Conversando desde la Amistad (168)
El color azul, color del horizonte del proyecto , del sentido de la
vida.
Color del encuentro de los sueños, del diálogo, de la amistad, del
servicio, de la acción social, de la ciencia, de la sabiduría, de la espiritualidad,
de la poesía, del amor y el desapego.
Van tres de los infinitos rostros del azul: poesía de Juan Ramón Jiménez, el recuerdo del libro Azul de Rubén Darío y una señal de la Flor Azul de Novalis
Juan Ramón
Jiménez
TRASCIELO DEL
CIELO AZUL
¡Qué miedo
el azul del cielo!
¡Negro!
¡Negro
de día, en agosto!
¡Qué miedo!
¡Qué espanto
en la siesta azul!
¡Negro!
¡Negro
en las rosas y el río!
¡Qué
miedo!
¡Negro, de día,
en mí
tierra
-¡negro!
-
sobre las
paredes blancas!
¡ Qué miedo!
…Y yo me iré. Y se quedarán los
pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su
verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas la tardes, el cielo será
azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están
tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada
año;
y en el rincón aquel de mi huerto
florido y encalado.
mi espíritu errará, nostálgico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin
hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.
Azul
No está clara la razón por la cual Darío tituló así el libro. En su
primera edición, la obra llevaba un prólogo de su amigo chileno Eduardo de la Barra
con un epígrafe de Víctor Hugo,
poeta muy admirado por Darío, que dice así: "L'art c'est l'azur". En
una nota a la segunda edición del libro, de 1890, el autor explica que esta
cita del poeta francés motivó el título. Sin embargo, años después, en Historia
de mis libros (1913), negó esta relación. Según explica en esta obra, el
azul era para él "el color del ensueño, el color del arte, un color
helénico y homérico, color oceánico y firmamental".
Novalis
Sus
padres se habían ido a la cama y dormían; sonaba el tic-tac acompasado del
reloj de pared; fuera silbaba el viento y sacudía las ventanas; la claridad de
la luna iluminaba de vez
en
cuando la habitación.
El
muchacho, inquieto, tumbado sobre su lecho, pensaba en el extranjero1
y en todo lo que
éste
les había contado. «No son los tesoros -se decía- lo que ha despertado en mí
este
extraño
deseo. Bien lejos estoy de toda codicia. Lo que anhelo es ver la Flor Azul. Su
imagen
no me abandona; no puedo pensar ni soñar en otra cosa. Jamás me había ocurrido
algo
semejante: es como si antes hubiera estado soñando, o como si, en sueños,
hubiera
sido
trasladado a otro mundo. Porque en el mundo en que antes vivía, ¿quién hubiera
pensado
en preocuparse por flores? Antes jamás oí hablar de una pasión tan extraña por
una flor…..