jueves, 2 de mayo de 2013

Conversando desde la Amistad (168)


Conversando desde   la Amistad (168)
El color azul, color del horizonte del proyecto , del sentido de la vida.
Color del encuentro de los sueños, del diálogo, de la amistad, del servicio, de la acción social, de la ciencia, de la sabiduría, de la espiritualidad, de la poesía, del amor y el desapego.
Van tres de los infinitos rostros del azul: poesía de  Juan Ramón Jiménez,  el recuerdo del libro Azul de  Rubén Darío y   una señal de la Flor  Azul de Novalis

Juan Ramón Jiménez

TRASCIELO DEL CIELO AZUL


¡Qué miedo el azul del cielo!

¡Negro!
¡Negro de día, en agosto!

¡Qué miedo!

¡Qué espanto en la siesta azul!

¡Negro!
¡Negro en las rosas y el río!

¡Qué miedo!
¡Negro, de día,
en mí tierra
-¡negro!
-
sobre las paredes blancas!

¡ Qué miedo!

…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado.
mi espíritu errará, nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.


Azul
No está clara la razón por la cual Darío tituló así el libro. En su primera edición, la obra llevaba un prólogo de su amigo chileno Eduardo de la Barra con un epígrafe de Víctor Hugo, poeta muy admirado por Darío, que dice así: "L'art c'est l'azur". En una nota a la segunda edición del libro, de 1890, el autor explica que esta cita del poeta francés motivó el título. Sin embargo, años después, en Historia de mis libros (1913), negó esta relación. Según explica en esta obra, el azul era para él "el color del ensueño, el color del arte, un color helénico y homérico, color oceánico y firmamental".

 Novalis
Sus padres se habían ido a la cama y dormían; sonaba el tic-tac acompasado del reloj de pared; fuera silbaba el viento y sacudía las ventanas; la claridad de la luna iluminaba de vez
en cuando la habitación.

El muchacho, inquieto, tumbado sobre su lecho, pensaba en el extranjero1 y en todo lo que
éste les había contado. «No son los tesoros -se decía- lo que ha despertado en mí este
extraño deseo. Bien lejos estoy de toda codicia. Lo que anhelo es ver la Flor Azul. Su
imagen no me abandona; no puedo pensar ni soñar en otra cosa. Jamás me había ocurrido
algo semejante: es como si antes hubiera estado soñando, o como si, en sueños, hubiera
sido trasladado a otro mundo. Porque en el mundo en que antes vivía, ¿quién hubiera
pensado en preocuparse por flores? Antes jamás oí hablar de una pasión tan extraña por
una flor…..