Conversando desde la Amistad (148)
La juventud
Escribe Tomás Weinstein, sociólogo y ajedrecista, sobre el encuentro en Las Coincidencias, Isla
Negra, el 6 de Abril pasado,
sobre Juventud y Cambio Cultural.
Dividiremos el texto en dos partes
Primera parte
Encuentro:
Conversando desde y sobre las juventudes
Las Coincidencias es el lugar de encuentro y
sincronía entre al menos dos grupos, uno de “jóvenes” y otro de “adultos
mayores”. Cada uno de estos grupos con una importante diversidad etárea
interna, así como de intereses y vínculos históricos (amigos, parejas,
desconocidos, miembros de un grupo de “trabajo”, etc.).
Las coincidencias permite el encuentro entre la
unicidad de cada ser humano y la multiplicidad de puntos comunes y confluencias
que se dan en la interacción humana.
En esta ocasión, el grupo se reúne en torno a pensar
y reflexionar sobre la juventud y las juventudes, desde las vivencias más
diversas así como sobre experiencias históricas comunes y particulares. Hay un
horizonte temático que guía al trabajo grupal/colectivo, enmarcado en algo más
amplio, en el encuentro, en la comunicación, en la paz y en el cambio cultural.
Confluyen expectativas muy diversas sobre lo que
será este encuentro, que poco a poco va fluyendo con gran naturalidad, respeto
e interés por el otro.
¿Qué es la
juventud?
Pregunta de mucha profundidad, que nos lleva a
pensar sobre algo que se da como dado, como fáctico, como un hecho en sí, o
simplemente como un periodo etáreo marcado por cambios biológicos. Esta pregunta
atraviesa toda la jornada, vuelve una y otra vez a aparecer, una pregunta que
abre nuevas interrogantes y que nos invita a pensar tanto en lo terrenal como
en lo trascendente, en lo singular que portamos cada uno como en lo común que
compartimos.
El grupo etáreo más joven, abre la conversación
planteando que es necesario abrir el concepto de la juventud entendido
únicamente como un periodo etáreo asociado a cambios biológicos y determinadas
convenciones internacionales o nacionales: “En nuestra experiencia hemos
conocido muchachos que actúan y viven como viejos, totalmente rígidos, sin
capacidad de soñar, y al mismo tiempo hemos conocido viejos que no cesan de
reinventarse, que mantiene un “espíritu joven”, energético y creativo”.
Esta idea desde un principio abre varias preguntas:
Si los cambios biológicos no son lo único que distingue a la juventud,
entonces: ¿cómo se pueden articular estas distintas dimensiones –a saber-, los
cambios biológico-corporales y los modos de “ser joven”?
Pregunta de mucha complejidad, pero que al menos nos
invita a mantener esta dualidad, o esta articulación compleja entre estos y
otros elementos (que de alguna forma se vinculan), la permanente dialéctica
entre lo subjetivo y lo objetivo, donde ninguno de los polos (o múltiples
polos) se agotan en sí mismos.
La juventud asociado a un periodo etáreo es un
discurso que está presente en todos los participantes. Ahora bien, los mayores
de edad son quienes más expresan sus vivencias en relación con los cambios
corporales que han tenido al pasar de los años: “ahora uno tiene límites, se da
cuenta que ya no puede hacer todo lo que quisiera hacer, uno se cansa”. Los
mayores en un momento dado plantean que los menores no tienen la vivencia de la
vejez, pues aún no han llegado a ese periodo de sus vidas. Vuelve la pregunta:
¿Es posible separar los cambios biológico-corporales de las percepciones
asociadas a estos y a otros cambios que se van dando de forma paralela en el
mundo? Pareciera que la respuesta es no, que son dos elementos indisociables
aunque en muchos momentos aparezcan como separados.
No cambiaría sólo nuestro cuerpo sino que también
nuestras representaciones de mundo, nuestro Ser como un constante devenir en el
mundo, entre los seres humanos y con la Naturaleza. Desde esta perspectiva, la
juventud se asociaría también con la capacidad de reinventarse múltiples veces,
con el cuestionamiento permanente de lo dado, de lo fáctico, de lo que fija y
anula el pensamiento como un devenir, como la capacidad de soñar, como la esperanza
y la capacidad de asombro entro muchas otras cosas. Varios participantes
asocian esta dimensión con la espiritualidad, con la necesidad de
trascendencia, lo que se ha ido en cierta forma erosionando con el despliegue
de una racionalidad instrumental que impregna el mundo de un carácter
predominantemente utilitario y calculador. Sin embargo, aquí surge una
interrogante: ¿Es la espiritualidad el monopolio de quienes son religiosos, sea
cual sea su credo? A mi entender no, y sería importante abrir esta categoría
puesto que es probable que las mismas religiones, -al monopolizar el ejercicio
de la fe o de la espiritualidad-,
hayan contribuido en alguna medida a debilitar las posibilidades de
vivir la espiritualidad en los no religiosos.
Muchos relatos de personas mayores en el grupo,
expresan que durante su juventud etárea se postergaron a sí mismos, para
dedicarse de forma plena al trabajo, a los hijos, o al colectivo político (para
lograr un fin mayor: una sociedad emancipada): “Muy tarde nos dimos cuenta que
nos habíamos postergado a nosotros mismos, uno de los consejos que podemos
darles es que no repitan esta misma historia, trabajen desde ya sobre su
persona”.
Si bien, muchos de estas personas mayores se
postergaron, me hago la siguiente pregunta: el trabajo interior y colectivo que
están haciendo en las coincidencias durante estos últimos años, ¿sería una
muestra de que la juventud es también un estado, un devenir que se mueve en los
límites del cuerpo físico pero que en muchos aspectos lo trasciende? A mí modo
de ver si; muchas de las personas mayores que participaron en el encuentro son
jóvenes, llenos de esperanzas, de energías vitales, y que han sido capaces de
reinventarse más allá de todas las dificultades y rigideces que les tocó vivir.
Uno de los participantes de menor edad, plantea algo
muy interesante: “en las culturas orientales, la relación entre el niño y el
viejo es muy distinta, el viejo sigue siendo una autoridad, un sabio, al cual
se le respeta, pero a su vez, el viejo respeta la sabiduría del niño, que tiene
una herencia ancestral, que viene con una unicidad a aportar al mundo”. Más
allá de las creencias en la reencarnación, el ejemplo es ilustrativo pues nos
invita a pensar en como nos relacionamos con lo “otro”, en este caso, el niño y
el anciano, también como el maestro y el aprendiz, pero desde la horizontalidad
del respeto mutuo y del diálogo. La niñez como la primera juventud, donde el
niño pregunta sobre el ser de forma espontánea, ese niño que sigue siempre
habitando en cada uno de forma diferente, a veces más reprimido otras veces
menos, pero que siempre deviene y relampaguea al interior de cada uno de
nosotros. La juventud entendida como esta capacidad de cambio permanente, de
soñar y de reinventarse.
Esto nos invita a pensar que la pregunta ontológica
por la juventud nos interpela a todos, que no es parte únicamente de un
determinado grupo etáreo en un momento histórico dado, sino que está en todos y
cada uno de nosotros. Lo mismo podríamos decir de la vejez, entendida como un
devenir que también está siempre como semilla incluso en el niño.
Quizás una de las reflexiones que no fue explorada
con mayor profundidad durante el encuentro fue respecto a la adultez-vejez, y
respecto a su diversidad, pues sólo podemos pensar o entender la juventud, o
las juventudes en función de las representaciones y vivencias que tenemos sobre
la adultez-vejez.
No obstante, como veremos más adelante, al final del
encuentro esta temática emergió de alguna u otra forma.
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