Peqpodia
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Pequeña
poesía de muchos convertida en Magpop(Mágica
poesía permanente)
Escribe
Bibi Albert, desde Buenos Aires
ABUELO
FUEGO
El
Abuelo Fuego, además de en un montón de otros lugares y otros pechos, vive en
un lugar mágico, fuera del mundo, que se llama Las Dalias, en Camet, antes de
la entrada a Mar del Plata.
Lo llama así –Abuelo Fuego- el dueño de casa, un chamán nacido en El Líbano, poeta, dulce,
Lo llama así –Abuelo Fuego- el dueño de casa, un chamán nacido en El Líbano, poeta, dulce,
amistosófico, excelente anfitrión con
aspecto de duende, que decidió aislarse para no estar solo
nunca
más: esto es: vivir en la mejor compañía posible, que es la propia y
riquísima soledad, y
rodearse
de amigos cuando su corazón así lo sintiera.
La
construcción de la casa me recordó la de Neruda. Felipe (que así se llama)
cuenta que calculó
con una brújula el recorrido del sol como
para que éste rodeara su cama. En uno de los
grandes
árboles hay una especie de balcón, desde el que muchas veces se dice poesía
y se
canta. Y al fondo del terreno una gran choza
aloja a quienes quieran quedarse a dormir.
Allí,
en ese punto encantado del planeta, sembrado de habas, menta y muchas otras
hierbas
deliciosas, celebré la segunda parte de mi cumpleaños, asociándome a varios
cumpleaños más del mes de octubre, entre mis
amigos poetas.
Estuvimos
trece horas juntos, unas treinta personas, incluyendo niños que, lejos de
disturbar,
se sumaron con toda naturalidad a la armonía.
El tiempo transcurrió, en ese jardín-huerto, entre mate, facturas, budines, juegos literarios,
El tiempo transcurrió, en ese jardín-huerto, entre mate, facturas, budines, juegos literarios,
afecto
y risas. Luego llegó el momento del salame y el queso, y el vinito –obvio-,
mientras
Felipe
cultivaba el fogón, lo avivaba, le daba forma, lo mantenía en su mejor punto.
Entonces se empezó a asar la comida,
despacito, despacito. Una vez hechos todos los
brindis y con las panzas contentas, todos nos
callamos la boca. De repente. Sin que nos
hubiéramos puesto de acuerdo. Y la
hechicería nos capturó. Únicamente se oían el crujido
de las ramitas y las chispas que volaban como
mínimas hadas. Nuestro anfitrión invitó a
arrojar
cada uno una hoja seca y a hacer al Abuelo Fuego un pedido universal. Arrancó
mi
nieto Joaquín, de 15 años, diciendo: -Que todos los seres del mundo sean como nos
sentimos nosotros en este momento. Y la
ronda siguió, y se completó, con deseos maravillosos
y
esperanzadores. Y el Abuelo Fuego y el Mago Silencio iniciaron un diálogo de
crepitaciones,
al ritmo misterioso del parche que tocaba Felipe, que