domingo, 28 de agosto de 2016

Formación 9

Formación 9

Verdad 3

El laberinto de la verdad en un cuento de los hermanos Grimm.
 Uu texto paa meditar, dialogar, hacer ejercicos de creatividad, en torno a las diferentes dimensiones de la verdad y su relación con  el bien, la belleza , el sentido y la felicidad.
La pastora de ocas
Un cuento de los hermanos Grimm

Vivía una vez una anciana reina, viuda desde hacía muchos años, que tenía una hija muy hermosa. Al hacerse mayor, la prometieron a un príncipe de un país lejano, y cuando llegó el tiempo convenido para la celebración de la boda y la doncella hubo de ponerse en camino hacia la corte de su prometido, la reina madre le preparó un ajuar precioso, con brocados de oro y plata, vasos y joyas; era, en una palabra, una dote digna de una princesa real, pues la anciana reina quería entrañablemente a su hija. Diole también, para que la acompañase y sirviese, una camarera que, además, debía entregar a la princesa en manos del novio. Recibió cada una de las dos un caballo; pero el de la princesa tenía el don de hablar y se llamaba Falada. Llegada la hora de las despedidas, entró la madre en su alcoba y, cogiendo un cuchillito, se hizo un corte en un dedo, para que fluyera la sangre; en un trocito de tela recogió tres gotas, y las dio a su hija, diciéndole:
- Hija mía, guárdalas cuidadosamente; puedes necesitarlas durante el camino.
Separáronse madre e hija con abundantes lágrimas. La princesa se guardó en el seno la telita con la sangre y, montando a caballo, emprendió el viaje hacia la Corte de su prometido. Cuando llevaban una hora cabalgando sintió una intensa sed y dijo a su camarera:
- Apéate y lléname de agua del arroyo la copa que para esto has traído; quiero beber.
- Si tenéis sed - respondióle la camarera -, apeaos vos y bebed. Yo no quiero ser vuestra criada.
La princesa, acuciada por la sed, bajó del caballo y, arrodillada en la orilla, bebió directamente del riachuelo, sin usar la copa. Luego exclamó:
- ¡Dios mío! - y las tres gotas de sangre le respondieron:
- Si tu madre viese esto, el corazón le estallaría en el pecho.
Pero, humilde como era la princesita, guardó silencio y volvió a montar a caballo. Siguieron cabalgando, y al cabo de varias leguas volvió a tener sed, pues el día era caluroso, y el sol, ardiente. Llegaron a otro río, y la princesa repitió a la camarera:
- Apéate y sírveme de beber en mi copa de oro - pues había olvidado ya las insolentes palabras de la sirvienta.
Pero ésta repitió a su vez, más altanera que antes:
- Si queréis beber, arreglaos vos misma; yo no quiero ser vuestra criada.
Apeóse de nuevo la princesa, acuciada por la sed, Y, tendiéndose sobre el agua fluyente, exclamó llorando:
- ¡Dios mío! - y las tres gotas de sangre volvieron a exclamar:
- Si tu madre viese esto, el corazón le estallaría en el pecho.
Y al agacharse para beber, se le cayó del seno la tela que contenía las tres gotas, y el agua se la llevó, sin que ella lo advirtiese, angustiada como estaba. Pero la camarera sí lo había visto, y se alegró, porque ello le daba poder sobre la princesa, quien, al perder aquellas gotas de sangre, se había quedado débil e impotente.
Al disponerse a subir nuevamente sobre su caballo Falada, dijo la camarera:
- A Falada lo montaré yo, y tú te subirás sobre mi rocín ­ y la princesa hubo de resignarse. Luego, con palabras duras, mandóle la camarera que se quitase sus reales vestidos y se pusiese los suyos malos y, finalmente, la obligó a jurar, bajo la luz del cielo, que en la Corte del Rey no diría nada de todo aquello a nadie; y si se hubiese negado a prestar el juramento, la habría asesinado allí mismo. Pero Falada lo presenció todo y lo guardó en la memoria.
Montó, pues, la camarera sobre Falada, y la novia auténtica sobre el jamelgo, y así prosiguieron hasta llegar al palacio real. Grande fue el regocijo a su entrada, y el príncipe salió presuroso a recibirlas, y ayudó a la camarera a apearse del caballo, tomándola por su prometida. Luego la condujeron arriba, mientras la verdadera princesa se quedaba abajo. Al asomarse a la ventana el anciano rey y verla en el patio, tan distinguida, delicada y hermosa, entró en las reales habitaciones para preguntar quién era la novia.
- La tomé en el camino para que me acompañase; dadle algún trabajo, que no permanezca ociosa.
Pero el viejo rey no tenía ocupación para ella, y sólo se le ocurrió decir:
- Tengo un muchacho encargado de guardar las ocas, que vaya a ayudarle.
El mozo se llamaba Conradito, y la princesa fue enviada a servirle de auxiliar.
No tardó la falsa novia en decir al príncipe:
- Amado mío, quisiera pedirte una gracia.
- Te la concederé gustoso - respondió él.
- Pues ordenad al desollador que corte el cuello del caballo que yo monté, pues me ha fastidiado durante el camino.
En realidad, lo que temía era que el animal descubriese lo sucedido a la princesa. Así, el leal Falada tuvo que morir, y, al enterarse de ello, la verdadera princesa prometió al desollador una moneda de oro a cambio de un pequeño servicio. En la ciudad había una gran puerta oscura, por la que ella debía pasar cada mañana y cada anochecer con sus ocas; pidió, pues, al hombre que clavase la cabeza de Falada en aquella puerta, para que ella pudiese verla a menudo. Así se hizo, y la cabeza del noble caballo quedó clavada en el lúgubre portal.
Cuando, de madrugada, la princesa y Conradito pasaron bajo el portal, dijo ella: