Multiversidad sin Fronteras 28
Esperanza 3
María Zambrano 1
María Zambrano (1904-1991)
«El hecho de la cultura humana se
funda en la esperanza, y la esperanza revela un nacimiento incompleto en una
realidad inadecuada y aun hostil. Cosa que se hace visible en algo previo a
toda filosofía, a toda ciencia, algo que es común a todas las religiones
-verdaderamente religiones-, y que se encuentra también en los mitos de la
antigua Grecia y, sobre todo, en las almas que acudían a los ritos de
purificación y en el horror del nacimiento. El hombre ha sentido el horror de
su propio nacimiento al mismo tiempo que la nostalgia de un mundo mejor
perdido, se llame Paraíso, Edad de Oro, o se manifieste en un origen divino del
hombre, como en el mito de Dionysos y los Titanes; en cualquiera fábula, o
relato sagrado, alienta el doble sentimiento que tiene la humana criatura
cuando parece despertar acá abajo: horror de haber nacido, nostalgia de lo
perdido.
Y ante este horror descubre dos
salidas: desnacer a la manera de Buda y todas las religiones
que quieren ante todo borrar el hecho del nacimiento y anularlo. O existir,
nacer de nuevo, ser engendrado nuevamente; de donde ha salido toda la cultura
occidental, desde Grecia. La Filosofía en Grecia trata de engendrar al hombre,
haciéndole nacer a la conciencia, como es visible en Sócrates, Platón y
Plotino; también en los estoicos y en toda la Filosofía de preparación para la
muerte, pues el “esstar maduro para la muerte” de Platón y los estoicos, no es
sino un segundo nacimiento, como después veremos más de cerca.
Y de la nostalgia de una realidad
perdida, al par que del anhelo y la necesidad de hacerse un mundo, se desprende
algo que es como una medida, ese algo incorruptible que hay en el fondo de cada
uno y que jamás puede ser engañado; lo que nos avisa de lo monstruoso de la
realidad que nos rodea y más aún de la construida por el hombre mismo, lo que
se queja y se rebela.
Este fondo insobornable de todo hombre, por plagada de errores que esté su
vida, es lo que no puede jamás acallarse y protesta de toda iniquidad. Un fondo
de pureza que rebosa en felicidad cuando encuentra algo adecuado y semejante, y
que es, al par, la medida no engendrada, por cuya exigencia no podemos
detenernos en parte alguna. La exigencia por la cual el hombre, sumergido en la
historia, es capaz de disentir de ella y de apetecer salir de ella, como
apeteció salir de la naturaleza.
Todas las creencias y también las ideas,
que se refieren al orden del mundo, la figura de la realidad, están sostenidas
por la esperanza. El hombre, que es al mismo tiempo algo fallido y
solitario, necesita hacerse una realidad entera donde vivir. Por eso edifica
una objetividad. Objetividad que es la estabilidad vigente, el orden que a
todos llega y cobija, que todo lo ordena y aquieta.
La esperanza se dirige también al
tiempo, en el que transcurre nuestra vida, pues este tiempo recobrado sería
nuestra cumplida unidad. Mas también aquí hay el desnacer y el renacer; el
desprenderse del tiempo y el querer recogerlo todo entero. La esperanza que
quiere borrar el tiempo y la que se vuelve angustia de recogerlo en su
dispersión de instantes idos uno a uno. (…)
Esperanza del pasado, esperanza que se fija
en el recuerdo para alimentarse ávida de recobrarlo todo. Y es que en la
esperanza está, sin duda, todo lo que nos lleva a dirigirnos hacia una
totalidad, sea del tiempo, del mísero tiempo de nuestra, sea de la hermosa
totalidad del mundo, de la universalidad del universo.
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