Conversando desde la Amistad(149)
Conversando
desde y sobre la juventud
Encuentro en Las Coincidencias, Isla Negra
Texto de Tomás Weinstein
Segunda
parte
Lenguaje,
comunicación y construcción de puentes
Durante el transcurso del encuentro van surgiendo distintas
interrogantes sobre el uso de las palabras, sobre los efectos que estas pueden
tener sobre el mundo y sobre las distintas personas y grupos que componen la
sociedad.
Se hace difícil incluso utilizar la palabra joven o
viejo, puesto que estas están cargadas simbólicamente, de múltiples
significados instalados en imaginarios colectivos. De esta forma, el grupo
observa que la forma en que usamos el lenguaje clasifica a determinados grupos,
provoca realidades fragmentadas y separadas, que dificultan las posibilidades
de crear puentes entre distintos grupos y personas de la sociedad.
De esta forma, al definir a distintos grupos como
niños, adolescentes, jóvenes, jóvenes adultos, adultos, adultos mayores,
encerrarían en cierta forma a estos sujetos concretos en categorías o casillas
que no necesariamente estos sujetos elegirían para ellos. Clasificaciones que
utiliza el estado y cada vez más la empresa privada para asegurar el “gobierno
de las conductas”.
Esto nos invita nuevamente a una reflexión profunda
sobre el lenguaje, que tiene como elemento constitutivo que es siempre una
abstracción que reduce complejidad, y que nunca puede dar cuenta en su
totalidad de la realidad en sí misma, o de la multiplicidad de vivencias y
experiencias de los sujetos concretos. Siempre hay una distancia infranqueable
entre el concepto y la realidad, tensión que hay que mantener para poder volver
sobre el mismo lenguaje, reflexionar sobre sus propias limitantes y romper con
las clasificación que reducen en demasía la experiencia de los sujetos. Sólo
desde ahí es posible el encuentro con el “otro”, con lo diverso, y ahí reside
la posibilidad de construir marcos comunes que nos integren en un sentido
nuevo.
En la reunión se planteó que las juventudes estaban
sometidas a estigmas, a una cosificación del lenguaje, que las ponía, -desde el
“mundo adulto”- como riesgosa, como responsable de un sentimiento de
inseguridad más generalizado de la sociedad. Serían sobretodo algunos jóvenes
quienes estarían más afectados por esta lógica; los jóvenes populares, de
etnias distintas y las mujeres jóvenes. Se planteó el perverso rol que tenían
los Medios de Comunicación de Masas en esta dinámica, al configurar y
generalizar ciertos estigmas y al ocultar sistemáticamente las fuerzas vitales
y creativas de las juventudes. Representaciones que encasillan a los sujetos y
que se reproducen también en el espacio local, en los barrios, en las escuelas
y en los mismos hogares.
Sin embargo, también se observó la necesidad de no
reducir todo el problema a la influencia de los medios de comunicación o por
ejemplo a la droga (como si en sí misma produjera todos los males de la
sociedad) sino que a ampliar nuestra mirada hacia las múltiples
inter-relaciones de la totalidad social que configuran la emergencia fenoménica
de ciertas problemáticas. Una invitación a “romper” con la naturalización del
mundo social que deshistoriza las instituciones y prácticas sociales.
El problema de base estaría más bien en la
dificultad de integrar la diferencia, o la “otredad”. Una de las participantes
plantea: “desde el mito de Cronos podemos ver a este padre que se come a sus
hijos por el miedo a ser superado o asesinado por estos”. En el origen de la
vida en sociedad estaría este miedo constitutivo, en un principio a la
naturaleza y luego frente a todos los “otros” que pueden cuestionar nuestra
identidad. Esto provocaría un incesante despliegue de un paradigma inmunitario,
o de una pulsión de autoconservación, con su límite negativo en la paranoia y
en la destrucción frente a todo lo desconocido que no puedo controlar.
Desde ahí se plantea la necesidad de un diálogo,
horizontal, sin miedo, partiendo de la base de que todos tenemos miedo. Esto
sólo puede emerger cuando estamos conscientes que el Ser es un devenir histórico
que en su origen está gobernado por el misterio, por algo que no podemos
capturar desde la razón, pero que a su vez le da un sentido a la vida, un
sentido trascendente. Esto nos lleva a la necesidad de pensar en una
racionalidad sustantiva, que permita discutir sobre los fines que estimamos
razonables de ser defendidos en sociedad, que ponga un freno a una racionalidad
instrumental que disuelve todos los valores en nombre de la competencia y la
eficiencia.
La pregunta clave que surge ahí es como debemos
construir estos puentes de diálogos pacíficos entre los distintos grupos de
jóvenes (culturas juveniles, tribus urbanas, clases sociales, etnia, género,
etc.) y entre estos y la diversidad de adultos y adultos mayores.
El lenguaje, el diálogo, la palabra, pueden ser
parte de un desarrollo reflexivo de los sujetos y sus grupos, que permita
evitar la violencia, y construir relaciones realmente más humanizadas.
En un momento del encuentro, el grupo de menor edad
planteó a los mayores si estos podrían dar algunos consejos al mirar
retrospectivamente sobre su vida, para orientar y apoyar el desarrollo de los
menores. Esta idea invocada anteriormente a propósito de la cultura oriental,
el aciano como un maestro, como un puente y un guía para las generaciones más
jóvenes. Los mayores volvieron sobre esta idea de cultivar el ser desde la
etapa más temprana posible, la no postergación del propio desarrollo pero con
un sentido solidario, integrado con el mundo y los otros.
Sin embargo, en algunos momentos los mayores de
alguna forma expresan que por los años de vida que tienen y por todas las
experiencias que han pasado, ellos estarían mejor posicionados para hacer una
síntesis, y entregar recomendaciones a las generaciones venideras.
Esto fue rápidamente cuestionado por el grupo de
menor edad: “muchas veces, cuando usan el argumento o el discurso de la
“experiencia acumulada”, invalidan nuestros propios saberes y ven con menor
valor lo que nosotros hacemos o pensamos”. Puede que ahí se observe con mayor
profundidad el núcleo de la matriz adultocéntrica, que asume acríticamente que
son los adultos, adultos mayores quienes tienen la verdad última sobre el mundo
pues tienen “más experiencia”. Surgen de inmediato otras voces juveniles: “Ese
discurso es el que no queremos, por ejemplo a caso un joven que nace al final
de la dictadura, ¿no tiene derecho a opinar sobre la unidad popular porque no
la vivó?”.
Se da una discusión interesante y poco a poco va
emergiendo algo distinto; la experiencia acumulada de la vejez como orientación
para los más jóvenes y también la valoración de las experiencias únicas que
viven los jóvenes. Es decir; darle legitimidad a las distintas visiones
posibilitando así un cambio cultural.
En una de las intervenciones, uno de los
participantes del grupo de menor edad contó sobre su experiencia profesional en
el trabajo comunitario, en el cual observaba que en muchos casos los “viejos”
reproducían una serie de estigmas sobre la juventud, enunciando que los jóvenes
eran los responsables de todos los problemas del barrio. Frente a esto, un
miembro del grupo de mayor edad salió en defensa de su “grupo etáreo”: “yo voy
a salir en defensa de los viejos, usted nos ha metido a todos en un mismo saco,
puede que hayan algunos que actúen como usted dice pero no la mayoría, además
no me gusta la palabra viejo, prefiero la palabra adulto-mayor”. Esta era la
primera vez que había una verdadera tensión en la sala, algo había sucedido, el
tema sobre el cual se estaba conversando se mostraba en toda su plenitud. No tardo en llegar el rol del
traductor o del mediador, quien trató de aclarar lo que se había querido
plantear: “tenemos consciencia que no son todos los adultos mayores los que
actúan así, pero hay que reconocer que muchos tienen fuertes estigmas sobre los
jóvenes, y que eso se vivencia a nivel local, en lo concreto y que no podemos
desconocerlo”. Seguía una suerte de incomodidad en el grupo, las palabras no
eran inofensivas, sino que provocaban efectos reales.
Ahí surge una pregunta: ¿Por qué le habría molestado
el ser llamado viejo? Podemos interpretar que el concepto adulto-mayor es un
eufemismo, que en parte busca ocultar la vejez ante sus propios ojos. Sin
embargo, algo más había pasado, la vejez había quedado “encapsulada” como una
unidad homogénea. Esto nos lleva a una reflexión importante; por un lado no
serían los viejos los “culpables” de los estigmas sobre la juventud (aunque en
muchos casos si los reproducirían con fuerza), sino que ellos también serían
víctimas de una serie de estigmas sobre ellos, y de prácticas violentas
asociados a estos estigmas. Se abre un espacio entonces para el múltiple
reconocimiento de las múltiples vejeces, y como estas se articularían con las
múltiples adultecez, juventudes y niñecez.
Es cierto que hubo una tensión en el encuentro, pero
esto también nos hizo poner los pies sobre la tierra: el conflicto era real.
Reflexiones
finales: rol de las juventudes en la actualidad
Durante el encuentro hubo un espacio muy importante
para el trabajo en grupos más pequeños, seleccionados al azar. El objetivo era
pensar sobre el rol de las juventudes en la actualidad así como en propuestas
concretas para el cambio cultural.
A partir de esto, surge la temática de las
expectativas que están puestas sobre las juventudes (en términos etarios) de la
actualidad. Algunos participantes del grupo de menor edad expresan que estas
expectativas pueden jugar un efecto negativo sobre los jóvenes, una presión por
que sean ellos quienes realicen los cambios que las generaciones pasadas no lograron.
En este sentido, hay una cierta delegación de poder que recae en ellos, lo que
debiese ser problematizado, en el sentido de la necesaria articulación entre
todos los miembros de la sociedad para propiciar un cambio cultural.
Por otra parte, al conversar con varios del grupo de
menor edad, al consultarles sobre el trabajo que realizaron en los grupos
pequeños de trabajo, comentaron que no había sido fácil conversar con algunos
adultos mayores pues no seguían las indicaciones y sólo querían hablar sobre su
propia historia. Esta temática también se pudo observar en los plenarios, donde
la palabra no siempre se distribuye equilibradamente puesto que chocan los Egos
y las ganas de aportar con lo propio de los distintos participantes (más allá
de sus edades). No obstante en los grupos pequeños estos se vivencia de forma
más aguda, y se observa una cierta dificultad o resistencia de algunos adultos
mayores para hablar sobre el rol de la juventud en la actualidad. En mi grupo
en particular, el adulto mayor plantea desde el inicio: “para mi es difícil
hablar de esto porque yo siento que me robaron mi juventud; tuve que trabajar
desde niño”. En términos generales observo la necesidad de algunos
participantes de contar con estos espacios para ser escuchados, para contar sus
experiencias pasadas, en muchos casos dolorosas. Es también uno de los
objetivos de la conversación, que sus límites sean siempre lo más amplios
posibles y que podamos hablar de la vida en toda su complejidad. La pregunta es
como darle un espacio de reconocimiento a esas experiencias de pobreza en la
juventud, vivencia de violencia, y otras más alegres, etc. Las experiencias de
las distintas generaciones sobre la juventud son distintas, y estas se van
superponiendo y permean las expectativas que hoy en día se tiene sobre el rol
de las juventudes para el cambio social-cultural.
Finalmente aparecen propuestas como la generación de
Universidades libres, y la construcción de puentes entre distintas juventudes,
entre estas y los diversos mundos de la adultez, a partir de una reflexión
profunda sobre nuestras prácticas, experiencias y sobre el lenguaje. Retomando
las palabras de una de las participantes del encuentro: el arte, la música,
como una posibilidad de encuentro entre lo nuevo y lo viejo, entre lo singular
y lo universal, lo terrenal y lo trascendental, una comunicación profundamente
humana.
Tomás Weinstein
11 de abril del 2013
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