Lo Cotidiano y lo Universal 30
El poder. tema cotidiano y universal
Una fábula de
Esopo, o atribuida al mismo.
La gallina de los huevos de oro
Tenía cierto hombre una gallina que cada día ponía un huevo
de oro. Creyendo encontrar en las entrañas de la gallina una gran masa de oro,
la mató; mas, al abrirla, vio que por dentro era igual a las demás gallinas. De
modo que, impaciente por conseguir de una vez gran cantidad de riqueza, se
privó él mismo del fruto abundante que la gallina le daba.
Es conveniente estar contentos con lo que se tiene, y huir
de la insaciable codicia.
Una Para
fábula, un ejercicio para facilitar la asimilación de la
esencia de la fábula.
PODER
Con qué placer iba a recibir los
huevos de oro. El paso felino, raudo, alado, lo conducía, al primer atisbo de
sol matinal, hacia el lecho próximo, en cuyos pies relumbraban los huevos
dorados, mientras la gallina cubría una cara extenuada y pretendía dormir.
Los tocaba, inquieto, tal vez furtivo, el rabillo del ojo en
su acompañante, dama de pasado nebuloso, amenazante, incoloro. Los dedos
traían, pronto, las noticias reconfortante habituales, todo en su sitio, la
dureza, el frío, el contorno del metal noble. Ahora, el reconocimiento
reprimido a la gallina, madre escultora. Rápido, la certeza del sigilo, la
reserva absoluta, la complicidad del silencio en la carrera hacia el escondite
secreto. Allí, centelleando, la algazara espectral, hierática, la danza
coagulada de los huevos de oro en colección fabulosa. Cascadas de risa
anaranjadas, imponentes. Sabor gratísimo de tener, ansiedad de palpar ahora con
las manos, los brazos, los pies, los codos, las orejas palpitantes, Oro.
Codicia de paladear solo, infinitamente solo. Lejanos, deseos de urgir más a la
gallina. Si pudiera saber cómo había aprendido este arte. Cómo persuadirla a
contar, a dar cuerpo a su pasado fantasmal.
Algún día ella moriría y se llevaría su secreto, el origen
de su talento para poner huevos de oro. Tal vez, si la llevara al médico amigo.
Un examen. Aunque no colaborara. La sabiduría de su amigo, el ir arrancando
tierra de recuerdos de ese vacío asfixiante, abisal hasta lo mortecino.
Sintió una extraña opresión, como el recibir una mirada con
resolana, de un fulgor pálido y a la vez terebrante. Por un momento creyó verla
a ella, como en ese primer encuentro, turgente, magnánima, próxima. Ella allí,
sin estarlo realmente, pero luego fue un leve murmullo en la macicez del oro y
una sombra esquiva en el matiz del amarillo.
Cuando la solidez de la mañana, en un instante, le ayudó a
tomar su propio centro, y miró, ávido, codicioso, desesperado, en paroxismo,
tenia ante si una enorme, una estupenda colección de huevos de gallina.
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