LA
SOLIDARIDAD
Cuando la cigarra golpeó la puerta
de la casa de las hormigas, su canto estaba pálido y levemente tembloroso.
Temía.. Cantando para muchos, no había alcanzado a juntar alimentos antes del
duro invierno. Las hormigas vecinas y vecinos, eran personas de ritmo tenaz, de
tiempo cristalizado en caracoles impecables. ¿Cómo explicar, cómo pedir, cómo recibir?
Sorpresa. La puerta respondió
cariñosamente, regalándole un contacto digno, grato, verde y bien significativo.
Allí estaba el grupo. La prisa al
lado de cada uno, recién sacada y, a la
vez, cómoda. En las hormigas, transparente, un diálogo muy esperado.
Quisiéramos compartir contigo, dijo
la luz..
Por favor, que tu canto no se enfríe, añadió sonriendo, la ventana.
Junto a ella, un grupo de vecinos,
con delantal azul, empezó a recordar una de sus melodías más perfumadas.
‑Hola, “yo venía”… se confundió hasta
una conocida neblina y, en su bochorno, se tornó amarillo aromo.
‑ Las hormigas, la puerta, las paredes,
la luz, las ventanas, los instrumentos,
el techo, el suelo ... se movieron con gracia, interrumpiéndola, sutilmente.
Luego, una hormiga. gorda ‑tal vez
llamada la manzana‑ fue transformándose en relato sencillo y muy real sobre como
el trabajo de todos llegó a cambiar, al tacto de las canciones, aclarándose
hasta germinar en música.
Mientras hablaba, un varón de mirada zahorí, dando un guiño a la Puerta, partía a la casa
de la cigarra, llevando sabrosas provisiones a esperar, junto a la chimenea, a
los amigos y las canciones, en el largo y húmedo invierno.
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