El Arte de Vivir 63
Co Incidir 11 ,
Enero 2015.
Una revista virtual que busca aportar a la salud integral,
con diálogo, con reflexión, con
amistosofía, subiendo la alegremia
Extractos
Primera parte
Ïndice y
Editorial
Índice
Cecilia Montero Pág.10
Saludo inicial
Alberto Valente Pág.18
Felicidad
Julio Monsalvo Pág. 21
Carta de un papá feliz a su
hijito…
Patricio Alarcón Pág. 24
Para ser felices nacimos
Marcos Monsalvo Pág. 26
La Felicidad como Proyecto Político
Jean Jacques Pierre-Paul Pág. 35
Es demasiado fácil ser
feliz, por eso hay tan poca gente feliz
Elena de la Aldea Pág. 43
La Felicidad
María Teresa Quintino
Pág. 46
La Felicidad
Teresa Fertl Pág. 48
La Felicidad
Martha Pérez Viñas Pág. 52
La Felicidad Individual y
Social
Luis Weinstein Pág. 61
De qué depende la Felicidad
La opción del zorro amigo
del Principito.
Moira Brnčić Isaza Pág. 64
El arte de vivir
Juan Carlos Etcheverry Pág. 68
Estación Felicidad
André Barré Pág. 72
Miedo
Verónica Garay Pág. 74
La Alegría de lo Pequeño
Alejandro Illanes Pág. 77
Agua y Vida
Jaime Yanes Pág. 80
Belafonta y su Caballo Alado
María Alicia Pino (Malicia) Pág. 88
Viene la niña con sus
maletas de agua y sol
Luis Weinstein Pág. 90
La Plaza del Desarrollo Personal,
el Cambio Cultural y la dimensión Poética de la Vida.
Julio Monsalvo
Pág. 96
El Rincón de la Alegremia
Saludo
Inicial
Cecilia
Montero
Alegría de campo vasco. Daniel Vázquez Díaz
FELICIDAD,
POLÍTICA Y CULTURA
La felicidad ha llegado al mundo de la política. Se multiplican los foros que tienen
como tema la felicidad. La
propuesta que viene ahora de las instancias internacionales es la de aumentar
la felicidad de la gente. Existe incluso un indicador (el GNH o índice bruto de felicidad nacional) que
bien podría llegar a ser la punta de lanza de un nuevo paradigma de desarrollo.
Se menciona como modelo a Bután presentado como el país más feliz del mundo.
Extraña política esta de poner como objetivo,
susceptible de mediciones, lo que es un estado anímico que sólo se vivencia en
la intimidad de la persona. Mas
inusitada parece la propuesta si la contrastamos con la situación que vive el planeta entre brotes de violencia y desajustes
medioambientales que amenazan la sobrevivencia de poblaciones enteras. ¿Será que se ha perdido la ilusión de
lograr la paz, de superar la pobreza, de detener el cambio climático? ¿Por qué
recurrir a un remoto reino campesino para orientar al resto de una humanidad
enferma de capitalismo tardío?
Quizá la intención sea loable. Supone, en todo
caso, una escucha ingenua. ¿Quién
se podría oponer a la felicidad como meta? Otra cosa es pretender conseguirla
mediante ciertas políticas públicas, medirla, y esgrimirla como referente en
los foros internacionales. Que hablar de felicidad se haya puesto de moda y que
sea de interés de los políticos es una brecha para observar cuales son los
valores que están detrás de todo esto.
Una reciente visita a los pueblos que habitan en los
Himalaya-incluido Bután- motivó una reflexión acerca de la razón de ser de esta
campaña y la diferencia entre la
verdadera felicidad y la felicidad como política.
Gigantografía de la pareja real en aeropuerto
de Paro
En Bután la felicidad entró a la política, a los
asuntos del Estado, en los años
70, de manos de un rey visionario, probablemente
asustado por los hechos históricos ocurridos en las tierras vecinas de
Tíbet y Nepal, el monarca captó la
necesidad de orientar el desarrollo del pequeño reino (700.000 habitantes).
Consciente que la pobreza y el atraso eran una fragilidad se propuso mejorar la
educación y las condiciones de vida de su pueblo. Legado que quedó latente en la
familia real hasta el año 2008
fecha en que su nieto llama a elecciones. El resultado de la
democratización fue una política de Estado innovadora y original que tiene como pilares: el buen gobierno, un
desarrollo económico no más allá de lo sustentable, la educación para todos, la preservación de la cultura y la protección de los recursos
naturales. Hasta el momento Bután es
el único país del mundo que mide su progreso no por el crecimiento económico
(PGB) sino por el nivel de felicidad de sus ciudadanos (GNH).
Notable propósito si se tiene en cuenta la falta de
rumbo que hay en democracias más avanzadas. Un breve recorrido por los poblados
de Bután, donde no existen los
problemas sociales de las grandes ciudades simplemente porque no las hay, lleva
a matizar el modelo de felicidad nacional. Es cierto que la población es suave, amable, que se respira
el respeto por la cultura, por las generaciones mayores y por la naturaleza. La vida cotidiana es apacible como en
toda región campesina. El turismo está tan regulado como para dejar entrar
divisas sin los efectos secundarios de la contaminación, los mercados negros y
el deterioro de las costumbres.
Pero ya hay presencia de
todo ello. También se observan
prácticas de gobierno que llevan la impronta de una monarquía más que de una
democracia, el joven monarca
manifiesta una especial preocupación por su pueblo en gestos e iniciativas que conservan el estilo jerarquizado
y paternalista. Las prestaciones sociales son “otorgadas “ a
cada uno en forma arbitraria por el Estado. Por ejemplo un adulto en
edad de trabajar tiene en
principio un empleo seguro, pero puede ser trasladado de región, de vivienda y puesto de trabajo sin
ser consultado.
El gobierno de Bután monitorea de cerca los
indicadores de felicidad. Comentarios recientes de miembros del propio gobierno
y de observadores extranjeros atestiguan que el GNH no ha mejorado. El Estado no tiene simplemente los
medios para financiar su promesa en materia de educación, vivienda y
salud. La economía es altamente
dependiente de dos actividades: el turismo y la energía hidroeléctrica que se
le entrega a India a cambio de préstamos e inversión . La penetración comercial
y la inmigración india han traído consigo nuevos problemas sociales
(devaluación de la moneda nacional, delincuencia, usurpación de lugares
sagrados, desempleo, …), lo cual ha motivado medidas represivas contra la
inmigración, la disidencia en los medios e internet, el alcohol y el
tabaco. El turismo al interior del
país es controlado de cerca: lo
que los extranjeros ven es altamente pauteado y ensayado. No existen grandes medios
publicitarios fuera de los
oficiales (ver foto). Y todo esto
ocurre al mismo tiempo que el
Gobierno intensifica la difusión- o propaganda- en el exterior sobre el tema de la felicidad.
¿Paradoja o manipulación? Para responder a esta
pregunta hay que entrar en la complejidad de lo que se llama felicidad en esas
latitudes. La felicidad de los butaneses entendida como estado anímico
colectivo parece más bien es el resultado no tanto de políticas sociales
deliberadas (las que por cierto son un piso) sino más bien de una integración
social conseguida por un conjunto de procesos de largo aliento. Una de las dimensiones más sorprendentes de la forma en que funciona
este país –ya entrado el siglo XXI- es la integración entre política, religión
y cultura. Esto se manifiesta en Thimpu, la capital. Como en todas las ciudades butanesas existe una dzong, una
suerte de templo/fortaleza antigua donde viven los monjes y se celebran los
festivales. Sólo que en la capital el edificio está dividido en dos: en una
parte funciona las reparticiones de gobierno y en la otra un monasterio budista.
La imagen es reveladora del principio de coexistencia de ambos órdenes que
impregna la vida social. En las escuelas se trasmiten los valores, cosmovisión
y prácticas de la tradición budista. Mucha familias envían a uno de sus hijos
al monasterio. Las generaciones mayores continúan con la práctica de la
meditación. Podríamos pensar entonces que por su aislamiento, su estructura
socio-política y atraso económico
Bután es un pueblo que ha conservado los valores compartidos. Pero de alguna manera eso nos atrae,
nos interpela.
El concepto oficial de felicidad que los gobernantes de Bután promueven
trasciende los valores individualistas: “La felicidad no tiene nada que ver con el uso común de la palabra para
designar una emoción efímera y pasajera –feliz hoy o infeliz mañana según
alguna condición externa como el halago o la burla, la ganancia o la pérdida.
Se refiere más bien a la felicidad vinculante que viene con vivir una vida en
armonía con el mundo natural, con nuestros semejantes, y con nuestra herencia
espiritual y cultural. En suma con sentirse totalmente vinculado con nuestro mundo.”
[1] Bella definición que contrasta con la
versión tecnocrática que nos llega de este país. ¿Cómo podría un indicador como
el GNH basado en encuestas medir
esto?
La
experiencia de la felicidad, como sensación sentida, remite no tanto al
yo consigo mismo sino a la relación entre lo individual y lo colectivo.
Sensación de tranquilidad, de pertenencia, de sentido, y de conexión (el entre-ser). La preservación de la cultura
propia, el respeto hacia los ancestros, el cuidado de los seres vivos, son prácticas
que mantienen esta conexión y que están presentes en otras latitudes. Valores que contrastan con las fuerzas de una modernidad que
presiona la tradición: la penetración comercial del el capitalismo vecino opera
como efecto de demostración hacia las nuevas generaciones. Los jóvenes se visten como
occidentales, no practican la meditación,
y aspiran a salir de su patria. Seguro que lo hacen buscando la
felicidad, otra, que bien
conocemos en Occidente.
La felicidad que todavía se respira en Bután tiene sus
cimientos en la cultura budista. También la observamos en otro pueblo de los
Himalaya, los tibetanos. Una diáspora forzada por la invasión china que sigue
manteniendo sus tradiciones. Los budistas tibetanos que habitan en el norte de
la India (Ladakh) y en menor medida en Nepal conservan esa forma de inserción
en el mundo a la que aspira activamente Bután. Portadores de una tradición viva
los budistas tibetanos tienen la espiritualidad muy presente en la vida
cotidiana (ritos, mantras, ofrendas).
Pero sería un error reducir su experiencia a una
conducta religiosa o ritual. El
objeto central del budismo no es devocional sino mental. Como decía el
recientemente fallecido maestro Drupong Sonam Kunga “Budismo es entrar en la mente, limpiarla y hacerla feliz”. Es lo que se enseña y se practica
en los monasterios ubicados en las alturas de los Himalaya.
Lo que podrían estar perdiendo los butaneses, los
tibetanos lo cultivan. Ahí están las stupas, las campanas de oración, los
templos visitados diariamente para recordar el trabajo de cada día: limpiar la
mente. El sufrimiento de todo un pueblo tiene sus frutos. Han perdido su tierra
pero conservan su cultura. En forma silenciosa los budistas tibetanos resisten,
sobreviven y se organizan para mantener la verdadera felicidad. La sonrisa de
los niños y ancianos tibetanos la transmite. Como dice el maestro y poeta Thich Nhat Hanh hay una
conexión muy profunda entre el dolor y la felicidad así como entre el fango y
el loto. Si huimos siempre del sufrimiento no nos liberaremos de él. No hay recetas para la felicidad, la
felicidad es el camino.
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