Conversando sobre la Amistad(318)
Amistad con los niños
Los niños, nos dijo Rilke , son “ la patria
eterna del hombre “.
Agregó Amiel : “El niño ve
lo que somos a través de lo que
queremos ser, de ahí viene su
reputación de fisonomista”.
Mirando a la vida de todos,
expresa Karl Mannheim: “Lo que se
hace a los niños , los niños harán
a la sociedad”.
Son frases para meditar,
como es el bello texto, de nuestro escritor Edmundo Moure , sobre
ese País de Nunca Jamás, que él y todos
sabemos que existe
EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS
Para mis
nietos que aún son niños:
Clemente, Emilia, Manuel, Max, Borja, Amalia y Vigo.
Para quienes viven en la memoria
las dulces horas de la niñez y esperan regresar a la Casa de los Sueños.
Se trata del lugar metafórico de la infancia, adaptada del término inglés Neverland, empleado por J.M.
Barrie para su novela fantástica “Peter Pan”. Nunca Jamás es un país imaginario
donde los niños no crecen y sólo existen la diversión y la felicidad. Se dice
que para llegar a ese maravilloso espacio fuera del tiempo se deberá girar en la segunda estrella a la
derecha, volando hasta el amanecer. Ruta segura para toda mágica travesía.
Este lugar es habitado por niños perdidos, no sabemos si
de extravíos geográficos o descuidos morales, liderados por el héroe infantil,
Peter Pan. De aquí se deduce la creación del “síndrome de Peter Pan”, anomalía
que padecen los individuos que jamás superaron, emocional y racionalmente
hablando, la infancia, con las terribles consecuencias que ello acarrea en la
vida práctica, esta existencia que nos impusieron para no salirnos de los
moldes y premisas del orden establecido, es decir, para que seamos viejos de
manera irremediable y definitiva. Sí, porque el Poder es un ogro viejo y
amargado, que no juega ni sueña, salvo a los naipes marcados o a la ruleta
tramposa de sus réditos.
Hölderlin dejó
escrito que “El hombre es un dios cuando
sueña y un mendigo cuando piensa”. Los adultos serios desechan los sueños
infantiles y las ensoñaciones de los poetas. Si por la noche tienen visiones
oníricas, éstas serán pesadillas o sueños premonitorios para apostar a los
caballos o especular en la banca. Así, cuando intenten descalificar a alguien,
le dirán: “No seas infantil” o “no seas niño” o “no digas niñerías”.
Olvidan al propio
Cristo, cuando advierte: “Si no sois como
niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”. El candor, la inocencia que
mira el mundo con los ojos de la infancia, tiene mucho de sabiduría y es capaz
de aprehender a los seres y las cosas mejor que a través del cúmulo de
conocimientos fríos y objetivos que suelen concluir en el encadenamiento de
nuevas preguntas sin respuesta.
Rainer María Rilke
recomienda a su discípulo de las célebres cartas: “Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a
él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y
atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay
tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando
usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus
sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia,
esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo?
Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones
de ese vasto pasado. Así verá como su personalidad se afirma, cómo se ensancha
su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el
estrépito de los demás”.
Porque el niño, aunque comparta tiempo y espacio con otros infantes,
sean sus propios hermanos o amigos, sabe que los mejores sueños se incuban en
la soledad de la imaginación y que existen ámbitos secretos, lugares, rincones
en los que él esconderá tesoros maravillosos vedados a los demás: unas bolitas
de cristal, un trompo, un soldadito de plomo, un caballo de madera, un reloj
que ya no angustia el tiempo… Y cuando se sienta triste, porque los adultos no
le entienden o los compañeros de juegos y travesuras le agreden, buscará ese
vericueto ignoto, para extraer aquellas piezas incomparables, haciéndolas
moverse y bailar bajo la luz de la luna, consciente de que esa es la única
felicidad posible, y que si la guarda a buen recaudo, podrá extraerla en las
horas difíciles de la adultez, de la edad madura o de la ancianidad. En esos
momentos todos los juguetes brillarán en los ojos de la madre ausente,
resucitada una y otra vez por el niño que se resiste a dejar de serlo para
siempre.
Edmundo Moure
Día del Niño 2012
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