Un
amigo
Draco
Maturana
El
Dragón 3
En
Santiago me esperaba una muy activa vida universitaria. Nuevos profesores,
nuevas materias fascinantes, elecciones en la Fech que se anunciaban muy
competitivas, uno de mis amigos médicos que se entusiasmó con un idea que le
había propuesto para hacer una representación bi-dimensional de la actividad
eléctrica del corazón ( de donde se podrían obtener las proyecciones
uni-dimensionales corrientes), me tenía todo preparado para experimentar mi
idea...
Cuando
busqué a mi amiga Danića no la encontré, no seguía en la Escuela de
Enfermería, sus tías se habían mudado a otra parte de la ciudad. No tuve otra
opción que dejar mi soñado encuentro con ella. Tuve que abandonar mis sueños en
manos de la buena voluntad de dioses en los que no creía y que durante años me
fueron esquivos y no me permitieron encontrarla. Lo que me dejó, mi aventura en
el norte, fue una fascinación por el gran desierto del Norte. Por ocupado que
estuviera sus imágenes visitaban una y otra vez mi mente y la idea de caminarlo
no me abandonó. Cuando uno de mis amigos me propuso acompañar a su tío Manuel
en camión al norte, no dudé. Manuel, no era un camionero típico, tenía un
camión adaptado a sus necesidades, que usaba en sus trabajos de contratista de
obras de ingeniería y esta vez debía llevar una carga delicada al Norte.
El no había hecho nunca ese viaje, temía aburrirse y dormirse manejando, por
ello quería compañía. La compañía seríamos cuatro: mi amigo, su polola, otro
amigo en común y yo.
Los
camioneros típicos son un grupo de personas que prácticamente vive arriba
su camión, tiene sitios de descanso y de comida fijos en la ruta, se
ayudan los unos a los otros, se pasan datos sobre las novedades del camino,
tiene un cierto humor construido en común a lo largo del tiempo, se hacen
bromas, suelen ser amables y en cierta forma peligrosos.
Manuel,
en cada una de las detenciones conversaba con quién estuviera allí, pedía
consejos para la próxima etapa. El era muy simpático y con rapidez rompía la
reticencia con que se encontraba pues claramente no era uno de ellos.
Como
era de esperar nosotros, jóvenes , encontramos a lo largo del camino
ocasiones para divertirnos y reírnos. Inventábamos chistes con pie
forzado, repetíamos los antiguos y nos reíamos con ganas. En las detenciones,
improvisábamos pequeñas escenas que sorprendían a quienes nos miraban .
Después
de una de esas paradas, Manuel nos informó que cuando empezara la noche nos
íbamos salir del camino pues le habían informado que el tramo siguiente era peligroso
para quien no conociera el camino.
Por
ello, en un momento dado, abandonamos el camino en sitio en que la berma
se veía particularmente ancha y terminaba en una pequeña colina que
pensamos nos protegería del viento.
Nuestra
amiga dormiría en el pequeño espacio arreglado para dormir que tenía el
camión
y nosotros con Manuel nos quedamos protegidos por la colina. Hicimos un pequeña
fogata y nos pusimos a contar anécdotas y mitos y leyendas en torno al
desierto. Manuel tenía un arte de cuenta cuento y llenó la conversación con
historias poco creíbles de sucesos y seres del Norte de nuestro país y se
divertía con las caras de incredulidad. Cada uno puso su granito de arena y yo
conté mis fantasías infantiles con los dragones y cuentos chinos al respecto.
En un momento perdí el interés en la conversación pues me puse a contemplar la
maravilla del cielo estrellado del Norte y me dormí.
En
mis sueños entró un grito ¡El dragón!... en esa alteración de tiempos
simultáneos que con frecuencia se nos produce al despertar me encontré con una
mezcla de realidades, unas en cámara lenta , otras rápidas, con un impulso a
actuar y ayudar a mi amigo y , a la vez, paralizado por la imagen que
tenía ante mi. Durante un momento no supe si estaba en medio de un sueño
o viviendo una escena real. Mi amigo, quien gritó, quiso huir pero, se enredó
en algo y lo vi caer lentamente sobre los restos de la fogata,
quise ayudarlo pero estaba paralizado ante una inesperada concreción
de mis fantasías infantiles: vi frente a mi un dragón, un dragón un
rugiente enorme, a su paso temblaba el suelo, tenía ojos brillante echaba
chispas y vapor por su boca...y avanzaba amenazante en forma lenta, implacable
...
Después
de una eternidad salí de mi estupor y reconocí, en el dragón, al tren del Norte
que avanzaba con parsimonia sobre la berma en que nos habíamos afirmado. De
vuelta a la realidad pude hacer un gesto de ayuda a mi amigo y darme
vuelta hacia los vagones y saludar al tren que pasó a nuestro lado
ignorándonos, seres invisibles en ese desierto.
Manuel
ignoró todo el suceso y no nos creyó cuando al legar el día relatamos nuestra
aventura.
Yo
quedé con la rara felicidad de haber visto un dragón, el dragón de mis sueños
infantiles. El resto del viaje y sus pequeñas aventuras rara vez entra en mis
recuerdos pero, ese dragón, sigue allí visitándome a su gusto en mis sueños con
todo su esplendor .
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