lunes, 27 de agosto de 2012

Conversando sobre la Amistad (328)


Conversando sobre la Amistad (328)
Poniéndose en el caso del otro en una situación
límite Un encuentro en  varias dimensiones.

Un relato de Alejandro Carmona, médico humanista, de  Valparaíso.

ELEGIA A LA  MUERTE  DE UN  HOMBRE VIEJO


Observa  atentamente lo  que  te  voy  a  contar.
Pompeyo, un muchacho   bastante  atrabiliario y trasgresor, le  gustaba merodear  noche  tras  noche en   tugurios y pubs musicales porteños,   sin distinción  alguna.   Su  compañera era  una  tremenda  angustia  que  corroía silenciosamente  sus pensamientos y alimentaba su pasión  por   el Jazz.
Muchos días de cansancio y  embriaguez   marcaban los  surcos de  su rostro enajenado. Sus pies ya temblorosos acortaban su  marcha vacilante.
A la hora del crepúsculo mortecino, una ráfaga  de luz paralizó su andar en aquella esquina cerca de  su  estudio  de grabación.
La  velocidad de la  estampida del motorizado lo azotò hasta  dejarlo inconsciente ahì, en esa  calle  ensangrentada.
Vecinos misericordiosos y transeúntes vigiles asistieron su cuerpo dislocado. Acudió la Emergencia Móvil a su traslado,  y  la Posta  lo recibió  como morada  sanadora.
Manos de  mujer,  suaves y trabajosas  de tanto  acoger, manos  rudas  de hombres sabios  que  socorren  cuerpos en quirófanos y máquinas escrutadoras  duras, lo llevaron quietamente  a la  conciencia.
En la antesala, en  una  camilla vecina, un anciano cubierto con sàbanas sudorosas  a modo de mortaja,  lo observaba con ternura y algo  de pena.

H.V.:  “ Hijo mío; cuánto has gemido con tropiezos de palabras y balbuceos  musicales”.

P.:     “Nada, hombre viejo. Mi  dolor de cuerpo es migaja comparado a  este  dolor del alma que acrecienta  mi angustia.”

H.V.:  “¿Cuál  es  tu  dolor, hijo mío;  que  no hay congoja, llanto ni miseria  que  el  tiempo  no cure?”

P.:       “ Es por estos  cortos  años de tanto errar con terribles  penas   de    amor. Ya no hay llanto que calme mi dolor. Nací  con poco  amor de madre y  sin padre a mi lado. Fui un intruso   en  casas ajenas. Peregrino en calles sombrías.
Una  noche  de  otoño, al abrigo de un árbol deshojado, la  encontré –a ella- adornada en harapos y embriagada de placer en un torbellino  de cannabis  alucinante. Compartimos noches felices de fantasías y gozo; pero la dicha  es  corta, hombre  viejo.
Sucediò que a  las vísperas de   un día de primavera,  llegó un  poeta  vagabundo. La  sedujo a mi lado, mientras  yo, abandonado por el éxtasis  del  alcohol, recorría  mundos  oníricos llenos de orgía musical.
La lloré  días y noches  enteras cargadas  de  nostalgia y  de  dolor  con  olor  a  muerte.”

H.V.:    “Un viaje  al infierno. ¿Qué  calmó  tu  tragedia?”

P.:          “ Hombre viejo, la  música  de jazz. Mi fiel  compañera. Hago música, la canto y la  sufro”. ¿Y tu  vida?.”

H.V.:       “ Soy un solitario  campesino.  Una noche sin abrigo, dormí  a la intemperie. Tres  días más tarde fui  adormecido por un terrible  dolor  de pecho. Respirando sangre y  con mirada  febril, niños vagabundos y  compasivos me entregaron a este sitio  de  sanación. “

P.:   “ Te ves mal, hombre  viejo.”
       
H.V.:  “Vivo  abandonado. En mi juventud cantaba y soñaba con tu música. Aquí soy  como  el esclavo algodonero. Me gusta el “Blue”,  canto  del negro sufriente.”

P.:   “La  música, la miseria   y el dolor hoy  nos  hermana. ¿No?
        Me gusta  tu  sonrisa y la ternura  de  tu  mirada, hombre viejo.

H.V.: “Dame tu mano. Eres  el hijo que tuve y que   nunca  regresò……..”

Ese momento, ahito  de profundos   sentimientos y emociones,  fue  interrumpido  por una  silenciosa Asistente que trasladó al hombre  viejo a una Sala  de  mejores  cuidados.

P. :     “Hombre  viejo, ¿como  es  tu nombre? .

H.V.:   “ Efraín”.

P.:  “El mío, Pompeyo……. y que  los  dioses  sean  contigo”.

Dìas después, Pompeyo despertó  angustiado  y  adolorido  por  metales  que  articulaban  sus  huesos.
Se  acercó la  misma   silenciosa  Asistente.  Lo  acogió  con  su mirada atenta  a sus requerimientos.

P.:  “ Mujer,  no calmes mi  dolor. Dime: ¿Efraín?.

A.:   “ Murió  con  sus  pulmones  rotos y en un vértigo febril  irrecuperable”.

Se oscureció el rostro de  Pompeyo. Lágrimas adoloridas  surcaron   su  faz  angustiada”.

Cerca  del  amanecer de  un dìa otoñal,  salía   Pompeyo de  su  estudio  de grabación a  paso rengo.
Su rostro  estaba iluminado por una  sonrisa  de  encanto por  su novedosa   creación musical.
Tatareaba  un melòdico “Blue”  con versos  elegíacos a Efraín.
De súbito, un  destello a lontananza   iluminò   su trajín.
Miró al cielo difuminado de  estrellas  y como un fantasma,  pudo  distinguir  a un hombre  viejo amortajado en  sábanas  sudorosas,  sonriéndole con  tierna mirada.

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