jueves, 6 de octubre de 2016

De post modernos a post egoicos(1)

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De post modernos a post egoicos
 (1)
El camino de la creatividad humanizadora
Luis Weinstein
(Del  libro  Apliando el Arco  Iris , Jorge Osorio y Antonio Elizalde  editores, Ed Universidda Bolivariana 2005)
Empezamos otra serie de notas, complementarias e integradas  con las que hemos estado y seguiremos comunicando con el nombre de Formación.
Como siempre, por razones de fuerza mayor, nuestra correspondencia es por mail  y las notas se replican en  mi blog.
El acoso del cambio
Realidad cotidiana y exhortación, el cambio alimenta el apetito vivencial y la avidez de novedades. Se conjuga lo vivido con lo legitimado. Un orden uniformador atraviesa las consciencias, la realidad virtual, el discurso de Estado y de la empresa, de las Universidades y de los medios de comunicación. Es el despliegue de la innovación tecnológica, de un sentido pragmático de la existencia, del acortamiento de todas las distancias, del asedio de informaciones, de ofertas. De la transitoriedad.
Se habla de modernización y de post modernidad. Se deja de tener en la mira la realidad histórica del sistema económico imperante. Se lo asimila a la categoría de lo natural. Se supone que la historia no dará más sorpresas, a pesar de las tragedias de Las Torres Gemelas y de Madrid, de Afganistán, Irak, Palestina e Israel. Se pontifica sobre el fin de las utopías, no obstante los catorce millones de españoles que salen a la calle con indignación moral, con necesidad de creer en la dignidad humana.
Una niebla densa, de confusión, de amnesia y de eficiencia en el manejo de los medios, desdibuja los límites entre lo conservador, lo reaccionario, lo liberal, lo progresista. Hay que cambiar. Tenemos que sumirnos en el oleaje de lo que está acaeciendo. Es el totalitarismo secular. Es la racionalidad instrumental en acelerada expansión. Es el aparente ocaso de la participación crítica, reflexiva. Es el acoso del cambio en progresión como proceso laminador de las existencias, en medio de un mundo que se hace cada vez más pequeño y menos íntimo, con personas que no se sorprenden de ser personas, con datos a raudales y sequía de ideas, con afectos y deseos que se tiñen y se deforman hasta lo irreconocible con lo abrumador de la propaganda y el efecto seductor de las seriales televisivas.
El cuidado del espíritu, la preocupación por el desarrollo personal, no permanece inmune. Hasta allí llega la venta y la compra, el consumismo propiciado en Internet y la asesoría de expertos en persuasión . Con independencia de la retórica, de la ingenuidad, de las ideas tradicionales, va consolidándose, a pasos agigantados, una gran religión dominante, la del individualismo eficientista, cuya otra cara es la concentración del poder económico ligado a la pobreza espiritual. El macro poder recayendo en una super potencia, el poder a escala molecular difuminándose en una cultura hegemónica, la de la alianza entre el individualismo, el economicismo y la banalidad.
El poder detrás del trono
Es el cambio que coloca al propio cambio en el centro del imaginario, con un punto de apoyo magistral en la satisfacción de algunas necesidades humanas, con un efecto transversal sobre ellas, a partir del imperio de la eficiencia. En lo inmediato, se va viviendo un aumento de la capacidad de hacer. Se mueve una tecla y aparece una letra, un mensaje de cualquier parte del mundo, una orden de compra, una voz significativa, la velocidad deseada del vehículo que se conduce, el estado de la cuenta bancaria, la alternativa de un encuentro amoroso, la excitación de una película de imaginativos alcances eróticos o de elaborados avances en el desplie- gue de la imaginación.
Es un hacer, por cierto, limitado, de proyecciones desiguales, generalmente de vuelo rasante, a merced de las presiones para conformar, pero se da, indudablemente, la satisfacción del placer funcional de tener ciertos resultados con un mínimo de preparación, de esfuerzos previos. Con amplias posibilidades de repetición. Navegaremos de nuevo en Internet. Llevo mi celular a la calle, a la oficina, al café, a la casa del amigo. Funciona, yo lo manejo.
Sí, esto ocurre en el mismo mundo en que aumenta el hambre, se da la violencia en la vida diaria y estallan bombas y atentados, mientras se contamina el aire y el agua y se desertifica la tierra, aumentan las depresiones, impera el estrés, la vida humana se confina hacia la soledad, crece un sin sentido aparente. Los cambios pueden ser insípidos, epidérmicos, porque no apuntan a la vocación profunda del ser humano, pero se afianzan, se legitiman, se vuelven deseo, a partir de la vivencia del logro en el resultado inmediato, en el propósito de cumplir con un deseo.
   
La cultura occidental, en tren de planetarización, no habría podido hacerse familiar, incluso deseable, con el puro imperio de las armas y de la acumulación de capital en el contexto de un espectacular desarrollo científico tecnológico. Es aceptada, legitimada, en parte gozada, no cuestionada en su matriz valórica y epistemológica de fondo, seductora hasta para muchos de sus críticos más radicales, porque juega con toda una dirección del desarrollo humano realmente existente, con la naturaleza del homo habilis que es casi la totalidad, por lo menos lo hegemónico, de lo que somos actualmente.
La eficiencia vivida en el trato con los instrumentos y las cosas le da el tono, el arraigo consensual, el lubricante adecuado, al modelo de desarrollo vigente. Es cierto que se desmoronó la gran opción alternativa del siglo veinte, la Unión Soviética y el socialismo real, después de protagonizar epopeyas como la propia revolución rusa y el triunfo sobre la intervención de 14 países para intentar sofocarla, la victoria sobre la temible Alemania invasora, el hegemonizar todo un mundo en marcha hacia un sistema social distinto al del individualismo economicista, se desintegra sola, sin un disparo del adversario, cae abrumado por que las cosas no funcionan..., no hay eficiencia. Sin embargo, la imaginación sociológica de occidente no tiene un desarrollo tal como para definirse a través del aprendizaje, por el conocimiento, de otras experiencias, no vividas directamente. El socialismo había perdido fuerza de atracción antes de la caída del muro.
Lo decisivo es la primacía de la experiencia inmediata, el imperio de la eficiencia, el logro en el hacer, el que dejó el cristianismo como acompañamiento de fondo, lejos de los hilos conductores de la vida, un camino, un modelo de vida, demasiado adelantado para el homo habilis.
Es el hacer cotidiano el que distancia de la investigación científica de fondo y deja a las grandes mayorías conmovidas por las bombas atómicas o contentas con los descubrimientos de avanzada, disfrutando de las escenas de la llegada a la luna, pero viviendo muy tangiblemente en la tierra, consumiendo medicamentos que devienen de complejas líneas de estudio en el funcionamiento cerebral, sin mayor inquietud por conocer el trasfondo de su acción, como se ignora qué hace posible que vuele el avión, cómo se de la comunicación por el Internet, el celular o la pantalla televisiva. Basta saber el valor de un pasaje tener información sobre la forma de acceso al técnico que reparará el instrumento o dictaminará su obsolescencia.
 
    
Utopía social, trascendencia iluminadora de la vida, cercanía por fronteras del conocimiento en la ciencia, el arte y la filosofía... son senderos tan poco transitables para el homo habilis occidental como lo es, especularmente, el pan pragmatismo reinante para la minoría que florece en la experiencia mística, la del profundo compromiso con el servicio, la que se entrega con total apertura a la búsqueda de la verdad, la comunicación profunda, la belleza la justicia y el conocimiento.


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