El Árbol 33
Martín Buber
Yo y Tú
Fragmento
Tres son las esferas en que surge el mundo de la relación. La primera
es la de nuestra vida con la naturaleza. La relación es allí oscuramente
recíproca y está por debajo del nivel de la palabra. Las creaturas se mueven en
nuestra presencia, pero no pueden llegar a nosotros, y el Tú que les dirigimos
llega hasta el umbral del lenguaje. La segunda esfera es la vida con los
hombres. La relación es allí manifiesta y adopta la forma del lenguaje. Allí
podemos dar y aceptar el Tú. La tercera esfera es la comunicación con las
formas inteligibles.
La relación está allí envuelta en nubes, pero se devela poco a poco;
es muda, pero suscita una voz. No distinguimos ningún Tú, pero nos sentimos
llamados y respondemos, creando formas, pensando, actuando. Todo nuestro ser
dice entonces la palabra primordial, aunque no podamos pronunciar Tú con
nuestros labios. ¿Pero qué derecho tenemos de integrar lo inefable en el mundo
de la palabra fundamental? En las tres esferas, gracias a todo lo que se nos
torna presente, rozamos el ribete del Tú, eterno, sentimos emanar un soplo que
llega de Él; cada Tú invoca el Tú eterno, según el modo propio de cada una de
las esferas.
Considero un árbol. Puedo encararlo como a un cuadro: pilar rígido
bajo el asalto de la luz, o verdor resplandeciente, suavemente inundado por el
azul argentado que le sirve de fondo. Puedo percibirlo como movimiento: red
hinchada de vasos ligados a un centro fijo y palpitante, succión de las raíces,
respiración de las hojas, incesante intercambio con la tierra y el aire…y ese
oscuro crecimiento mismo. Puedo clasificarlo en una especie y estudiarlo como
un ejemplar típico de su estructura y de su modo de vida. Puedo deshacer su
presencia y su forma al extremo de no ver en él más que la expresión de una
ley: de una de las leyes en virtud de las cuales siempre concluye por
resolverse un conflicto permanente de fuerzas, o de leyes de acuerdo con las
cuales se produce la mezcla y la disociación de las materias vivientes. Puedo
volatizarlo y conservarlo sólo como un número o una pura relación numérica. A
pesar de ello, el árbol sigue siendo mi objeto, ocupa un lugar en el espacio y
en el tiempo y conserva su naturaleza y constitución.
Pero también puede ocurrir que por un acto de voluntad o por
Inspiración de la gracia, al considerar este árbol yo sea conducido a entrar en
relación con él. Entonces el árbol deja de ser un Ello. Me ha captado la
potencia de su exclusividad. Para esto no es necesario que yo renuncie a alguno
de los modos de mi contemplación.
Nada hay de lo cual deba hacer abstracción para verlo, nada debo
olvidar de lo que sepa. La imagen y el movimiento, la especie, el ejemplar, la
ley y el número se hallan indisolublemente unidos en esta relación. Todo lo que
pertenece al árbol está ahí. Su forma y su estructura, sus colores y su
composición química, su intercambio con los elementos del mundo y con las
estrellas, todo está presente en una totalidad única.
El árbol no es sólo una impresión, ni un juego de mi imaginación, ni
un valor dependiente de mi estado de ánimo. Erige frente a mí su realidad
corporal, tiene que ver conmigo como yo con él, pero de una manera distinta. No
procuréis debilitar el sentido de esta relación; toda relación es recíproca.
¿Tendrá este árbol una conciencia, y una conciencia similar a la nuestra? De
tal cosa no tengo experiencia. Pero, porque aparentemente tenéis éxito al
hacerlo con vosotros mismos, ¿volveréis a intentar la descomposición de lo
incorruptible? Quien se hace presente a mí no es el alma ni la dríada del
árbol, sino el árbol mismo. Cuando colocado en presencia de un hombre .