Desarrollo Personal y Cambio Cultural 21
El Yo
Integrador y las Grandes Antinomias(2)
Corresponde
individualizar, dar sentido, desarrollar las capacidades, los poderes de cada
ser humano, en armonía con los otros, con la visión más universal posible. Hay
tres orientaciones del desarrollo que se imbrican y se potencian entre sí: la
del individualizarse, la de las relaciones cualitativas, profundas, la de la
amplitud abarcativa, social, ecológico‑ambiental, cósmica, trascendente...
El
individualizarse es una forma de diferenciación que incluye la capacidad de
vivir vínculos en profundidad y extender substancialmente el horizonte de la
mirada.
El
individualismo es un desbalance en que "la parte", el individuo, se
hipertrofia, pierde equilibrio en relación al todo, a los nexos especiales, a
la consideración del conjunto de las relaciones humanas. Por contraste, en el
individualizarse hay un crecimiento en profundidad, un acercarse del yo
empírico a las profundidades de la identidad, al sí mismo. Allí, la conciencia
se expande y vive su relación con Io otro", su pertenencia a un orden más
amplio, sin límites abarcables por el ser humano. En el individualismo se
asientan "patologías colectivas", como las llamamos en el Seminario
Taller Desarrollo a Escala Humana.59 Entre ellas se encuentra el economicismo,
la violencia, la corrupción, la explotación y la instrumentalización, el
aislamiento, la alienación en el consumo, en las drogas, en la dependencia de
los medios de comunicación masivos y de la realidad virtual.
Por otra
parte, al negar la vigencia, la legitimidad del individuo, pasamos a anular la
especificidad humana, la dignidad del testigo del cosmos y de la vida, del ser
que puede cooperar con la evolución, El colectivismo autoritario
instrumentaliza al individuo en pos de un interés absorbente, un afán de poder,
una necesidad de homogeneización, una idea, un capricho, un prejuicio, un
privilegio antojadizo, una pasión. Atrás quedaron, aparentemente, los imperios,
el nazismo, fascismo, socialismo estalinista, los caudillismos populistas.
Ahora, sin embargo, se van estableciendo enclaves colectivistas en los poderes
de los medios de comunicación y consumo. Es la paradoja del individualismo
vertiéndose en cauces colectivistas, en las patologías colectivas. El
colectivismo despersonalizado, sin participación, está muy distante de las
experiencias de iniciativas comunitarias, donde se da una relación cara a cara
de sujetos expresando sus deseos, sus capacidades, sus potenciales de salud. En
la individualización y en el espíritu comunitario se avanza hacia superar la
contradicción entre lo individual y lo colectivo.
La dicotomía
individuo‑colectividad se vive en medicina bajo la forma de la querella
sempiterna entre clínicos y salubristas. En la perspectiva de los primeros, la
motivación, la riqueza, lo humano del estar junto a un enfermo hace desmerecer,
muchas veces, la importancia de la educación y la prevención realizada a
grandes sectores poblacionales, en base a informaciones simples y muy
generales, corno también el conocer y el tomar en cuenta la vida cotidiana de
esa persona que está delante con aquella enfermedad, sus alegrías y
sufrimientos, sus recursos económicos, o las angustias del administrador de la
clínica o el hospital moviéndose entre cifras, diligencias y reuniones. Los que
no están en la brega junto al paciente son,
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59 Manfred
Max Neef y otros. Desarrollo a Escala
Humana. Developiment Dialogue. Uppsala. 1986.
presuntamente,
inútiles, secundarios, desechables. Desde la otra óptica, la de la salud
pública, la relación con el enfermo puede reducirse a número de casos por hora,
a uso presumible de camas y de exámenes; los médicos y el equipo clínico
estarían dedicados a minucias, a lo "chico". No legitiman lo único de
cada persona, lo significativo de los diversos mundos, el valor esencial de las
relaciones profundas. Desde esa mirada, cien bebedores pueden ser cien dosis de
antabus y cien determinados minutos de atención, sin cabida para preguntarse,
por ejemplo, si para algunos de los afectados es importante la trascendencia,
para otros, la imagen de los hijos, la posibilidad de la locura, los celos, la
opinión de los amigos, las veleidades de la pareja, los prejuicios, los
talentos, los malos y los buenos recuerdos, los sueños, la falta de trabajo, la
exaltación al beber, la merma de la timidez. No interesa, tampoco, la índole de
la relación establecida entre los consultantes y sus familias y el equipo
tratante. Solo vale lo cuantitativo.
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