Conversando sobre la
Amistad (328)
Poniéndose en el
caso del otro en una situación
límite Un encuentro
en varias dimensiones.
Un relato de
Alejandro Carmona, médico humanista, de
Valparaíso.
ELEGIA A LA
MUERTE DE UN HOMBRE VIEJO
Observa atentamente lo que te voy a
contar.
Pompeyo,
un muchacho bastante atrabiliario y trasgresor, le gustaba merodear noche tras noche
en tugurios y pubs musicales
porteños, sin
distinción alguna. Su compañera era
una tremenda angustia que corroía
silenciosamente sus pensamientos y
alimentaba su pasión por el Jazz.
Muchos
días de cansancio y
embriaguez marcaban
los surcos de su rostro enajenado. Sus pies ya
temblorosos acortaban su marcha
vacilante.
A la
hora del crepúsculo mortecino, una ráfaga
de luz paralizó su andar en aquella esquina cerca de su estudio de
grabación.
La velocidad de la estampida del motorizado lo azotò
hasta dejarlo inconsciente ahì, en
esa calle ensangrentada.
Vecinos
misericordiosos y transeúntes vigiles asistieron su cuerpo dislocado. Acudió la
Emergencia Móvil a su traslado,
y la Posta lo recibió como morada
sanadora.
Manos
de mujer, suaves y trabajosas de tanto acoger, manos
rudas de hombres
sabios que socorren cuerpos en quirófanos y máquinas escrutadoras duras, lo llevaron quietamente a la conciencia.
En
la antesala, en una camilla vecina, un anciano cubierto con
sàbanas sudorosas a modo de
mortaja, lo observaba con ternura
y algo de pena.
H.V.: “ Hijo mío; cuánto has gemido con tropiezos de palabras y balbuceos musicales”.
P.: “Nada, hombre viejo. Mi dolor de cuerpo es migaja comparado
a este dolor del alma que acrecienta mi angustia.”
H.V.: “¿Cuál es tu dolor, hijo mío;
que no hay congoja, llanto
ni miseria que el tiempo no
cure?”
P.: “ Es por estos cortos años de
tanto errar con terribles penas de amor. Ya no hay llanto que calme mi dolor.
Nací con poco amor de madre y sin padre a mi lado. Fui un
intruso en casas ajenas. Peregrino en calles
sombrías.
Una noche de otoño, al
abrigo de un árbol deshojado, la
encontré –a ella- adornada en harapos y embriagada de placer en un
torbellino de cannabis alucinante. Compartimos noches felices
de fantasías y gozo; pero la dicha
es corta, hombre viejo.
Sucediò
que a las vísperas de un día de primavera, llegó un poeta
vagabundo. La sedujo a mi
lado, mientras yo, abandonado por
el éxtasis del alcohol, recorría mundos oníricos llenos de orgía musical.
La
lloré días y noches enteras cargadas de nostalgia y
de dolor con olor a muerte.”
H.V.: “Un viaje al infierno. ¿Qué calmó tu tragedia?”
P.: “ Hombre
viejo, la música de jazz. Mi fiel compañera. Hago música, la canto y
la sufro”. ¿Y tu vida?.”
H.V.: “ Soy un solitario campesino. Una
noche sin abrigo, dormí a la
intemperie. Tres días más tarde
fui adormecido por un
terrible dolor de pecho. Respirando sangre y con mirada febril, niños vagabundos y compasivos me entregaron a este sitio de sanación. “
P.: “ Te ves mal, hombre viejo.”
H.V.: “Vivo abandonado. En mi juventud cantaba y soñaba con tu música.
Aquí soy como el esclavo algodonero. Me gusta el
“Blue”, canto del negro sufriente.”
P.: “La
música, la miseria y el
dolor hoy nos hermana. ¿No?
Me
gusta tu sonrisa y la ternura
de tu mirada, hombre viejo.
H.V.: “Dame tu mano.
Eres el hijo que tuve y que nunca regresò……..”
Ese
momento, ahito de profundos sentimientos y emociones, fue interrumpido
por una silenciosa
Asistente que trasladó al hombre
viejo a una Sala de mejores cuidados.
P. : “Hombre viejo, ¿como
es tu nombre? .
H.V.: “ Efraín”.
P.: “El mío, Pompeyo……. y que los dioses sean contigo”.
Dìas
después, Pompeyo despertó
angustiado y adolorido por
metales que articulaban sus huesos.
Se acercó la misma
silenciosa Asistente. Lo acogió con su mirada atenta a sus requerimientos.
P.: “ Mujer, no
calmes mi dolor. Dime: ¿Efraín?.
A.: “ Murió con sus pulmones rotos
y en un vértigo febril
irrecuperable”.
Se
oscureció el rostro de Pompeyo.
Lágrimas adoloridas surcaron su faz
angustiada”.
Cerca del amanecer de un
dìa otoñal, salía Pompeyo de su estudio de
grabación a paso rengo.
Su
rostro estaba iluminado por
una sonrisa de encanto por su
novedosa creación musical.
Tatareaba un melòdico “Blue” con versos elegíacos a Efraín.
De
súbito, un destello a
lontananza iluminò su trajín.
Miró
al cielo difuminado de estrellas y como un fantasma, pudo distinguir a un
hombre viejo amortajado en sábanas sudorosas, sonriéndole
con tierna mirada.
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