Entre la
Separación y la Integración 34
El arquetipo de Apolo 2
El asumir
la confrontación de paradigmas, el contar con la capacidad crítica y la
creatividad requeridas para darle vida y sentido a la integralidad, requieren
apertura y desarrollo de conciencia. Para ello, las conexiones entre el
inconsciente individual y colectivo y los mitos de resonancia universal son
facilitadores de avances progresivos hacia
nuevos niveles de comprensión. A este respecto, junto a las figuras de Panacea
y de Higia, tiene un valor el alternar con el célebre y multifacético Apolo.
Panacea
es una figura simbólica que contribuye a la introvisión, al “insight” sobre
nuestra tendencia a la omnipotencia y la falta de conciencia de nuestros
límites. Higia encarna la vocación y la exigencia existencial del hacerse
cargo, del “cuidado”, del “pastoreo” de la vida.
Apolo puede contribuir, como símbolo, a
aprehender las dimensiones y conflictos a encarar con la noción de
integralidad, como utopía de la medicina, de la salud, e, incluso, de la
felicidad.
Hay una
asociación muy antigua, entre el dios Apolo y una serie de atributos
relacionados con la integralidad: sabiduría, equilibrio, brillo, amplitud,
ponderación, belleza, aprendizaje... Apolo, el resplandeciente, dios del sol,
árbitro del tiempo, plenitud de juventud, dios de la enfermedad y las pestes y
de la curación, de la videncia y de la profecía, de la mediación entre los
humanos y los dioses.
Apolo, un
dios que se enamora, que tiene desengaños, que es capaz de ser cruelmente
vengativo, que sufre al perder a sus hijos, que exige, implacable, que Orestes
vengue a su padre y mate a su madre Clitemnestra. Apolo, dios múltiple,
versátil, del equilibrio y la armonía. Dios que integra salud y enfermedad, vida
y utopía.
Pitágoras,
tal vez el primer religioso pensador que hablara de “filo-sofía”, amistad hacia
la sabiduría, fue considerado por algunos como una encarnación de Apolo.
Schelling y Niestzche destacaron el contraste entre las grandes constelaciones
culturales, apolíneas y dionisiacas, las del equilibrio y las del frenesí
vital. Cuando Cazaneuve habla de
tipologías de concepciones de la felicidad, también alude a una visión apolínea
y a una orientación dionisiaca, que podrían equivaler a los principios de
realidad y de placer de Freud, en sus alcances más radicales.
Hay dos
elementos del mito de Apolo que son importantes de destacar, en el propósito de
sacar el tema de la integralidad de la mecánica del slogan y lo trivial y
llevarlo a sus implicaciones epistemológicas y de asociación con el cambio de
conciencia. El primero es el rescate de la ética integral como terreno de
experiencias biográficas. Apolo estuvo muy lejos de nacer Apolíneo. En segundo
término, la relación de equilibrio, de desapego, de lo clásico, con la pasión,
la vida, lo romántico. A Apolo, además
de haber sido “dios de las pasiones”, ya en pleno período profético, de intermediario
con Júpiter, el que se entendiera y complementaba con Dionisio, no lo
descalificaba.
Apolo
tuvo un duro aprendizaje biográfico, una serie de experiencias que lo llevaron
a madurar hacia lo “Apolíneo”. El mito ayuda a comprender que se requieren
procesos formativos profundos para trabajar en los marcos referenciales de la
salud y la medicina integral.
La vida
de Apolo está marcada por pasiones y conflictos, desde antes de nacer. Hijo de
Júpiter y de Latona, la personificación de la noche, vio amenazada su
supervivencia por los celos embravecidos de Hera, esposa posesiva del dios
supremo, quien dio instrucciones intimidatorias para que en ningún sitio de la
tierra se aceptara dar lugar al parto de este fruto de la infidelidad divina.
Sólo la pequeña Delos, un peñón flotante, se apiadó de la gran angustia de
Latona. Poseidón, dios del mar, le proporcionó una columna para que anclara y
sirviera de digna cuna a tan importante personaje. Iris, la mensajera de los
dioses, la del “arco iris” entre cielo y tierra, fue la encargada de ir al
Olimpo en busca de Eleitis, diosa de los nacimientos, mañosamente retenida por
Hera.
Al nacer,
Apolo rompe el cordón de oro que rodea sus reales pañales y reclama de
inmediato el arco y la lira, junto con expresar con absoluta asertividad su
propósito de ser el intérprete de la voluntad de Júpiter, su padre. Vemos, de
inmediato, el concierto de las armas y la música, el desparpajo genial y precoz
de hacer lo suyo, pero, al mismo tiempo, la forma, el orden, la conciencia de
límites frente a una racionalidad ,a un ser superior.
La
lección de fondo es que todos esos equilibrios son difíciles, incluso para un
gran dios, por lo que es explicable que Apolo pasara por muchas frustraciones y
por la autoría de severos errores.
Tal vez
el episodio más pertinente para ejemplificar como Apolo se hizo “integral”
viviendo experiencias remecedoras, fue su año de castigo con trabajos en la
tierra. Hay una visión que atribuye la falta a que Apolo mató a la fatídica
serpiente Pitón en las inmediaciones sacras del templo de Delfos. Lo más
aceptado es, sin embargo, el relato que lo asocia con la muerte de Esculapio,
el padre de la medicina e hijo de Apolo, que incurrió en la transgresión de
resucitar a uno ¾o varios¾ muertos. Júpiter lo fulminó con un rayo y Apolo,
desconsolado, impulsivo, se vengó matando, a su vez, a tres cíclopes, familiares
del primero de los dioses, los que le regalatonel rayo con
que Júpiter fulminó a su hijo.
El dios jefe ,entonces, lo condena a servir,
durante un año, de cuidador de los rebaños de un mortal, el rey Admeto. Apolo
aceptó con humildad la tarea y la relegación fuera del Olimpo. Creativo y
responsable, empleó la lira para domesticar los animales,. Fue, al parecer, un
hito decisivo en su transformación “personal”, en el tránsito hasta llegar a
ser ponderado, equilibrado, apolíneo, integral. Del exilio fuera del Olimpo vino la transformación hacia el poder “relegar” a un segundo plano lo pasional, lo
impulsivo.
Un
aprendizaje de la integralidad no a base de consignas, sino en función de una
evolución de la conciencia relacionada con vivencias profundas.
En lo
biográfico está implícito el segundo contenido importante del mito, para los
efectos de la discusión sobre la integralidad, lo apolíneo puede encauzar lo
dionisiaco, pero no lo excluye. En el templo de Delfos, el más importante de
los muchos lugares de culto a Apolo, también se celebraba a Dionisio.
Los dos
dioses no eran antagónicos, eran complementarios. Apolo, el sabio, era joven y
vital. Tenía el don de la profecía, pero también manejaba el arco y la lira.
Nietzche destaca en “El Origen de la Tragedia” que ésta nació del confluir de
la vitalidad, de la verdad dionisíaca, y se integra con las representaciones
mediatizadas, de la pintura y la escultura, apolíneas.
Otra
manera de decirlo es que la integralidad se nutre de la reflexión, del orden secuencial,
del hemisferio cerebral izquierdo, y, también, exige atención a los
nacimientos, los exilios, las muertes, la vida y su repercusión en los afectos,
el hemisferio cerebral derecho. O, también el mito puede traducirse en que se
requiere acercar las experiencias vividas de quienes trabajan en proyectos de
medicina integral, con sacrificios, abnegación y compromiso, con los que buscan
y encuentran caminos de desarrollo psicológico y ampliación de las perspectivas
paradigmáticas.
Higia, la
higiene, el proyecto de construir la vida de cada uno y de todos en forma
saludable, al imbricarse con la Atención Primaria como estrategia de cambio,
tiene que involucrarse con transformaciones culturales en que la noción de
integralidad está en primer plano. Se trata de abandonar el individualismo
desarrollando la capacidad de individualización, de respetar la razón y
asegurar su primacía frente al mecanicismo y los esquemas, en consonancia con
la apertura a los afectos, a la imaginación, a los valores, al espíritu.
Apolo, dios principal de la salud, es un
arquetipo inspirador, en la medida que es un mito que contribuye a sacar a la
salud y a la medicina integral de la retórica y de la instrumentalización
comercial. Apolo, en diálogo con las Panaceas las Higias, los Júpiter y los Dionisios. Apolo
como inspirador de un cambio cultural y de una formación que ve a la
integralidad como puente entre la salud y la medicina, entre la ética y la
ampliación de la conciencia, entre el paradigma básico vigente y el nuevo paradigma
holístico. El integrador.
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