoluto un ideal al que se
tiende, pero tampoco la mera suma de los habitantes actuales del planeta tierra. Ni
un mero nombre ni una mera cantidad. 
El hecho es que no decimos ‘pertenecer’ a ella simplemente por encontrarnos
siendo semejantes.  Por el contrario,  puede afirmarse que somos semejantes por
provenir cada uno de nosotros de esta humanidad histórica que respalda nuestro
ser.
Todo esto es un misterio: el individuo adviene a la existencia, al mundo común, a
causa de una infinidad de iniciativas, decisiones, caprichos, encuentros y desencuen-
 tros que vienen ocurriendo en la vida de la humanidad (nuestros padres, nuestros
abuelos, etc.). Y somos a tal punto azarosos que habría sido suficiente que, por
ejemplo,  un lejano antepasado no hubiese asistido a  una cita amorosa para que uno
de nosotros no estuviera presente hoy en este Encuentro. Su posibilidad de ser habría
fenecido muchísimos siglos antes de llegar a la realidad.
Esta observación elemental echa por tierra, al menos por lo que respecta a nuestra
humanidad, la idea de que lo universal sea un simple concepto o, como piensan  a
veces los analistas lógicos, una clase o conjunto de elementos individuales que, por
tener alguna característica semejante,  son puestos convencionalmente allí bajo un
mismo  rótulo.
Echa por tierra también la pretensión de autonomía y autosuficiencia del individuo
(Por ejemplo, la pretensión tan renacentista de que cada cual es hijo de sus obras).



El Arte de Vivir 29


El Arte de Vivir 29

Los grandes Cambios

Destellos poéticos para el arte de vivir

El Paso del Retorno, de Vicente Huidobro
(Ultimos   Poemas)

        A Raquel que me dijo
       un día cuando tú te
       alejas un solo instante
       el tiempo y yo lloramos.


Yo soy ese que salió hace un año de su tierra

Buscando lejanías de vida y muerte

Su propio corazón y el corazón del mundo

Cuando el viento silbaba entrañas

En un crepúsculo gigante y sin recuerdos.


Guiado por mi estrella

Con el pecho vacío

Y los ojos clavados en la altura

Salí hacia mi destino.


Oh mis buenos amigos

¿Me habéis reconocido?

He vivido una vida que no puede vivirse

Pero tú, poesía, no me has abandonado un solo instante.

Oh mis amigos, aquí estoy

Vosotros sabéis acaso lo que yo era

Pero nadie sabe lo que soy


El viento me hizo viento

La sombra me hizo sombra

El horizonte me hizo horizonte preparado a todo.

La tarde me hizo tarde

Y el alba me hizo alba para cantar de nuevo.


Oh poeta, esos tremendos ojos

Ese andar de alma de acero y de bondad de mármol
Este es aquel que llegó al final del último camino

Y que vuelve quizás con otro paso

Hago al andar el ruido de la muerte

Y si mis ojos os dicen

Cuánta vida he vivido y cuánta muerte he muerto

Ellos podrían también deciros

Cuánta vida he muerto y cuánta muerte he vivido.


¡Oh mis fantasmas! ¡Oh mis queridos espectros!

La noche ha dejado noche en mis cabellos

¿En dónde estuve? ¿Por dónde he andado?

¿Pero era ausencia aquella o era mayor presencia?


Cuando las piedras oyen mi paso

Sienten una ternura que les ensancha el alma

Se hacen señas furtivas y hablan bajo:

Allí se acerca el buen amigo

El hombre de las distancias

Que viene fatigado de tanta muerte al hombro

De tanta vida en el pecho

Y busca donde pasar la noche.


Heme aquí ante vuestros limpios ojos

Heme aquí vestido de lejanías

Atrás quedaron los negros nubarrones

Los años de tinieblas en el antro olvidado

Traigo un alma lavada por el fuego
Vosotros me llamáis sin saber a quién llamáis

Traigo un cristal sin sombra un corazón que no decae

La imagen de la nada y un rostro que sonríe

Traigo un amor muy parecido al universo

La Poesía me despejó el camino

Ya no hay banalidades en mi vida

¿Quién guió mis pasos de modo tan certero?

Mis ojos dicen a aquellos que cayeron

Disparad contra mí vuestros dardos

Vengad en mí vuestras angustias

Vengad en mí vuestros fracasos

Yo soy invulnerable

He tomado mi sitio en el cielo como el silencio.


Los siglos de la tierra me caen en los brazos

Yo soy amigos el viajero sin fin

Las alas de la enorme aventura

Batían entre inviernos y veranos

Mirad cómo suben estrellas en mi alma

Desde que he expulsado las serpientes del tiempo oscurecido.