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Personales 10
El Asombro y la
Amistosofía en el Camino al Homo Sapiens
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Por publicar en
Co.Incidir Ediciones
Una mala pesca 1
(De El Niño , la Mirada y
el Otro, 1965)
A la memoria de Fernando
Crenovich Cayó un aerolito en la laguna. Toda la familia fue a
verlo, pero llegaron tarde. La laguna se había hecho dueña del aerolito y no
quiso mostrarlo. En vista de eso el papá siguió, dele que suene, golpeando con
el martillo; la mamá, fregando la olla; la abuelita, haciendo las camas. Juan
siguió pensando en el aerolito.
En la laguna había un señor pescando,
sin darle importancia al aerolito.
Juan se acercó a él. ¿Viste el
aerolito, tío? No lo había visto antes pero era lógicamente un tío.
Estuvo ahí cuando caía el aerolito.
Estoy pescando, contestó el señor.
¿Podrías pescar el aerolito?
El pescador movió la caña y permaneció
largo rato sin contestar. Luego dijo: no.
¿Por qué?
Porque estoy pescando, respondió el
señor, dando un poco más de hilo.
¿Has pescado algo?
Largo intervalo durante el cual Juan
pudo hacer un sapito con una piedra en la superficie del agua.
No, dijo al fin el pescador.
¿Crees que vas a pescar?
Pasó un zancudo. Después una abeja.
Saludó un tordo. Cacareó una gallina.
Terminó por decir: no.
Las respuestas, no obstante su forma
resumida, eran amables. Podían ser las de un tío.
Juan fue a ver a la gallina en su
pequeña laguna de paja y regresó con un huevo calentito.¿Quieres? Está fresco.
El señor contestó cortésmente, sin
hacerse esperar: no, gracias, estoy pescando.
Juan le abrió un hoyito al huevo en su
punta puntiaguda y comenzó a beberlo.
Tío ¿dónde estará el aerolito?
La abeja y el zancudo se cruzaron sin
saludarse. Ahora había una bandada de tordos. Juan alcanzó a terminar el huevo.
No sé, contestó el pescador; estaba
pescando.
El papá seguía, dele que suene. Vio al
niño conversando con el señor y entendió, de lejos, que todo estaba en su
lugar. La abuelita, llegando después de Juan a despojar a la gallina de su
huevo, admitió complacida que el niño se le había adelantado. La mamá terminaba
de limpiar la olla y se preparaba para hacerla, nuevamente, parte y testigo de
la sopa.
A estas alturas, la laguna era dueña,
sin contar el aerolito, de dos sapitos tirados por Juan. La cáscara del huevo
flotaba medio hundida, ya sin fuerzas; no era claro si le pertenecía o no.
Tío ¿usted está seguro de que se puede
pescar en esta laguna?
La laguna se apoderó absolutamente del
huevo. Un tordo se hizo añicos en el horizonte. La mamá inició la brega por la
nueva sopa.
Juan esperó, indiferente al escurrir insistente del
tiempo. Al cabo, el tío dijo, simplemente. No
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