El Arte de
Vivir 109
El arte de
juntar lo mítico, lo poético, la vida…
Idánita en
el Jardín de la Unidad
Ángeles Estévez, dese Punta Arenas
Segunda
parte
Un
atardecer durante la estación más seca, una llamarada de origen humano, azotó un pastizal, muy lejano que orillaba otro bosque.
Desconocida la mano que dio la
partida se encendieron los metros avanzaron por hectáreas y el fuego fue tomando la distancia.
La pequeña
ya era una mujer, vivía lejos de ese bosque donde estaba ese incendio pero la
conexión con la tierra desde su nuevo albergue poblado de árboles y animales,
la condujo a percibir más allá y una vez más en sueños recibió señales de la unidad. Esta vez le estaba
mostrando el dolor de la tierra el calor de esos pastizales, el color rojo del cielo,
la huida de los animales.
Al día siguiente
se levantó, no solía sufrir dolores pero ese día junto con mirar por la ventana
y sentir ahogo y que el cráneo se partía por los costados, supo, sin reparar
cómo ni por qué, de un incendió en
otra latitud. El olor de la leña vecina permitió contener la imagen, de
los humos, el color de las cenizas
que cubrían praderas y bosques. Revisó los medios completando la idea.
Pero algo
quedo fuera del alcance de su percepción, algo que no supo fue que en ese
momento alguien en el bosque
lejano afectado por las llamas,
sintió su dolor y en su
sabiduría sobrenatural concedió el
regalo de un viaje. Ella la niña que se había transformado en mujer habitando
en la naturaleza, comenzaría a
vivir de manera sutil. Fue así permitido que el sentir humano a la distancia y
su conexión con la energía de la unidad permitieran la visión de aquel triste movimiento.
El recuerdo del incendio quedó marcado
en las interminables cenizas y
ella dejó atrás el sistema de vida acostumbrado y se dio por entero a la vida
como el movimiento de las mareas. Viajó por regiones y mares más allá del sur,
donde los fiordos nacen del hielo. Vivía como un pájaro, sin cálculos ni
despilfarros. Nunca faltó el trabajo, el bienestar, la abundancia.
Sé fuerte
le repetía una voz en su interior, encontrarás a quien buscas. Su humanidad
necesitaba la compañía de alguien que significara el episodio. Le importaba
eso, aún más que la contingencia
incendio... la voz no la
abandonaba: “viene también a tu encuentro” le recordaba. Ese encuentro que buscaba y que escapaba de
toda lógica, con alguien o con algo que no sabía qué era o quién pudiere ser y
esa incertidumbre causaba por momentos el dolor de la inestabilidad. Pero el
sentido, movilizaba sus fuerzas,
el descubrir una vocación de esta manera tan accidentada. Nadie más lo
sabía, la omisión y el temor a los juicios ligeros, le indicaron: “mejor
secreto es el que no se cuenta”
Buscó,
buscó y buscó, hasta agotar el
espacio, hasta en el último lugar, sitios donde nadie iría, sitios asombrosos,
mas en ninguno de aquellos, sintió
que había llegado. Escrutó cada día hasta el agotamiento. El tiempo no estaba
perdido y a su paso fueron apareciendo nuevos vínculos y rumbos con quienes
compartir lo vivido. Todo lo comentable claro está. Hasta que un día con la
claridad con que aparece el sol de primavera tras la montaña, su búsqueda
terminó.
Fue de un
minuto a otro, quedó atónita. Fascinación y aturdimiento se fundían al escuchar
que otro, ¡alguien más! Relataba
la búsqueda que ella callaba. ¡Escuchó bien! y ¡sí!; ahora todo tenía más
sentido, no sólo desde el momento del viaje sino también toda la
experiencia anterior de su vida,
todo parecía pender de un mismo hilo desde la infinitud.
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