lunes, 5 de enero de 2015

E l Arte de Vivir 63


El Arte de Vivir 63
Co Incidir  11 , Enero 2015.
Una revista virtual que busca aportar a la salud integral, con  diálogo, con reflexión, con amistosofía, subiendo la alegremia

 Extractos
 Primera parte
 Ïndice y Editorial

Índice

Cecilia Montero Pág.10
Saludo inicial

Alberto Valente Pág.18
Felicidad

Julio Monsalvo Pág. 21
Carta de un papá feliz a su hijito…

Patricio Alarcón Pág. 24
Para ser felices nacimos

Marcos Monsalvo Pág. 26
La Felicidad como  Proyecto Político

Jean Jacques Pierre-Paul Pág. 35
Es demasiado fácil ser feliz, por eso hay tan poca gente feliz

Elena  de la Aldea Pág. 43
La Felicidad

María Teresa Quintino  Pág. 46
La Felicidad

Teresa Fertl Pág. 48 
La Felicidad

Martha Pérez Viñas Pág. 52
La Felicidad Individual y Social

Luis Weinstein  Pág. 61
De qué depende la Felicidad
La opción del zorro amigo del Principito.

Moira Brnčić Isaza                                                               Pág. 64

El arte de vivir

Juan Carlos Etcheverry Pág. 68
Estación Felicidad

André Barré  Pág. 72
Miedo

Verónica Garay Pág. 74
La Alegría de lo Pequeño

Alejandro Illanes Pág. 77
Agua y Vida

Jaime Yanes Pág. 80
Belafonta y su Caballo Alado
María Alicia Pino (Malicia) Pág. 88
Viene la niña con sus maletas de agua y sol

Luis Weinstein Pág. 90
La Plaza del Desarrollo Personal, el Cambio Cultural y la dimensión Poética de la  Vida.

Julio Monsalvo   Pág. 96
El Rincón de la Alegremia


Saludo Inicial
Cecilia Montero

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Alegría de campo vasco. Daniel Vázquez Díaz


FELICIDAD, POLÍTICA Y CULTURA



La felicidad ha llegado al mundo de la política.  Se multiplican los foros que tienen como tema la felicidad.  La propuesta que viene ahora de las instancias internacionales es la de aumentar la felicidad de la gente. Existe incluso un  indicador (el GNH o índice bruto de felicidad nacional) que bien podría llegar a ser la punta de lanza de un nuevo paradigma de desarrollo. Se menciona como modelo a Bután presentado como el país más feliz del mundo.

Extraña política esta de poner como objetivo, susceptible de mediciones, lo que es un estado anímico que sólo se vivencia en la intimidad de la persona.  Mas inusitada parece la propuesta si la contrastamos con la situación que vive  el planeta entre brotes de violencia y desajustes medioambientales que amenazan la sobrevivencia de poblaciones enteras.  ¿Será que se ha perdido la ilusión de lograr la paz, de superar la pobreza, de detener el cambio climático? ¿Por qué recurrir a un remoto reino campesino para orientar al resto de una humanidad enferma de capitalismo tardío?

Quizá la intención sea loable. Supone, en todo caso,  una escucha ingenua. ¿Quién se podría oponer a la felicidad como meta? Otra cosa es pretender conseguirla mediante ciertas políticas públicas, medirla, y esgrimirla como referente en los foros internacionales. Que hablar de felicidad se haya puesto de moda y que sea de interés de los políticos es una brecha para observar cuales son los valores que están detrás de todo esto.

Una reciente visita a los pueblos que habitan en los Himalaya-incluido Bután- motivó una reflexión acerca de la razón de ser de esta campaña y  la diferencia entre la verdadera felicidad y la felicidad como política. 
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Gigantografía de la pareja real en aeropuerto
de Paro

En Bután la felicidad entró a la política, a los asuntos del Estado,  en los años 70, de manos de un rey visionario, probablemente asustado por los hechos históricos ocurridos en las tierras vecinas de Tíbet  y Nepal, el monarca captó la necesidad de orientar el desarrollo del pequeño reino (700.000 habitantes). Consciente que la pobreza y el atraso eran una fragilidad se propuso mejorar la educación y las condiciones de vida de su pueblo. Legado que quedó latente en la familia real hasta el año 2008  fecha en que su nieto llama a elecciones. El resultado de la democratización fue una política de Estado innovadora y original que tiene  como pilares: el buen gobierno, un desarrollo económico no más allá de lo sustentable,  la educación para todos, la preservación de la cultura  y la protección de los recursos naturales. Hasta el momento Bután es el único país del mundo que mide su progreso no por el crecimiento económico (PGB) sino por el nivel de felicidad de sus ciudadanos (GNH).

Notable propósito si se tiene en cuenta la falta de rumbo que hay en democracias más avanzadas. Un breve recorrido por los poblados de Bután,  donde no existen los problemas sociales de las grandes ciudades simplemente porque no las hay, lleva a matizar el modelo de felicidad nacional.  Es cierto que la población es suave, amable, que se respira el respeto por la cultura, por las generaciones mayores y por la naturaleza.  La vida cotidiana es apacible como en toda región campesina. El turismo está tan regulado como para dejar entrar divisas sin los efectos secundarios de la contaminación, los mercados negros y el deterioro de las costumbres.  Pero  ya hay presencia de todo  ello. También se observan prácticas de gobierno que llevan la impronta de una monarquía más que de una democracia,  el joven monarca manifiesta una especial preocupación por su pueblo  en gestos e iniciativas que conservan el estilo jerarquizado y paternalista. Las prestaciones sociales son  “otorgadas “ a  cada uno en forma arbitraria por el Estado. Por ejemplo un adulto en edad de trabajar tiene  en principio un empleo seguro, pero puede ser  trasladado de región, de vivienda y puesto de trabajo sin ser consultado.

El gobierno de Bután monitorea de cerca los indicadores de felicidad. Comentarios recientes de miembros del propio gobierno y de observadores extranjeros atestiguan que el GNH no ha mejorado.  El Estado no tiene simplemente los medios para financiar su promesa en materia de educación, vivienda y salud.  La economía es altamente dependiente de dos actividades: el turismo y la energía hidroeléctrica que se le entrega a India a cambio de préstamos e inversión . La penetración comercial y la inmigración india han traído consigo nuevos problemas sociales (devaluación de la moneda nacional, delincuencia, usurpación de lugares sagrados, desempleo, …), lo cual ha motivado medidas represivas contra la inmigración, la disidencia en los medios e internet, el alcohol y el tabaco.  El turismo al interior del país es  controlado de cerca: lo que los extranjeros ven es altamente pauteado y ensayado.  No existen grandes medios publicitarios  fuera de los oficiales (ver foto).  Y todo esto ocurre al mismo  tiempo que el Gobierno intensifica la difusión- o propaganda- en el exterior sobre el  tema de la felicidad. 

¿Paradoja o manipulación? Para responder a esta pregunta hay que entrar en la complejidad de lo que se llama felicidad en esas latitudes. La felicidad de los butaneses entendida como estado anímico colectivo parece más bien es el resultado no tanto de políticas sociales deliberadas (las que por cierto son un piso) sino más bien de una integración social conseguida por un conjunto de procesos de largo aliento.  Una de las  dimensiones más sorprendentes de la forma en que funciona este país –ya entrado el siglo XXI- es la integración entre política, religión y cultura. Esto se manifiesta en Thimpu, la capital.  Como en todas las ciudades butanesas existe una dzong, una suerte de templo/fortaleza antigua donde viven los monjes y se celebran los festivales. Sólo que en la capital el edificio está dividido en dos: en una parte funciona las reparticiones de gobierno y en la otra un monasterio budista. La imagen es reveladora del principio de coexistencia de ambos órdenes que impregna la vida social. En las escuelas se trasmiten los valores, cosmovisión y prácticas de la tradición budista. Mucha familias envían a uno de sus hijos al monasterio. Las generaciones mayores continúan con la práctica de la meditación. Podríamos pensar entonces que por su aislamiento, su estructura socio-política y atraso  económico Bután es un pueblo que ha conservado los valores compartidos.  Pero de alguna manera eso nos atrae, nos interpela.


El concepto oficial de felicidad que  los gobernantes de Bután promueven trasciende los valores individualistas: “La felicidad no tiene nada que ver con el uso común de la palabra para designar una emoción efímera y pasajera –feliz hoy o infeliz mañana según alguna condición externa como el halago o la burla, la ganancia o la pérdida. Se refiere más bien a la felicidad vinculante que viene con vivir una vida en armonía con el mundo natural, con nuestros semejantes, y con nuestra herencia espiritual y cultural. En suma con sentirse totalmente vinculado con nuestro mundo.” [1]  Bella definición que contrasta con la versión tecnocrática que nos llega de este país. ¿Cómo podría un indicador como el GNH  basado en encuestas medir esto?

La  experiencia de la felicidad, como sensación sentida, remite no tanto al yo consigo mismo sino a la relación entre lo individual y lo colectivo. Sensación de tranquilidad, de pertenencia, de sentido,  y de  conexión (el entre-ser). La preservación de la cultura propia, el respeto hacia los ancestros, el cuidado de los seres vivos, son prácticas que mantienen esta conexión y que están presentes en otras latitudes.  Valores que contrastan  con las fuerzas de una modernidad que presiona la tradición: la penetración comercial del el capitalismo vecino opera como efecto de demostración hacia las nuevas generaciones.  Los jóvenes se visten como occidentales, no practican la meditación,  y aspiran a salir de su patria. Seguro que lo hacen buscando la felicidad, otra,  que bien conocemos en Occidente.

La felicidad que todavía se respira en Bután tiene sus cimientos en la cultura budista. También la observamos en otro pueblo de los Himalaya, los tibetanos. Una diáspora forzada por la invasión china que sigue manteniendo sus tradiciones. Los budistas tibetanos que habitan en el norte de la India (Ladakh) y en menor medida en Nepal conservan esa forma de inserción en el mundo a la que aspira activamente Bután. Portadores de una tradición viva los budistas tibetanos tienen la espiritualidad muy presente en la vida cotidiana  (ritos,  mantras, ofrendas).

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Pero sería un error reducir su experiencia a una conducta religiosa o ritual.  El objeto central del budismo no es devocional sino mental. Como decía el recientemente fallecido maestro Drupong Sonam Kunga “Budismo es entrar en la mente, limpiarla y hacerla feliz”.   Es lo que se enseña y se practica en los monasterios ubicados en las alturas de los Himalaya.

Lo que podrían estar perdiendo los butaneses, los tibetanos lo cultivan. Ahí están las stupas, las campanas de oración, los templos visitados diariamente para recordar el trabajo de cada día: limpiar la mente. El sufrimiento de todo un pueblo tiene sus frutos. Han perdido su tierra pero conservan su cultura. En forma silenciosa los budistas tibetanos resisten, sobreviven y se organizan para mantener la verdadera felicidad. La sonrisa de los niños y ancianos tibetanos la transmite.  Como dice el maestro y poeta Thich Nhat Hanh hay una conexión muy profunda entre el dolor y la felicidad así como entre el fango y el loto. Si huimos siempre del sufrimiento no nos liberaremos de él.  No hay recetas para la felicidad, la felicidad es el camino.


[1] Borrador para conferencia ONU, The Guardian, 29/3/12)

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