sábado, 13 de abril de 2013

Conversando desde la Amistad (149)


Conversando desde la Amistad(149)
Conversando  desde y sobre la juventud
Encuentro en Las Coincidencias, Isla Negra

Texto de Tomás Weinstein
 Segunda parte
Lenguaje, comunicación y construcción de puentes

Durante el transcurso del encuentro van surgiendo distintas interrogantes sobre el uso de las palabras, sobre los efectos que estas pueden tener sobre el mundo y sobre las distintas personas y grupos que componen la sociedad.
Se hace difícil incluso utilizar la palabra joven o viejo, puesto que estas están cargadas simbólicamente, de múltiples significados instalados en imaginarios colectivos. De esta forma, el grupo observa que la forma en que usamos el lenguaje clasifica a determinados grupos, provoca realidades fragmentadas y separadas, que dificultan las posibilidades de crear puentes entre distintos grupos y personas de la sociedad.
De esta forma, al definir a distintos grupos como niños, adolescentes, jóvenes, jóvenes adultos, adultos, adultos mayores, encerrarían en cierta forma a estos sujetos concretos en categorías o casillas que no necesariamente estos sujetos elegirían para ellos. Clasificaciones que utiliza el estado y cada vez más la empresa privada para asegurar el “gobierno de las conductas”.
Esto nos invita nuevamente a una reflexión profunda sobre el lenguaje, que tiene como elemento constitutivo que es siempre una abstracción que reduce complejidad, y que nunca puede dar cuenta en su totalidad de la realidad en sí misma, o de la multiplicidad de vivencias y experiencias de los sujetos concretos. Siempre hay una distancia infranqueable entre el concepto y la realidad, tensión que hay que mantener para poder volver sobre el mismo lenguaje, reflexionar sobre sus propias limitantes y romper con las clasificación que reducen en demasía la experiencia de los sujetos. Sólo desde ahí es posible el encuentro con el “otro”, con lo diverso, y ahí reside la posibilidad de construir marcos comunes que nos integren en un sentido nuevo.

En la reunión se planteó que las juventudes estaban sometidas a estigmas, a una cosificación del lenguaje, que las ponía, -desde el “mundo adulto”- como riesgosa, como responsable de un sentimiento de inseguridad más generalizado de la sociedad. Serían sobretodo algunos jóvenes quienes estarían más afectados por esta lógica; los jóvenes populares, de etnias distintas y las mujeres jóvenes. Se planteó el perverso rol que tenían los Medios de Comunicación de Masas en esta dinámica, al configurar y generalizar ciertos estigmas y al ocultar sistemáticamente las fuerzas vitales y creativas de las juventudes. Representaciones que encasillan a los sujetos y que se reproducen también en el espacio local, en los barrios, en las escuelas y en los mismos hogares.
Sin embargo, también se observó la necesidad de no reducir todo el problema a la influencia de los medios de comunicación o por ejemplo a la droga (como si en sí misma produjera todos los males de la sociedad) sino que a ampliar nuestra mirada hacia las múltiples inter-relaciones de la totalidad social que configuran la emergencia fenoménica de ciertas problemáticas. Una invitación a “romper” con la naturalización del mundo social que deshistoriza las instituciones y prácticas sociales. 

El problema de base estaría más bien en la dificultad de integrar la diferencia, o la “otredad”. Una de las participantes plantea: “desde el mito de Cronos podemos ver a este padre que se come a sus hijos por el miedo a ser superado o asesinado por estos”. En el origen de la vida en sociedad estaría este miedo constitutivo, en un principio a la naturaleza y luego frente a todos los “otros” que pueden cuestionar nuestra identidad. Esto provocaría un incesante despliegue de un paradigma inmunitario, o de una pulsión de autoconservación, con su límite negativo en la paranoia y en la destrucción frente a todo lo desconocido que no puedo controlar.
Desde ahí se plantea la necesidad de un diálogo, horizontal, sin miedo, partiendo de la base de que todos tenemos miedo. Esto sólo puede emerger cuando estamos conscientes que el Ser es un devenir histórico que en su origen está gobernado por el misterio, por algo que no podemos capturar desde la razón, pero que a su vez le da un sentido a la vida, un sentido trascendente. Esto nos lleva a la necesidad de pensar en una racionalidad sustantiva, que permita discutir sobre los fines que estimamos razonables de ser defendidos en sociedad, que ponga un freno a una racionalidad instrumental que disuelve todos los valores en nombre de la competencia y la eficiencia.
La pregunta clave que surge ahí es como debemos construir estos puentes de diálogos pacíficos entre los distintos grupos de jóvenes (culturas juveniles, tribus urbanas, clases sociales, etnia, género, etc.) y entre estos y la diversidad de adultos y adultos mayores.
El lenguaje, el diálogo, la palabra, pueden ser parte de un desarrollo reflexivo de los sujetos y sus grupos, que permita evitar la violencia, y construir relaciones realmente más humanizadas.

En un momento del encuentro, el grupo de menor edad planteó a los mayores si estos podrían dar algunos consejos al mirar retrospectivamente sobre su vida, para orientar y apoyar el desarrollo de los menores. Esta idea invocada anteriormente a propósito de la cultura oriental, el aciano como un maestro, como un puente y un guía para las generaciones más jóvenes. Los mayores volvieron sobre esta idea de cultivar el ser desde la etapa más temprana posible, la no postergación del propio desarrollo pero con un sentido solidario, integrado con el mundo y los otros.
Sin embargo, en algunos momentos los mayores de alguna forma expresan que por los años de vida que tienen y por todas las experiencias que han pasado, ellos estarían mejor posicionados para hacer una síntesis, y entregar recomendaciones a las generaciones venideras.
Esto fue rápidamente cuestionado por el grupo de menor edad: “muchas veces, cuando usan el argumento o el discurso de la “experiencia acumulada”, invalidan nuestros propios saberes y ven con menor valor lo que nosotros hacemos o pensamos”. Puede que ahí se observe con mayor profundidad el núcleo de la matriz adultocéntrica, que asume acríticamente que son los adultos, adultos mayores quienes tienen la verdad última sobre el mundo pues tienen “más experiencia”. Surgen de inmediato otras voces juveniles: “Ese discurso es el que no queremos, por ejemplo a caso un joven que nace al final de la dictadura, ¿no tiene derecho a opinar sobre la unidad popular porque no la vivó?”.
Se da una discusión interesante y poco a poco va emergiendo algo distinto; la experiencia acumulada de la vejez como orientación para los más jóvenes y también la valoración de las experiencias únicas que viven los jóvenes. Es decir; darle legitimidad a las distintas visiones posibilitando así un cambio cultural.

En una de las intervenciones, uno de los participantes del grupo de menor edad contó sobre su experiencia profesional en el trabajo comunitario, en el cual observaba que en muchos casos los “viejos” reproducían una serie de estigmas sobre la juventud, enunciando que los jóvenes eran los responsables de todos los problemas del barrio. Frente a esto, un miembro del grupo de mayor edad salió en defensa de su “grupo etáreo”: “yo voy a salir en defensa de los viejos, usted nos ha metido a todos en un mismo saco, puede que hayan algunos que actúen como usted dice pero no la mayoría, además no me gusta la palabra viejo, prefiero la palabra adulto-mayor”. Esta era la primera vez que había una verdadera tensión en la sala, algo había sucedido, el tema sobre el cual se estaba conversando se mostraba en toda su plenitud. No tardo en llegar el rol del traductor o del mediador, quien trató de aclarar lo que se había querido plantear: “tenemos consciencia que no son todos los adultos mayores los que actúan así, pero hay que reconocer que muchos tienen fuertes estigmas sobre los jóvenes, y que eso se vivencia a nivel local, en lo concreto y que no podemos desconocerlo”. Seguía una suerte de incomodidad en el grupo, las palabras no eran inofensivas, sino que provocaban efectos reales.
Ahí surge una pregunta: ¿Por qué le habría molestado el ser llamado viejo? Podemos interpretar que el concepto adulto-mayor es un eufemismo, que en parte busca ocultar la vejez ante sus propios ojos. Sin embargo, algo más había pasado, la vejez había quedado “encapsulada” como una unidad homogénea. Esto nos lleva a una reflexión importante; por un lado no serían los viejos los “culpables” de los estigmas sobre la juventud (aunque en muchos casos si los reproducirían con fuerza), sino que ellos también serían víctimas de una serie de estigmas sobre ellos, y de prácticas violentas asociados a estos estigmas. Se abre un espacio entonces para el múltiple reconocimiento de las múltiples vejeces, y como estas se articularían con las múltiples adultecez, juventudes y niñecez.
Es cierto que hubo una tensión en el encuentro, pero esto también nos hizo poner los pies sobre la tierra: el conflicto era real.


Reflexiones finales: rol de las juventudes en la actualidad

Durante el encuentro hubo un espacio muy importante para el trabajo en grupos más pequeños, seleccionados al azar. El objetivo era pensar sobre el rol de las juventudes en la actualidad así como en propuestas concretas para el cambio cultural.
A partir de esto, surge la temática de las expectativas que están puestas sobre las juventudes (en términos etarios) de la actualidad. Algunos participantes del grupo de menor edad expresan que estas expectativas pueden jugar un efecto negativo sobre los jóvenes, una presión por que sean ellos quienes realicen los cambios que las generaciones pasadas no lograron. En este sentido, hay una cierta delegación de poder que recae en ellos, lo que debiese ser problematizado, en el sentido de la necesaria articulación entre todos los miembros de la sociedad para propiciar un cambio cultural.

Por otra parte, al conversar con varios del grupo de menor edad, al consultarles sobre el trabajo que realizaron en los grupos pequeños de trabajo, comentaron que no había sido fácil conversar con algunos adultos mayores pues no seguían las indicaciones y sólo querían hablar sobre su propia historia. Esta temática también se pudo observar en los plenarios, donde la palabra no siempre se distribuye equilibradamente puesto que chocan los Egos y las ganas de aportar con lo propio de los distintos participantes (más allá de sus edades). No obstante en los grupos pequeños estos se vivencia de forma más aguda, y se observa una cierta dificultad o resistencia de algunos adultos mayores para hablar sobre el rol de la juventud en la actualidad. En mi grupo en particular, el adulto mayor plantea desde el inicio: “para mi es difícil hablar de esto porque yo siento que me robaron mi juventud; tuve que trabajar desde niño”. En términos generales observo la necesidad de algunos participantes de contar con estos espacios para ser escuchados, para contar sus experiencias pasadas, en muchos casos dolorosas. Es también uno de los objetivos de la conversación, que sus límites sean siempre lo más amplios posibles y que podamos hablar de la vida en toda su complejidad. La pregunta es como darle un espacio de reconocimiento a esas experiencias de pobreza en la juventud, vivencia de violencia, y otras más alegres, etc. Las experiencias de las distintas generaciones sobre la juventud son distintas, y estas se van superponiendo y permean las expectativas que hoy en día se tiene sobre el rol de las juventudes para el cambio social-cultural.

Finalmente aparecen propuestas como la generación de Universidades libres, y la construcción de puentes entre distintas juventudes, entre estas y los diversos mundos de la adultez, a partir de una reflexión profunda sobre nuestras prácticas, experiencias y sobre el lenguaje. Retomando las palabras de una de las participantes del encuentro: el arte, la música, como una posibilidad de encuentro entre lo nuevo y lo viejo, entre lo singular y lo universal, lo terrenal y lo trascendental, una comunicación profundamente humana.



Tomás Weinstein
11 de abril del 2013