E l Arte de Vivir 108
Ángeles Estévez, desde Punta Arenas nos envía
una narración en que se encuentra
el sentido con la poesía, con la gran cultura de los pueblo originarios de nuestro extremo sur, con la unidad de todo. Un jardín de la
unidad. Va en tres notas diarias.
Primera parte
Una niña de
tantas se encuentra en el jardín de la casa. Es un sitio con dos árboles,
cercanos uno del otro, separados por un espacio suficiente para que la sombra
de ambos albergara el lugar preferido para los juegos de verano. Un Nogal de corteza blanca con ramas que asemejan
brazos, grandes hojas color verde claro;
y un Olmo de tronco robusto con pequeñas hojas oscuras y ramas finas que
articulaban una copa redonda extendida hasta muy alto en el cielo.
Un día
cuando el sol se puso, llegó la hora de dormir y con ella, los sueños. Se
acercó a su espacio perfecto y una rama acogió su llegada. Era una rama con la
contextura del Nogal y la textura del Olmo, no era uno ni era el otro. Era la
unidad.
Decidió
subir en ella y tras levantar un pedacito rectangular de esa corteza, vio que en su interior se albergaba un enanito. No era Duende,
no era Ada, ni ningún otro ser de
la naturaleza invisible, era un enano clásico, de los cuentos y las películas del siglo XX. Dormía con su rostro de caricatura popular
y sus manos cruzadas sobre el
corazón.
El enano
abrió los ojos, sonrío y luego del encuentro con su inocente mirada, esbozó una
sonrisa muy amplia, cerró los ojos y siguió durmiendo. La pequeña lo quedó
mirando unos segundos y de una manera sobrenaturalmente maternal para su edad,
puso la tapa de corteza en su
lugar bajó al suelo y volvió a su habitación a pasar las horas hasta el
encuentro con el nuevo sol.
A la mañana
siguiente recordó el sueño, como un momento vívido que ya había quedado atrás
no se lo contó a nadie y ni
siquiera pensó haberse movido jamás de su cama. El tiempo trascurrió de la
manera acostumbrada, pasó el verano, el otoño, el invierno y la primavera y el
repertorio de su memoria se fue nutriendo de experiencia, de alegrías, tristezas, miedos, desafíos, triunfos, pérdidas y logros. Se fue
construyendo su memoria muy guiada por la autenticidad de los momentos sin
saber que alguien en el todo ya la había distinguido entre mucha gente para
darle un regalo tan simple: la
sonrisa de un enano. Pasaron los años y nunca olvidó ese día y esa noche, ese
momento a esa edad, mas tampoco lo recordaba en lo cotidiano. Quedó albergado
como un archivo secreto en su memoria y en la información de sus células de
niña viviendo las primeras experiencias humanas.
Muchos años
transcurrieron, el bosque siempre fue su predilección. Y un día decidió vivir
en él. Estando en la naturaleza encontró episodios desconocidos para un ser
humano que habiendo crecido en
otro ambiente decide habitarlo.
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