jueves, 17 de mayo de 2012

Conversando sobre la amistad(226)


Conversando sobre la Amistad (226)
El fondo de posible incertidumbre dentro de la salud de la amistad.
El Zorro y el Actor ( De mi libro Fábulas Abiertas, 1978)

EL ZORRO Y EL ACTOR
O
EL LABERINTO DE LA AMISTAD

¿En qué consiste la amistad? Los diálogos laberínticos de su adolescencia se brindaban, en la madurez, a una sola vertiente, sencilla, fluida, segura.

Amistad es esa libertad de llegar a la casa del actor, sin el límite de la pregunta y del anuncio. Ese pasar sin ritos a su cotidianidad, esa ausencia de fronteras. Ese saber irse si el amigo tenía un humor solitario, una fantasía impostergable, un encuentro galante, un taller de trabajo o estaba, simplemente, fatigado. Retirarse  sin ser visto, con un hacerse presente ligero o una amenaza, jovial, de quedarse. Todo modulado según el ánimo  y sutiles indicadores de ponderación del momento. Amistad es espacio de libertad, se dijo el zorro, recorriendo la pieza del actor, hojeando las láminas del libro sobre expresividad y el viejo álbum de tangos, soplando la simpática figura de greda negra, empolvada.

Se sentó un momento a leer y fue resbalando por las líneas del diario, sin poder concentrarse. Le atraía la atmósfera de la pieza, lo llamaba a explorar. El mundo, parte, el entorno de su amigo. Los dejos de prisa, de desorden, de frugalidad. El Pocillo de café frío, la colilla de cigarrillo del último ensayo nocturno. Dejó el periódico y buscó en el libro sobre expresividad el capitulo correspondiente a la espera, dispuesto a recibir a su amigo con una pantomima de caracterización de un impaciente en una antesala. Luego, dudó, pensando que su amigo parecía estar con preocupaciones importantes, construyendo ideas. En ese momento encontró la mascara.

Divertido, al principio. Disimulada entre algunos legajos de papeles de la sociedad de actores autores, se veía un trozo de género recortado como una cara. La apartó con cuidado y sintió sorpresa. La máscara era perfecta. Era más exacta que una fotografía. Era una reproducción de sus propios rasgos, la aguzada cara de zorro, en relieve magníficamente interpretada.

Al verla, fue esa su reacción. Una broma, sorprendente, muy elaborada. Luego, empezó a sentirse confundido, inquieto, defensivo, Invadido. No había aún asumido, orientado, su vivencia del momento, cuando sintió la llegada del actor y  junto a ella, el vozarrón inquisitivo y. animoso, "zorro, estás?”

Con un movimiento reflejo, rapidísimo, no pensado, escondió la máscara en su sitio original y se dirigió al encuentro de su amigo, al umbral de la puerta.

"A qué no sabes en qué estoy trabajando", preguntó, como saludo, el actor. El zorro vaciló, incapaz de prodigarse con la respuesta que emergía, pronta y con rabia, como un proyecto informe y algo maldito en que se veía a sí mismo como protagonista oscuramente instrumentalizado.

Después, sin disimular una alianza desagradable de turbación e irritabilidad, contestó, en sorna, ambiguo.

‑Te preparas a representar un personaje que espera. Luego procuró amortiguar el efecto de sus palabras, señalando en el libro de expresividad la ilustración correspondiente.

El actor sólo percibió un matiz de malestar en las expresiones del zorro y decidió abreviar lo que, en otras circunstancias, se hubiera trocado en lento juego de adivinanza.

"Trabajo en el tema de la amistad", explicó. "Procuro interpretarla con la ayuda de una máscara".

"Sí”, dijo el zorro, aliviado, “Iograste un parecido admirable, soy yo mismo”.

El actor lo miró, atemorizado, atónito y presuroso para evitar cualquier remota causal de equívocos, sacó la máscara del escondite informal donde recién la había reubicado el zorro. La contempló y como desde un principio, reconoció en ella los rasgos habituales, la cara, ahora inquisitiva y desorientada, del amigo del zorro, del actor.