El Arte de Vivir 49
La creación cotidiana
La Revista Co Incidir,
Octava parte
ABDUCCIÓN
Draco Maturana
Alguna vez escuché algo así
como que " las aventuras persiguen a los aventureros".
La verdad es que las
aventuras nos persiguen a todos y no sabemos con qué gesto, a veces mínimo, las
hemos iniciado, por ejemplo al cambiar de vereda en una calle que se camina
cada día, al detenerse a mirar un objeto en una vitrina, entonces se ve un
reflejo que te llama la atención y... comienzas, sin saberlo, sin haberlo
previsto a embarcarte, lentamente en
una aventura.
Así nos pasó en el inicio de
unas vacaciones.
Desde hacía mucho tiempo las
pasábamos en carpa en una muy extensa playa junto a un pequeño pueblo del
Norte.
Nos gustaba entusiasmar a
nuestros amigos, viejos y nuevos, para que nos acompañaran. No era fácil, pues,
en general, todos tenían recuerdos infantiles bastante duros de aventuras de
ese tipo con sus padres pero... era otro tiempo. Los grandes deseos que
teníamos de compartir nuestro disfrute con ellos nos empujaban a usar
toda nuestra elocuencia para mostrarles con fotos y anécdotas que ya habían
pasado muchos años y que, hoy día
todo era muy distinto. Ahora, el estar en carpa ya no era algo
heroico si no que, por el contrario, era algo cómodo y puro goce de la
naturaleza.
Ese año prácticamente
arrastramos a otra pareja. Manolo, un médico colega de mi esposa, quien,
seducido por la descripción de nuestras vacaciones, decidió acompañarnos con su
aún pequeña pero, numerosa prole.
Eran tiempos sin teléfonos
móviles y para protegernos en caso de cualquier dificultad, nuestro plan de
viaje incluía varios puntos de encuentro en los más de 500 kilómetros que
nos separaban de nuestro destino. Estos puntos de encuentro los
habíamos encontrado y elegido en viajes anteriores y allí debíamos juntarnos,
durante unos pocos minutos, para estirar las piernas, entregar información
sobre el nuevo tramo y sobre todo,
resolver cualquier pequeño problema que se hubiera presentado. Éste era
un lapso que los pequeños aprovechaban con alegría para corretear un poco.
Nosotros viajábamos en una
Kombi, donde la carga de vacaciones quedaba cubierta por nuestro lujo: un
colchón de dos plazas, encima del cual se instalaban acostadas nuestra hija y
una o dos de sus pequeñas amigas.
Aquel día todo sucedía en
forma normal sin sobresaltos. Las niñas leían o/y conversaban sin parar,
nosotros recitábamos poemas, inventábamos pequeños juegos "de salón",
nos reíamos y arreglábamos el mundo como en nuestros viejos tiempos de
estudiantes pobres.
Así los kilómetros y las
horas pasaban rápido y sin eventos inesperados de ningún tipo. Hasta que, con sorpresa, divisamos a nuestros amigos en un sitio no acordado, a la
sombra casi teórica de un árbol raquítico. Inmediatamente nos salimos a la
berma del camino y nos acercamos a ver qué pasaba. Manolo había abierto el capó
del auto y miraba con total desconsuelo con un aire de no entender qué pasaba.
Era médico y nunca se había interesado en nada de la mecánica de su automóvil.
Para mí fue claro, desde lejos, vi que salía vapor de agua por la válvula
del radiador. Como yo había revisado los niveles de ese auto no dudé y me dije:
se cortó la correa del ventilador. Después de una rápida mirada confirmé
el diagnóstico. El automóvil estaba de momento inutilizado, mientras no
tuviéramos una nueva correa puesta.
Mi amigo, ninguna sorpresa, no llevaba una correa de repuesto. Me di
cuenta que él estaba demasiado abrumado para tomar decisiones por lo tanto
decidí, sin consultar con nadie, qué hacer: su esposa y sus hijos se quedarían
en el auto disfrutando de la escasa
sombra y nuestro amigo vendría con nosotros hasta la bomba de servicio
más cercana, que según mis cálculos estaba a unos 20 o 25 kilómetros más al
norte, allí podríamos comprar una nueva correa. Colocarla en su auto no sería
muy difícil para mí, pues conocía bien ese modelo. Con ese plan subimos a
nuestra Kombi y partimos lo más alegremente que pudimos para levantar el
ánimo de nuestro acompañante. Él no conocía nuestros juegos tradicionales y no
logramos hacerlo participar. Finalmente pusimos la radio. Sólo detectamos
emisoras de nuestros vecinos argentinos, tangos. Nuestro amigo era muy
entusiasta de ellos e incluso descubrimos que sabía muchas de sus letras pero,
estaba demasiado preocupado para
cantarlas. Llegamos a la estación de servicio, compramos la correa para el
ventilador e iniciamos la vuelta.
Tener el repuesto comprado y confiar en mí como mecánico de
emergencia mejoró el humor a
Manolo, quien comenzó a cantar con entusiasmo y a reír con nosotros. No
habíamos caminando mucho cuando súbitamente se interrumpió la transmisión con
una noticia:
“En el camino a la localidad de Santa Fe había desaparecido
un auto con una familia completa. La investigación preliminar y declaraciones
de varias personas que hablaban de detención de motores y alteraciones
magnéticas, llevaban a la conclusión que la única explicación posible era que
se tratara de una abducción por extraterrestres.
La zona norte de nuestro
país está llena de historias de ese tipo que, debido a nuestro natural
escepticismo, descreíamos. Yo recordé que, hacía dos años habíamos acompañamos a un ingeniero de minas a
un paseo por la cordillera del Norte chico. Él debía evaluar, en el futuro,
probable varias minas para un comprador que no identificó. Durante ese paseo
llevamos, por algunos trechos, a lugareños de esa zona de la cordillera y
escuchamos varias historias como las siguientes: Uno de ellos contó que se
quedó dormido en un camión y cuando despertó estaba a 100 kilómetros del
lugar sin saber cómo podía haber sucedido eso. Otro contó algo parecido y además se le habían perdido dos
días. La explicación en común era que habían sido raptados por extraterrestres,
habían sido abducidos. Inmediatamente yo agregué que esas historias eran corrientes en la zona y pensaba que los lugareños se hacían los
interesantes contándolas a los
turistas. Mi esposa recordó que,
el año anterior, nuestro pequeño campamento playero había sido testigo de
un fenómeno sorprendente que duró cerca de una hora y que fue profusamente
documentado en los dibujos de nuestros niños y catalogado como un ovni. Salió
en los diarios, no hubo ninguna explicación astronómica y luego desapareció de
la noticia.
A todo
esto, nuestro camino de vuelta,
que lo normal es que se perciba más corto, comenzó a alargarse y alargarse y el
auto con la familia de nuestro amigo no aparecía. Poco a poco tuvimos que
considerar la posibilidad que nos hubiéramos pasado, pero ¿cómo era posible?
Los ojos de Manolo estuvieron siempre atentos al camino y por ello, desde hacía
algún rato, estaba cada vez más inquieto. Finalmente, antes de llegar a la
última estación de servicio que habíamos pasado, todos estábamos muy
inquietos... Una cosa era bromear con ovnis, abducciones y otra muy distinta
que la esposa de nuestro amigo y sus hijos hubieran desaparecido
misteriosamente. Nos detuvimos, cambiamos de pista y comenzamos a recorrer de nuevo el camino en dirección
norte, lentamente, mirando cuidadosamente el camino, aunque un auto con
una familia a su alrededor debía ser muy visible. Divisamos de lejos el
escuálido árbol junto al cual habíamos dejado el auto... o ¿era un árbol
muy parecido? Nos detuvimos. No hubo duda posible, el auto había estado
ahí, estaba en el suelo la mancha
que había dejado el agua del radiador al hervir, había claros y
reconocibles restos del cocaví que nuestro amigo reconoció con terror. El
automóvil que debía estar allí, no
estaba. Para mí al menos, era
imposible que, sin correa del ventilador, el automóvil hubiera podido
caminar mucho sin fundir el motor... Además la esposa de Manolo ¡no sabía
manejar! El misterio parecía
insoluble.
La idea
de la abducción, ya instalada, creo que se hizo presente en cada uno
de nosotros, pero nadie dijo nada.
Estábamos anonadados.
Se produjo
un pesado silencio. Cada uno trataba de digerir la situación,
invadido por sus propias fantasías. Manolo caminaba lentamente recogiendo cada
pequeño resto de la evidencia que sus hijos habían estado allí. Pensé que lo
dominaba la idea de que no los vería nunca más. Mi mujer se acercó a él y con
cierta timidez, le puso una mano en el hombro. Yo recordé una escena con
claridad relampagueante, una noche de años atrás en que, estando en la
mitad de la playa, mi mujer sufrió, por comer un trozo de queso de cabra,
un “shock anafiláctico” (fue lo que dijo ella, antes de desmayarse), tomé un
libro de medicina de urgencia que siempre nos acompañaba y busqué "shock
anafiláctico", la primera frase que leí fue: "frecuentemente mortal,
lleve a la persona al centro médico más cercano", cosa que, en ese momento, era imposible pues
la marea estaba alta... al instante se me presentó una lluvia de imágenes: mi
mujer muerta, yo llevándola en el auto, interrogatorios estúpidos de la
policía… Ahora, con cierto esfuerzo reaccioné pensando que Manolo estaba
invadido con toda clase de imágenes
de sus hijos, de su esposa, de cosas dichas y no dichas, besos no dados...
y decidí que debía romper aquello y actuar.
Tímidamente,
la idea de abducción se hizo cada vez más presente hasta que finalmente
explotó... -¡Fueron abducidos!- dijo mi esposa, poniendo en voz alta el
pensamiento que ya teníamos todos.
Era el
momento y actué. Dije en voz alta - ¡Debemos ir a la policía y hacer
la denuncia de la abducción, por loco que nos parezca! ¡Vamos.! … y
agregué (estúpidamente, pensando en tranquilizar al amigo)- espero que los
devuelvan luego, aunque no recuerden nada…
Nos subimos
a la Kombi y partimos en dirección a la estación de servicio donde habíamos
comprado la correa. Yo sabía, por nuestros viajes anteriores que, poco más
allá, había una Estación de Policía y mi idea era ir allí a hacer la
denuncia. El ambiente dentro de la Kombi estaba tenso, pesado, por suerte las niñas que, se habían dormido
hacía mucho rato, estaban fuera del drama. Con mi esposa, hicimos algunos
tímidos esfuerzos para ver alguna forma de aliviar la situación. No pudimos. La
realidad era demasiado brutal. El silencio se hizo cada vez
más ominoso y yo me concentré en el manejo. Divisamos, a lo lejos, un gran letrero de propaganda de la
estación de servicio anunciando las maravillas que encontraríamos allí,
maravillas que en esa situación no significaban nada para nosotros. Casi
de inmediato vimos un anuncio de
un espacio de descanso para
vehículo de carga. Alcanzamos a un enorme camión que nos obligó
a disminuir nuestra marcha y que luego, anunció que saldría al
espacio de descanso ya anunciado, que estaba muy poco antes de llegar a
la estación de servicio.
Cuando el
camión salió del camino nos encontramos frente a un espectáculo imposible: el
auto de nuestro amigo iba delante de nosotros ¡caminando hacia atrás! Los rostros y manos de sus hijos no
saludaban con alegría… tuvimos la
sensación de una alucinación colectiva pero, éramos tres y nos rendimos a
la realidad. El auto era el de Manolo y las manos y gritos de
saludos eran de sus pequeños. Se produjo un momento de silencio, no
entendíamos lo qué veíamos, ¿cómo
era posible que el auto caminara hacia atrás? pero, mientras se aclaraba la
imagen hasta ver al auto levantado
por su parte trasera y arrastrado por un pequeño camión… el alivio de las
emociones contenidas explotó en gritos ¡son ellos!,
en lágrimas, en preguntas caóticas. Esta pequeña baraúnda despertó a
las niñas y comenzó una lluvia de preguntas difíciles de
responder en ese momento y sus ¿qué pasa? ¿De qué se ríen?,
quedaron para más tarde.
Seguimos al
auto y al camión hasta la estación de servicio y sólo allí se aclaró el
misterio: Un ingeniero, amigo de Manolo llevaba una carga, para su
trabajo, en su camión, dirección al Norte. Él, desde
lejos, reconoció el auto y la familia del doctor, su amigo. Se detuvo.
Hizo un fácil diagnóstico y decidió arrastrar el auto, levantándolo por
la cola, hasta la estación de
servicio, jamás pensó que no lo veríamos y cuando nos
cruzamos viniendo en la dirección opuesta y supuso que nos volveríamos
inmediatamente ya que, de todas maneras, el sitio lógico para hacer la
reparación era la estación de servicio.
En ningún
momento ni él, ni la esposa de Manolo, que lo acompañaba en la cabina, pudo
imaginar la terrible e increíble aventura de abducción que nosotros habíamos vivido y que les costó mucho comprender, al recibir
nuestro confuso relato a tres voces, mientras tomábamos un café en el
restaurante de la estación de servicio.
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