Integrándonos Con la vida 25
Annamaría Bienovaz
El Mar y los Colores
cuento para hermanitos para explicar la menarquia de hermana mayor
Hace mucho tiempo, cuando los niños aún conversaban con los colores y las hadas de cada color se reunían sobre el mar, al amanecer y al atardecer, para decidir a quién repartirían sus estrellas coloridas, una pequeña niña, llamada Josefina, miraba cada mañana y cada tarde pacientemente el mar azul, blanco, lila o con arreboles anaranjados, mientras las hadas conversaban en sus encuentros.
Cuando Josefina aparecía, el mar entonces absorbía los rallos y se teñía de amarillo, bailando en pequeñas chispas sobre juguetonas olas. Se expandía contento lleno de dorado, que se hacía naranjo y se volvía rojo.
Josefina había recibido las estrellas amarillas, y amaba ese color, además unos toques naranjos teñían ya sus ropas. Pero ella quería conocer las estrellas rojas.
Por eso le preguntaba siempre al mar por qué las hadas del rojo aún no la visitaban, pero nunca escuchaba ninguna respuesta, en vez de eso caían unas gotas marinas sobre la hierba donde ella se sentaba, que se convertían en unos radiantes dédalos de oro. Tan contenta se ponía con ese regalo precioso, que se olvidaba de sus dudas y se ponía a jugar, bailar, saltar y cantar.
Las hadas del rojo sabían que ellas y Josefina debían esperar y le contaban con arreboles de amanecer y atardecer, que cada etapa y cada color se le obsequiaría en su momento justo, cuando estuviera lista.
Cuando Josefina aparecía, el mar entonces absorbía los rallos y se teñía de amarillo, bailando en pequeñas chispas sobre juguetonas olas. Se expandía contento lleno de dorado, que se hacía naranjo y se volvía rojo.
Josefina había recibido las estrellas amarillas, y amaba ese color, además unos toques naranjos teñían ya sus ropas. Pero ella quería conocer las estrellas rojas.
Por eso le preguntaba siempre al mar por qué las hadas del rojo aún no la visitaban, pero nunca escuchaba ninguna respuesta, en vez de eso caían unas gotas marinas sobre la hierba donde ella se sentaba, que se convertían en unos radiantes dédalos de oro. Tan contenta se ponía con ese regalo precioso, que se olvidaba de sus dudas y se ponía a jugar, bailar, saltar y cantar.
Las hadas del rojo sabían que ellas y Josefina debían esperar y le contaban con arreboles de amanecer y atardecer, que cada etapa y cada color se le obsequiaría en su momento justo, cuando estuviera lista.
Annamaria Bienovaz
No hay comentarios:
Publicar un comentario