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De post
modernos a post egoicos
(1)
El camino de la creatividad
humanizadora
Luis
Weinstein
(Del libro
Apliando el Arco Iris , Jorge
Osorio y Antonio Elizalde editores, Ed
Universidda Bolivariana 2005)
Empezamos
otra serie de notas, complementarias e integradas con las que hemos estado y seguiremos
comunicando con el nombre de Formación.
Como
siempre, por razones de fuerza mayor, nuestra correspondencia es por mail y las notas se replican en mi blog.
El acoso del cambio
Realidad cotidiana y exhortación,
el cambio alimenta el apetito vivencial y la avidez de novedades. Se conjuga lo
vivido con lo legitimado. Un orden uniformador atraviesa las consciencias, la
realidad virtual, el discurso de Estado y de la empresa, de las Universidades y
de los medios de comunicación. Es el despliegue de la innovación tecnológica,
de un sentido pragmático de la existencia, del acortamiento de todas las
distancias, del asedio de informaciones, de ofertas. De la transitoriedad.
Se habla de
modernización y de post modernidad. Se deja de tener en la mira la realidad
histórica del sistema económico imperante. Se lo asimila a la categoría de lo
natural. Se supone que la historia no dará más sorpresas, a pesar de las
tragedias de Las Torres Gemelas y de Madrid, de Afganistán, Irak, Palestina e
Israel. Se pontifica sobre el fin de las utopías, no obstante los catorce
millones de españoles que salen a la calle con indignación moral, con necesidad
de creer en la dignidad humana.
Una niebla densa, de
confusión, de amnesia y de eficiencia en el manejo de los medios, desdibuja los
límites entre lo conservador, lo reaccionario, lo liberal, lo progresista. Hay
que cambiar. Tenemos que sumirnos en el oleaje de lo que está acaeciendo. Es el
totalitarismo secular. Es la racionalidad instrumental en acelerada expansión.
Es el aparente ocaso de la participación crítica, reflexiva. Es el acoso del
cambio en progresión como proceso laminador de las existencias, en medio de un
mundo que se hace cada vez más pequeño y menos íntimo, con personas que no se
sorprenden de ser personas, con datos a raudales y sequía de ideas, con afectos
y deseos que se tiñen y se deforman hasta lo irreconocible con lo abrumador de
la propaganda y el efecto seductor de las seriales televisivas.
El cuidado del espíritu,
la preocupación por el desarrollo personal, no permanece inmune. Hasta allí
llega la venta y la compra, el consumismo propiciado en Internet y la asesoría
de expertos en persuasión . Con independencia de la retórica, de la ingenuidad,
de las ideas tradicionales, va consolidándose, a pasos agigantados, una gran
religión dominante, la del individualismo eficientista, cuya otra cara es la
concentración del poder económico ligado a la pobreza espiritual. El macro
poder recayendo en una super potencia, el poder a escala molecular
difuminándose en una cultura hegemónica, la de la alianza entre el
individualismo, el economicismo y la banalidad.
El poder detrás del trono
Es el cambio que coloca
al propio cambio en el centro del imaginario, con un punto de apoyo magistral
en la satisfacción de algunas necesidades humanas, con un efecto transversal
sobre ellas, a partir del imperio de la eficiencia. En lo inmediato, se va
viviendo un aumento de la capacidad de hacer. Se mueve una tecla y aparece una
letra, un mensaje de cualquier parte del mundo, una orden de compra, una voz
significativa, la velocidad deseada del vehículo que se conduce, el estado de
la cuenta bancaria, la alternativa de un encuentro amoroso, la excitación de
una película de imaginativos alcances eróticos o de elaborados avances en el
desplie- gue de la imaginación.
Es un hacer, por cierto,
limitado, de proyecciones desiguales, generalmente de vuelo rasante, a merced
de las presiones para conformar, pero se da, indudablemente, la satisfacción
del placer funcional de tener ciertos resultados con un mínimo de preparación,
de esfuerzos previos. Con amplias posibilidades de repetición. Navegaremos de
nuevo en Internet. Llevo mi celular a la calle, a la oficina, al café, a la
casa del amigo. Funciona, yo lo manejo.
Sí, esto ocurre en el
mismo mundo en que aumenta el hambre, se da la violencia en la vida diaria y
estallan bombas y atentados, mientras se contamina el aire y el agua y se
desertifica la tierra, aumentan las depresiones, impera el estrés, la vida
humana se confina hacia la soledad, crece un sin sentido aparente. Los cambios
pueden ser insípidos, epidérmicos, porque no apuntan a la vocación profunda del
ser humano, pero se afianzan, se legitiman, se vuelven deseo, a partir de la
vivencia del logro en el resultado inmediato, en el propósito de cumplir con un
deseo.
La cultura occidental,
en tren de planetarización, no habría podido hacerse familiar, incluso
deseable, con el puro imperio de las armas y de la acumulación de capital en el
contexto de un espectacular desarrollo científico tecnológico. Es aceptada,
legitimada, en parte gozada, no cuestionada en su matriz valórica y
epistemológica de fondo, seductora hasta para muchos de sus críticos más
radicales, porque juega con toda una dirección del desarrollo humano realmente
existente, con la naturaleza del homo habilis que es casi la totalidad,
por lo menos lo hegemónico, de lo que somos actualmente.
La eficiencia vivida en
el trato con los instrumentos y las cosas le da el tono, el arraigo consensual,
el lubricante adecuado, al modelo de desarrollo vigente. Es cierto que se
desmoronó la gran opción alternativa del siglo veinte, la Unión Soviética y el
socialismo real, después de protagonizar epopeyas como la propia revolución rusa
y el triunfo sobre la intervención de 14 países para intentar sofocarla, la
victoria sobre la temible Alemania invasora, el hegemonizar todo un mundo en
marcha hacia un sistema social distinto al del individualismo economicista, se
desintegra sola, sin un disparo del adversario, cae abrumado por que las cosas
no funcionan..., no hay eficiencia. Sin embargo, la imaginación sociológica de
occidente no tiene un desarrollo tal como para definirse a través del
aprendizaje, por el conocimiento, de otras experiencias, no vividas
directamente. El socialismo había perdido fuerza de atracción antes de la caída
del muro.
Lo decisivo es la
primacía de la experiencia inmediata, el imperio de la eficiencia, el logro en
el hacer, el que dejó el cristianismo como acompañamiento de fondo, lejos de
los hilos conductores de la vida, un camino, un modelo de vida, demasiado
adelantado para el homo habilis.
Es el hacer cotidiano el
que distancia de la investigación científica de fondo y deja a las grandes
mayorías conmovidas por las bombas atómicas o contentas con los descubrimientos
de avanzada, disfrutando de las escenas de la llegada a la luna, pero viviendo
muy tangiblemente en la tierra, consumiendo medicamentos que devienen de
complejas líneas de estudio en el funcionamiento cerebral, sin mayor inquietud
por conocer el trasfondo de su acción, como se ignora qué hace posible que
vuele el avión, cómo se de la comunicación por el Internet, el celular o la
pantalla televisiva. Basta saber el valor de un pasaje tener información sobre
la forma de acceso al técnico que reparará el instrumento o dictaminará su
obsolescencia.
Utopía social,
trascendencia iluminadora de la vida, cercanía por fronteras del conocimiento
en la ciencia, el arte y la filosofía... son senderos tan poco transitables
para el homo habilis occidental como lo es, especularmente, el pan pragmatismo
reinante para la minoría que florece en la experiencia mística, la del profundo
compromiso con el servicio, la que se entrega con total apertura a la búsqueda
de la verdad, la comunicación profunda, la belleza la justicia y el
conocimiento.
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